Caza Menor

‘¡Hay que dejar de cazar…!’, por Equipo Técnico de Ciencia y Caza

No nos duelen prendas en gritarlo y en ponerlo en nuestra portada. La situación de la caza, y de los cazadores, está sobrepasando muchos límites y agotando muchas paciencias. Desde eurodiputados que se permiten pedir su prohibición, a la situación de la caza chica, que se muere de desidia… pasando por toda una gama de abandonos –eternos abandonos–, y de ataques que, en ocasiones, rozan lo delictivo. Ante el panorama que se nos viene encima –nos van a inspeccionar hasta los beneficios del arroz con liebre que nos comemos– y la desunión que presenta nuestro sector, nosotros nos atrevemos a proponerlo: hay que dejar de cazar y, por supuesto, de pagar… y, ahora, ¡que cacen ellos!

Puede sonar fuerte el titular elegido para un artículo en una revista de ámbito cinegético, quizás hasta sensacionalista, pero nada más lejos de la realidad; más bien es un anhelo, un deseo que va tomando más y más fuerza entre algunos de nosotros y que, ojalá, algún día se pudiese cumplir, para que una buena parte de nuestra urbanizada y confundida sociedad se pudiese dar cuenta de la importancia que tiene el sector, tanto de forma directa como indirecta en sus vidas, en los ecosistemas o en la economía.

La situación de la caza, y de los cazadores, está sobrepasando muchos límites y agotando muchas paciencias

¿Sorprendido? Esperamos que no. Simplemente, intentamos hacerte ver la situación en la que nos encontramos y, sobre todo, hacia dónde queremos que se dirija la caza en los próximos años e, incluso, meses.

Culpables de mil y una…

Ya desde hace tiempo, quizás lustros, parece que los cazadores y la caza somos los responsables de todos los males del planeta, de la extinción de especies, de los envenamientos, del contrabando de especies protegidas y de mil y una que casi siempre nos acaban cargando. Por desgracia, en ocasiones, pocas, aunque siempre muchas más de las que nos gustaría, algún desalmado perteneciente a nuestro colectivo se ve inmerso en acciones lamentables que enturbian la imagen de la caza y la del cazador. Tenemos que comenzar luchando contra éstos, denunciando e impidiendo que las cosas continúen así, pero no debemos olvidar que en todos los colectivos hay ovejas negras y no por ello se radicalizan las posturas y se generaliza como se llega a hacer, muchas veces de forma muy subjetiva e interesada.

¿Nadie conoce casos de futbolistas que han participado en amaños de partidos? ¿De políticos inmersos en casos de corrupción? ¿De grupos ecologistas que emplean fondos donde no deben? Desgraciadamente, sí, de ésos y de muchos más, pero no por ello tenemos que etiquetar a un colectivo por completo como habitualmente se pretende hacer con los cazadores.

 

La caza chica se muere

Las especies cinegéticas, principalmente de menor, están atravesando por un momento crítico, es verdad, como también lo es que seguramente no sea la caza, ni mucho menos, la causa de esta situación, sino más bien la destrucción imparable de sus hábitats, el empleo de herbicidas y plaguicidas con efectos devastadores en los ecosistemas, la intensificación de la agricultura o las actividades humanas en el medio rural. No olvidemos que hoy se puede llegar con un vehículo a casi cualquier sitio y que montes y campiñas están plagados de quads, motos, bicis, gente corriendo, andando… Está bien, es verdad que la caza puede contribuir a esta situación, sobre todo cuando está mal gestionada, reflexionemos y seamos responsables; pero exijamos que el resto de colectivos se sumen al esfuerzo, por el bien de las perdices, de los conejos, pero también del propio lince ibérico o el águila imperial y de otros muchos, quizá menos destacados para nuestra sociedad, pero imprescindibles en nuestros ecosistemas: gangas, ortegas, sisones, alondras, cogujadas y un sinfín de especies que están atravesando momentos críticos y no se debe a la caza, precisamente.

