Caza Menor

La verdadera extinción de la patirroja

Son muchas las justificaciones que llevo oyendo, durante años, sobre la decadencia de nuestra perdiz roja –y de otras especies de menor– por el crecimiento de alimañas –águilas, zorros y jabalíes–, así como por las despoblaciones de campesinos sedentarios en los montes.

Por otro lado, también están las cosechadoras modernas, la recolecciones nocturnas y sus formas de segar los parajes, la escasez de lluvias, el pedrisco, el cambio climático, los perdigones de plomo, los furtivos, etc. Todo esto es importante tenerlo en cuenta, porque no dejan de ser una agresión evidente para las perdices, aunque algunas de ellas, como las águilas y otras rapaces, siempre han existido y décadas atrás teníamos más perdices que nunca. Esto me confirma que, hoy por hoy, las pocas perdices autóctonas que nos quedan están en las sierras y montañas, conviviendo con las alimañas, en terrenos donde antaño no cazábamos por comodidad, pero ahí estaban.

La agricultura agresiva

Antes, en los buenos cotos, solíamos tener guardas que se ocupaban de proteger algunos nidos situados en el medio de la siembra (los menos) para que las cosechadoras los respetaran, aunque el mayor número de ellos se encontraba en las lindes o lindazos de los cereales.

Concretando, es evidente que la gran escasez de perdices se corresponde con las grandes extensiones de cultivos de cereales, que son los grandes hábitats por excelencia de nuestra patirroja, casi indispensable para su proliferación, donde encuentran, como principal alimento, trigo y otros cereales, sin olvidar las semillas silvestres, así como insectos y otros que aportan proteínas, pues, como auténtica gallinácea, además de ser herbívora también es insectívora, preferentemente de esos insectos que ya escasean en nuestros campos.

Todo lo antes dicho da unas ideas claras que desde la implantación de la agricultura transgénica se ha ido mermando la población de estas aves, que demostraron durante siglos que estas nuestras tierras eran para ellas como un paraíso. Pero el inicio de labores agresivas –al margen de que son venenosas y nocivas– con sus transformaciones genéticas, conllevan unos tratamientos de herbicidas y pesticidas (venenos) para que sus labores sean fructíferas. Estos pesticidas comienzan a expandirse en una época que coincide con el anidamiento de las parejas de perdices, que es cuando las siembras comienzan a cuajar su desarrollo y posterior espigamiento, cuyos brotes picotea la patirroja con frecuencia. Si al pulverizar estos venenos no llueve de inmediato, provocan, al ser digeridos, nefastas consecuencias y debilitamiento de las defensas de estas aves, a veces, irreversible. Eso, por una parte, pero, aunque lloviese, este veneno esparcido por el campo, además de eliminar la mala hierba, termina con los pequeños insectos y sus medios de subsistencia, así como con larvas, gusanos e infinidad de diminutos invertebrados, exterminando dichas especies. Ahora no hay saltamontes, hormigas, orugas, arañas, grillos, mariposas, libélulas, lombrices, luciérnagas, abejas…, y sólo van quedando insectos carnívoros, como avispas, tábanos, moscas y mosquitos.

Está demostrado que donde se mantienen parajes de pequeños baldíos de terrenos y enclaves naturales, las queda algún respiro de sujeción del total exterminio. Para más detalle, se puede comprobar la desaparición de los reptiles insectívoros, como lagartos, lagartijas, camaleones, salamandras, etcétrera, que, a su vez, arrastran a la extinción a pequeñas aves insectívoras, como golondrinas, vencejos, abejarucos alondras y otras más, así como a pequeñas rapaces omnívoras, cernícalos y alcotanes, y las pocas de estas rapaces que se repueblan no tienen ningún futuro. Ahora, sin embargo, sí que se proliferan las aves carroñeras, como urracas, arrendajos y cuervos. En las épocas de máxima bonanza de las perdices había más rapaces y alimañas que nunca, y  todo esto tiene su lógica.

Ampliando las consecuencias de estos vertidos agresivos, ya que parte de ellos son diluidos y arrastrados por las lluvias  a regueros, riachuelos, ríos, lagunas y balsas, se mueren las larvas que en su metamorfosis a posibles insectos, como gusarapas, cangrejillas, etc., y también poblaciones de animales acuáticos como ranas, camarones, cangrejos, cachuelos, gobios, bogas y truchas. En fin, que si no rompemos un eslabón de esta cadena es imposible la supervivencia, porque cada ser es predador de otro.

