Almacenado

‘Gorgonio, de caza con Delibes’

Texto: Jorge Urdiales Yuste  Fotos: Archivo de Juan Delibes

El tiempo, inexorable, nos cobra siempre su tributo. Un año ya de la muerte del maestro Delibes… Otro maestro, Jorge Urdiales, autor del Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes, nos lleva con él de caza…

Gorgonio, Miguel Delibes, el tío Julián, Melecio y Alfredo Recio Cuesta eran cazadores de antes y de después de la guerra. Amigos todos ellos a través de la escopeta, practicaban el tipo de caza cotidiano en Castilla: la caza menor, la que desgasta las piernas y hace hambre, la que te saca de la cama cuando todavía es de noche y te obliga a pasar frío y fatiga en busca de aquellas perdices del rebarco o de aquella liebre «Que en las soleadas mañanas de noviembre busca la amorosa abrigada de las laderas».

El que escribe este artículo, les propone acompañar a Gorgonio en una jornada de caza junto a sus amigos en una historia que tiene mucho de verdadera y algo de imaginada. Los personajes son todos reales. A Miguel, el escritor, de 1920, no hace falta presentarlo. Melecio, que luego sería secretario de varios pueblos de la provincia de Valladolid, nació el mismo año que Delibes, pero en Castrillo Tejeriego. Gorgonio, del mismo pueblo, había nacido el año de la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Luchó en la guerra de África y se vino a Madrid en busca de un futuro mejor. El tío Julián era el mejor cazador que había tenido Castrillo en mucho tiempo. Su máquina de fotos fue la primera que se vio por el pueblo. Alfredo Recio Cuesta, el mayor de todos, era además padre de Julián y suegro de Gorgonio.
Acompañemos por tanto a Gorgonio en esta jornada de caza desde que se levanta hasta que llegue la hora de comer, citando y nombrando los términos venatorios que aparecen en las obras de Miguel Delibes (¡hasta 122 tengo catalogados!). Acompañemos a este sabio rural que fue Gorgonio en una jornada de caza imaginada que surge de la lectura de los libros del cazador Delibes, sabiendo que los términos venatorios que vayan apareciendo en este artículo han salido todos de los relatos de don Miguel:

Sopas de ajo para desayunar
La mujer de Gorgonio encendió la lumbre de mañanita. La cocina está en el santo suelo y la chimenea es ancha y alta, las dos plantas y media de la casa. Prepara unos palos secos de carrasca. Frota un fósforo o un mixto, que tanto monta mixto que fósforo, y se enciende. Prende el trozo de papel que ha metido entre los palitos secos. Va añadiendo leña, sin ahogar el fuego. Arrimará luego el chopo que no se quemó del todo el día anterior y otros considerables trozos de madera de monte, que es lo que se gasta en esa casa.

En una cazuela de barro, con tapadera de barro, ha preparado ya las sopas de ajo del marido, plato de cuchara del desayuno. Las arrima al fuego. Hervidas ya, cuando haya ascuas, las colocará alrededor de la cazuela y sobre su tapa.
Gorgonio desayunará sopas de ajo pegadas. El dorado curruscante que arranca con la cuchara del barro de la cazuela es pura gloria. El rey en palacio no tiene nada parecido.

Puede que tome algo sólido, por ejemplo, quizá, un choricito crudo que corta a navaja con pan lechuguino de los de cuatro canteros. Gorgonio, muy de mañana, sale al campo. En la plaza lo esperan su suegro Alfredo, el tío Julián, Melecio y Miguel, que viene de Valladolid.

Delibes dicharachero
Hoy el tiempo está revuelto y el día ha amanecido con una niebla meona que moja los campos. «En llegando San Andrés, invierno es», repetía siempre la tía Melchora y hacía ya más de un mes desde el 30 de noviembre. Gorgonio y sus amigos no podían pedir otra cosa al cielo de Castilla. «Quizá a media mañana…» comentó Alfredo Recio Cuesta. Casi preferían estos días a los de cellisca, o los de carama, que son aún peores que los de cellisca. Gorgonio no se ha olvidado de nada: el chaleco-canana, la percha, el morral o zurrón, la escopeta, los cartuchos (no sabemos si son de sexta o de séptima…). Tampoco sabemos si Gorgonio se va a llevar hoy los dos galgos que tiene en el corral. ¿Veremos al Gorgonio galguero o al bichero, o quizá salga a cazar perdices? Si su amigo Miguel ha traído a la Doly, es que hoy es jornada de perdices.

