África

Leonas a la huella

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Una cacería de fuste

Por Joaquín España / www.mbogosafaris.com
Fotografías: Mbogo Safaris

Si observamos los destinos que nos proponen la gran mayoría de los países africanos donde se operan safaris de caza ‘grande’, en casi ninguno de ellos aparece la opción de caza de esa gran desconocida: la leona.

Si los analizáramos en detalle, ya sea en Benín, Camerún, Etiopia y República Centroafricana, en el África central o en Tanzania, Sudán, Zambia, Zimbabwe, Bostwana, Mozambique, Namibia, Uganda y Sudáfrica, veremos que sólo en el África del sur, en dos de los países mencionados, es posible acceder a esta cacería, principalmente en Sudáfrica y en algunas zonas de Zimbabwe, y con muchísimas reservas en los últimos años.
Hay un conjunto de cazadores experimentados, conocedores de su oficio, que han movido su zurrón por todos los lares africanos y que han visto en sus correrías por el África subsahariana la tan conocida artimaña del PAC, el, a veces mal llamado, Problem Animal Control. Con este término se define a estos animales que son abatidos por haber causado daños a las personas o al ganado o, simplemente y a veces, por merodear cerca de asentamientos y poblados. En realidad, en ocasiones, se confirma como un coladero que intentan colocar, a ver si ‘picas’ y entras ‘al trapo’ a precio reducido.
Es difícil que en alguna ocasión te pongan delante de ti una leona del PAC. No únicamente por la dificultad que entraña la misma, sino porque el posible beneficio comercial es muy bajo.
La gran mayoría de los cazadores deportivos desdeñan su caza, tal vez porque no es relevante compararla con su compañero, el león, con esa gran melena que lo hace realmente diferente y majestuoso, o con ese porte que le permite actuar como el verdadero señor de la sabana, el cual siempre da la cara y te mira de frente, sin temor, de poder a poder.
Pero realmente, si analizamos la realidad, ésta es un poco distinta. Muchos cazadores han tenido a mano un elefante, un búfalo o un hipo del PAC, pero qué difícil es que en algún momento de su periplo de cazador africano se le ofrezca, a este cazador deportivo, una leona de ‘daños’.
La respuesta es muy fácil: la caza de la leona es mucho más difícil que la caza de un gran león. Los cazadores profesionales las tenemos mucho respeto y estima, pues sabemos, a la perfección, que cuando tu la cazas ella también te caza a ti. Ella caza en círculos, te toma el aire, se detiene para barruntarte, te espera, se sube a las ramas de los árboles para otearte y, en cuanto te descuidas lo más mínimo, ella te hace un lazo y se pone a tu espalda. Y en el momento que se siente sin espacio… te carga, se te viene encima.
Nuestra leona no necesita exhibirse, mostrarse como el macho, es mucho más rápida que él, no necesita ser majestuosa, aunque es grandiosa. Ella simplemente caza, es Diana, ella es el sustento del grupo hasta que, por edad y falta de boca, se deja morir.
Cuando lo hace es porque está en el fin de su ciclo vital, sus articulaciones empiezan a no permitirle cazar como antaño y, cuando ella siente ese momento, es cuando se deja llevar, abandona su grupo y se prepara para su fin. Es un periodo de tiempo no muy largo, máximo un año. Después será pasto de los otros predadores de la sabana, las hienas y los perros salvajes.
Muchas veces, cuando ha llegado ese momento en el que abandonan el grupo, cuando no pueden ser cubiertas y procrear, éste es un buen momento para el cazador deportivo, ya que ellas están todavía fuertes y, aunque se retiren del grupo están enteras, cazan solas… Y es uno de los mejores momentos para obtener un  gran trofeo.
Recuerdo con mucha intensidad uno de los veranos, a principio de este último decenio, en el que planteábamos cazar una leona de trofeo, con nuestro amigo Marcos, en las llanuras del Serap, en el noreste de Sudáfrica, cerca del río Molopo.
Teníamos dos licencias de leona en el bloque sur, y sabíamos que no iba a ser nada fácil encontrar a un par de intrépidos. Pero convenimos en preparar un safari en el mes de octubre, para intentar ese desafío cuando la hierba estuviera lo más agostada posible.
Tendríamos que esperar que, primeramente, se operaran las licencias de león, para poder tener rienda suelta e iniciar la operación de las leonas.
Hay que tener en cuenta que no se pueden poner cebos para emplazar a las leonas, dado que los cebos los toman rápidamente las manadas y la caza se hace muy difícil de identificar. Sin embargo, la manera más fácil de ubicarlas es la búsqueda de huellas en cruce en los caminos longitudinales que atraviesan y delimitan los bloques de norte a sur.

