Desde el pulpitillo

Acosados por el hambre, los furtivos vuelven al monte

Tenemos una crisis asoladora. El Gobierno está haciendo todo lo que no se había hecho en los últimos ocho años para intentar superar este listón, que tenemos difícil. La oposición, que no fue capaz de hacer nada que no fuera despilfarrar dinero público y llevárselo calentito, de paso –en lugar de intentar colaborar para levantar España, no contra unos ni contra otros, sino a favor de todos–, intentan buscar argumentos en cualquier sitio para boicotear la acción de Gobierno, prometiendo que ellos harán lo que no hicieron en todo el tiempo que tuvieron. 

 

Los que ni siquiera fueron capaces de poner nombre y apellidos a quien ordenó los atentados del metro de Madrid; los que, estando dentro del Ministerio del Interior, no averiguaron quién dijo que avisaran al dueño del Bar Faisán de la operación encaminada a terminar con el aparato de extorsión de ETA; los que presentaron mociones para que en España se prohibiera la caza de la perdiz con reclamo o los que decidieron que las rehalas eran ganado; los que aplauden cualquier acción de los ‘verdes’ encaminada a boicotear las acciones de caza; los que no impidieron que el centro de Madrid se convirtiera en el centro de la escena de la suciedad con una acampada de tarados que dio la vuelta al mundo; los que hicieron crecer los sindicatos a fuerza de subvenciones y estómagos agradecidos, sabiendo que serían su mejor ejército contra el ejercicio de las libertades de todos los españoles, promoviendo huelgas salvajes que afectan al sector del turismo, que es el único que todavía puede aportarnos un euro de vez en cuando, siguen enardecidos buscando argumentos que, si no encuentran, se inventan.

Los cazadores nos vemos afectados por huelgas salvajes como la del Aeropuerto de Barajas, donde hay que transitar entre basuras, amenazados por otra huelga que no sabemos si dará al traste con la cacería que tenemos contratada en algún lugar del mundo, contribuyendo con nuestro dinero a mantener viva una compañía aérea que da trabajo a los que se la quieren cargar.

Los mismos sindicatos que convierten en basureros las grandes ciudades turísticas andaluzas, con el aplauso de un gobierno social-comunista –que sin haber ganado unas elecciones se instalaron en el poder por suma de votos– son los que se mantuvieron en cómplice silencio –y siguen haciéndolo–, mientras en Andalucía los políticos se forraban con el dinero destinado a los parados y repartían entre amiguetes y ‘pegaterles’, el dinero que necesitaban empresas como Mercasevilla, Delphi o Santana Motor, empresas que también contribuyeron a hundir los sindicatos, actuando como si detrás hubiera mucho donde elegir.

Estas burradas sindicales han conducido de nuevo al monte a los furtivos. Es una pena. Hombres que tenían un trabajo estable y bien remunerado, conducidos como ganado en autobuses de un punto a otro de España, a pegar gritos y carteles, a envenenar sangre de ciudadanos que no tenían culpa de sus problemas, pero al que los sindicatos hacían victimas de sus acciones, sin preocuparles si se paralizaba una ciudad o un país entero. 

Hombres, que ahora contemplan indignados cómo cerró la fábrica donde tenían un sueldo seguro, ven cómo con sus gritos consiguieron dar más carne a los sindicatos, pero menos a su casa. Deducen que sus huelgas rabiosas inducidas desde el odio de clase sirvió para cargarse lo que ellos, con su trabajo, habían contribuido a construir durante toda su vida: una empresa con beneficios y estable. Hombres que sucumbieron a los deseos sindicales y que, gracias a ello, ahora se ven obligados a acudir a la sierra a buscar carne como hicieron sus abuelos.

Vuelve a nuestras sierras un personaje que parecía leyenda: el furtivo. Españoles que ya no saben a dónde acudir para sacar adelante su casa y que no tiene duda en jugársela en el monte, para sacar, hoy una cierva, mañana un vareto, y venderlos para poder comprar lo indispensable.

La sierra durante años fue despensa y ahora vuelve a serlo en muchos pueblos.

Los guardas de coto se enfrentan a un grave problema. Algunos van armados y se enfrentan a hombres también armados y sin recursos. La Guardia Civil tiene un doble problema, no sólo de conciencia, sino el emanado de la obligación de hacer cumplir la ley. El furtivo ya no es el señorito ansioso de trofeos, que se salta la ley y se mete con el faro y el coche a robar un trofeo. Ése no se oculta armado en el monte y se camufla dispuesto a disparar contra quien le intente quitar su presa. Este furtivo de los años de bonanza, cuando se veía perdido, paraba el coche, esperaba, asumía la multa y a otra cosa.

Ahora hay furtivos que se enfrentan, como antaño, al hambre propia y de su familia. Se acabaron las bromas. Hay balas en la recámara. ¡Ojalá, no tengan nombre!

La sierra vuelve a tener escopetas negras. 

Armas sin nombre, sin propietario, sin registro, pero con dueño. Armas que duermen escondidas en cuevas inaccesibles o liadas en un saco debajo de un lentisco o encima de un chaparro. Armas que harán innecesario el descaste de ciervas, porque se hará de forma mágica.

¿Tendrán los furtivos actuales la capacidad de gestión que tenían aquellos que, en connivencia con el guarderío, mantenían las fincas señeras sin una res fea y sin una hembra de más? ¿Darán instrucciones los propietarios de que al que cace por hambre se le deje hacer, sin colarse, como ocurría entonces? ¿O degenerará el problema en situaciones donde autoridad y furtivos vuelvan a cruzar tiros en la sierra?

Entonces, a algunos cazadores muertos por las balas se les colgó el nombre de ‘maquis’. A algunos guardias alcanzados por el infortunio, en forma de plomo candente, ‘asesinados por la guerrilla’. Ni unos ni otros tuvieron la honra de ser enterrados con la verdad: “Muertos por culpa del hambre generada por la ambición de otros”.

Nuestros políticos enzarzados en las cuentas que se inventó uno para llevárselo a Suiza, anotando los importes robados a nombre de otros, para, de paso, tener una defensa preparada por si lo pillaban.

La oposición, que cuando fue gobierno fue incapaz de resolver los casos más sangrantes que asolaron España y no pusieron mucho interés en ello, ahora, en veinticuatro horas, ha dado con los culpables y a llenar espacios televisivos aplicando el ya rancio dicho de calumnia que algo queda.

Mientras tanto, como entonces, dejando lágrimas asustadas en casa, los furtivos vuelven al monte enardecidos por el hambre de los suyos. ¡Qué Dios les proteja!

 

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