La esencia del monte

No existen los accidentes de caza

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Cuando el lector se acerque a este humilde artículo de opinión lo hará con el asombro y cierta perplejidad que el título trasmite, pero más allá de la sorpresa inicial, es un lema que debe estar siempre presente en nuestra actividad cinegética. Mi actividad pericial y en especial mi trabajo desde el punto de vista de la prevención de los riesgos me lleva a esta conclusión que brevemente trataré de explicar.

Cuando ocurre un siniestro, los agentes implicados -y más concretamente el presunto causante del mismo- alegan de forma prácticamente automática que se trata de un accidente. De igual forma, la divulgación del siniestro es siempre mediante el amparo de la clasificación de accidente, y siempre la palabra «accidente» conlleva un ámbito de imprevisibilidad, de azar en su aparición y por tanto de fatalidad derivada del sino de las gentes, con un único propósito: la derivación de la responsabilidad.

Pero la realidad es que el origen de un siniestro siempre está en una acción que merece al menos uno de los siguientes calificativos: imprudencia, temeridad o negligencia. Apoyémonos una vez más en nuestro diccionario. La expresión de imprudencia la define como la ausencia de templanza, de cautela, de moderación, de sensatez y de buen juicio. ¿Cuántas veces hemos contemplado la muestra de armas en los puntos de encuentro?, ¿cuántas veces al bajarnos de los vehículos, observamos a un supuesto «montero» con el arma al descubierto a la hora de montar armadas? Sin duda estos son ejemplos de imprudentes, germen de un siniestro próximo.

Se define al temerario como aquél que dice, hace o piensa sin fundamento, razón o motivo, y en su versión de adjetivo temerario expresa al «excesivamente imprudente arrastrando peligros». Acierta una vez más el diccionario en su aplicación de la actividad cinegética. Son muchas las veces que uno ha observado perplejo el apoyo de un arma cargada a la hora de un descanso en la jornada o para salvar un obstáculo, y ni que decir tiene a la hora de prever la salida de un lance en línea de la dispuesta armada. Al reprochar tales actitudes a quienes las cometes obtienes, además de un desprecio hacia la actitud corregidora, el más abrupto de los desprecios.

La tercera de las calificaciones de nuestros siniestros se refiere a la negligencia, que podemos definir como el descuido, la falta de cuidado y la falta de aplicación en nuestro querido ejercicio de caza. Cuántas veces hemos visto el disparo ante un ruido y/o un movimiento y no ante la certeza de la pieza que queremos abatir. La premura en el lance, no dejar cumplir las reses y centramos en la pieza y no en la trayectoria son prácticas a abandonar si queremos seguir disfrutando de un arte sin igual.

Quizás de una forma resumida pero concluyente, podemos afirmar que los accidentes no existen, sino que cuando la imprudencia, la temeridad o la negligencia aparecen se sufre un siniestro. De poco sirve el miedo de un castigo, dado que cuando las consecuencias son fatales no son en modo alguno reparadoras.

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