La leona del PAC
Antes de la llegada de Marcos, a finales de agosto, teníamos muy bien controlado el bloque, ya que, en varias ocasiones previas a su llegada, habíamos estado buscado huellas y teníamos dos emplazamientos en los cuales estábamos seguros de que una leona solitaria se movía a sus anchas.
El primer día de caza, preparatorio al safari próximo, fue del todo frustrante. Recorrimos varias veces las cuadriculas de caminos que componen el perímetro del bloque y  no vimos ninguna huella de nuestra leona; los pisteros vieron un cruce, pero éste estaba formado por un grupo de una leona con dos crías y tal vez un león muy joven, no estaba muy claro.
Al finalizar la mañana llegamos a una salina donde, normalmente, pacen los springbuck y recibimos una llamada por radio indicándonos que había ocurrido un accidente en el bloque anexo, en Rietfontein, y que un trabajador que estaba limpiando un pantano con una pala escavadora había sido atacado por un león.
Este tipo de noticias siempre recomiendo tomarlas con cautela. Muchas veces son únicamente chascarrillos que se agrandan en el viento africano antes de concluir en algo no mucho mayor que una escaramuza.
No estábamos muy lejos y  nos desplazamos hacia el pantano donde estaba trabajando. Este tipo de trabajos son muy habituales al final de la época seca, para proceder a la limpia del cieno del fondo y así, cuando las lluvias lleguen en breve, tener opción de acumular una mayor cantidad y calidad de agua en los reservorios que serán como el maná líquido para los animales en los meses venideros.
Después de varias disquisiciones y discusiones nos vimos envueltos en un torbellino en el cual, el personal de la reserva, nos asignaba la grata labor de cumplir la misión de acabar con él o con ella, dado que estábamos libres y no esperábamos a ningún cazador en las próximas dos semanas.
 En ese momento me vi como titular de una licencia del PAC de león, de diez días de validez.
Nos pusimos manos a la obra y, lo primero, fuimos a ver donde había ocurrido el accidente. Nos acompañaba el jefe Geilie, un hombretón de unos cuarenta años de más de 110 kilos de peso y casi 1,90 de estatura. Es una auténtica leyenda en la caza de leones en la frontera de Bostwana, en el Molopo, un referente en cuanto a caza grande pero, ante todo, un maestro en la caza del león.
Una vez visto el estado de la situación, me miró y, quedamente, me dijo: «Es una vieja leona que le cuesta mucho comer, pero el problema no es ese, es el de siempre. Ella ya ha probado la carne humana y, nadie te sabrá decir muy bien por qué, pero, cuando esto ocurre, generalmente repiten».
Iniciamos las operaciones y comenzamos a poner cebos en la zona de autos. Dos días después del incidente no había ni un solo cebo tomado.
Los pisteros, buenos conocedores del emplazamiento, nos sugirieron que al menos necesitábamos otro día más de ayuno de la leona, y Gielie sugirió iniciar la búsqueda en las salinas, que es donde habría una mayor cantidad de antílopes y donde, presumiblemente, intentaría encontrar comida, por su mayor facilidad para encontrar caza disponible.
A la mañana siguiente rodeamos la salina y, efectivamente, hacia el mediodía vimos las huellas de nuestra leona sobre la arena anaranjada. Había estado tumbada, era muy grande e iba sola, aunque es una pena que las huellas fueran de primerísima hora de la mañana. Los pisteros se afanaban en buscar y comentamos donde podríamos tener que comenzar al día siguiente nuestro periplo.