Se puede demostrar que donde no existen estas explotaciones agrarias, que no suelen sobrepasar de los 700 u 800 metros de altitud, se conserva todo el hábitat natural y, en contrapartida, los lugares extinguidos se han compensado con repoblaciones de animales genéticamente preparados para vivir con esta contaminación, y que pueden desarrollarse en aguas contaminadas y putrefactas, como el cangrejo americano y otros, y que, a largo plazo, traen nefastos efectos secundarios.

En el caso de las perdices, que es lo que nos ocupa, ya hace unas tres décadas, aparecieron algunos ejemplares con verrugas en patas y cabeza, coincidiendo más o menos con los comienzos del uso de los transgénicos y pesticidas, y desde entonces he podido observar la merma de esta la especie, como cazador en activo en toda la geografía española.

No a las perdices de granja

Para más inri se nos ocurre repoblar nuestros campos con perdices de granja, y así acabar de rematar la faena. Pues no hay peor ocurrencia, porque, al margen de que estas perdices no desarrollan sus instintos natos de supervivencia, terminan sucumbiendo por predadores o por inanición, aparte de las enfermedades que pudieran surgir con su debilitamiento y que contagiarían a sus congéneres.

E incluso en el supuesto de sobrevivir y aparearse con las autóctonas, sus descendencias futuras seguirían teniendo bastante mermadas sus capacidades de defensa, y reproducción, contra la predación y otras vicisitudes. Por no extenderme mucho, pongo un ejemplo entre cientos: las urracas están pendientes continuamente de averiguar dónde está el nido de la perdiz y ésta tiene que entrar y salir sin que las alimañas la vean, ¿moraleja?

Posible soluciones

Como solución a los problemas existentes, habría que comenzar eliminando los pesticidas y, en contrapartida a este tratamiento para eliminar las malas hierbas de los cultivos, se haría la labor de aricar, que es pasar las vertederas superficialmente a las siembras. Otra de ellas, a la hora de la recolección, es procurar pasar la cosechadora en principio por el centro de las mieses, continuando hacia afuera, para ir espantando la caza hacia el exterior. En caso de continuar con este sistema, por demostrar que es más fructífero, hacerlo rotativo en los cuarteles cada cuatro o cinco años para que las especies y el hábitat puedan recuperarse.

Se trata de que los agricultores sean recompensados económicamente y que se conciencien que, además, pueden ser ‘granjeros’, pudiendo demostrar que la explotación de la caza deportiva es más rentable que el cultivo de cereales, y a las pruebas me remito.

Partiendo de la base de que una hectárea de terreno puede producir (en un año de máxima bonanza), cada dos años, al coeficiente 13 (trece veces lo que sembramos), en una hectárea se podrían sembrar unos 66 kilos de cereal que, multiplicando por 13, nos daría una producción de 858 kilos cada dos años.

De igual forma, a una hectárea de terreno, sin ‘tirar por arriba’, y dejando siempre una amplia madre de cría para la temporada siguiente, se le puede cazar dos perdices, que serían cuatro ejemplares cada dos años.

Así, si nos remontamos a dos a tres décadas atrás, derribar una perdiz en ojeo, se cotizaba a 7.000 pesetas por unidad, que multiplicando por 4, nos daría un resultado de 28.000 pesetas, más la venta de la carne, que por entonces se exportaba, y tenía un valor de 1.000 pesetas. Y aunque algunas veces una pequeña parte de piezas cobradas en el transcurso de una jornada de caza se repartía entre los tiradores, se puede considerar, aproximadamente, la venta de 3 perdices, que multiplicando por 1.000 son 3.000 pesetas y sumadas a las 28.000 pesetas, resultan 31.000 pesetas, cuando, por entonces, a un agricultor le pagaban a 6 pesetas/kilo de cereal, por lo que recibía 5.748 pesetas.

Luego, hay una diferencia muy positiva para la caza de 25.252 pesetas. Y por muchas ayudas y subvenciones percibidas por los agricultores no compensan, ni mucho menos, todos los gastos que la actividad conlleva: fertilizantes, pesticidas, amortización de maquinaria, etc., cuestiones que la cría de caza no tiene (aunque sí algunos otros gastos de menor importancia).

Por supuesto que los cereales son importantes para nuestra alimentación, pero habría que hacer unos estudios previos de programación a niveles estatal para fijar un sistema idóneo de cultivos.

Todo lo expuesto han sido mis experiencias vividas como agricultor, promotor cinegético y cazador, y estoy seguro de no estar errado en las opiniones aquí expuestas. 

Por Juan Andrés Sánchez (www.cuchillosjas.es)

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