Gorgonio, Miguel y los demás dominan la caza menor y hacen a todo. Yo les he visto dar una batida, una cazata, cazar en mano, dar un ganchito, a tornacaza… y todo en función de la veda, media veda o desveda.

«Hoy tienen que caer unas cuantas perdices, que la Doly anda fina de vientos», asevera Miguel ya de camino a la Sinova por la carretera de Villavaquerín. Le gusta a Miguel el acotado de la Sinova. La perdiz de la Sinova es volandera. Les vuelve a contar a los amigos que: «De chico, hace treinta y muchos años, recuerdo haber tirado con frecuencia a los aguanieves desde un renqueante Chevrolet (…) Nunca olvidaré la primera que abatí en un aguazal en los bajos de la Sinova» (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, pp. 58-59). Miguel está hoy parlanchín: «Recuerdo que a mi padre, cazador desde la infancia, le ocurría otro tanto y una vez que mi hermano le extravió el guardamanos en la Sinova y se vio en la obligación de utilizar otra arma, no bajó una codorniz ni por casualidad en toda la tarde» (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, p. 109). La Sinova es un cazadero pateado por todos ellos año tras año. Parece que el acotado de la Sinova se adaptase a los cinco amigos con sus abrigaños, sus perdederos y sus aguardaderos.

Al dejar a mano derecha las cuatro casas de la Sinova, se oye a Miguel hablar con el viejo, Alfredo Recio Cuesta, y relatarle aquella vieja historia con Melecio: «Fuimos Melecio y yo en la furgoneta del pescado hasta lo de la Sinoba. La carretera está llena de agujeros y el trasto botaba con ganas». (Diario de un cazador, p. 98).
La niebla está levantando y Gorgonio y los amigos van llenando las perchas de buenas perdices. El zarzagán todavía les golpea a ratos con fuerza. Una de las perdices ha caído en el mismo arroyo Jaramiel, entre un cachón y un cadozo. Han sido pacientes, pues ya se sabe, según Miguel «El que de entrada tira a lo loco, cazará poco». Comienza a calentar el resolillo y el campo lo agradece. A Alfredo, el viejo, le cuesta Dios y ayuda subir algunos cerros. No tardará mucho en sentarse al agrego en algún majuelo.

Mientras tanto, Miguel recuerda con el tío Julián la cazata del domingo anterior: «A las perdices de Torre, que no parecen excesivas, hay que estudiarlas, como hay que estudiar la topografía para decidir la mejor manera de trastearlas hasta conducirlas a un terreno propicio». (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, p. 88). Pareciese que hoy le invade la nostalgia a Miguel. A vueltas con el pasado, añora al padre que ya perdió: «A estos efectos, yo recuerdo mis excursiones infantiles, de morralero con mi padre, en las heredades recién segadas de Quintanilla de Abajo, Olivares y Sardón de Duero» (La caza en España, pp. 75-76). Al tío Julián le gusta escuchar a Miguel «Los cazaderos próximos (Renedo de Esgueva, Villafuerte, Villanueva de Duero, Tordesillas, Quintanilla de Abajo, La Santa Espina) los visitábamos con él, mientras el Volksvagen lo reservábamos para otros más distantes (Belver de los Montes, Villa Esther o Riego del Camino). Citar estos cazaderos es evocar la juventud» (Mi vida al aire libre, p. 214).

Gorgonio, que ya ha leído los primeros libros de su amigo, le recuerda que pasan de la docena los verbos propios de la caza que él emplea en sus libros: emplomar, manear, apeonar, apiolar, aspearse, cobrar, colgar, encamar, entrizar, enviscar, azuzar, cepear, embardar, repullarse…

Después de unas cuantas manos, vuelven todos donde se quedó Alfredo Recio Cuesta, que ya se impone un descanso. Miguel, el escritor, el de Valladolid, propone ir a las laderas de Villafuerte el próximo domingo, pero si van los cinco: «Las rampas de Villafuerte no son abarcables por dos escopetas. Se mire por donde se mire, este cazadero es cazadero de vaivén, de ida y vuelta» (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, p. 18). Incluso sugiere otro acotado: «Otra zona sintomática a estos efectos es la de Quintanilla de Abajo, próxima a Peñafiel. Con un fuelle resistente y unas piernas elásticas, hace diez años en estas diabólicas laderas podían conseguirse perchas de gala» (Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, p. 127).

