Los ruedos vuelan capotes negros, los burladeros, los cascabeles de las mulas, los tendidos, los ribetes de las banderillas… Las banderas ondean a media asta. Los toriles, los corrales, los chiqueros. Los subalternos gastan lazos oscuros en sus brazos. Las figuras también. Los caballos visten antifaces de duelo. También los presentes, los pasados y los que vengan…
Rodolfo Rodríguez, el Pana, que amasó en sus manos tortas de cereal, colines, panes y barras. El Pana lidió su vida contra todo pronóstico, contra viento y marea. Vio asomar el pañuelo verde para devolverlo a corrales millares de veces. Fue un camino arduo, lento, agonizante, rodeado de vicios, maldades y gualtrapas. El maestro supo colar el poso del café, la belleza en el vicio, la bondad en la maldad que todo lo empaña… y sacó lo mejor de cada uno a golpe de trincherazo.
Amante de lo bohemio, del arte, de la esencia de las cosas bellas. Taurino de salón y de corral. De tasca y de restaurante, de cantina y de casa de agrado. Torero por la vida y por la muerte, y hasta su último aliento caminó despacio, con paso corto y vista larga, sabiendo que muchos –muchísimos– seguíamos sus manoletinas sin perder detalle.
¡Ya eres libre, Maestro! De cogidas y de achaques, de críticas y de vítores. Eres libre para poner tus banderillas al violín como rememoraste en La México al célebre Rey Mago… Tu vida, y la del mundo taurino, dio un vuelco. Y lo que era el final comenzó a ser el principio… Y las historias buenas nunca acaban… Y la tuya, maestro, acaba de comenzar.
Sale de toriles la leyenda del Brujo de Apizaco, ése que fue matador de toros dentro y fuera de los ruedos… El que vivió tan al límite que no supo entender la vida sin andar entre pitones… Sin perder la cara a Dios y a su Virgen guadalupana.
Que ellos le acojan en su santo regazo. Hasta siempre, Maestro.
Por M. J. “Polvorilla”