En la prensa

La guerra de los galgos (artículo de opinión de Raúl del Pozo)

No sé si tendrían razón los que temen que se ame a los animales contra las personas, pero lo cierto es que en España y en otros países hay una verdadera movilización a favor de los perros, de los gatos, de los toros y en contra de las corridas, las peleas o las carreras con nuestros compañeros los mamíferos. Más 10.000 firmas han pedido a la televisión de Castilla-La Mancha para que no se transmitan las carreras de galgos; más firmas para proteger a los canes que a los desahuciados.

En las redes sociales las asociaciones y los partidos animalistas exigen que no se haga apología del maltrato animal con nuestro dinero. Los activistas no entienden que una cadena pública sea cómplice de la caza, carrera y muerte de los galgos. Me dice mi amigo un labrador de Tribaldos. «Hay gente que trata a sus galgos como a sus hijos. Otros los abandonan o los matan y una nueva sensibilidad los ha tomado como bandera». Los acorralan, los abandonan, los ahorcan, los arrojan a los pozos y les rompen las piernas para que no vuelvan a casa. De la indignación que ha causado esa barbarie se ha pasado a exigir que cesen las carreras de galgos y que se deje de dar publicidad en televisión de las cacerías y los campeonatos.

Enjuto y convexo, de ojos oblicuos, el galgo alarga la llanura y ha sido protagonista de cacerías, sin trampas ni escopetas, para cazar liebres; de poder a poder, en un duelo equilibrado y fantástico. Esta raza autóctona de perros está protegida en el Fuero de Cuenca. Se caza con estos prodigiosos corredores desde el tiempo de los romanos. El Arcipreste de Hita dedica un poema en el siglo XIII al buen galgo viejo que ya no caza liebres y es maltratado: «El buen galgo lebrero, corredor y valiente, / siendo joven robusto, corría velozmente; / con el mucho trabajo, el galgo se hizo viejo, / perdió pronto sus dientes, corría poquillejo / con su señor cazando al saltar un conejo, / no lo pudo asir bien y fuésele al vallejo. / El cazador al galgo golpeó con un palo«. Ese animal faraónico y castellano acompañó a pastores y labriegos, soldados y frailes, que salieron de aventuras para conquistar el mundo. Tierras para el águila, las del ciego sol de los Machado, tierra altiva y libre, donde tener galgo era signo de riqueza. «Soy medianamente rico -se lee en el Quijote– mis ejercicios son los de la caza y pesca, pero no tengo ni halcón ni galgos».

Antonio Romero, el de Humilladero, presidente honorario del PC andaluz, autor de El gran libro de los galgos, me recuerda esta tarde que hay nueve alusiones del galgo en el libro de Cervantes. «La prohibición de cazar con galgo y silenciar su actividad es una amputación de parte de la cultura española». Es verdad que roban galgos, que los abandonan y que hay una nueva ideología contra el maltrato animal. Pero si no se caza, si no se sacrifican gallos, peces y liebres del campo, de la granja o del mar, tendremos que cambiar no sólo la ética sino la manera de alimentarnos.

Por Raúl del Pozo

Publicado en elmundo.es

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