Gestión

El jabalí en Galicia, ¡se muere de éxito!

Los montes gallegos son sitio distinto. En el noroeste de la Península, también en el norte de Portugal, la propiedad forestal es el resultado de procesos históricos que, desde el establecimiento de las tribus suevas, pasando por las revueltas irmandiñas y la desamortización de Mendizábal hasta nuestros días, permite afirmar que sería raro no encontrar un solo gallego que no fuese propietario de una o varias parcelas de bosque cuya superficie puede fluctuar desde los 300 metros a las 300 hectáreas, siendo lo habitual parcelas de 500 o 1.000 metros.

 

Por Francisco Chan

Existe, además, por estos lares, una tipología de propiedad a medio camino entre la propiedad privada y la propiedad pública –los montes de mano común–, que pertenecen para su gestión a aquellos vecinos de las aldeas cuyas chimeneas hagan humo gran parte del año.

Con este galimatías de propiedad, nos encontramos con millones de microparcelas cuya falta de rentabilidad impide su limpieza y desbroce, y con un aprovechamiento social de la caza que no tiene relación necesariamente con la propiedad de la tierra. En estas condiciones, hacer una correcta gestión forestal o cinegética es muy difícil. Aquí opina y ejerce su voluntad cualquiera, o lo que quizás seguramente sea peor, todos.

La opinión publicada

Con cierta extrañeza, me advierten estos días algunos amigos que recurrentemente están viendo en la prensa que manadas de jabalíes asaltan la mismísima Plaza de Obradoiro, día sí, otro también. Se preguntan, estos conocidos, cómo puedo estar yo diciendo que la población está cayendo en un declive peligroso que está fomentado, claramente, por la Administración, a quien, para nuestra desgracia, nunca les falta más de un ‘don Tancredo cinegético’ que le ayude. Para cometer esta felonía, que está trayendo la desgracia a las poblaciones de caza mayor en Galicia, no solamente podemos señalar a la Administración que ha dado cancha libre a la política del tiro y ponte tieso. Lamento que entre algunos sectores de nuestro colectivo encuentren siempre los colaboradores necesarios para hacer batidas en época de cría donde, con seguridad, siempre se matan jabalinas nodrizas. Una cosa es hacer política en el despacho y otra muy distinta es no saber que la vieja jabalina, cuando salta a las posturas, siempre deja ocultos en la maleza a las crías de este año y a las hembras ya fértiles del año pasado que todavía la acompañan.

Al salir esta vieja matriarca y dejarse dibujar en los pocos claros de nuestras espesas selvas, entregará necesariamente su vida para salvar la de sus crías. Sabemos que, durante la quincena siguiente, se seguirán viendo por la zona a aquellos huérfanos primalones; ellos causarán daños recurrentes en los cultivos, además de accidentes de tráfico. Mientras, las hembras jóvenes empezarán, ya sin el control que ejercía la difunta matriarca, a preñar y parir antes, y a destiempo, a lo largo de todo el año. Esto ocurrirá en esa misma zona donde su vieja madre las dejó el día de aquella fatídica cacería por daños. Sólo esto explica las parideras antinaturales que estamos encontrando en navidades, cuando antes no existían. Sólo las cochinas viejas paren todavía en febrero. Ésa, y no otra, es la explicación de por qué las batidas por daños tan tempranas consiguen hacer, precisamente, lo contrario de lo que en realidad debieran pretender; es decir, daño a los agricultores y daño a una especie cuya pirámide de población se está desequilibrando peligrosamente.

La opinión publicada de los agricultores es quizás la más sincera: para ellos sus daños son los más importantes del mundo. Cosa aparte son las prácticas populistas que, en estos medios de comunicación, hacen determinados sindicatos agrarios, no todos, y también algunos políticos locales que, desde su afán del medre electoral, llegan a afirmar y a calentar los ánimos con soflamas para pedir el exterminio de una especie. Pues, entre unos y otros, llevan camino de conseguirlo.

La opinión pública

Cierto es que la opinión pública y la publicada son cosas casi siempre distintas. A la Asociación de Caza Maior de Galicia han llegado desde distintos lugares de Galicia la convicción de que ese plan de erradicación de daños ha producido, en cambio, además del aumento de los daños localizados, una bajada tremenda en el número de individuos, cercana en muchos casos al cuarenta por ciento.

La opinión pública de las peñas verdaderamente jabalineras transmite, a quienes lo quieran oír, que falta mucho jabalí, pero los que quedan, en cambio, suelen ser ejemplares jóvenes de no más de cincuenta kilos. Poco más que bermejos, salvo zonas muy concretas y agrestes donde la presión cinegética sigue siendo sostenible. Esto ocurre, algunas veces, por cuestiones de convicción y gestión bien hecha; en otros casos, porque hablamos de montes tremendos, alejados de las poblaciones y con una orografía verdaderamente endiablada, como pueden ser comarcas como Valdeorras, los aledaños del Invernadeiro o los Cañones del Sil, donde siguen apareciendo auténticos «vacamulos» que sólo los verdaderos monteros de estas tierras son capaces de extraer de sus profundas e infernales laderas.

Resuenan con claridad en mi cabeza las palabras de Florencio Marquina, reconocido biólogo, quien supo explicar en una reciente conferencia en este Fisniterre de malezas impenetrables que es por la excesiva presión, entre otras cosas, por lo que estamos desestabilizando la estructura natural de la población de estos ungulados. 

Se están cazando excesivas hembras viejas y, como resultado, la base de la pirámide de edad se ensancha. Se puede dar el caso y de hecho se está dando, de que aunque baje el número total de jabalíes por la excesiva presión, en cambio, no se nota la bajada de los daños en los cultivos al existir un número exponencialmente alto de jóvenes hembras fértiles que, de forma antinatural, paren en las mismas zonas agrícolas de siempre o en sus proximidades. Por ello, los daños se convierten en recurrentes y los agricultores no notan mejoría en sus desperfectos.

Nos enfrentamos a un desastre en la población de jabalíes, del cual somos responsables a partes iguales la Administración y los cazadores, manejados por la indolencia de quienes, de boquilla, dicen representar los intereses de la caza social, aunque en la práctica y vaya a saber usted por qué, se muestran serviles al poder, presumiendo de gestión, cuando se debiera decir «matanza» de una especie que, de forma directa, se caza seis meses al año; de forma indirecta, imagínense.

De los ecologistas subvencionados y de sus silencios hablaremos otro día…

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