Reflexiones en el puesto

Mis pantalones de caza son antitodo, menos ‘anticorza’

Fruto del reciente acuerdo de colaboración firmado recientemente por Wonke 3.0, perteneciente a esta editorial, Cega Multimedia, y la multinacional textil francesa Aigle, los trabajadores de la primera podemos disfrutar, para su prueba y testeado, de los últimos productos textiles que va lanzando la prestigiosa marca francesa del águila para el sector cinegético.

En la ocasión que ahora les voy a referir no estaba precisamente vistiendo una de estas prendas para su análisis, si no que vestía uno de los pantalones Aigle que uso de toda la vida para cazar: multibolsillos, multicremalleras, multitodo, térmicos y a prueba de agua. Una de esas prendas con las que uno se siente al cien por cien cómodo y que temporada tras temporada, al renovar el armario cinegético, conserva con todo el cariño.

Ese día, por unos asuntos que no vienen al caso ahora -aunque no iba a cazar ni similar-, llevaba puestos precisamente ese par de pantalones “amuleto” que les comento.

Y el llevarlos en esta ocasión puestos me permitió comprobar que lo único que no son estos pantalones es ser pantalones “anticorza”. Les cuento.

Me encontraba pasando unos días de descanso estival y goce familiar en mi querida comarca de Liébana, corazón del Parque Nacional de los Picos de Europa, por donde seguro muchos de ustedes han disfrutado de excelentes citas cinegéticas, paisajísticas o gastronómicas, pues de todo hay en la viña del señor, y yo aprovecho para escaparme por allí en cuanto puedo y logro juntar dos o tres días.

La noche de autos nos habíamos acercado a Potes, a Casa Cayo, a cenar en compañía de mis hermanos a base de unas tapas de rabas, setas, tortilla de patatas -sin cebolla, como mandan los cánones- y un poco de queso picón de Tresviso para rematar la faena. Unos blancos, apoyados al final por la rica crema de orujo de la zona, marcaron la comanda de la bebida para todos salvo para los conductores, que se conformaron con la incolora, insabora e inodora. Las dos de la madrugada nos dieron en la calle Cántabra, hito histórico de esta ancestral y bella villa cántabra.

Nos recogíamos pues a esas altas horas, enfilando la CA-185, Potes-Fuente Dé, rumbo al descanso en nuestro domicilio familiar. Un kilómetro antes de llegar yo decidía poner pie a tierra y recorrer estos últimos mil metros al amparo del silencio y de la oscuridad reinante. Luna tímida, creciente. Disfruto de la noche en el campo, de sus olores, de sus sonidos. Tras apearme y andar apenas unas decenas de metros, pude observar cómo se aproximaba un coche, con las luces largas puestas, y detenía su marcha en la carretera, apenas pasados unos 300 metros del punto donde yo me encontraba.

Me quedé observando, pues el comportamiento del vehículo era un tanto extraño y denotaba alguna irregularidad, habiendo detenido éste por completo su marcha en mitad de la carretera. Decidí investigar un poco más y me acerqué con sigilo hacia allí.

De repente, ví como el coche estaba iluminando con sus faros a un animal parado en mitad de la carretera…¿qué era?¿un perro? ¡no!, ¡no podía ser!, según iba acercándome descubría la silueta inconfundible de un corzo, y a juzgar por la ausencia de cornamenta, en concreto se trataba de una ¡corza! parada, en mitad de la carretera. El coche iluminándola apenas a cinco metros y la corza quieta al lado del quitamiedos. Algo no cuadraba -pensé en mi interior-, no era un comportamiento natural de este animal, que seguramente intentaba cruzar nocturnamente del monte al río Deva a paliar su sed veraniega, teniendo que atravesar en este trasiego, para su desgracia, una carretera comarcal.

Aceleré mi paso para comprobar qué estaba sucediendo y justo cuando estaba llegando a la escena relatada, el conductor del vehículo debió intuir mi presencia en la oscuridad de la noche y asustado arrancó rápidamente dándose a la huída. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Me quedé calmo, en mitad de la noche, en completo silencio y oscuridad habiendo visto una corza a unos 15 metros de mí con un comportamiento inusual.