Al volver al coche nos sorprendió una carrera dentro del cinturón de pinchos y vimos un grupo de oryx que, espantados, corrían en algarada hacia un lateral debido a la presencia de algún animal, o por algún ruido, pero no por nosotros que no lográbamos saber qué les había podido producir ese temor. Los pisteros nos miraron y nos sugirieron que tal vez podría ser nuestra leona. ¿Por qué no?
Volviendo al campamento nos miramos. La tarde había sido venturosa, pero se sientía en el ánimo la necesidad de ver a nuestro objetivo, esa leona que no lográbamos encontrar.
Al amor del fuego del campamento hablamos de planes preparatorios para el día siguiente. Nantu, el jefe de los pisteros, oriundo y conocedor de los meandros del Molopo, nacido y crecido en ese entorno, nos sugirió que estuviéramos antes  de la salida del sol cerca de la salina, esperando la primera claridad para ver donde podíamos cortar las huellas.
De noche todavía, ya estábamos en camino. Paramos el coche en un pequeño altozano que nos permitirá divisar al menos quinientos metros de camino. La aurora se aproximaba. Cuando ya éramos capaces de barruntar el camino nos pusimos en marcha. Llevábamos media hora y, de pronto, los pisteros vieron el corte de la huella de nuestra leona, ¡era ella!, ¡qué grande es!
Preparamos el equipo para seguirla. Empezó el pisteo. La marcha era lenta y a veces se hacía insoportable. Los pisteros perdían en innumerables ocasiones las huellas y había que volver atrás para volver a tomar el camino. Llevábamos así desde las seis y eran más de las doce del mediodía. En unos arbustos de pinchos paramos la marcha y los pisteros observaron las huellas en donde había estado tumbada la leona. Era una buena señal y probablemente se echaría en breve. El calor empezaba a ser asfixiante.
Avanzamos con mucha cautela. Entramos en un cauce seco y vimos las huellas que la leona había dejado cuando, en varias ocasiones, había sesteado. Eran casi las dos y el calor apretaba y mucho. Seguimos el rastro y, a unos quince metros, el pistero la vio… Estaba tumbada bajo un árbol.
Levanté el express y les pedí que esperasen y que no se moviesen. En ese momento, la leona nos divisó y se levantó. Tiré y acusó el impacto. Gielie me dijo: «¡Tira, tira otra vez!». Le hago caso, pero la leona ya está muerta.
Nos abrazamos… fueron momentos muy intensos. Gielie había cazado conmigo de profesional muchos leones en los últimos diez años, pero, normalmente, aunque no sientas la misma satisfacción que embriaga al cazador deportivo, cada vez que un lance tiene lugar, se obtiene un grado de placer con la resolución del mismo, sin olvidar que siempre estás del otro lado del escenario. Es una alegría contenida que no tarda en convertirse en una explosión de júbilo, pero no tiene nada que ver cuando eres tú el actor, el protagonista de la historia.
Vivimos el lance en primera persona, como primeros actores, no en segundo término como hacemos los profesionales, habiendo vuelto a padecer en lo más hondo aquellos sentimientos, esos que te reconfortaban con el golpe total de adrenalina cuando el éxito te sonríe.
Volvimos al campamento. Esa noche no hubo caras largas, sólo alegría y felicidad. Celebramos de manera muy íntima ese momento siendo conscientes de que la naturaleza, ese día, nos había permitido jugar nuestra baza.

