Almacenado

La desinformación de los informadores

Como periodista especializado en el mundo cinegético desde hace algunos años no dejo de sorprenderme de los errores que, un día sí y otro también, los compañeros de la prensa generalista cometen cuando tratan noticias o temas vinculados a la actividad venatoria.

Casi siempre, acabo por cabrearme tras leer informaciones llenas de inexactitudes, equivocaciones o, lo que es peor, tergiversaciones malintencionadas conseguidas a través del uso de tópicos compartidos por el grueso de población no cazadora, y que siempre o casi siempre tienen como resultado el ofrecer una imagen muy negativa del aficionado a la cinegética.

La razón por la que traigo esto a colación es la noticia que la semana pasada apareció en la portada de la página web del diario El Mundo, en la que se afirmaba que el nuevo objetivo de los furtivos en Sudáfrica parecía ser el león, toda vez que sus huesos tenían demanda en el maldito e insaciable mercado negro asiático. Aquí no hay nada que objetar, a excepción del último epígrafe de la noticia, en la que se hacía eco de una campaña de recogida de firmas organizada a través de Avaaz.org para recaudar un millón de rúbricas con las que pedir al presidente sudafricano, Jacob Zuma, que prohíba la caza de leones y el comercio de huesos y órganos de este felino en su país.

Al leer el texto que acompaña a la petición colgada en Avaaz, no pude menos que empezar a fruncir el ceño. En ella se afirmaba, entre otras cosas, lo siguiente: «En Sudáfrica, los leones son criados en terribles condiciones de cautiverio para suplir la caza por encargo de turistas que pagan miles de dólares por esto. Ahora, reputados expertos informan que los huesos de león que sacan de esas granjas depredadoras son exportados y utilizados para medicinas falsas y bebedizos en Asia es un negocio redondo.»

El impulsor de la petición no debe estar muy al tanto de cómo se lleva a cabo la gestión de la caza en Sudáfrica, porque ya me gustaría a mí vivir en las condiciones en las que lo hacen los leones que habitan en los grandes ranchos sudafricanos, que muy poco tienen que ver en extensión con los cercones de guarros y venados que tenemos aquí. Tampoco debe ser muy consciente de que erradicando la caza del león se hace más daño que beneficio, habida cuenta del destino que se da a los ingresos por la actividad cinegética que obtiene la Hacienda sudafricana, empezando por las comunidades locales (poblaciones que, por cierto, suelen sufrir periódicos ataques de leones y leopardos a sus ganados e incluso a sus propios habitantes). Donde hay que actuar, en mi opinión, es en el lugar de destino de ese tráfico ilegal, ya sea de marfil, cuernos de rino o huesos de león, pero eso es harina de otro costal.

Al margen de eso, me cabreó aún más ver que el periodista de El Mundo no se molestó siquiera en comprobar si la afirmación que se hacía era cierta o no, simplemente la puso y ahí se quedó. Y, como suele ser habitual, los malos y por tanto los que acaban pagando el pato son los cazadores, que como ponen encima de la mesa “miles de dólares”, pareciera que pueden hacer lo que les venga en gana y cazar lo que les plazca.

Pues no, querido compañeros, en Sudáfrica todo se caza con absoluta (y estricta) legalidad, y además ningún trofeo, sea el que sea, sale del país sin contar con todos los permisos de exportación. ¿Les suena CITES? Pues empiecen por ahí, y empezarán a entender que en el mundo de la caza todo, absolutamente todo, está más que reglado.

Este caso me recuerda mucho al del elefante que abatió recientemente el Rey Juan Carlos en Botsuana. Los queridos compañeros de la prensa, radio y televisión generalistas se llenaron la boca de hablar del elefante como especie “en peligro de extinción” o, directamente, alguno se lanzó a calificar su caza en el mentado país como no permitida, tomando la prohibición que sí existe en algunos países como extensiva a todo el continente africano.

Curiosamente, cuando iban a preguntar a gente del sector –y les puedo asegurar que en la redacción de Caza y Safaris recibimos no pocas peticiones por parte de medios de comunicación de todo signo y condición para hablar del temita-, lo primero que preguntaban era el coste de un safari así, y no sobre la población de paquidermos en el mentado país, o qué pasaba con el dinero que el cazador pagaba y con la carne que se obtenía del animal, o simplemente qué tramites legales eran necesarios para poder ir tras un elefante. Importaba más lograr el morboso trinomio Rey cazador-pastizal por matar un Dumbo-cacería pagada con nuestros impuestos (que luego, por cierto, no lograron). Pero al final la figura del cazador volvió a quedar por los suelos, y encima no un cazador cualquiera, no, sino el más reconocible del todos, por añadidura Jefe del Estado.

Como conclusión, me gustaría lanzar desde aquí un consejo a los periodistas que, ocasional o circunstancialmente, han de encarar temas de caza. No se dejen llevar por tópicos, infórmense con rigor (y sin prejuicios ecologistas, que echan para atrás a mucha gente del sector que de otra forma seguro estaría encantada de explicarles) y, después, escriban en consecuencia. Ya verán como las informaciones serán un poco más exactas y podrán ofrecer a sus lectores una visión menos parcial de lo que es la caza y de lo que hacen los cazadores. Que no son tan malos, joé.

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