En la prensa

La profesionalización de la caza

Fuente: LNE.es – 25/06/2012

Luis Benito García Álvarez, investigador de la Universidad de Oviedo y especialista en Historia Sociocultural, continúa hoy con su serie de análisis sobre la caza en Asturias, desde la Antigüedad hasta hoy. En esta entrega se analiza la práctica de la caza durante los siglos XVII y XVIII, cuando el exterminio de fieras aún continuó representando un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades locales.

LUIS BENITO GARCÍA ÁLVAREZ HISTORIADOR Pese a la evidente deforestación que se había constatado en las décadas anteriores, aún en el siglo XVII, de todos modos, la masa boscosa venía más o menos a cubrir los espacios que tradicionalmente había abarcado; ello pese a las roturaciones que habían dado lugar a nuevas caserías y a la formación de pequeños núcleos rurales, espacios antes cubiertos por arboleda y matorral. En todo caso, los claros sí que se harían más visibles entrada la siguiente centuria; aunque, eso sí, sin dejar de propiciar los recursos forestales un complemento necesario para la existencia de las comunidades aldeanas y un recurso fundamental a la hora de procurar el abastecimiento de villas y ciudades.

El exterminio de fieras, por su parte, continuaría representando ciertamente un verdadero quebradero de cabeza para todas las autoridades pedáneas, aplicándose la talla prácticamente durante todo el siglo XVIII y dedicándose a su pago pingües recursos; incluso en coyunturas económicas delicadas para las arcas públicas. Ello no deja de evidenciar el cada vez mayor peso de la ganadería bovina en el entramado económico de la región. En el 1700, de este modo, se elaboraría un marco legal más articulado y el exterminio de los depredadores se tornaría un asunto fundamental en la panoplia de las preocupaciones de los dirigentes provinciales, todo ello al compás del desarrollo de una nueva mentalidad de progreso económico que se iba instalando lentamente en la región.

Hasta aquel momento, en efecto, la forma de persecución más significativa la representaban las cacerías colectivas organizadas en el ámbito municipal. La implantación del nuevo sistema, la talla de fieras, sin implicar en modo alguno el abandono de las monterías, se tradujo en importantes resultados en cuanto al número de capturas, y parece incluso que pudo dar lugar a la aparición de un nuevo tipo de cazador profesional que obtenía ya la mayor parte de sus ingresos de la caza de estos animales y de la venta de la carne, las pieles o la muy apreciada, por sus cualidades curativas, grasa del oso.

Esta talla establecía recompensas según la pieza que se cazase, y el montante al que ascendía la captura de cada especie se encontraba fijado por la Junta General del Principado. Las bestias más cotizadas eran el lobo y el oso, aunque también se pagaban pequeñas cantidades de dinero por el exterminio de alimañas como el zorro.

Para proceder al cobro se debía aportar la piel del animal y la certificación de haber sido cazado en el país, documento que tenía que ser elaborado por el párroco del lugar y cuya firma debía ser comprobada por un representante del órgano provincial que conociese la rúbrica del clérigo.

Entre la nómina de especies de caza que habitaban los bosques provinciales a finales del Siglo de las Luces se contaban osos, lobos -y entre ellos los llamados cervales, de menor tamaño y parecidos al tigre en su cromatismo-, venados, corzos, rebecos, jabalíes, zorros, gatos monteses, ardillas, diferentes especies de hurones y algunas liebres. Había también multitud de aves, destacando los faisanes y las palomas torcaces y las perdices. En las zonas costeras, además, se encontraban codornices, chochas, patos y alcaravanes; además de algunos corzos y jabalíes durante el invierno.

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