África Internacional

Los trece cazadores de los mil elefantes (I)

Siempre es un auténtico placer ofrecer a nuestros lectores los sabios consejos que se desprenden de las aventuras cinegéticas del maestro de maestros, nuestro querido Tony, al que desde aquí agradecemos su cariño hacia nuestra publicación. En esta ocasión el agradecimiento se multiplica por hacernos partícipes de la historia, viva aún, de la caza, con un gran relato, exclusivo y único, para nuestros lectores, que publicaremos en varias entregas. ¡Gracias, querido maestro!

Mirando el glorioso ayer y el triste presente, creo que será interesante para las nuevas generaciones de cazadores africanos, deportivos y profesionales, el conocer una parte muy importante de la historia de la cinegética en el continente negro, centrada en aquellos profesionales que a lo largo de sus experiencias cobraron un mínimo de mil elefantes, lo que no fue, precisamente, un lecho de rosas, más bien todo lo contrario, teniendo que afrontar toda clase de factores negativos, a base de constancia, esfuerzos sin nombre, soledad absoluta en medio de la nada, mal comidos y peor dormidos, riesgos continuos en esa particular actividad, sin olvidar la siempre presente malaria, y un largo etcétera positivo y negativo… pero, por encima de todo, una vida fascinante que muy pocos tuvieron el privilegio de disfrutar.

Los trece magníficos

A lo largo de la historia de la caza africana fueron muchos los cazadores que cobraron entre 100 y 600 elefantes, pero sólo trece de ellos alcanzaron la mítica barrera de los mil ejemplares aunando todos los cobrados por el marfil, en operaciones de control y los que tuvieron que doblar en safaris deportivos, animales heridos y huyendo mal impactados por disparos deficientes del cliente, los cuales, si no hubiera sido por ellos, se habrían perdido, sin lugar a dudas.

Nombramiento de Tony Sánchez Ariño como socio de honor de la Asociación Oficial de Caza de la Guinea Continental Española.

Las nacionalidades de los trece cazadores de ‘los mil elefantes’ fueron las siguientes: siete británicos, uno de Nueva Zelanda, uno de Sudáfrica, uno de Irlanda, uno de Francia, uno de España (siendo mío el honor de ser ‘ese uno’, como único representante de nuestra patria), y uno de Australia.

Con estas notas sólo pretendo hacer una relación para dar a conocer al lector quienes fueron los del ‘mil elefantes’, pues, como es lógico, en un artículo –aunque este sea bastante extenso y dé para varios capítulos– es imposible entrar con demasiados detalles sobre cada uno de ellos.

Si el lector estuviera interesado en ampliar sus conocimientos sobre los cazadores que no llegaron a mil, pero que también fueron grandes profesionales en ‘la senda del marfil’, les recomiendo mi libro titulado Cazadores de Elefantes, Hombres de Leyenda (Editorial Solitario, Madrid), en el que mencioné a todos, los de más de mil y los de menos de mil, pero todos ellos grandes maestros en esta actividad tan particular.

Hoy día, la profesión de cazador de elefantes es un muy lejano recuerdo que está amarilleando como las antiguas fotografías, algo que pasó a la historia de la forma más absoluta, pues sus miembros son ya una raza extinguida para toda la eternidad… ¡sin recuperación posible!

Mucho me temo que de aquellos trece cazadores de ‘la cofradía de los mil’, yo soy el único que queda con vida –gracias a Dios, dicho sea de paso–, habiendo tenido la gran satisfacción y el honor de haber conocido a varios de ellos que me honraron con su amistad y consejos cuando yo aún estaba ‘un poco verde’ en esta actividad en la senda del marfil, como fueron John A. Hunter, Geroge Rushby, Barri Manners, Bill Priedham y Eric Rundgren, con varios de los cuales compartí inolvidables horas bajo el sol africano, codo con codo, tras los elefantes, y cuyo recuerdo es para mí el más querido tesoro y el gran orgullo de haber sido el único español miembro de ese reducido grupo.

Ahora, en el atardecer de mi vida, pues ya voy camino de los 87 años de edad, dedico, lo que fue mi vida ‘en la maleza africana’, a mi querida patria, España, junto con los triunfos y sinsabores, alegrías y penas, pues de todo hubo, pero siempre mirando hacia delante con la ayuda de Dios y confianza en uno mismo, procurando llevar la Marca España lo más alta posible, cosa que conseguí contra viento y marea, bajo unas condiciones muy difíciles a las que pude doblegar… teniendo siempre presente una frase con la que he marcado el rumbo de mi vida: «Si luchas puedes perder, pero si no luchas… ¡estás perdido!».

