Internacional Tony Sánchez Ariño

Devoradores de hombres. El asesino de Kima. Por Tony Sánchez-Ariño

Todos los cazadores, prácticos o teóricos, han oído hablar de los famosos leones devoradores de seres humanos, que alcanzaron la historia o la leyenda por sus lamentables hazañas. 

Los primeros fueron dos leones que sembraron el terror entre los constructores del llamado Ferrocarril de Uganda, cuando estaban construyendo el puente sobre el río Tsavo, en 1898, en la antigua África Oriental Británica, redenominada Kenya desde 1920, hasta el punto de que se paralizaron las obras durante bastantes semanas, hasta que el ingeniero militar encargado de los trabajos, John Henry Patterson, pudo eliminar a estos dos animales después de infructuosas intentonas, cazando el primero el 9 de diciembre de 1898 y el segundo el 29 de diciembre, o sea, en un espacio de tres semanas.

Sobre estos leones existe una numerosa literatura, e incluso una película, Los demonios de la noche, si bien ésta se ha hecho ‘a la americana’, para los espectadores ignorantes y de buena fe, con una serie de truculencias y situaciones que nunca existieron, comportándose los leones con más inteligencia que si fueran ingenieros aeronáuticos…

Los recuerdos borrados

El segundo grupo de leones antropófagos, que devoraron unas 1.500 personas en el distrito de Njombe, en la parte meridional de la vieja Tanganika, actual Tanzania, entre 1932 y 1947, fueron finalmente abatidos por mi viejo amigo George Rushby y su equipo de Game scouts, utilizando, Rushby, un express del 9,3×74 y sus ayudantes rifles del .404 Jefery, terminando con aquel largo reino del terror entre la población local.

Un grupo de leones devoraron unas 1.500 personas en el distrito de Njomb.

Existen multitud de historias sobre leones asesinos, algunas totalmente deformadas por la poca fiabilidad y fantasía de quienes las relataron, frente a otras que, lamentablemente, fueron tremendamente dramáticas, como el caso del superintendente del Ferrocarril de Uganda, llamado Ryall, demostrando que los leones, en determinadas circunstancias, pierden el miedo a los seres humanos, metiéndose en lugares cerrados donde éstos se encuentran.

«Antes de la llegada de Ryall a la estación de Kima, un león, tras dar varias vueltas a la casa del jefe de la estación, se subió al techo intentando arrancar las planchas metálicas».

Quizá el caso más horrible fue el del mencionado Mr. Ryall, que tuvo un final espantoso. Su muerte tuvo lugar en 1900, pero estas cosas no tienen fecha de caducidad, puesto que aún se siguen repitiendo a lo largo y lo ancho de África, a pesar de que ya estamos en el siglo XXI.

Hace mucho tiempo, cuando la caza aún estaba autorizada en Kenya, hasta 1978, año que se cerró totalmente esta actividad allí, durante mi vida de white hunter en este país tuve la oportunidad de visitar los diversos lugares a lo largo del tendido del ferrocarril que une Mombasa, en la costa del océano Índico, con la población de Kampala en la distante Uganda, vía Nairobi, donde los leones realizaron muchas fechorías contra los seres humanos en un pasado más o menos lejano, como fue el lugar donde se encuentra el puente sobre el río Tsavo, la estación de Simba, el puesto de Kima, etcétera, en los que hoy en día no queda ni el recuerdo de estos animales porque la llamada ‘civilización’ se encargó de eliminarlos totalmente de aquellos lugares.

Sirva como colofón, a lo dicho en este sentido, lo que me ocurrió hace ya bastante tiempo y que fue publicado en uno de mis libros. Lo copio textualmente.

El ‘terror babuino’

«Hace años, volviendo desde Mombasa a Nairobi acompañado de mi hijo segundo, Jorge, paramos el coche en un punto para que pudiera ver el famoso puente y el río Tsavo, donde aquellos leones tuvieron su ‘estado mayor’.

Mientras tanto, aprovechamos también para comer algo, pues habíamos comprado en Mombasa unos bocadillos y fruta, que nos colocaron dentro de una caja todo muy bien ordenado. Tomando un bocadillo cada uno, nos separamos un poco del Land Rover para mirar el río, dejando la caja abierta encima del capó. Le estaba explicando a mi hijo el desastre que organizaron aquellos dos leones cuando, al mirar hacia el vehículo, nos encontramos con un babuino sentado tranquilamente al lado de la caja comiéndose los otros bocadillos, uno en cada mano, y sujetando con un pie una manzana.

En la fotografía, Tony en la antigua estación de Simba, en Kenya.

