Relatos

Al leñador caza y al cazador leña

Qué sabio es nuestro refranero…

Y es que el otro día sin más, cazando la finca de La Mulera, en el término municipal de Valdecaballeros fui testigo de cómo cien refranes son cien verdades.

Ya de mañana las primeras reses nos pillaban con las manos en los bolsillos. Llegando nuestra armada a su destino, fuimos testigos de cómo una pelota de venados, un estupendo gamo y un par de ciervas abandonaban la mancha por mitad de un sembrado, con la llegada de los primeros monteros y coches.

El día fue bonito y entretenido con la compañía con mi amigo y compañero de caza, Enrique, y en una montería que comenzó antes incluso de colocarnos en los puestos.

Acabada la montería, tras rato siguiendo la escasa pista que dejaba un cochino medianillo al que tiramos a su veloz paso por el cortadero e incapaces de encontrarle, decidimos tirar la toalla y regresar al coche para soltar los enseres y armamento y poner rumbo hacia un buen plato de comida caliente que nos estaba esperando.

De camino sentimos cerca algún perro que aún estaba cazando en la mancha en vez de acudir al toque de las caracolas y cornetas de sus dueños. ¿Nos acercamos a ver?, pregunté.

Éramos los últimos en marchar a excepción de los perreros, que tenían la suelta a escasos 50 metros de nuestro coche. Uno de ellos se acercó hasta mí y me dijo que teníamos que esperar a Agus, nuestro perrero.

Junto a la candela que tenían encendida, el sonido de los perros que todavía cazaban en el monte me mantenía a alerta y me recomía por dentro el no acercarme a ver. ‘’Esos perros están llamando de parado’’ le dije a mi compañero.

¿Un venado herido, un cochino… no estarían asaltando a algún becerro de la finca colindante al coto?

Se lo comentamos a un perrero, con buena voluntad, tanto para que pudiesen terminar de recoger como para evitar problemas si se trataba de ganado casero. Y fue un chiquillo joven al que aún le faltaban la mitad de los perros el que se acercó a ver qué ocurría.
Aún lo veo corriendo con la cara desencajada y gritando ‘’¡¡un rifle, un rifle, que se viene a mí!! ¡¡Que me va a matar a los perros!!’’.

Para sorpresa de todos era “el señor macareno de la montería”. Un cochino viejo pero de pelaje negro aún, con las pezuñas de delante atrofiadas de algún tiro viejo. Encamado bajo un lentisco en medio de un raso.

El arma, de nuevo, enfundada y guardada en el coche, los perros encerrados también… el cochino repartiendo leña y para rematar la faena empezaba a llover.

En cuestión de segundo a las voces del muchacho, los perreros buscaron sus cuchillos, Enrique fue al coche a por el rifle y asfixiados, tras una larga carrera, para mi eterna, enfangados hasta las rodillas, llegamos al agarre. ¡¡Estábamos más personas que perros había allí!! Se dispuso a cargar el rifle, eso sí, ante todo la seguridad. Pero el amigo jabalí al ver tanto revuelo y expectación, como el que no quiere la cosa, de una sacudida se quitó todos los perros de encima… y os podéis imaginar… ¡tonto el último!

Por suerte para todos, los perros eran de los valientes y no dejaron al macareno moverse muchos metros, sino tenemos alguna desgracia que contar.

Y aquí lo más admirable del lance, y es que con el rifle preparado y aún teniendo oportunidades, Enrique perdonó la vida al cochino, y cedió el tan deseado trofeo por cualquier cazador, el mérito y triunfo a perros y perreros que agradecidos, lo remataron, con suma prudencia, a cuchillo.

Yo me quedo con la satisfacción de saber que quedan buenos monteros, con el lance vivido y con la gran celebración posterior.

Un relato de Vanessa Barba-Fernández

2 Comments

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.