Europa

Los corzos de Vojvodina ‘Druge’ (otro más)

Éste es el primer corzo que cazó el autor en Vojvodina, fue medalla de plata.
Por Moisés Camarero

Salí muy temprano de Barajas facturando armas directamente a Belgrado (Serbia) vía Dusseldorf. El vuelo de Lufthansa salió puntual e hice el transbordo con la sorpresa de que la policía alemana me llamaba para revisar mi rifle. Todo estaba en orden y a pesar de que apenas quedaban unos minutos para abordar el avión, el equipaje llegó completo y a tiempo. ¡Ufff!

Sasha, el encargado de Safari International en Serbia, me estaba esperando en la cinta de recogida de equipaje. Me acompañó a la revista de armas y, hecho el trámite con la policía local, partimos al norte, rumbo a las llanuras de Vojvodina, casi en al frontera con Hungría.

Por el camino, que duró unas dos horas por una autopista relativamente buena, vi un paisaje muy rural, con llanuras infinitas de cultivos básicos (cereales, patatas, maíz y más al norte también páprika –pimentón dulce–). Pude admirar la belleza de varios ríos, especialmente el Danubio y el Saba, majestuosos en su ancho fluir entre veredas arboladas.

Sasha me confirmó que la industria en Serbia es escasa, aunque en otro tiempo hubo un floreciente comercio de armas y algunas manufacturas importantes. En tiempos de la antigua Yugoslavia les iba bastante mejor. Además, la capital se estableció en Belgrado… Tito fue un político muy inteligente.

La calidad de las frutas y verduras es muy notable, hasta el punto de que se comen crudas y sin aderezo –a bocados– en la típica ensalada serbia que acompaña muchos platos. En estos tiempos en que está de moda cocinar poco los alimentos, resulta que los serbios son los reyes: cebollas tiernas, pimientos, pepinos, tomates y rábanos a bocados y directamente de la huerta. El agua embotellada es también extraordinaria, tan buena que varias de las marcas de cerveza más conocidas tienen sus factorías principales en Serbia. Algo que me llamó también la atención es que en muchos lugares fabrican su propio aguardiente casero, de mucha mejor calidad que la comercial, cosa que también es costumbre en Eslovenia. Me traje un par de botellas.

La primera tarde
Llegamos a las 16:30 a un encantador hotel, cerca de la bonita localidad de Subotica, llamado Salas Dordevic. Dejamos las maletas y salimos a recoger al guarda del club de caza de Srpski Krstur, y a dar una vuelta por la concesión. Fue la que más me gustó. El guarda se llama Beca y es un ejemplo de profesionalidad y simpatía.

Hay que destacar que en la enorme zona que gestiona Safari Internacional, hay lugares con muy distinto tipo de tierra y por consiguiente de corzos. Hay zonas que dan trofeos largos, claros y pesados y otras que dan cuernas más oscuras, gruesas y perladas. Ésta zona era de las últimas.

Los derechos son siempre de los clubes de caza, uno en cada población, y el guarda tiene la última palabra para tirar o no un corzo. La gestión es muy correcta y profesional, aunque sin llegar a los extremos austriacos.

Esa primera tarde fue nublada y fría, pero vimos en dos horas más de 10 machos, algunos muy interesantes. No tiré, pero quedé gratamente impresionado.

Mañana sobresaliente
Al día siguiente, 5 de mayo, nos despertamos a las 3:45 y recogimos a Beca a las 4:30. El primer corzo de mi vida lo tiré a las 7:00. Fue un disparo a 130 metros y resultó ser el mejor trofeo del viaje, medalla de plata. Como era el primero, me castigaron simbólicamente con unos golpes de vara, según la costumbre.

A las 8:30 tiré otro corzo muy bueno a 120 metros que resultó bronce alto, y al final de la mañana, sobre las 9:30, otro más que tenían localizado en otro club de caza, el de Strelac, que resultó casi medalla. Volví al hotel a desayunar bastante satisfecho, como podrán imaginar.

La caza se hace principalmente desde el coche, cosa que no me encanta, pero es la única posibilidad. Las grandes extensiones, completamente llanas, con una visibilidad de dos y tres kilómetros en cualquier dirección, hacen imposible una aproximación.

Entre tanto, un cochino de 200 kilos
Mientras comíamos, Sasha me comenta que han localizado en la zona un jabalí gigantesco que ha estado atacando los depósitos de maíz de las granjas y que lo tienen ubicado en un bosquecillo. «¿Gigantesco?», pregunté. «Sí, unos 200 kilos». Estas palabras inquietan mucho a un cazador español, pero procuré terminar de comer manteniendo la compostura.
 
Llegamos al lugar lo antes posible y empezamos el rececho penetrando en el lugar muy despacio. A los pocos minutos veo una sombra entre los árboles del tamaño de medio coche. Al principio pensé que era una roca muy grande, pero luego me di cuenta de que las rocas no suelen moverse y ésta, además, iba gruñendo. Seguí al cochino, que era un monstruo, muy despacio, procurando no hacer ruido, mientras éste iba saliendo del bosquecillo. Mi calibre –.270 Win con balas blandas– era bueno para corzos, pero completamente inadecuado para semejante tanque, así que intentaba guardar el máximo sigilo, apostando a colocarle las cuatro balas ‘en frío’ antes de que me viera siquiera.

Como decía, el jabalí iba en dirección a un claro y, precisamente al salir, me ofreció el costado por un instante, aprovechando para colocarle en su sitio la primera bala. Pareció molestarle más que herirle, pero enfiló el llano en vez del bosque –error–, lo que me dio la oportunidad de colocarle rápidamente otros dos disparos en la paletilla. Como no caía, le tiré la última bala al cuello, con la fortuna, o el buen tino, de alcanzarle el hueso. Cayó fulminado, hundiendo el hocico en el suelo en mitad de su loca carrera. Recargué rápidamente –por si las moscas– y me acerqué por detrás apuntándole. La tensión era tal que si pasa una mosca le suelto otro cargador entero. Por suerte estaba bien muerto.