Al intentar asustarle, nos plantó cara chillándonos, supongo que poniéndonos de vuelta y media por la expresión de su cara, ‘bastante humanizada’, lo que me hizo recordar a ciertos políticos de nuestra patria, muy babuinizados

Al final, el animalito saltó del coche sin abandonar ‘sus provisiones’, haciéndome pensar cómo habían cambiado las cosas en África, pues hacía setenta y cinco años que los leones habían sembrado el terror allí, y ahora eran los babuinos ‘los señores del lugar’, quienes te robaban la comida impunemente delante de tus narices, ¡ver para creer!».

El ‘cazador’ del depósito

Dentro del abanico de desdichas realizadas por los leones hay que destacar el extraño y siniestro comportamiento de uno de estos animales, cuya víctima fue el mencionado superintendente Ryall en el año 1900, que fue muerto en unas circunstancias realmente inexplicables debido a un cúmulo de situaciones más que negativas, que le costaron la vida siendo, además, devorado…

Antes de la llegada de Ryall a la estación de Kima, un león, después de dar varias vueltas a la casa del jefe de la estación, se subió al techo de la vivienda intentando arrancar las planchas metálicas, con el consiguiente terror de sus habitantes que carecían de armas.

Tony Sánchez Ariño logró abatir como cazador profesional 340 leones entre licencias, operaciones de control y rematando la falta de puntería de algunos de sus clientes.

Después de varios intentos fallidos abandonó sus intenciones regresando a la maleza.

Tras este fracaso siguió rondando por la zona, con un resultado nefasto: mató y devoró a un empleado del ferrocarril que estaba haciendo una inspección del estado de las vías, siempre, más o menos, cerca de la estación de Kima.

A la vista de la situación, un mecánico ferroviario europeo decidió matar al león. Su plan era esconderse dentro de uno de los depósitos de agua situados al lado de las vías, previamente vaciado, que estaba colocado sobre unos pilares no demasiado seguros, como se vio luego. Desde ese lugar, el mecánico podía realizar los aguardos y disparar desde allí si se terciaba la cosa. Así pasó unas pocas noches hasta que, por fin, vino el león que, demostrando una agresividad e inteligencia increíbles, de entrada se precipitó contra el tanque, volcándolo y haciéndole caer a tierra.

A renglón seguido, quiso sacar al horrorizado cazador a través del espacio que tenía la parte superior del referido tanque. Aquel pobre hombre, al verse en aquella dramática situación, se fue metiendo hasta el fondo del depósito para evitar que le alcanzaran las garras del león. Intentando alejarse lo más posible, acurrucándose sobre sí mismo, se le disparó el rifle, lo que fue su salvación, haciendo que el león se asustara con la detonación y escapándose, un verdadero milagro que le salvó la vida a aquel desatendido mental que pensaba que cazar leones devoradores de hombres era un simple pasatiempo al alcance de cualquiera…

Según se comentó, en su alocada huida corriendo, ¡llegó cerca de El Cairo!

El superintendente Ryall

Tras un cierto tiempo, llegó a Kima el antes citado superintendente Ryall, de la policía del ferrocarril.

Como era costumbre en la época, estas personas importantes viajaban en un vagón privado que hacía las funciones de oficina y vivienda, y que iba enganchado a un ferrocarril u otro según los lugares que tenía que visitar, aparcándolo en las vías que se habían dispuesto para eso a lo largo del tendido del trayecto entre Mombasa, Nairobi y Kampala.

«Cogiendo a Ryall de un bocado por el sobaco izquierdo y, pasando nuevamente por encima de Parenti, el león se dirigió con su carga mortal hacia la puerta del vagón».

En aquella ocasión, Ryall venía desde la zona de Makindu hacia Nairobi y, al tener noticias sobre lo sucedido con aquel león, decidió quedarse en Kima para intentar acabar con la fiera, contando que en aquella ocasión le acompañaban dos amigos que se entusiasmaron con la idea, Hübner y Parenti, uno alemán y el otro italiano. El vagón fue colocado en la vía muerta por la que solía rondar el león, que tenía el hábito de visitar la estación frecuentemente para maldición de sus desesperados habitantes.

Desde la altura del vagón había una buena visibilidad a ambos lados, pensando que aquello sería coser y cantar, y pasando por alto el detalle de que ninguno de los tres había cazado un león en su vida, y mucho menos devorador de hombres…

Entonces decidieron establecer un turno de esperas, en la que uno vigilaba mientras los otros dormían, haciendo un sistema rotativo durante cada cierto tiempo, de manera que siempre hubiera uno de guardia vigilando.

El Asesino de Kima

A Ryall le correspondió hacer la primera guardia para ir mirando por las ventanillas, pero, se supone, se quedó dormido sobre su cama sin darse cuenta.

