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Tórtola común, palomas y codorniz

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Caza menor de verano

La tórtola común, (Streptopelia turtur L.), es migratoria. Desde las zonas arbustivas africanas emprende cada año su viaje a nuestras tierras en busca de uno de sus manjares preferido: los girasoles; aunque no desdeña los campos de gramíneas, leguminosas o las vezas. Antiguamente estaba muy ligada a las dehesas que se sembraban. Mas pequeña que su hermana mayor, la paloma, sus dimensiones, a pesar de su majestuosidad en vuelo (alcanza los 50 centímetros de envergadura) que la hacen parecer mucho mayor, apenas superan las de la codorniz, con un peso entre 125 y 150 gramos. Sus hábitats no son exigentes y, además de los citados cultivos, gusta de zonas de arbustos y arbolillos en zonas mucho más cálidas que las de su africana amiga, por lo que es más corriente encontrarle en el sur peninsular que en otras zonas más septentrionales.

Curiosos datos migratorios
Si de una cosa puede presumir nuestra brava tortolilla, es de la belleza de sus espejuelos, esas manchas coquetas que los ejemplares adultos presentan en su cuello y que los diferencia de los ejemplares más jóvenes. Al contrario que la coturnia, nuestra simpática tórtola suele ser el símbolo del amor eterno. Monógama donde las haya, es totalmente fiel a su pareja con la que se reproduce, hasta tres veces al año, cuando encuentra los hábitats adecuados, tras largos vuelos en común en los que no faltan los arrullos arrumacos y carantoñas. Como la codorniz, una vez completado el ciclo reproductor, que suele estar en torno al mes y medio, emprenden nuevo viaje y nueva reproducción. Sus ‘tortolitos’ no son tan atrevidos como los aprendices de igualón codornicero. Necesitan los cuidados de ‘mamá paloma’ durante al menos tres semanas.
La curiosidad de sus datos migratorios llama la atención. Su salto del Estrecho dura, exactamente, toda la primavera –del 21 de marzo a la noche de San Juan–, pero su cenit se sitúa en la Cruz de Mayo, el día 3. La mayoría de ellas cruza veinte días antes o veinte después de esa fechas. Después… a volar por la Península, aunque, como queda dicho, prefieren el calorcito del sur.

La del collar blanco
La paloma torcaz, (Columba palumbus L.), goza de un privilegio: es la mayor de todas sus hermanas españolas. Al contrario que las inquietas africanas ya nombradas, es nidificante en la Península. ¡Vamos, que comparte con nosotros los rigores del invierno!
Sus dimensiones alcanzan los 75 centímetros de envergadura y su peso el medio kilo, siendo incluso mayor que su rival en el cariño cinegético de los cazadores, la perdiz.
Como gusta de árboles de mayor envergadura para su reposo y nidificación, sus hábitats se amplían a zonas boscosas, choperas o sotos. Eso sí, como delicada que es, necesita entornos de agua limpia en las que beber y refrescarse en sus sibaritas baños. Como su hermana menor, se alimenta de todo tipo de gramíneas y leguminosas, sin hacer ascos a frutos de mayor tamaño, como pueden ser las aceitunas o las bellotas, lo que las hace… impopulares en las dehesas en las que se crían los cochinos ibéricos, ya que, con su habitual avidez y los numerosos ejemplares de sus bandadas, pueden dejar a los guarros a ‘pan y chocolate’.
De todos conocido es su coqueto collarín blanco que distingue a adultos de pichones, aunque lo cierto y verdad es que resulta bastante difícil, sobre todo a la hora del lance, distinguir machos de hembras. Éstas, como en casi todas las especies, son más esbeltas y menos gruesas. Monógama, fiel y cariñosa con su congénere, nidifica en las alturas de grandes árboles con nidos un tanto frágiles que les camuflan de los depredadores. Una puesta de dos huevos, a veces sólo uno, son incubados de forma ‘solidaria’ –hasta en eso son fieles– de forma alternativa entre macho y hembra durante 17 días. Los pichones son alimentados con la citada ‘leche de paloma’ hasta que, a las cuatro semanas, emprenden el vuelo, aunque, sus abnegados y sacrificados papás, que los defienden con auténtico heroísmo, seguirán proporcionándoles condumio, al menos una semana más.

Sobre todo saber esperar
Aunque bien es cierto que tanto palomas como tórtolas comunes se pueden cazar de diversas maneras, un alto porcentaje de sus capturas provienen del puesto fijo.
La mejor recomendación que se puede hacer para estas tiradas de verano es la de no ser visto antes de tiempo, tener paciencia, aguantar camuflados en nuestro puesto, y contar hasta tres después de que creamos que ya están a tiro… entonces sí, a correr la mano.
Las distancias de disparo suelen ser bastante más cortas que en los puestos tradicionales, esto, unido a que la torcaz tiene el plumaje de verano y a que la tórtola es una paloma liviana, hacen que podamos utilizar perdigones de séptima, incluso octava, y cargas no superiores a los 30 ó 32 gramos.