Las nuevas generaciones nunca podrán hacerse ni idea de lo que fue la actividad de cazador de elefantes, en aquellos tiempos en que estos animales abundaban como los tallos de la hierba y eran una maldición para la vida y haciendas de los nativos que tenían que convivir con ellos 365 días al año, aguantando lo que fuera y sin poder encontrar la solución por ellos mismos, teniendo que depender de los cazadores blancos como tabla de salvación, pues los elefantes, además del riesgo físico que representaban para los humanos, eran altamente destructivos en su alimentación, ya que por cada kilo de maíz que podían comer, destrozaban una media de diez kilos al moverse dentro de las plantaciones con sus corpachones y enormes patas.

El oro blanco

Colección de colmillos lograda por James Sutherland. Este cazador cobró entre 1.300y 1.500 elefantes, mayoritariamente grandes o muy grandes ejemplares, siendo su mejor trofeo un macho cazado en el África Oriental Alemana con 140 y 145 libras (63 y 65 kilos).

El marfil fue siempre una materia codiciada por el hombre desde el comienzo de las distintas civilizaciones, continuando hasta el momento presente, para desgracia de los pobres elefantes, que están siendo, actualmente, arrasados por los furtivos negros, en el sentido más exacto de la palabra, en combinación con numerosas mafias que llevan el marfil ilegalmente a los mercados de China, Tailandia y Vietnam, principalmente, donde alcanza altos precios –2.100 dólares el kilo en este año 2016– y superando siempre la oferta a la demanda…

El oro blanco acarreado por los elefantes tuvo una gran demanda para el hombre ya desde tiempos inmemoriales, como es el ejemplo del rey Salomón, que se hizo construir un trono hecho con marfil. Muchos siglos antes de la era cristiana, el marfil se utilizaba para tallar figuras religiosas, así como toda clase de objetos valiosos, placas para pintar sobre ellas, mangos para dagas, etcétera… Al citar las ‘placas’, me ha venido a la memoria una cosa que, aunque no tiene nada que ver con los cazadores de elefantes, es algo que creo poco conocido en general, y que tiene su ‘lectura’. Se trata de los siguientes comentarios: «Los hijos ya no hacen caso a sus padres, los políticos sólo piensan en enriquecerse, esta sociedad de hoy ya no tiene moral». ¿Le parece al lector que todo esto está de plena actualidad en el año 2016? Pues se equivocan, estos comentarios aparecieron grabados en una placa de marfil en Asiria ¡dos mil años antes de Jesucristo!

Cuando Roma dominaba el mundo, una de las cosas más valiosas era el marfil, del que trajeron cantidades incalculables de sus conquistas africanas, hasta el punto de que hacia principios de la era cristiana ya habían exterminado todos los elefantes en el norte de África.

La edad de la pólvora negra

Repitiendo lo antes dicho, la caza de elefantes, y el comercio del marfil, comenzó hace ya unos milenios, pero con estas notas nos centraremos sólo en aquellos cazadores ‘de los mil elefantes’. Todos ellos comenzaron sus actividades dentro de la época de la pólvora sin humo, exactamente en 1898, cuando el armero John Rigby, en Londres, introdujo el primer rifle express en el calibre .450 Nitro, que barrió de golpe las anteriores armas que utilizaban la vieja pólvora negra.

Por más que investigué en los tiempos de la referida pólvora negra, no pude encontrar ni tener constancia de ningún cazador que cobrara ‘los mil’, siendo el más destacado Petrus Jacobs, un boer, en África del Sur, que entre 1820 y 1873 cazó entre 400 y 500 elefantes, lo que representa una cantidad enorme si tenemos en consideración las armas que utilizó, de avancarga con pólvora negra y proyectiles de plomo de forma redonda, endurecido en antimonio.

James Sutherland con un elefante abatido por él.

Con el debido respeto, que lo merecieron y muchísimo más, dejaremos a un lado a los superveteranos de los tiempos más que lejanos de la pólvora negra, centrándonos en el motivo de este artículo, o sea los cazadores profesionales ‘de los mil elefantes’, todos ellos dentro de la época de la pólvora sin humo de gran potencia, la denominada normalmente nitro, y que tradicionalmente quedó con ese nombre hasta nuestros días, a pesar de que ya no se utiliza al haber sido más que superada por numerosas, nuevas y magníficas pólvoras en todos los sentidos.