Desde un punto de vista egoísta esta acción será más determinante que unas cuantas huelgas generales juntas de las que tanto temen nuestros políticos

¿Qué pasaría si dejáramos de cazar tan sólo un año?

Desde un punto de vista egoísta y sólo pensando en la maltrecha economía española, esta acción será más determinante que unas cuantas huelgas generales juntas de las que tanto temen nuestros políticos. Serían huelgas silenciosas que desangrarían despacio a una presa ya herida. ¿Cuántos puestos de trabajo directos e indirectos general nuestra actividad? Ropa, armas, munición, explotaciones cinegéticas, alojamientos rurales, vehículos, guardas o gestores, por citar algunos, notarían de forma determinante esa ausencia de cazadores en los montes durante ese año.

Si vamos un poco más allá, por analizar un poco más profundamente tan sólo dos ejemplos más de repercusión directa en nuestra sociedad, podríamos citar los daños a los cultivos agrícolas o los accidentes de tráfico. Veamos algunos datos y reflexiones.

 

Daños a los cultivos agrícolas

«Imposibles de cuantificar», ésa es la respuesta que nos ha dado un equipo de tasadores de una empresa de seguros española cuando le hemos preguntado si existe alguna valoración fiable de los daños ocasionados a los cultivos por las especies cinegéticas a lo largo y ancho del territorio nacional.

Sí, como lo leen, no hay datos y basta con poner el cuarteto mágico de palabras en Google, ‘daños+cultivo+jabalí+conejo’ para darse cuenta de que el reguero de agricultores damnificados se extiende desde Galicia a Andalucía, pasando por Asturias, Navarra, Aragón, Cataluña y ambas Castillas. Se cuentan por miles los agricultores que año tras año claman por las pérdidas ocasionadas en sus cultivos y demandan la concesión de más permisos de caza para que la administración trate de aliviarlas en la medida de lo posible.

Se cuentan por miles los agricultores que año tras año claman por las pérdidas ocasionadas en sus cultivos y demandan la concesión de más permisos de caza para que la administración trate de aliviarlas

 

La proliferación del jabalí en las últimas décadas ha provocado que se le pueda observar con cierta facilidad e inusitada frecuencia en zonas donde hasta entonces era muy raro verlo. Poco a poco, el cochino ha ido abandonado las espesuras de nuestros montes para colonizar huertas y riberas agrícolas mucho más agradecidas en cuanto a disponibilidad de alimento se refiere: maíz, patatas, remolacha, cereales, viñedos, etcétera… ya forman parte habitual de su dieta junto con prados, bellotas y castañas que su poderoso olfato localiza entre la montaraz hojarasca. La mayor repercusión de esta facilidad para encontrar alimento la encontramos en la biología reproductiva de las cochinas que, con un mejor estado de carnes, aceleran su salida a celo y traen camadas más largas que contribuyen al crecimiento exponencial de la población.

En las áreas donde el jabalí ha estado siempre presente el perjuicio es soportado por los propietarios con cierta resignación; pero en las zonas de nueva aparición de la especie o de transformación de los usos agrícolas tradicionales, el malestar va en aumento y no tiene visos de mejorar a corto-medio plazo. En muchos casos, los jabalíes han cambiado sus costumbres alimentarias y dependen, cada vez más, de la agricultura, habiendo dejado de desplazarse para aprovechar los diferentes recursos naturales que su entorno les ofrece a lo largo de las diferentes estaciones del año.

