Relatos

Espectacular guarro con final feliz

Conocimos a César Caballero en una montería que celebró hace un mes Guillermo Rowe en Hornachuelos. 

Nos escribe para enviarnos el relato de su primer gran guarro cobrado en montería, en una finca de Jaén, ‘Mercadillo’, que llevaba más de cinco años sin montearse, por lo que a priori no era extraño que saliera de la mancha algún gran guarro salvaje. Esto sucedió:

 

«El lance vivido no se me podrá borrar de la cabeza en muchos muchos años. Acabábamos de ponernos en el puesto, situado en el mismo carril, cuando empezamos a ver en el testero de enfrente una piara de guarros pequeños y algunos más grandes. Empezaban a silbar las balas, de un lado y otro…

De repente, y sin preveerlo, empiezan los perros una ladra, sin moverse del sitio, a unos cien metros detrás de nuestra posición. Pasaron muchos minutos con esta ladra y cada vez se sumaban más y más perros, avisados por la continua ladra de sus congéneres de que allí había un cochino que no terminaba de ceder terreno a la rehala. Consensuado con el secretario, me situé en medio del carril para poder tener un poco más de visión y ángulo de un posible tiro si el cochino se decidía por salir, cuando, de repente, el guarro arrancó pasando por el carril como si de un misil estuviéramos hablando; lo encaro con mi Blaser 8×68 y le disparo, alcanzándole en la pata trasera izquierda. 

Los perros, que estaban muy encima del animal, enseguida lo paran y se hacen con él, acorralándolo en una zona de mata baja, con dos pequeñas paredes de piedra a los lados, estando el cochino de culo, protegido por dichas paredes. Los perros no paraban de ladrarle y cada vez que entraba un perro de la rehala salía volteado a diez metros del guarro por las envestidas que éste les propinaba en defensa de su propia vida, a la cual parecía tener mucha estima.

Cuando se acercó el perrero a intentar rematar al guarro, se percató de la importancia del mismo (trofeo), con unas navajas espectaculares. La mala fortuna y la inexperiencia de un joven perrero (hijo del dueño de la rehala) hicieron que el cochino se abalanzara sobre él, dándole un revolcón, cuando el cuchillo le pinchó en el costado. En este revolcón, el guarro le dio un navajazo en la parte posterior al muslo, causándole gran daño al joven y valiente perrero, que nunca olvidará este lance.

Cuando el perrero sufrió la embestida, logramos subirlo hasta nuestro puesto, quedándose con el secretario en espera de mayor ayuda. Entre los nervios y la reciente agua caída la noche anterior, tuvimos nosotros mismos dos caídas en este tránsito, aunque no sufrimos daño alguno. El perrero me rogó bajar de nuevo hasta el guarro, que le había matado ya dos perros en la carrera anterior al primer impacto mío en el carril al salto, por lo que bajé apresuradamente y con especial cuidado, aunque volví a resbalar y caer, hasta que pude llegar hasta la zona en la que los perros lo tenían acorralado, aunque no se atrevían a meterle mano, dado que el guarro estaba muy entero. Lo único que no podía hacer el guarro era salir corriendo, porque la pata trasera la tenía muy dañada. Su defensa, las enormes navajas que portaba en su boca.

Cuando parecía que la situación iba a ser finalmente controlada, el guarro sacó fuerzas, no sabemos de dónde, y echó a correr regajo del arroyo abajo. Me volví a encarar el rifle Blaser, le apunté y disparé, acertándole en el cuello, cayendo fulminado, por fin, por el certero disparo.

Ésta es la vivencia de un joven montero que logró abatir su primer guarro oro. Espero que os guste tanto como me gusto a mí este lance».

Por César Caballero Martín

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