Escopeta negra

A propósito de la ética profesional

Se calmó, parece, la real polémica sobre la cacería de elefantes en Botsuana. Se calmó porque, una vez que ha dado sangre y los buitres han deglutido la carroña –y le han sacado la pringue crematística de la ‘exclusiva’ y el desuello–, ya no interesa al habitual degustador de vísceras y entresijos, que es, en definitiva, el que afloja la guita y mantiene este cotarro.

Siempre habrá otros a los que despellejar vivos en aras del lucro de unos cuantos, bastantes, que hacen fortuna a costa de un ‘periodismo’ basado en la basura íntima, en la falta absoluta de ética informativa (si Kapuściński levantara la cabeza se moriría diez veces más de vergüenza) y en revolver el mondongo. Con su pan se lo coman.

Por la parte que nos toca… duele. Que una colección de absolutos indocumentados, por no decir ignorantes, se ceben con una actividad como la nuestra, a la que, desde el Ministerio y desde muchas consejerías, se está intentando colocar, elevar, a la categoría de economía de primer orden para el desarrollo rural -el más desfavorecido siempre-, resulta cuanto menos patético y, sobre todo (que duele más aún), insolidario en estos tiempos que corren. Si antes de meter sus garras en la carroña se molestasen en documentarse lo más mínimo (principio inalienable de la profesión), sabrían que el sector cinegético aporta al PIB más de un tercio de lo que aporta el sector agropesquero, y en una región bastante devastada por la crisis, como es Castilla-La Mancha, el sector venatorio aporta una cifra de negocio de más de 600 millones de euros, genera 6.572 puestos de trabajo fijos y cerca de dos millones de euros en jornales al año (datos reales aportados por la consejera de Agricultura de la Junta de Comunidades, María Luisa Soriano, en la clausura de las IX Jornadas Cinegéticas de Castilla-La Mancha). No está este país precisamente para menospreciar estas cifras.

Pero hay algo que cabrea más aún si cabe. Toda esta banda de desaprensivos de la desinformación y el amarillismo (el antiperiodismo), se envuelven en la bandera del conservacionismo inútil y el ecotontologismo simplemente porque está de moda y, sobre todo, porque vende muy bien. La inmensa colección de idioteces que se han vertido desde todos los medios generalistas nacionales –incluidas cadenas de televisión y radio de reconocido prestigio– sobre los elefantes en peligro de extinción (para ensañarse con SM El Rey), no tiene ni pies ni cabeza y sí una falta absoluta de ética profesional. Con haber consultado, sencillamente, el dichoso Wikipedia, podían haber encontrado tal cantidad de datos sobre el tema como para escribir una enciclopedia de las de antes, y, de paso, no hubiesen faltado a la verdad de forma tan espeluznante. Pero claro, eso no vende.

Resulta cuanto menos curioso que estos defensores a ultranza, como la Santa Inquisición, de los ‘derechos de los elefantes en extinción’, no hayan aparecido ni por asomo (salvo alguna honrosísima excepción) cuando éstos, los elefantes –y las gentes que sobreviven en África de ellos–, han sufrido un problema realmente estremecedor. Como se puede leer en un reportaje de la sección internacional de este portal, a principios del año, en el inicio de la estación seca en Camerún, auténticas bandas mafiosas armadas y organizadas como un ejército penetraron por la frontera de la República del Chad en el Parque Nacional de Bouba N’djidah, en el noreste de país, masacrando salvajemente las manadas de elefantes, sin respetar ni a las crías, para expoliar el marfil y venderlo en el emergente mercado chino (bien por dinero, bien por armas destinadas a las guerrillas).

En el momento de cerrar el citado reportaje ya se contaban más de quinientos elefantes muertos, pero las cifras, por las dificultades para realizar un conteo fiable, pueden ser realmente espantosas. ¡Ése sí es un problema contra la biodiversidad! ¡Ése sí es un problema contra la supervivencia de las gentes de África! ¿Dónde estaban, y dónde están ahora, todos esos que se lanzaron como posesos a defender a los elefantes, contra la caza, despellejando vivo hasta a nuestro Jefe de Estado? ¿Se puede ser más hipócrita…? Sí, se puede.

En cambio, sí estaban allí los hombres de la caza, defendiendo –en muchos casos a muerte (real, lo de la muerte, porque los kalashnikov de los furtivos disparan balas reales)– a los elefantes y a las gentes de África. Sí estaba allí Antonio Reguera, propietario de Mayo Oldiri, con su Proyecto para Proteger la Fauna Salvaje y Eliminar la Caza Furtiva, Mayo Rey, defendiendo la vida, la de los hombres y la de los elefantes. Sí estaba allí, y está y estará siempre, el Safari Club Internacional, financiando, con el dinero de los cazadores, el citado proyecto, y con su personal que también se la juega defendiendo la biodiversidad…

El movimiento se demuestra andando. Lo demás es pura mentira y falta absoluta de ética profesional.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.