Desde el pulpitillo

Francotiradores motorizados

Seria maravilloso ponerse frente al ordenador y no tener conductas que criticar.  Mi hijo, viene, se pasa cinco minutos apoyado en el respaldo de la silla, lee parte del texto y como casi siempre se marcha dejando caer un “ya estás haciendo amigos”. 

Supongo que algunos de los que me leen me pondrán a los pies de los caballos, lo daré por bueno si, la semana que viene, vuelven a leerme aunque sea con el ánimo de criticarme o ponerme verde. Otros, me darán la razón y probablemente piensen : “Ya era hora de que alguien lo dijera así de claro”. Espero que en ambos casos disfruten con la lectura, se les dispare la adrenalina y se diviertan, al fin y al cabo es lo que pretendo.

En esta ocasión traigo a estas páginas a aquellos que se compran ropa de caza (como si el hábito pudiera hacer al fraile), quedan a tomar café en bares donde se respira ambiente cinegético, presumen de conocer a tal o cual talento del entorno, enseñan el nuevo visor que han adquirido, por supuesto, poniendo más énfasis en el precio que en la óptica, y explican con amplios ademanes como metieron en la cruz al último bicho que se les fue por culpa del visor desechado, que también les había costado un pastizal. Usan botos de Valverde del Camino, con suelas casi nuevas y pocas marcas de arañazos  en el empeine. Son capaces de llevar hasta unos zahones en el coche, como decoración cubriendo la tapa del maletero, que de todo hay en la viña del señor. Es el caso, que relatan a su acompañante como abatieron el último corzo :

 “¡Joder!, caía agua a mantas, menos mal que mi coche no se atasca ni dentro del pantano. La lluvia venía con fuerza desde la derecha y apenas si podías abrir la ventanilla para que saliera el humo del puro, porque te ponías chorreando. Hacía un frio del carajo, tuve que poner el climatizador a 22º , y a pesar de eso no me podía quitar el sombrero, porque en cuanto abrías la ventanilla un poco se te helaban las ideas. Estos días son los mejores desde luego, porque casi con seguridad no han salido ni los paseantes ni los seteros ni los ciclistas que tanto por culo dan espantando la caza, y luego llegamos los que pagamos y no se ve un pelo por ningún sitio.  Bajando por el carril de la ermita hundida, al llegar a la curva del pozo negro, lo vi en el centro del Vallejo comiendo tranquilamente. Apague el motor y deje caer el coche despacio, el repiqueteo del agua en el techo me tenía de los nervios. Me dejó llegar a ciento veinte metros sin cantearse, apenas miró el coche un par de veces, más con curiosidad que con recelo. 

Saqué el rifle por mi ventanilla, lo apoyé en el espejo retrovisor, y le pegué un balazo dos centímetros por encima del codillo.¡ Reventao!, ¡ no dijo ni Mus!.   Desde allí mismo llamé a Antonio, para que bajara del cortijo. A pesar de tener el día libre, bajo en un pis-pas, es un tío muy servicial.  El pobre se puso de barro hasta las orejas, para sacar al corzo de en medio del trigo y el agua le caló hasta los huesos. Ya ves,  ¡me puse yo chorreando buscando una bolsa en el maletero para meter la cabeza del bicho!. El Antonio es un fenómeno, en un momento le sacó la cabeza, lo destripó , lo desolló y me preparó la carne para llevármela . Llamé a Marisa, puse el manos libres y le conté el lance  mientras  secaba el cañón del rifle, que en un minuto casi le llega el agua a la culata. En lo que tardé en hablar con ella tenía el corzo preparado y en el maletero. Le di un jamoncillo, y veinte euros y tirando para casa. Este coto vale unas pelas pero aquí los cazadores si disfrutamos.»

De todo el discurso podría elegir unos cuantos párrafos para criticar al individuo aquel. Pero el que peor me sentó fue el último. Semejante ser, osaba llamarse a sí mismo “cazador”.

Ni él, ni ninguno que actúe como él, podrá llamarse nunca cazador. No pasarán jamás de ser unos inútiles incapaces de recechar un animal en su medio, tomándole los vientos, acercándose en silencio, utilizando cualquier recurso que la naturaleza nos brinde (la naturaleza no la tecnología), para ser capaces de mimetizar nuestra presencia con el entorno, disfrutar tanto más, cuanto más difícil resulte el lance. Considerar la lluvia y el frio como aliados no como enemigos, disfrutar mientras golpea en nuestra piel y resbala por la cara entendiendo que su murmullo, ocultara algún ruido que podamos hacer en el acercamiento. Cuando consideremos llegado el momento, efectuar el disparo, hacerlo sin prisas y asegurando. Después  llegar hasta donde esté nuestra res y disfrutar allí de ese momento mágico en que le hacemos una respetuosa caricia antes de proceder a sacarla a cargadero. Solo así podremos decir que somos cazadores.

Disparar desde el coche, puede ser un ejercicio de cómoda puntería. Pero desde luego no es caza.  Si a alguien le gusta disparar sobre siluetas móviles o inmóviles, disfrutando de todas las comodidades y sin tener que mancharse, puede hacerlo en una galería de tiro y no tiene que gastar dinero en visores ni en armas de lujo. Disparar desde el coche sobre un animal vivo, es MATAR.  Cazar, queridos míos, es otra cosa para la que sin duda Dios no ha dotado a más de uno que presume de trofeos colgados por las paredes.

Carlos E. López

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