Reflexiones en el puesto

¿Por qué cazo?

En el aniversario de la muerte de mi padre –hace ahora justo un año–, de aquél que en su día me inició junto a mi hermano en el fascinante mundo cinegético, reflexiono sobre mis orígenes en el campo y la caza, sobre mi verdad al respecto.

Ahora, más que nunca, me falta mi confidente de caza, aquel con quien Luis Miguel Dominguín hubiera tomado algún café para narrarle la fechoría con la Gardner… «¿Dónde vas? ¡A contarlo!». Le echo mucho de menos a cada instante, en especial cuando he podido asistir a algún momento venatorio.

Si bien reconozco y paladeo el placer de un cierto secretismo, en cuanto a lo nuestro, frente a los ajenos a la caza –no soy amigo de ir publicitando tan íntimas cuestiones–, sí es cierto que la cosa cambia cuando la conversación es con un igual, otro amante del campo y de la caza, momento en el que disfruto de la recíproca conversación.

Pero ahora no quiero tratar de esas conversaciones en las que, al contrario que en el bonito arte de la pesca, o por lo menos en mi caso, no buscamos el haber pescado el pez más grande, si no el haber disfrutado del lance más intenso, de haber logrado una caza ética y justa sobre un animal, en su medio y bajo sus condiciones. De haber vivido una serie de emociones vitales.

Reflexiono sobre una pregunta que a todos nosotros se nos ha pasado por la cabeza alguna vez y con la que hemos sido inquiridos en más de una ocasión por los ajenos –y los no ajenos– a esto: «¿Y tú, por qué cazas? ¿qué sientes al cazar un animal?».

Como me transmitía el otro día un gran amigo mío, en la tierna voz de su hijo de cinco años, no se trata sólo de cazar para ‘escopetear venados’, no. Se trata de mucho más. De algo tan grande, tan primario e instintivo, que albergo mis dudas de ser capaz de dar una única respuesta al asunto planteado y en todo caso serán argumentos sin ninguna intención justificatoria, pues me encuentro orgulloso de ello, sino como externalización de unos sentimientos personales propios.

Seguro es que cada cual ejerce esta íntima afición por los más diversos motivos, los unos tan válidos como los otros, y los que yo encuentre serán tan sólo eso, unos cuantos dentro de unos miles… ¡Pero son los míos! Y hoy, en esta fecha tan especial, quiero compartirlos con ustedes, queridos lectores, seguro además de que, en su síntesis, hallen, como yo mismo, respuesta a internas inquietudes hasta ahora no afrontadas. No trato de convencer a nadie con mis argumentos, tan sólo los expongo.

Cazo porque amo la vida. Porque disfruto cada instante de ella. Teniendo presente a su opuesta, la muerte, cuya belleza y atracción me fascinan a la par que aterrorizan. Con la caza capturo para siempre momentos de una belleza sublime, tan alta que a veces su simple contemplación provoca lágrimas de emoción en mi ser. Con la caza vivo.

Cazo porque amo el campo y a los animales. Sin tapujos ni oquedades. Cada animal, cada árbol, cada montaña, cada viento, cada olor son distintos. Disfruto de la naturaleza como arte, puro, dinámico, esencial. Desde el más profundo respeto, admiración y emoción… Siento una profunda conexión con el medio, cuando me encuentro en él. Lo intento entender y comprender, estudiándolo al máximo posible, pues cada detalle vital que observo bien vale una reflexión e intento de comprensión.

Cazo porque amo al ser humano, y en el campo, en la caza, los sentimientos se vuelven más intensos, más llanos y directos. Y aprendo a cada instante de los unos y de los otros, de los altos y de los bajos, de los gordos y de los flacos, de ellos y de ellas, en definitiva de todo y de todos, y el aprendizaje siempre enriquece.

Cazo porque hay algo en mi interior, instintivo, que me empuja a buscar nuevos mundos, nuevas experiencias y vivencias que completen mi ser. Porque encuentro la libertad que no tengo en ningún otro momento cotidiano. Y en la caza intento buscar íntima explicación a la vida y a la muerte, y la partida sigue en tablas desde su origen, pero creo que algún día la lograré desequilibrar.

Cazo porque me siguen temblando las rodillas y el alma cuando tengo en la cruz del visor algún objetivo ansiado. ¡Ay del día en que me dejen de temblar…! Me pasaré a la caza fotográfica, seguro.

Y ahora usted, ¡anímese!, ¿por qué caza?

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