James Sutherland

Al que se le podía designar como el decano de los cazadores de elefantes, con más de mil a su crédito, es a James Sutherland, que comenzó esta actividad en 1899 en Mozambique, continuando hasta su muerte, sin parar, el 26 de junio 1932, en Yubo, Sudán, después de haber seguido la senda del marfil incansablemente por la antigua África Oriental Alemana, actual Tanzania, el Congo Belga y, principalmente, en la zona del Alto Mbomú, en la parte este del Ubangui-Chari, presente República Centroafricana.

Nació en Escocia en 1872, falleciendo a los sesenta años –como resultado de un envenenamiento– en el hospital de Yubo, donde fue llevado por otro cazador profesional cuando lo encontró en su campamento casi agonizando, cruzando rápidamente del Ubangui-Chari al Sudán, donde se encontraba el hospital en Yubo cerca de la frontera, y donde el médico militar Dr. Warburton ya no pudo hacer nada por él, falleciendo a los pocos días y siendo enterrado en un lugar boscoso alejado de la ciudad.

Más tarde, con la ayuda de su gran amigo Andy Anderson y el editor de la publicación East Africa and Rhodesia, junto con las aportaciones de otros cazadores, se hizo una placa de bronce que se colocó sobre la tumba de Sutherland, con la siguiente inscripción: «A la memoria de aquel gran cazador de elefantes, Jim Sutherland, que falleció en Yubo el 26 de junio de 1932 a la edad de 60 años. Erigida por unos pocos de sus amigos y compañeros cazadores».

Tony Sánchez Ariño en la tumba de James Sutherland, considerado el decano de los cazadores de elefantes.

Más tarde, con el paso del tiempo y el cambio de personas, se perdió la idea sobre la exacta localización de la tumba hasta que, por fin, después de una larga e infructuosa búsqueda, tuve la suerte de poder localizarla nuevamente. Naturalmente, después de tantos años expuesta, la tumba y placa a las inclemencias del tiempo, aquello estaba hecho una lástima, sucia y llena de vegetación creciendo por todas partes. Lo primero que hice con mi equipo de nativos fue limpiarlo todo muy bien, dejándolo lo más adecentado posible. A la placa de bronce le di con el zumo de unos limones, consiguiendo que recuperara el color, pues estaba casi negra.  Después de esto, todos los años, antes de comenzar la temporada de safaris en el Sudán, lo primero que hacía era ir a ver la tumba de Sutherland, para mantenerla en orden, situada a unos 800 kilómetros de Juba, la capital del Sudán Meridional. Lamentablemente estalló una guerra civil entre el norte del Sudán, musulmán, y el sur, cristiano, lo que me impidió poder volver a visitar la tumba de Sutherland, que ya consideraba como algo mío, sin decirle a nadie su localización. Por fin, en 1971, se firmó la paz y pude marchar nuevamente hacia Yubo y a la tumba, lo que fue un verdadero milagro, pues al llegar me encontré con unos nativos que la estaban arrancando a fuerza de golpes porque, según contestaron a mis muy airadas preguntas, pensaban fundirla para hacer boquillas para pipas, con  lo que casi me dio un infarto. Les pregunté cuánto pensaban ganar con aquello, contestando que unas veinte libras sudanesas, o sea, una miseria. Como lamentablemente el dinero todo lo puede, les ofrecí cuarenta libras que aceptaron con grandes sonrisas, entregándome la placa, y allí mismo pude medio enderezar lo que habían doblado con un mazo de madera. El salvar la placa fue una de las mayores satisfacciones de mi vida, teniéndola, ahora, a medio metro de mí mientras escribo estas notas…

James Sutherland cobró entre 1.300 y 1.500 elefantes, mayoritariamente grandes o muy grandes ejemplares, siendo su mejor trofeo un macho cazado en el África Oriental Alemana con 140 y 145 libras (63 y 65 kilos). Al principio de sus actividades utilizó un rifle militar del calibre .303, seguidos por los express .450 Nitro y .500 Nitro, hasta que la famosa firma Westley Richards le fabricó especialmente un express del .577 Nitro con un solo disparador y expulsores automáticos, juntos con un .318 en sistema Mauser, el cual empleaba en los lugares despejados con buena visibilidad, reservando el .577 Nitro para los terrenos muy espesos donde, más que verse, se adivinaba el elefante… Una vez comenzó a utilizar estos rifles nunca sintió la necesidad o curiosidad de experimentar otros calibres, centrándose en estos dos hasta su muerte. Como gran admirador de James Sutherland quisiera hacer bien patente la gran emoción que sentí aquel lejano día del mes de marzo de 1961 cuando, entre la maleza, vislumbré su solitaria tumba, un recuerdo que será imborrable mientras viva…