El único medio de control que dispone la naturaleza para atajar esta dinámica es el lobo, único predador que puede hacerle frente, pero a todas luces se revela como insuficiente

Son muchos los cultivos que se ven afectados por su presencia, ya sea por su alimentación, paso o pernoctación, pero se pueden destacar especialmente los daños en fincas de maíz, aunque las de cereal tampoco están exentas. Los jabalíes comienzan en abril con la siembra del maíz buscando el grano, prosiguen en verano en busca de la leche de la mazorca y continúan en otoño e invierno cuando están a punto de cosecharse. Huellas, superficies de siembra totalmente hozadas y devastadas en la búsqueda de un alimento tan cómodo de localizar como es el maíz recién sembrado, revolcaderos, cañas rotas o mazorcas en el suelo no dejan lugar a dudas sobre la autoría del estropicio. Además, con el agravante de que en el maíz, como en otros cultivos, los jabalíes estropean mucho más que lo que comen. Sembrar maíz es caro y la maltrecha economía de los agricultores no puede asegurarlo todo. Si resiembran con los jabalíes rondando por los alrededores saben que pueden haber tirado el dinero de nuevo, pues ni el empleo de pastores eléctricos les frena.

En esta tesitura, el único medio de control que dispone la naturaleza para atajar esta dinámica es el lobo, único predador que puede hacerle frente, pero a todas luces se revela como insuficiente para controlar la explosión demográfica que ha experimentado el suido en estas zonas.

Y el conejo… a su antojo

En el caso de las especies de caza menor, el foco de los daños se centra en el conejo, fundamentalmente, en la mitad sur peninsular y sobre cultivos de cereal y viñedo. Puede resultar paradójico que después de que haya zonas en las que se ‘llora’ su ausencia, existan otras en las que los conejos causen daños importantísimos y sean considerados como una de las peores plagas para los cultivos. Pero sí, la realidad actual es que algunas poblaciones de conejo han superado las diferentes enfermedades que lo afectaban y cada vez son más frecuentes las noticias que hablan de plagas que ocasionan daños.

Por su comportamiento gregario y características fisiológicas, la mayor parte de los daños se produce en el momento del arranque de las siembras de cereal y siempre en los alrededores de las madrigueras.

También merecen especial atención los daños producidos en viñedos –ya que los conejos presentan especial predilección por los brotes de las cepas– y árboles frutales de pequeño porte, por lo que un número no excesivo de animales puede causar daños muy graves.

Sin ir más lejos, resulta esclarecedor de lo comentado anteriormente que la Junta de Andalucía declarase la emergencia cinegética temporal en numerosos términos municipales de hasta seis provincias andaluzas, viéndose obligada a ampliar el periodo de caza hábil del conejo y con casi todos los medios posibles (armas de fuego, cetrería, capturas en vivo con hurón y redes ó mediante capturadero), dada la condición de plaga que adquirieron sus poblaciones y los daños que ocasionaron.

Algunas legislaciones europeas contemplan la posibilidad de que el agricultor no tenga derecho a percibir indemnizaciones por daños si previamente no ha adoptado una serie de medidas de protección de sus cultivos. Frente a ello, en nuestra maraña de legislaciones cinegéticas autonómicas, la responsabilidad por daños de naturaleza agraria ocasionados por estas especies recae casi siempre en los titulares de terrenos cinegéticos. Y en el caso de los ocasionados por las especies cinegéticas procedentes de los refugios de fauna silvestre, de los vedados y de las zonas no cinegéticas que no tengan la condición de voluntarias, la administración autonómica correspondiente se hará cargo de los daños producidos.

Cuando las poblaciones de las especies cinegéticas se incrementan de forma desmesurada y se convierten en plagas, la caza se convierte en una herramienta clave

Aunque aparentemente representa un cambio radical frente a la legislación española, el modelo europeo está dotado de una aplastante lógica. El hecho de que los animales estén ahí –siguen siendo res nullius– y busquen el alimento en los cultivos, pensado fríamente, no es culpa de nadie. Aquí, frente a este tipo de situaciones está previsto que sean los cotos de caza quienes soliciten a la administración regional permisos inmediatos para reducir los daños, pero ¿y si no lo hicieran?, ¿qué ocurriría si no se realizasen esperas nocturnas, batidas o descastes?