Eché mano al bolsillo y a la luz del mechero pude observar con sorpresa cómo tenía a tan solo dos metros de mí una corza. Me acerqué y le acaricié el lomo. La corza dio un pequeño respingo y retrocedió, asustada, distanciándose y dándose repetidamente de bruces con el quitamiedos de la carretera, incapaz de saltarlo, pero sin huir. Empezó a andar carretera abajo, y yo, detrás de ella, a diez metros de distancia, observándola bajo la tenue luz de la luna y los destellos que arrancaba a la piedra de mi mechero. Entonces lo entendí todo. La vi cojear y vi manar sangre de su costado y morro. Además el animal no veía bien, pues se tropezaba a menudo en la orilla de la carretera con cualquier pequeño obstáculo. La habían atropellado y dejado medio ciega en la carretera hasta una muerte segura y peligrosa.


De repente noté cómo se acercaba un coche por detrás y me dispuse a avisarle del peligro de colisión existente en la calzada. El coche llegó a mi punto con las largas puestas, frenó y me inquirió cuál era el motivo. Le explique que había una corza diez metros por delante herida y que tuviera cuidado.

-¿Una qué?- me preguntó
-Una corza herida
-Ah, pues vaya mierda- me respondió el interfecto, quien picaba ruedas y salía de nuevo a toda velocidad carretera abajo.

Comprobé que era el mismo coche que instantes antes había visto pasar en la escena de la corza y deduje que había sido el causante del atropello y que aquello le importaba un soberano pimiento.

Allí me quedé de nuevo sólo, en la oscuridad de la noche, decidiendo qué hacer con el animal, pues dejarlo allí era la peor opción de las que podía barajar en ese momento. Decidí pues, retirar el animal de la calzada por el peligro que conllevaba, llevármelo a casa e intentar recuperarlo o, en su defecto, darle una muerte más digna que bajo las ruedas de un coche al que le importara un pimiento.

El transporte fue una empresa nada fácil, les reconoceré. Tras un infantil intento de guiar al animal por la cabeza, tuve que cargar con la corza a brazos, corza grande y bien nutrida por cierto, los más de 700 metros camino arriba que me separaban de mi casa. Le calculo unos 40 kg pasados. Pero el mayor problema no fue ése, sino que la corza, a punto de reventar por la taquicardia que le provocaba además el bípode medio de transporte, comenzó a cocearme en desesperada lucha vital.

En una de sus embestidas caímos los dos al suelo y, exhaustos, nos estuvimos mirando y tranquilizando mutuamente durante unos diez minutos, suficientes para recuperar ánimo y fuerzas y continuar cargando con el animal en la oscuridad de la noche. Durante esos minutos de caída y recuperación me sentí muy conectado al animal y, en sus ojos, iluminados por un tenue rayado de luna, intuí su total incomprensión de los hechos que estaban sucediendo, su dolor y su más que probable inminente muerte, que afrontaba de forma valiente y decidida.

Estuvimos cuidando a la corza toda la noche; o más que cuidando asistiendo, pues el animal estaba muy dañado interiormente por el impacto con el coche. Lo pasé mal en su sufrimiento, ante la perplejidad de mi pareja y familiares, quienes, conocedores de mi afición venatoria, no entendían cómo podía estar precisamente yo sufriendo por este animal y no lo hacía con los muchos de ellos que logro dar caza a lo largo del año.

Seguro que muchos de ustedes sí entienden y comparten ese sufrimiento y compasión por esta corza accidentada, ¿verdad?

A la mañana siguiente, tras nuestro aviso, los agentes forestales se la llevaron a un Centro de Recuperación de Fauna, aunque ya les digo que no soy demasiado optimista en cuanto a que la historia acabara demasiado bien para la maltrecha corza pero, sin duda alguna, la oportunidad la merecía después de la lucha por la vida que había mantenido a lo largo de toda la noche.

Y les diré que estos pantalones que llevaba son de todo pero no son anticorza, no, pues llegaron a casa hechos jirones de las coces de la corza, pasando tras este episodio a mejor vida y obligándome con ello a renovar de nuevo mi indumentaria. Cuando llegue a la tienda preguntaré, como siempre, por el mismo modelo y marca, pues no creo que vuelva a tener la oportunidad de echarme a los brazos ninguna otra corza herida, y el resto de sus características me satisfacen por completo.

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