Mickey Norton

El verdadero nombre de Mickey Norton, era Maurice John. Después de una ajetreada vida por Irlanda, Estados Unidos, África del Sur y la entones Compañía Británica de África del Sur –que en 1909 se rebautizó con el nombre de Rhodesia, en honor de John Cecil Rhodes, su fundador–, llegó a Mozambique donde, después de varios trabajos, le ofrecieron un contrato para suministrar carne de caza para alimentar a los nativos que trabajaban en la
construcción del ferrocarril, que partiendo del puerto de Beira, en la costa del Índico, tenía que llegar al entonces remoto interior bajo tutela británica, denominado África Central Británica, redenominado en el año 1908, y actualmente Malawi, desde 1964.

El cazador Mickey Norton, quien calculaba que había cobrado unos 2.000 elefantes.

Norton, que no tenía la menor experiencia en la caza se convirtió, de la noche a la mañana, en cazador profesional de carne a la vista de las buenas condiciones económicas ofrecidas, utilizando un rifle militar Mauser del calibre 7×57. Cuanto más experiencia adquiría en esta nueva actividad, más se fue apasionando por la caza, convirtiéndose en un gran tirador, cobrando gran cantidad de antílopes, bastantes búfalos y algunos elefantes. Una vez  llegado el tendido del ferrocarril a Umtali, en la frontera británica, rescindió su contrato, decidiendo establecerse por su cuenta como cazador profesional, quedándose en la población de Blantyre, en la citada África Central Británica.

Desde el principio Norton se dio cuenta de que la caza más rentable era la del elefante, que se encontraban por todas partes, y en 1898, a la edad de 25 años, comenzó su carrera como cazador de marfil, utilizando el 7×57 que se trajo de Mozambique y un .303 British que adquirió localmente, dos calibres inadecuados para esta actividad tan particular, con los que tuvo serios problemas que casi le costaron la vida y más pérdida de bastantes elefantes que se escaparon heridos sin solución. Más tarde se pasó a calibres más potentes, centrándose, finalmente, en el .577 Nitro, al que más tarde añadió un .404 Jeffery sistema Mauser, los que utilizó hasta el final de sus días.

Buscando nuevos cazaderos estuvo en el Valle del Luangwa, en la antigua Rhodesia y actual Zambia, donde no se preocupó de obtener los correspondientes permisos, furtiveando de la forma más activa, hasta que las autoridades tomaron cartas en el asunto. Al enterarse Norton de que le buscaban, se marchó a la zona del lago Bangweulu, entonces poco menos que tierra de nadie, con una enorme densidad de elefantes que nunca habían sido cazados, cerca del límite del entonces Estado Independiente del Congo, propiedad particular del rey Leopoldo II de Bélgica. Naturalmente, como de costumbre, siguió furtiveando en el Congo, y cuando las autoridades estuvieron a punto de capturarlo consiguió escapar, regresando a Mozambique en 1900, cuando contaba 27 años de edad. Aprovechando que había una gran isla en el río Ruvuma, que hacía de frontera entre el África Oriental Alemana y Mozambique, se estableció allí cazando elefantes furtivamente en ambos países, aprovechando que ninguno de los dos la había reclamado como perteneciente a uno u otro. El marfil lo vendía a los traficantes árabes que lo visitaban  periódicamente con este  fin, ya que la referida isla estaba cerca del estuario del río Ruvuma, llevándose los colmillos en sus barcos hasta Zamzibar. De esta forma continuó por bastante tiempo, hasta que un día decidió irse al África Oriental Británica, redenominada Kenya en 1920, cazando allí, y en Uganda, para pasar luego al Enclave de Lado, en el Congo, donde estuvo varios meses entre finales de 1903 y parte de 1904, regresando luego a sus viejos cazaderos en el África Oriental Alemana y Mozambique, con algunas incursiones ilegales en territorio británico en el noreste de Rhodesia y Nyasaland.

Al tiempo que cazaba elefantes también comerciaba con marfil, habiendo pasado muchísimas toneladas de este producto por sus manos.

Con el fin de la Guerra Europea, en 1918, y los nuevos medios que de ella derivaron, se terminó la caza furtiva e incontrolada de los elefantes y con ello las famosas andanzas ilegales de Mickey Norton, quien continuó comerciando con el marfil y cazando lo que podía legalmente, por primera vez en su vida, principalmente en el Territorio de Tanganyka, que es como se denominó desde 1922 a la antigua África Oriental Alemana, además  de realizar otras diversas actividades, como fue buscar oro por la zona del río Lupa y trabajar para el departamento de caza realizando operaciones de control contra los elefantes, retirándose a los 67 años de edad, con una pequeña pensión que escasamente le permitía vivir.