No cabe duda, cuando las poblaciones de las especies cinegéticas se incrementan de forma desmesurada y se convierten en plagas, la caza se convierte en una herramienta clave para la consecución de un nivel de población razonable y acorde con las posibilidades del medio.

Accidentes de tráfico

Las especies cinegéticas no saben de barreras, límites administrativos, fronteras, infraestructuras viarias, etcétera… No hay duda de que el importante desarrollo de infraestructuras viarias que ha experimentado nuestro país desde la entrada en la UE ha articulado el territorio permitiéndonos estar más cerca, a costa de poner barreras intangibles a las especies silvestres del entorno, incrementándose la posibilidad de provocar un accidente por su irrupción en la calzada a nuestro paso.

En el caso concreto de las especies de caza mayor, su corpulencia, peso y alzada pueden ocasionar graves daños materiales o, a lo peor, desgracias personales. Aunque se han hecho varias pruebas con diversos tipos de reflectantes y dispositivos de disuasión acústica, olfativa y gustativa dispuestos en los arcenes de carreteras en las zonas de paso de animales, no se han logrado hasta el momento resultados satisfactorios; por ello, no se ha implementado y generalizado por parte de la correspondiente administración de la que dependa el vial.

Si bien los repelentes gustativos son eficaces, aunque durante un corto periodo de tiempo, los repelentes de olor atraen especialmente a los animales, llegando incluso a restregarse sobre el repelente con fines antiparasitarios o de camuflaje de su propio olor corporal. Algo parecido sucede con los de tipo acústico que resultan eficaces los primeros días tras su colocación, pero dejan de serlo al producirse un efecto de adaptación al ruido por parte de los animales, que llegan a ignorar el efecto sonoro provocado por los cañones o aparatos de radio alimentados por baterías.

El jabalí y el corzo son las especies que más frecuentemente se ven involucradas en siniestros de tráfico. Como de todos es sabido, sus poblaciones actuales siguen una tendencia al alza y las perspectivas es que continúen así a corto y medio plazo. Esta realidad, unida a la reciente modificación de la Disposición Adicional Novena de la Ley de Tráfico, que aún se encuentra en trámite parlamentario, pero que cuando se publique supondrá que los cazadores sólo serán responsables de los accidentes de tráfico con especies cinegéticas únicamente cuando el siniestro «sea consecuencia directa de una acción de caza colectiva de una especie de caza mayor», supondrá que sea más necesario que nunca la puesta en marcha de acciones encaminadas al control y seguimiento poblacional de las densidades de aquellas especies cinegéticas conflictivas a nivel de nuestra red viaria que permitan estudiar la evolución de las poblaciones y su densidad poblacional para en la medida de lo posible tratar de mitigar su impacto en la red viaria nacional. En definitiva, una vez más, la caza al rescate de la administración.

Pertenecemos a un colectivo que necesita ¡unión!, porque sin ella poco podemos hacer

Y ahora, ¡qué cacen ellos! 

En cualquier caso, si todavía hay muchas personas que no entienden por qué y para qué cazamos y encima parece que la tendencia crece cada día, tal vez es que nuestro mensaje no esté llegando bien a todo el mundo o el de otros está llegando mejor. Debemos tener claro nuestro objetivo y entender y defender el mensaje a transmitir, que no debe ser otro que a través de una gestión cinegética correcta podemos caminar hacia un campo vivo, rico en caza y otra fauna silvestre, aunque, como se ve, muchos no lo creen así e incluso quieren caminar en el sentido contrario.

Ellos tienen sus razones y, mientras no sepamos explicar y difundir las nuestras, estaremos condenados al fracaso, seguramente porque pertenecemos a un colectivo que necesita ¡unión!, y porque sin ella poco podemos hacer.

 

Por Equipo Técnico de Ciencia y Caza. Publicado en la revista Caza y Safaris nº 349.

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