Gorgonio, el tío Julián, Melecio, Miguel y Alfredo Recio Cuesta vuelven al pueblo con doce perdices y un par de liebres. El sol calienta la espalda de los cinco amigos. En la plaza del caño Delibes cogerá el coche de línea, cuyo responsable es Alpiniano, camino de Valladolid; Gorgonio comerá con su mujer y sus hijos Carlos, Maruja y José Antonio, que aún anda con pañales; el tío Julián se queda en la plaza comprándole unas telas al padre de Onésimo; Melecio sabe que tiene cocido en casa y partida en el bar y el viejo Alfredo piensa echarse una siesta de pijama y orinal después de comer.

Antes, todos se despiden, miran a lo alto y Miguel, el de Valladolid, sentencia:  «El cielo es tan alto en Castilla porque los labradores lo han levantado de tanto mirarlo».

Nota: Jorge Urdiales Yuste es el autor del Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes y del Diccionario de expresiones populares en la narrativa de Miguel Delibes.


El adiós del Mochuelo

Querido Maestro:

Espero que, a la llegada de estas cuatro letras, te encuentres… bien, por aquí, y a pesar de todo, todos bastante bien, gracias a Dios.
Parece que fue ayer. El tiempo, ese infame deambular por la vereda hacia su único e inevitable remate final, con rumbo petulante y repleto de certeras ignorancias, nos ha jugado, como siempre, la mala pasada del olvido prematuro. Parece que fue ayer cuando nos sorprendió, no por menos esperado, lo inesperable. Parece que fue, apenas no más de un rato, cuando el Nini, desde la boca de la guarida del tío Ratero, acariciaba a la Fa con el dedo gordo del pie descalzo y levantaba en adiós la mano hacia los cipreses. Su sombra, alargada como tu sombra, ensortijada en los surcos, helaba con el relente una lágrima, sola, del marino Pedro, con el anillo de Jane, en la lápida de Alfredo. ¡Qué lágrima tan sola!

Yo me fui a la capital. La niña Martina se perdió, aporreando su piano, por las callejas de un barrio sin puerto y sin marineros. Y el Ratero se pudrió, de la mano del Picaza, en un triste calabozo. ¡Perra suerte la de un perro! Doña Resu, el Undécimo Mandamiento,  acabó con los augurios encerrada en un pajar y esfumó a Torrecillórigo entre la niebla del páramo. Llora el Malvino su suerte y el Prudencio su desgracia. Y el Nini es sólo un fantasma de la memoria baldía.

Recibí, con tus recuerdos, la carta de la Uca-Uca. Me contó que La Guindilla, la que ejerce de su madre, le quiso borrar las pecas. A la Mica la afearon las preñeces y el Moñigo no persigue lagartijas, pero reza las jaculatorias de la Sara en perdón por sus pecados y los de todos aquellos que olvidaron su camino. Y el milagro del Tiñoso nunca llegó a los altares.

Tiempos tristes, éstos, Maestro. Tiempos de pena y olvido, de mírame y no me toques y de mucha sinrazón. Don Eloy se fue en tu busca, sin librillo y sin papel, y a la pobre de la Desi la plantaron en la calle. El apego de la Marce no era más que una patraña para enviarla de vuelta a una esquina de la vida. Y allí sigue.

Y la Menchu erre que erre. ¡Anda que no tiene cuerda! Si te encuentras con el Mario dile que salió tramposa, quejicosa y altanera, y que reniega de un mundo que pudo ser de esperanzas y acabó, ésta es la prueba, como el rosario la aurora. Coméntale al Azarías que el Bajo sigue en La Raya y murió la Niña Chica. El Quirce arregla motores, la Nieves sigue sirviendo y la Régula, con reuma, sigue con su luto eterno. Es que lo lleva en el alma y es difícil de arrancar.

Y que sepas, porque nunca te lo dije, que me jodió que cazaran al matacán del majuelo. ¡Así cualquiera! ¡Menudos caceros de chicha y nabo los que acosan a una liebre en una caballería! Que sepas también, Maestro, que de esos… aún nos quedan unos cuantos.
Volverás, que lo sé, como dijo tu tocayo, «… a mi huerto y a mi higuera…», mientras tanto, querido Maestro, seguiremos esperando apegados al recuerdo de la miel de tu palabra… a la sombra alargada de un ciprés, en un majuelo, del cazadero de la Sinova…

Antonio Mata

A perdices, su pieza favorita, junto a ismael Tragacete.

Delibes también disfrutaba on ‘Ithor’, el perro de Juan, de la media veda.

El maestro Delibes con otro Miguel, el difunto bichero de Tordehumos, Salamanca.

Las becadas apasionaban al escritor salmantino.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.