Desde el pulpitillo

Carta abierta a don Juan Carlos I rey, padre de rey

images_wonke_opinion_carlos-elopez_carlos-enrique-lopez-foto-portadaSeñor, se produce aquí un fenómeno extraño. Cuando escribo estas líneas, todavía sois mi rey. Sin embargo, cuando salgan a la luz, ya seré fiel súbdito de vuestro hijo, con quien, al parecer, comparto menos aficiones, pero en el que confío plenamente, más que por lo poco que le conocemos, porque usted le ha enseñado, le ha formado y nos lo ha recomendado para ejercer la labor que tan bien ha ejercido su predecesor.

Gracias a Dios y a Vuestra Majestad en España sólo he usado armas para cazar. Y anduvimos cerquita de usar otras y, desgraciadamente, para otras funciones.

Un 23 de febrero, a la caída de la tarde, andaba pendiente de lo que usted dijera, con un subfusil Z-70, cargado en bandolera, una pistola Astra a la cintura, 180 cartuchos y cuatro granadas de mano, esperando la orden de embarque para desalojar a la Guardia Civil del Congreso de los Diputados. Así nos lo habían ordenado y permanecíamos pendientes de la televisión mientras las aspas de los helicópteros emitían un ruido monótono y ensordecedor, abajo en el campo de fútbol. Estábamos en un mismo país, pero en un continente distinto. En la Península había ruido de sables; en África, sólo esperábamos la orden de embarcar para venir a nuestra tierra a devolver el orden a donde la libertad había sido usurpada. Los últimos gritos de nuestro coronel después de explicar la misión a la que nos enfrentábamos habían sido: «¡Viva España! ¡Viva el Rey!». La Legión estaba, como siempre, ¡a sus ordenes! Diez minutos después de su aparición en televisión, las aspas de los helicópteros dejaron de sonar. Alguien repartió unas botellas de whisky para relajar la tensión y bebimos de ellas a chorro. Así, caliente, dejamos que humedeciera las gargantas secas por la tensión. El Valencia lloraba a moco tendido y repetía sin cesar, mientras seguía pasando la última botella de licor: «¡Viva el Rey, coño, viva el Rey!».

Desde aquella noche he admirado su magistral intervención y desde aquel día juré de nuevo lealtad a mi bandera y a mi rey.

Han pasado los años y no en balde, desde luego. Nos hemos ido haciendo mayores. Me he sentido orgulloso de mi rey en muchas más ocasiones y lo he visto como el mejor embajador de España en todos los momentos en que nos ha representado. Con cualquier gobierno, de izquierdas o de derechas, ha desarrollado su labor de forma ya legendaria.

Desde estas páginas defendí su actuación con el dichoso elefante de Bostwana y le dedique un cariñoso artículo a su nieto cuando sufrió un pequeño accidente con una escopeta.

Usted, Señor, nunca renegó de ser cazador y se ganó el cariño y el respeto de casi todos los que compartimos afición. En los últimos años se lo pusieron difícil y hasta creo que se vendió La Encomienda de Mudela donde tantos días disfrutó de unos tiros a las perdices.

No son años de bonanza, hay que limitar en casi todo, y también se ha limitado el uso de terrenos que tradicionalmente pertenecieron al Estado, y dieron trabajo a no poca gente, pero eso no importa a la hora de reducir gastos y es razonable que se intente sacar un euro a lo que sea, donde se dan bofetadas por cincuenta céntimos.

Ahora que los años van pasando factura y que los dos, ¿quién lo iba a decir?, tenemos ya otro rey, espero que le dejen disfrutar de nuevo de esta bendita afición que es la caza. Espero que los de siempre pierdan interés en seguir buscando con microscopio un comportamiento que a ellos les parezca sesgado, para intentar hacer sangre. Ahora, si no pueden ser safaris, por aquello de la cadera, pues habrá que empezar a darle un poco a la perdiz con reclamo, antes que desde Bruselas nos la terminen de quitar.

Supongo que será muy difícil no estar pendiente de lo que haga don Felipe, pero tendrá que ir haciéndose a la idea de que en la agenda haya menos compromisos oficiales y más asuntos personales. Muchas veces me lo he imaginado metiendo el morral y la escopeta en el maletero y diciendo a voz en grito: «¡Ahora voy a hacer lo que me dé la gana!».

Es el momento de dedicar unas horas a las torcaces dentro de un mesecillo y unos ratos a las perdices en otoño, con menos quebraderos de cabeza, más libertad de movimientos y con la satisfacción del deber cumplido. Además de que ya puede tirar a la papelera la dichosa frase «el rey no tiene amigos».

Ahora no sé que tratamiento tengo que darle. Al día de hoy no está determinado y, cuando se publique esta carta, ya no tendré tiempo de corregirlo, de manera que, como ya sí puede tener amigos, si le apetece, podemos echar un mus cualquier tarde mientras hablamos de caza…

Con mi mayor respeto y admiración, elevo mi voz para emitir un sentimiento que con seguridad compartimos:

¡Viva el Rey!

 

Por Carlos Enrique López.

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