Mickey Norton hizo y deshizo varias  fortunas a lo largo de su vida, terminando arruinado y con la salud minada por culpa del alcohol, pues tenía la lamentable  reputación de poder ‘liquidar’ una botella de whisky en menos tiempo que nadie. Fue un verdadero carácter, pero, por lo visto, un irresponsable consigo mismo. En una situación económica muy precaria falleció en el Hospital de Mwanza, a orilla del lago Victoria, en el norte de Tanganyika. Personalmente estuve dos veces en el cementerio de Mwanza intentando localizar la tumba de Norton, pero sin ningún éxito, lamentablemente no hubo forma de descubrir ni el menor rastro.

En algunos relatos mal informados se decía que Norton había cazado unos 4.000 elefantes, pero no es cierto. Según sus propias palabras y comentarios hechos a mi viejo amigo Coley Coles, para quien trabajó en el Departamento de Caza en Tanganyika, él mismo calculaba haber cobrado unos 2.000, más o menos, lo que es una cantidad impresionante y quizás la mayor conseguida por un buscador de marfil. Lamentablemente, Mickey Norton, que fue un solterón empedernido, nunca se preocupó de tomar notas, escribir un libro o artículos, nada de nada, lo que fue una gran pérdida de información que habría podido aportar sobre sus actividades en aquellos años dorados de la caza de los elefantes entre 1898, cuando comenzó su carrera de cazador, y el inicio de la Gran Guerra en 1914.

Tony Sánchez Ariño con Bill Priedham.

Como antes se citó, Norton utilizó hasta el final de sus días de cazador profesional de elefantes un pesado express del calibre .577 Nitro y un .404 Jeffery de repetición con acción Mauser, o sea, un equipo perfecto para esta actividad.

Bill Priedham

Tuve la suerte y el honor de conocer a Bill Priedham en Fort Portal, Uganda, en las faldas del impresionante macizo montañoso del Ruwenzori en 1962, donde él tenía unas plantaciones de té cerca de esa población, aparte de estar encargado del departamento de caza local, que tenía bajo su control una enorme extensión.

Cuando le conocí él tenía unos 55 años de edad y yo 32, pero a pesar de la diferencia de edad rápidamente hicimos amistad, realizando diversas incursiones de caza juntos, especialmente para reducir el número de búfalos en determinados puntos, sobre todo por el valle del río Semliki, donde abundaban de forma asombrosa en aquellos lejanos tiempos. Durante muchos años, Bill Priedham cazó elefantes en plan de control, sobre la base de que el 50 % del marfil era para el gobierno y el otro 50 % para él, cosa que le produjo muy buenos resultados económicos. El total de su vida fueron unos 2.000 elefantes a su crédito.

Bill nunca fue un cazador profesional de  marfil en el sentido exacto de la palabra, pues nunca cazó fuera de Uganda y sus experiencias siempre se realizaron en las operaciones de control referidas centradas en la protección de las explotaciones agrícolas, cosa que no tiene nada que ver con que sí fuera un gran cazador de elefantes, pues con colmillos mayores o menores no dejaban de ser elefantes con todo su riesgo y peligro potencial al enfrentarse a ellos…

Para mí era una gran gozada el hablar con Bill y discutir sobre calibres y elefantes, coincidiendo los dos en nuestra predilección por el .416 Rigby, con el que cobró la mayoría de sus elefantes, llegando a tal punto que tenía medio gastadas las estrías después de haber realizado tantos disparos. También utilizó el gigantesco .600 Nitro, con proyectil de 900 grains (58 gramos), el cual empleaba sólo por las noches cuando los elefantes entraban en las plantaciones en la oscuridad, tirando a la zona del codillo para impactar en el corazón y pulmones, lo que acababa con los animales.

Después de conocerlo abandonó el Departamento de Caza y, por algún tiempo, actuó como cazador-guía profesional conduciendo safaris para la nueva compañía Uganda Wildfire Development Company. Finalmente, Bill se retiró a vivir con su esposa en una de las islas del Canal de la Mancha, donde falleció superando los ochenta años de edad. Nunca escribió sobre sus experiencias, lo que es inexplicable, porque fue un gran cazador de elefantes, tan bueno como el mejor… Su mayor pareja de colmillos, conseguida con su licencia anual, no en control, pesaron 88 y 85 libras cada colmillo (40 y 38,5 kilos), cobrado con el .416 Rigby. (Continuará). CyS

  Por Tony Sánchez Ariño

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