El caso de la codorniz
De todos conocida por su presencia en los secos campos del estío, la codorniz, (Coturnix coturnix L.) –prima pequeña de la reina, sin excepción, de la caza menor, la perdiz–, es la única de esta familia de gallináceas que se decide a abandonar nuestros campos cuando se acerca el invierno, y retorna, más o menos fiel, a su cita peninsular con la cálida primavera.
De un peso entre los 85 y 125 gramos (cuando inicia su migración adquiere más grasa y pesa entre 40 y 50 gramos más) y una envergadura en torno a los 35 centímetros, su aspecto parduzco, poblado de pintas claras, le confieren una silueta inconfundible en mitad de los dorados rastrojos entre los que casi se mimetiza. Los machos adultos muestran su diferencia de hembras y pollos con su ‘corbata’ ceniza en el centro de sus pechugas.
Aunque sea habitual levantarla en las resecas rastrojeras, sus hábitats preferidos, en los que se mueve ‘como pez en el agua’ y le es más fácil encontrar refugio a peón, suelen ser terrenos húmedos y más frescos en los que pueda beber del rocío mañanero. Alfalfas, acequias, lindazos o riberos se pueblan de coturnix veraniegas, aunque no cabe duda de que sus escondrijos preferidos son los maizales y el girasol, ya maduro, almacenes de comida grasa –tan necesaria para aumentar ese peso que necesita para su gran vuelo migratorio– y al mismo tiempo fresquitos en los que pasar sus estivales vacaciones. En sus arenas, que no es sus aguas, tomará sus preferidos baños, como suelen hacer sus primas rojas.

Típico reclamo
«¡Hués-pe-des!» o «¡Pas-pa-llá!» es el ‘grito de guerra’ de los encelados machos que esperan, reclamando la llegada de las hembras. Muy polígamos y ardorosos ellos, son los primeros en llegar a los elegidos hábitats en los que, a grito pelao –muy típico en los amaneceres y crepúsculos estivales–, reclamaran la presencia de sus amantes a las que cubrirán apasionadamente y de una forma un tanto promiscua. Cumplida su misión lascivo-procreadora, y mientras la pareja se ocupa de su tarea incubadora y de crianza, el macho buscará nuevos paraísos amatorios en los que esperar de nuevo a sus ‘dulcineas’ para comenzar de nuevo el ciclo amatorio-reproductivo. Entre cuatro y 20 huevos, aunque la media sea diez, pondrá e incubará la mamá coturnix duranrte 17 días hasta que eclosionen y aparezcan unos aventajados polluelos que a la semana pesan 15 gramos, vuelan a los 14 días, y en cuatro semanas se han hecho igualones y abandonaran el nido y a su desconsolada madre, que partirá en busca de nuevos reclamos que comiencen el ciclo. Sus mocetones se consideran adultos de pleno derecho con siete semanas y con ocho, más o menos a los dos meses, son plenamente fértiles y están en disposición de reclamar –«¡Hués-pe-des!»– y criar nuevas polladas.
Hasta tres migraciones anuales, con sus correspondientes puestas, realiza la codorniz, que se corresponden con sus tres oleadas migratorias primaverales: la primera en el sur, la segunda en el centro y la tercera en el norte peninsular. Sus posteriores movimientos estacionales durante el tórrido estío, no son sino vuelos menores en busca del frescor herbáceo y mejores alimentos para acumular grasas extras para el retorno. Básicamente, en función de sus puestas, y en aras de aportes calóricos extras, así se mueve la pequeña coturnia. Y en función de esto, tendremos que buscarlas si queremos levantarlas.

Dejarla volar
Seguramente sea la caza de la codorniz una las disciplinas cinegéticas en las que más se disfruta del trabajo del perro de muestra. Para su caza en verano, como es lógico, siempre habrá que tener la previsión de agua cercana, tanto para cazador como para el fiel perro, además de intentar no apurar la jornada dejando de cazar cuando el sol apriete y volviendo con la suavización de la temperaturas a la caída de la tarde. Es de Perogrullo, pero nunca debemos dejar al perro en el maletero o incluso en el carro de transporte al sol. También, en algunos lugares de nuestra geografía, hemos de tener cuidado con las víboras, la picadura del ofidio puede resultar mortal para el can.
En cuanto al tiro, escopetas abiertas, perdigón de décima o mostacilla (11ª), cargas livianas y dejarla volar, que se ponga en línea. {jathumbnail off}

 

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(c) José David Gómez – Tórtola común, la del lazo imposible

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Su collar la delata, la paloma torcaz, muchas veces salvadora de la media veda

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Codorniz común, o el buen trabajo del perro de muestra

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