Opiniones Pluma invitada

Los últimos coletazos de la perdiz navarra

Quiero que estas líneas sirvan para hacernos recapacitar y para ver las cosas como realmente son. El propósito es que todos valoremos una genuina y preciosa ave que, desde hace siglos, vive entre nosotros, me refiero a la perdiz autóctona.

No hará más de dos años, por encargo del Gobierno de Navarra, la empresa pública Gestión Ambiental de Navarra (GAN) realizó un exhaustivo estudio acerca de esta especie. El objeto del mismo era averiguar qué población de perdiz autóctona habitaba en Navarra y si ésta se había mezclado con la de granja, utilizada para repoblar los cotos.

Para llevarlo a cabo, con la ayuda de los propios cazadores, se recogieron muestras de varios cientos de perdices que fueron analizadas en el IREC (Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos), obteniéndose un 100% de perdiz autóctona, demostrando que en Navarra no se ha repoblado con perdiz de granja. Según el IREC, únicamente existe otra zona que disfruta de la perdiz autóctona: se trata de una pequeña zona de Teruel que cuenta con su propia población pura y viable.

En los meses de febrero y marzo ya se veían parejas de perdices en nuestros términos, aunque casi la mitad de los nidos que construyen se pierden antes de llegar a eclosionar, debido, principalmente, a depredadores como la hembra del zorro, que actúa mientras las perdices están incubando, tal y como se comprobó en el trabajo de radioseguimiento realizado por GAN en varios acotados de la zona media de Navarra.

Además, al haber menos cantillos las perdices encuentran menos zonas para poner sus nidos, lo que facilita la depredación, y muchas de las que se salvan de los depredadores, finalmente mueren durante la cosecha. Si no fuera por estas y otras circunstancias, prácticamente todos los huevos (97%) eclosionarían, según los resultados del trabajo de radioseguimiento antes mencionado.

En cualquier caso, podemos concluir que en la perdiz navarra no existen problemas de fertilidad, ya que las parejas que sobreviven tienen entre 12 y 16 polluelos, aunque, por los problemas citados, muy pocas alcanzan la edad adulta.

Por otra parte, quiero recordar que, en marzo de 2012 y gracias a la Comisión de Medio Ambiente y Agricultura, el Ayuntamiento de Tafalla llevó a cabo una importante gestión sobre las tierras comunales con el fin de proteger la flora y la fauna de la zona.

Fruto de dicha gestión fue la obligación de construir o dejar libre un lindero de dos metros de anchura en todos los lotes de tierra en el que no se podía realizar ningún tipo de laboreo o cultivo. Lamentablemente, a pesar de su aprobación municipal, las medidas aprobadas todavía no se han puesto en práctica.

Todo esto me crea confusión: por un lado, me llena de satisfacción saber que una de las dos únicas zonas de la Península donde existe la perdiz autóctona está ubicada en nuestra comunidad, Navarra; pero, por otro, me entristece comprobar que la perdiz roja ibérica está desapareciendo paulatinamente.

Desgraciadamente, debido a las sucesivas repoblaciones, la perdiz de granja está ganándole el terreno a la autóctona, ya que, al final, lo que predomina es el interés cinegético que está provocando que la especie pierda la pureza y la bravura originaria, de ahí que afirme que está en peligro de extinción, ¿o no?

A nivel nacional no se adoptan las medidas adecuadas como se hace con otras especies, caso del lince o la avutarda, por ejemplo. Parece ser que a nadie le interesa… como hay perdices de granja… A este paso permitiremos que desaparezca una especie emblemática que lleva siglos habitando nuestros campos. Durante las últimas décadas, muchas especies han ido desapareciendo y, aunque desde hace más de veinticinco años se han puesto en práctica distintos planes cinegéticos cuya finalidad es controlar su caza indiscriminada, lo cierto es que cada año que pasa quedan menos. Me imagino que se habrán dado cuenta de que no funcionan y optarán por aplicar otro tipo de medidas más útiles. Lo único que se consigue con estos planes es alargar, que no evitar, el final de la especie, nada más.

Creo que a través de las comisiones de Medio Ambiente y Agricultura se debieran poner en práctica diversas e innovadoras iniciativas en pro de la perdiz. Todos los ayuntamientos debieran tener muy presente el problema y no conformarse únicamente con aparentar cierta preocupación, porque no es así. ¡No basta con guardar las apariencias!

Durante la época de cría de las aves, especialmente de nuestra protagonista, salgo al campo con la ilusión de ver, aunque sólo sea una, una pollada de perdiganas. Me emociono cuando, al oírme, las veo huir despavoridas en busca de la protección de su madre; pero, a la vez, me entristece comprobar la permanente indefensión en la que viven ante los ataques de posibles depredadores, incluidos los seres humanos.

Con frecuencia me pregunto cómo todavía subsisten estas aves en nuestra tierra. ¡Qué fuertes tienen que ser para adaptarse a ella pese a la escasa o nula preocupación que mostramos por ellas! Como me imagino que os ocurre a todos, me gustaría dejar como legado para nuestros hijos el poder disfrutar de su vista correteando por los cerros con la cabeza erguida, orgullosa de su inocente apariencia, o revoloteando enérgicamente a nuestros pies cuando, de improviso, las sorprendemos entre los matorrales. El sonido que emite, como un flechazo que perfora los oídos y llega hasta el cerebro, hace que nos sintamos culpables de su situación actual, aunque, al mismo tiempo, nos emociona. Y no nos olvidemos del coleché con el que unas reclaman a otras.

Tus implacables enemigos también son los nuestros: las semillas tratadas, los productos químicos empleados en las tierras y aguas de riego, la falta de cantillos, los refugios querenciosos, el cazador egoísta, el furtivismo… Debemos combatir la violencia empleada contra la naturaleza con sentido común, apoyándonos en rigurosos estudios de campo y, sobre todo, tenemos que salir al campo para comprender in situ que la vida no es incompatible con el progreso en el campo.

 

Por Jose Ángel Ibáñez, socio de APEGA. Fotos: Nestor Rico

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