En la recámara

La lista negra

images_wonke_opinion_alberto-nunez_alberto-nunez-seoane-foto-portadaVarias veces he escrito sobre este asunto, porque creo que hay un vacío total a este respecto y, pienso, deberíamos hacer algo para tratar de arreglarlo, al menos, en parte. Como no pienso dejar el tema en el olvido, ahí van algunas reflexiones.

Los cazadores estamos desprotegidos ante la falta de escrúpulos de muchos de los que organizan cacerías o de los que intervienen en alguna de las facetas que están relacionadas con ellas: cazadores profesionales, exportadores de trofeos, veterinarios, agentes de importación, taxidermistas, etcétera.

Cuando salimos de caza a cualquier país extraño –también cuando lo hacemos en España, pero aquí contamos con más medios y mayores recursos para defender nuestros intereses–, estamos en mano de aquellos con los que hemos pactado nuestro viaje. Los ‘acuerdos’, la mayor parte de las veces de palabra, es lo único con lo que contamos como ‘garantía’ de que nos vamos a encontrar con lo que nos prometieron; pero, esto, claramente insuficiente en caso de encontrarnos en problemas, no da para mucho. La decepción, cuando no frustración, la falta de profesionalidad, la chapuza, el engaño o el vulgar timo, es –a veces– con lo que nos topamos cuando llegamos, mientras estamos o cuando regresamos de nuestro ‘destino prometido’.

Hay medios, por supuesto, para minimizar, en un grado casi suficiente, el riesgo de caer en manos de inexpertos, aficionados ansiosos, ‘prometedores de lo imposible’, trileros, mentirosos, sinvergüenzas, embaucadores o, directamente, delincuentes; toda una fauna, peligrosa y abundante, extendida por serranías, estepas, sabanas y montañas, de todo color y condición.

Habría que empezar por exigir, siempre, las condiciones pactadas por escrito, cuando no –dependiendo de la suma que vayamos a gastar–, un contrato en condiciones, con datos oficiales de las partes, condiciones particulares de la cacería, fechas y demás peculiaridades acordadas, sin olvidar las devoluciones convenidas, en su caso. Esto, salvo que la confianza con el organizador sea suficiente, debiera ser irrenunciable.

Deberíamos continuar con no querer comprar duros a cuatro pesetas, lobos de cien kilos ni búfalos con tres cuernos, ¡no existen!, aunque algunos parece que no se enteran y se quieren –y lo hacen– tragar unas milongas que dejan pequeños a los tangos de Gardel. Tampoco vamos a encontrar, salvo caso de fortuna excepcional, elefantes de 100 libras, leones salvajes de melena negra, marco polos de 65 pulgadas, venados ibéricos de 230 puntos ni guarros como facocheros, no quedan.

El siguiente paso sería confiar en la experiencia de los que la tienen. Es bueno, y muy conveniente, hablar con personas en las que confiemos, que hayan estado en los lugares a los que pensamos ir o que hayan cazado con los organizadores cinegéticos con los que vamos a contralar nuestra cacería.

Para terminar, tenemos que hacer uso de la prudencia, la sensatez y, sobre todo, del sentido común, ese gran ausente en muchas de las decisiones que a menudo tomamos.

Pero hay algo, además de todo lo dicho, que nos podría ayudar mucho a todos, expertos y noveles, y es el conocimiento, previo y contrastado, del quién es quién en este mundo –al final, un pañuelo– de la caza.

Si todos, de forma sincera, honesta y ceñida a la realidad, contásemos lo que sabemos, otros, que vengan detrás de nosotros, no caerían en las redes de los depredadores emboscados tras anuncios engañosos, medias verdades, promesas ilusorias, patrañas disfrazadas de oportunidades, fantasías irrealizables o vulgares cuentos chinos vestidos para ‘matar’. Y, he pensado, que yo, lo voy a hacer.

En una de las próximas Recámaras voy a dar nombres y apellidos de algunos ‘agujeros’, negros como la lista que van a encabezar, en los que caí pensando que eran astros azules y ‘titilantes’, a lo lejos… ¡Vamos, que troqué los versos de Neruda por el ‘reverso tenebroso’ de George Lucas…!

 

Por Alberto Núñez Seoane.

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