La cruz filar

La cruz filar: ‘Las manifestaciones’

Juan Caballero

Pienso que, principalmente, sirven para mostrar a la sociedad cual es la opinión de un grupo importante de personas, por no estar conformes con algún tipo de decisión que afecta a su forma de pensar o/y a su modo de vida.

En teoría, el número de asistentes es directamente proporcional a la posibilidad de lograr sus pretensiones. Pero la repercusión real depende en gran medida de los medios de comunicación. Estoy harto de ver como unos pocos centenares de personas se manifiestan por causas como ocupar ilegalmente un edificio, logrando una difusión infinita –como demuestra que salgan en todos los telediarios de las cadenas más importantes–. Por el contrario, en otras ocasiones, a pesar de asistencias masivas, sólo se obtiene el silencio, y eso en el mejor de los casos. El ejemplo lo tenemos en la última manifestación que organizó el sector de la pesca, con el apoyo de cazadores y otros, tras una sentencia en la que poco se pensó en los cientos de miles de personas afectadas muy negativamente.

En este caso, no sólo hubo la callada por respuesta de muchos medios, sino que otros lo dieron como una noticia de segunda fila y con una realidad totalmente deformada. Y no precisamente por medios que están encasillados en un determinado signo político, donde dominan los intereses o/y el engaño ecoabandonista. Es el caso del diario ABC, que comenzaba la noticia con la siguiente frase: «Varios miles de pescadores y cazadores se han concentrado este mediodía en la madrileña plaza de Colón…». ¿Varios miles…?, curioso, cuando las cifras oficiales reconocían 80.000 personas y el doble la organización. Otros medios se refirieron a «miles», ¡pero «varios miles»! En otras publicaciones destacaban más las declaraciones de personajes como Oberhuber, líder de Ecologistas en Acción, que los datos de asistencia y de los motivos de la protesta o la entrevista a los convocantes. En concreto, el jefe ecoabandonista, como parte de su larga declaración, comparó a los pescadores y cazadores con narcotraficantes, indicando que sus pretensiones eran comparables a las que perseguiría una concentración de narcos.     

En la manifestación de 2008 contra la Ley Narbona, el diario El País cifró en 50.000 los participantes y distintas fuentes oficiales entre 35.000 y 120.000. Los datos que dio la organización superaban con mucho el medio millón de personas, se llegó a hablar de casi tres cuartos de millón. ¿Cómo puede haber semejantes diferencias? En la protesta contra Norbona tuve la ocasión de estar presente, con el bloque de personas convocada por ATICA-CLM, en buena parte rehaleros. En aquella ocasión dicha asociación llenó siete autobuses, con independencia de los que consideramos oportuno utilizar otros medios de transporte. Recuerdo que nos olvidamos de mostrar las pancartas en la cabecera, donde debían estar los representantes de la Federación Española de Caza y de grandes asociaciones como ASAJA. Prácticamente estábamos en el último cuarto de terreno ocupado por la gran masa humana. De hecho, cuando las pancartas de la asociación manchega terminaban de pasar el Estadio Santiago Bernabéu, recibí una llamada para decirme que ya habían terminado las declaraciones. Me quedé sorprendido, al poder comprobar que todo el paseo de la Castellana estaba lleno de personas, desde más allá del estadio hasta Nuevos Ministerios ¿Treinta y cinco mil personas? Queda claro que la mayor parte del éxito queda en manos de la prensa. El destino de un país en manos de unos pocos y de sus intereses.

¿Quizá el problema sea que las manifestaciones en defensa de la caza se han caracterizado por ser pacíficas? Recuerdo que en la protesta del año 2008, unos ecobandonistas disfrazados de animales se acercaron a la zona que ocupábamos por las inmediaciones de la plaza de Joan Miró. Sus insultos tuvieron respuesta inmediata, unos cuantos manifestantes corrieron hacia ellos, pero se quedó en el amago, no necesitaron aproximarse más de medio centenar metros. Las carreras de liebres y conejos ficticios superaron en velocidad a las de sus homólogos reales. A la policía ni le dio tiempo a intervenir, excepto para situarse al lado de alguno que tropezó y de otro que no estaba en buena forma. El hartazgo en una gran parte del mundo rural ante tanto atropello abandonista no dudo que seguirá aumentando, y llegará un día en que rebose. Quizá, entonces, empiece a tomarse interés por sus reivindicaciones, y las decisiones que afecten al mundo rural dejen de tomarlas personajes abducidos por abandonistas como el señor Oberhuber.

Juan Caballero

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