No se sabe el tiempo que transcurrió, pero Hübner, que estaba durmiendo en otra cama al lado de Ryall, se despertó encontrándose cara a cara con el león que estaba dentro del vagón, pues la puerta la habían dejado medio cerrada y el león la había empujado hacia un lado al ser corrediza, y que, después del empujón del animal, se volvió hacia atrás haciendo que se cerrara el pestillo, bloqueándola totalmente.

Hübner se quedó más que petrificado al ver al león casi tocándole, pero éste, por la razón que fuera, había centrado su atención en Ryall, que seguía durmiendo. Pasando por encima de Parenti, que estaba sobre un colchón en el suelo, se fue directamente hacia Ryall, a quien le dio un zarpazo entre la cabeza y el cuello que lo mató en el acto, muriéndo, el pobre, sin saber lo que le ocurría, pues sólo emitió un pequeño sonido según comentaron luego sus amigos. Cogiendo a Ryall de un bocado por el sobaco izquierdo y, pasando nuevamente por encima de Parenti, que estaba más muerto que vivo, el león se dirigió con su carga mortal hacia la puerta del vagón, pero ésta, como ya se ha dicho, se había cerrado con el pestillo y no había forma de abrirla.

Entonces el león utilizó la vía directa, que fue romper el cristal de una de las ventanillas y saltar fuera llevándose el cuerpo de Ryall bien sujeto en su boca. En aquella época los cristales se rompían con facilidad, no como los actuales utilizados en los ferrocarriles que no habría león capaz ni de rayarlos….

Hübner se quedó, mientras tanto, intentando abrir la puerta sin el menor resultado, pues los nativos que les acompañaban, al salir huyendo, cerraron la puerta por fuera con el seguro puesto, al grito de sálvese el que pueda, sin intentar, ni locos, ayudar a los tres blancos.

Parenti consiguió ponerse de pie, después de pasarle por encima el león con su macabra carga, saltando también por la ventanilla ‘abierta’ por el león, y corriendo hasta la estación gritando con toda su alma pidiendo socorro, en lo que no le faltaba nada de razón después de la terrible experiencia.

El asesino en la jaula

A raíz de lo ocurrido, las autoridades del ferrocarril ofrecieron una recompensa de cien libras esterlinas, lo que era una pequeña fortuna entonces, a quien consiguiera matar aquel león.

Entre los que lo intentaron con éxito, apareció un empleado hindú del ferrocarril, quien, muy hábilmente, diseñó una trampa que dio muy buen resultado, pues al poco tiempo cayó el león en ella, y en la que tuvieron al animal, el llamado Asesino de Kima, varios días exhibiéndolo hasta que se decidió matarlo de un disparo dentro de la jaula.

Contrariamente a lo que se suponía, este león no padecía ninguna minusvalía que le impidiera cazar sus piezas habituales entre los muy abundantes animales salvajes de entonces.

Su aspecto general era perfecto, sano y con todas sus garras y colmillos en pleno uso. Además, había demostrado que no temía a las personas, como se vio al embestir el depósito de agua donde estaba escondido su presunto cazador, derribándolo, y más tarde entrando en al vagón donde dormían tres personas, seleccionar a Ryall, matarlo y escapar con él por la ventanilla del balcón después de romperla, sin esfuerzo aparente, por lo visto, llevando a su víctima bien sujeta por la boca.

El león asesino de Ryall, en Kima, dentro de la jaula donde lo exhibieron algún tiempo antes de matarlo de un disparo.

Todo esto hace que El asesino de Kima fuera único en su comportamiento, verdaderamente diabólico, para desgracia del infortunado Ryall.

A lo largo de mis 62 años como cazador profesional en África, tuve la oportunidad de cobrar 340 leones, entre los de mis licencias, en operaciones de control y, los muchos, desgraciadamente, que tuve que perseguir y acabar con ellos heridos previamente por clientes poco seguros de su puntería, pudiendo asegurar que nunca me encontré con un león que, ni de lejos, se pareciese al Asesino de Kima… gracias a Dios. CyS

Cine y literatura

El teniente coronel John Henry Patterson fue el ingeniero de la construcción del puente sobre el río Tsavo y logró abatir ( con un rifle Martini-Enfield calibre .303) a Los devoradores de hombres de Tsavo. Con este mismo título publicó su relato en 1907.

Basada en el relato de Patterson, en 1996 Stephen Hopkins realizó la película The Ghost and the Darkness, traducida al castellano como Los demonios de la noche, con Val Kilmer y Michael Douglas como protagonistas principales y que obtuvo un Óscar a los mejores efectos de sonido.

Según el relato de Patterson los leones devoraron a 135 trabajadores del ferrocarril, aunque estudios recientes apuntan que fueron 35.

Por Tony Sánchez Ariño • Fotografías: autor, Licinia Machado y Fotolia

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