Rápidamente aparecieron cuatro guardas del club de caza y el jefe tomó como trofeo los testículos. Supongo que eran para comerlos, pero no pregunté ante la estampa de semejante hombre de dos metros de alto, con un par de testículos recién cortados en su manaza y una sonrisa de oreja a oreja en mitad de su cara de boxeador.

El bicho era tan feo que resultaba hasta bonito –me refiero al jabalí–. Las navajas eran espectaculares, acordes con sus casi 200 kilos de peso. Los guardas tenían un tamaño acorde. Abultaban el doble que yo –y mido 1,80–, pero con todo y con eso, hicieron falta cuatro para subir el animal al todoterreno.

Después de este episodio, seguimos a la zona de caza y por la tarde tiré un selectivo muy viejo del tipo ‘asesino’, de una sola punta larguísima por cuerno.

Corzos distintos
Al día siguiente, después de otro tremendo madrugón, nos dirigimos a una zona más cercana en el pueblo de Kanjiza, que da un tipo de corzo distinto, por lo que pude observar y luego me confirmó Sasha. Esta tierra tiene mucho más calcio y los trofeos crecen más claros y menos perlados, pero más largos y pesados.
 
El día amaneció soleado presagiando una buena caza, pero luego hizo mucho frío y nos pasamos toda la mañana buscando un trofeo concreto muy bueno que no apareció. Por la tarde tiré los corzos de cupo que traía incluidos en el paquete. Por cierto, que uno de estos corzos lo tiré exactamente en el corazón a 240 metros, que ya son metros para un corzo. También hay que decir que la Ballistic Tip de 140 grains en calibre .270 Win los dejó planchados sobre su patas, a todos menos a dos, sin sufrir lo más mínimo.

Al día siguiente desperté menos cansado, ya más acostumbrado al horario partido, y salimos a buscar un trofeo concreto. Sobre las 9:00 detecté en el interior de un bosquecillo una hembra y a los pocos metros un macho. Dije «Druge» –que en serbio significa ‘otro’– y rápidamente los guardas dijeron «Descarte» –que significa ‘selectivo’–. Dicho y hecho, a los cinco segundos había sido ‘descartado’. Parece que el corzo podría haber estado enfermo, aunque tenía un bonito trofeo. Sobre las 10:00, al no dar con el que realmente buscábamos, tiré otro bonito corzo a unos 120 metros, muy largo y pesado y que habíamos estado admirando la tarde anterior, dando así por terminada una gran cacería en este interesante país.

Rematamos con una comida en un restaurante típico junto al río, donde tomamos sopa de carpa con páprika y pasta, y de postre somloi galuska, todo muy al estilo húngaro. También les recomiendo vivamente las salchichas caseras, que en toda la antigua Yugoslavia son muy buenas y se llaman kobasica o cevacici. Y no se pierdan el desayuno tradicional, burek, un pastel de hojaldre relleno de queso fresco, y si tienen la suerte de que sea casero, como yo la tuve, aún mejor.

Capreolus divertidus
A destacar la cantidad de corzos, faisanes y liebres que pueblan esta zona, realmente maravillosa para la caza y de gran belleza paisajística, con llanuras infinitas y ríos majestuosos. Realmente es difícil encontrar corzos no tirables, por lo que los aficionados al Capreolus divertidus pasarán unos días inolvidables, descartando literalmente 20 o 30 machos cada día en favor del que buscan. Cuidado con los ‘trofeos de una vida’, que los hay, pero tienen su precio.

Les recomiendo alojarse en el encantador hotel cercano a Subotica, en vez del habitual, llamado Aquabanon. Dispone de casas individuales de estilo tradicional, totalmente nuevas y calidad mucho más que correcta, rodeadas de espléndidos jardines de excelente gusto. Mi habitación estaba formada por recibidor, antesala, dormitorio de más de 30 metros cuadrados y baño. Además, los dueños hablan perfecto inglés y tienen unos modales exquisitos. Este hotel queda un poco más lejos, pero vale la pena.

La organización de Sergio Dimitrijevic en Serbia es casi perfecta, con la ventaja de contar con uno de sus miembros en sitio y acompañándote en todo momento. Sasha, más que allanar los problemas, los aplasta con su fuerte carácter. Le recogerá en el aeropuerto y le dejará a su vuelta con maletas, trofeos y armas facturadas y, con un poquito se suerte, con todos sus objetivos cumplidos.

Hermosa imagen de las llanuras de Vojvodina al amanecer. La enorme visibilidad en todas direcciones dificulta las aproximaciones a los corzos.
El resultado de las dos primeras horas de la mañana: dos corzos medalla.
A pesar de las escasez de comida apta para el Sus Scrofa que se da en abril, este jabalí pesaba 200 kilos.
A diferencia de los primeros corzos, de cuerna gruesa, oscura y perlada, éste es largo, claro y pesado por la diferencia de suelo. En la imagen, con el pintoresco grupo de guardas de caza del lugar.
El corzo ‘asesino’ resultó ser bastante viejo.
El hotel Salas Dordevic, cerca de Subotica. Es un lugar hermoso donde descansar de una dura jornada de caza.
La catedral ortodoxa de Belgrado es la segunda más grande del mundo. Sigue construyéndose con fondos de suscripción popular, sin participación del Estado.
Uno de los majestuosos ríos de Serbia. Éste es de los ‘pequeños’ y queda muy cerca de las zonas de caza.
El último corzo del viaje. También un bonito trofeo de un total de 8.

 

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