La leona de Marcos
A finales de septiembre, nuestro amigo Marcos vino a hacer su sueño realidad: conseguir una leona muy grande. En las últimas dos semanas habíamos estado buscando huellas sin suerte alguna. Unas horas antes de su llegada tuvimos una breve reunión con los responsables de bloque a ver si había noticias de una leona grande y solitaria.
Apie, que dirigía el bloque sudoeste, nos comentó que el había estado viendo huellas de una leona grande en el último mes y a menudo, cerca del cauce seco del río, pero que, como no se estaba cazando en esa zona, no tenía seguridad en que aún permaneciese allí.
Salimos en busca de esa leona y no fuimos capaces de encontrar ningún vestigio. Nantu comprobó, aguadero por aguadero, y en uno de ellos había un grupo de huellas viejas y muy desfiguradas por el pisoteo de otros antílopes.
Marcos llegaba al siguiente día y nada más recibirle le explicamos la situación. Íbamos a cambiarnos de bloque, ya que habíamos visto unas huellas de leona y el jefe de la zona aseguraba que había estado viendo huellas el mes pasado. Además, era la mejor zona para intentar eland, springbuck y ñu negro.
A la mañana siguiente salimos a ver si cortábamos huella. Durante cuatro horas escudriñamos todos los caminos y aguaderos sin éxito en la búsqueda. Ya por la tarde, y de vuelta al campamento, en un llano yermo, en el que cuando las lluvias llegan se producen pequeñas lagunas, mientras que el resto del año es un lugar sin vegetación y agrietado por el sol, divisamos un grupo de machos de springbuck del Kalahari.
En uno de los extremos donde comenzaba el monte, vimos un gran macho solitario. Bordeando el pan, nos acercamos a él, le puse los palos y Marcos tiró. El trofeo era espectacular. Los springbucks en esa zona próxima al desierto tienen una gran calidad. Hicimos unas fotos con las últimas luces y reanudamos la marcha de vuelta al campamento.
A la mañana siguiente salimos muy temprano, casi de noche, a volver a comprobar si había huellas de la leona. Dejamos el coche y empezamos a hacer círculos dentro de la zona cercana al aguadero a ver si encontrábamos huellas frescas.
Hacia mediodía, la búsqueda había sido infructuosa y decidimos retirarnos a una zona de tamboties altos y frondosos. Al llegar a ellos vimos un grupo de eland pastando, pero ellos no nos vieron y estaban mezclados con ñúes azules y cebras.
La situación no nos era favorable, pero le preguntamos a Marcos si quería que lo intentásemos. Había una huella de eland que parecía un macho grande. Aunque no lo habíamos visto, parecía merecer la pena.
Entramos con el aire a favor y nos aproximamos a la manada. Los animales estaban muy nerviosos; los ñúes estaban continuamente en movimiento pero nosotros estábamos tapados y no les dábamos el aire. Los eland también estaban todos concentrados mirando en una única dirección.
Reptamos a través de los pinchos y llegamos hasta unos cuarenta metros del grupo de cabeza de los eland que miraban en otra dirección. Nos apostamos detrás de un termitero y ¡allí estaban las huellas de nuestra leona! Ella había pasado hacía un momento por delante de nosotros y ese era el punto de atención de todos los antílopes.
A pesar de todo, decidimos intentar tirar al eland grande. A los pocos minutos el grupo se desplazó. Un gran macho salió al claro y  nos mostró, en su costado, las huellas de algún encuentro fortuito con los leones. Marcos tiró y el eland cayó abatido en el sitio.
Fotos y felicitaciones se sucedieron, pero nos sentimos inquietos y pretendimos salir de allí lo antes posible. Cargamos el eland en el coche y le pedimos a los pisteros que dieran una vuelta en círculo, a ver si las huellas de la leona estaban frescas. A no más de treinta metros estaban claras en el suelo y seguro que ese era el motivo por el que todos los animales estuvieran nerviosos e impacientes antes del tiro.
Nos felicitamos por esto. Volvimos al campamento ya que la noche se nos echaba encima. La cena fue relajada y no hubo muchos comentarios. Decidimos irnos pronto a descansar; al día siguiente intentaríamos dar con ella y necesitaríamos todas las fuerzas disponibles.
Salimos sobre las cinco, aún de noche, en dirección hacia los eland el día anterior. Al llegar, todos estábamos muy ilusionados y empezamos la búsqueda… pero no hubo suerte. Hacia las ocho, y después de más de tres horas sin cuartel, la moral estaba muy baja y decidimos volver hacia el campamento a ver si teníamos más suerte con otros antílopes.
Nada más cruzar el cauce seco del río, ¡la vimos! Estaba sentada sobre los cuartos traseros, a un lado del camino mirando a un grupo de ñúes negros.
Bajamos todos del coche. Estábamos como a unos quinientos metros y la leona era espectacular, inmensa y sólo tenía ojos para los ñúes.
Le pedí a Marcos que cargase, porque íbamos a entrarle por detrás, aprovechando que el viento era suave pero firme, y avanzamos a buen paso sin que ella nos prestase atención.
A unos cincuenta metros, Marcos tiró y la leona saltó, herida de muerte, corriendo hacia nuestra derecha y metiéndose entre los pinchos.
«Marcos, no te preocupes, lleva un buen tiro de paleta». Avanzamos en su dirección y la vimos tumbada. Ella nos vio, se incorporó y, en un último suspiro de vida, levantó el rabo por encima de su espina dorsal y se nos vino encima. Marcos tiró y… cayó a unos metros a sus pies. Muerta.
El lance fue muy intenso y todos nos felicitamos por como había salido y lo complicado que podría haber sido.
Fotos, abrazos, emoción contenida, mucha camaradería y, sobre todo, darle nuestra más sentida enhorabuena por ese feliz desenlace.
De vuelta al campamento, todo fueron parabienes, felicitaciones y una noche de fuego de campamento inenarrable.
Le pregunté a Marcos: «¿Recuerdas el lance?». Me contestó que no, en detalle. Paso a paso le expliqué, como en una moviola, la secuencia.
«Tiras la leona, el tiro es bueno de codillo, pero un pelo alto, y la leona se tapa en los pinchos. Entonces toma la postura clásica, como los gatos domésticos, se tumba con la cabeza entre las patas delanteras. Ése es el momento cumbre. Te ve y, cuando levanta la cola por encima de la columna, es que te está avisando. Tienes un par de segundos antes de que se te venga encima. Ese comportamiento no lo tendría un león macho, ellas casi siempre cargan».
Eso es lo que hace que la cacería de leona sea siempre un reto de mayor dimensión que la caza del león, porque, casi siempre, por no decir siempre… ¡ellas cargan! CyS
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