El rincón de "Polvorilla"

La torreta balística

Que sí hombre, que sí. Que con este cacharro le operas de fimosis a un mosquito a trescientos metros… Y es que la torreta balística es fundamental. Cuando uno sale de los barbechos manchegos a zonas de montaña, es esencial tener la seguridad de pegarle un estacazo a una tórtola en donde el viento da la vuelta.
 
En las tierras de Gengis Khan comprobé la efectividad del cacharrito. Los puristas dirán que lo ideal y verdadero es disparar a corta distancia. Pero cuando estás en el quinto coño, y encima el viajecito te ha costado siete mentiras a la parienta y condenación eterna con la Santa Madre Hacienda, pues oye, al cabro de turno le tienes que envolver la pellica sobre los cuernos como sea. Claro que lo ideal es matarlo con alza y punto a un par de metros… Otra cosa es conseguirlo.
 
Pataleando las zonas del Tien Shan descubrí mi poca afición a la corta distancia debido a que era literalmente imposible meter en el canuto a un animalito a menos de cuatrocientos metros… Ni grande ni chico ni regular. Es que en aquellas sierras peladas me sentía como un guarro jabalí en medio de una raña nevada: jodido pues. Me tiré dieciséis días detrás de mi ibex… y recé dieciséis mañanas para conseguirlo… Al final me hice con él. Y no fue ni milagro ni suerte. Sólo el destino.
 
El caso es que me veo en la misma, que nos vamos en busca de cabros a los pocos meses, en la orilla con Pakistán. Mi presupuesto tenía la misma dimensión que mis posibilidades de ligarme a la reina de Inglaterra, por lo que recorté en gastos y, pese al peso de mi conciencia carnicera, tampoco podría hacerme con la famosa torreta balística. Qué rollo, fijo que me vengo bolo por inútil… En las estribaciones del Pamir los bichos te ven a kilómetros y no sueltas un balazo a menos de quinientos metros ni de broma… Pero bueno, eché mi viejo Sako 300, y como decía aquél: balas tengo, ahora que Dios disponga. 
 
Me veo envuelto en un espinar de mil demonios. Dicen los lugareños que en las zonas bajas hay jabalíes, que hay algunos, aunque se ven a larga distancia… Pero los paisanos de aquí no tocan al jalufo (gorrino en moro) porque dicen que se condenarán eternamente… He estudiado la zona. Me voy a colocar en un cerro dominando dos valles, y que el par de perrillos careas de un pastorcillo entren con dos o tres fulanos pegando tiros. A ver si suena la flauta…
 
Pasan los minutos y nada. Agua. Ni una liebre. Me dispongo a cambiar de morrita, para dar un zapeo al siguiente barranco, y tenía que atravesar la zona que habían cazado. Metido en mitad del tomate, oigo a un perro ladrar a parao. Volví mentalmente a mi escenario manchego, con mis delantales y cuchillo… No dudé ni medio segundo. Aquel perro estaba ladrando a parao, a un oso, a un leopardo de las nieves o a un jalufo. Pero señalaba la presencia de algo… Y ahí que me metí…
 
Los guías me sujetan para que no se me ocurra entrar en semejante escenario. Me piden por Alá que no avance, que los jalufos son muy peligrosos… Éstos pobres no saben que en España matamos gorrinos con un par de perros y una navaja esparraguera… O sea que imagínate tú mi mansedumbre pudiendo entrar con un 300 por delante sabiendo que sólo hay un perro porque el otro está tan asustado como sus dueños…
 
Y vamos a vé como baila Migué…. La poca brisa que hay en ese espinar me viene de cara. Voy con un rifle, pero las músicas y chistes para después. Me meto a gatas, despacio, escuchando los latidos del perro. Debo estar a cuatro o cinco metros. A mi entrada en esa pequeña plaza llena de arbustos veo varios bultos que el perro señala. Me pongo de pie. Una cochina me ve y también se levanta. Nos quedamos mirando el uno al otro. No sé qué reacción tendrá, por lo que tengo el dedo en el gatillo apuntando entre sus ojos… Parece que da dos pasos para alejarse… y detrás de ella veo al macario más grande que hasta la fecha he contemplado… Sin pensarlo di dos saltos con la guardia baja y le soplé un trallazo que le ayudó a no tener necesidad ni de levantarse…
 
De regreso a España un amigo me preguntó cómo me las había apañado sin la torreta balística. Por supuesto le dije que me sentí como Paco Martínez Soria en la Gran Vía, atolondrado e inútil, porque para cazar en esos lares es necesario llevar la tabla balística aprendida como el padre nuestro…
 
¿Y el cochino lo tiraste lejos? Pues mire usted… de la cabeza del guarro al caño del metesustos habría algo menos de dos palmos…¡¡¡ Si es que no hay nada mejor como saber los grains de las balas…!!!

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