Entre tórdigas

Psicopaletoanalista

images_wonke_opinion_juan_pedro_juarezNo recuerdo el grupo ni el título de la canción… Lo único que aún resuena en mi mente, aparte de la melodía, es el nombre de la cantante, Soledad, y aquella frase: «Cómo hemos cambiado…». Era un grupo de finales de los ochenta y, al final, ella se hizo solista…

Y aunque, aparentemente, todo sea igual –pero por la vía pobre–, este mundo de la caza ha cambiado. No, no es un ataque de nostalgia, porque, como decía el gran periodista Jesús Hermida, «la nostalgia es de idiotas», cosa que comparto. Sencillamente, es una reflexión sobre lo que ocurre en este mundo nuestro –que para mí es el único que cuenta–, y cuya posible conclusión, a la que podamos llegar, me asombra, por no decir que me asusta.

Por mil motivos distintos. Bueno, en realidad, por uno, porque vivo de ello, me he topado durante muchos años con muchos aficionados a la caza, de muchos tipos y de muy diferentes orígenes –todos con una única nota concordante: afición a la caza y a todo lo que ella representa–, en principio, como compañeros y, después, como clientes a los que cuido sus fincas y acotados para que disfruten de ellos. La parte de ordenación, de la dirección y del control es apasionante para mí, en contrapunto con la parte social y comercial para lo cual, reconozcámoslo, soy un negado, pues prefiero estar solo en el campo con mi gente que en las cacerías, porque considero que mi trabajo concluye cuando empiezan éstas.

Pero, debido a los últimos acontecimientos sociales, me ha tocado conocer muy de cerca los aspectos comerciales, ésos que tan poco me gustan. Y en ellos he encontrado una faceta que, aún viniendo forzada, me ha llamado la atención: el comportamiento humano, la etología, que es como se denomina para los animales. Con esto me distraigo en reuniones, monterías y cacerías de distinta índole. Observo las contestaciones y las reacciones de muchas personas ante precios y resultados, sobre todo.

Aparte de analizar a los aficionados, he llegado, incluso, a repasar las largas listas de anuncios de particulares en este mundo de la caza, todo ello desde un punto de vista, evidentemente, sesgado y subjetivo, con un pequeño punto de envidia y otro, también pequeño, de regocijo, porque he contemplado como un mundo bien asentado en nuestra sociedad se ha visto influenciado por ésta, lo que, en mi opinión, debería ser al revés, es decir, los pequeños ‘mundillos’ son los que transforman la sociedad y de ahí viene la diversidad, la opinión y la libertad para expresarla. Cuando la citada sociedad se impone a los distintos sectores que la forman, los constriñe y los priva de dicha libertad y, por tanto, del progreso desde el punto de vista natural, no desde el político.

Dejaremos a un lado los extremos del espectro social de la caza, como en todo buen estudio científico: al furtivo vicioso, que es mala gente en el campo y en su casa, por abajo, y, por arriba, el de «me he comprado un Blaser con de tó», que también es tonto en la suya.

Pero, entre medias, en esa sopa ‘sobrenadante’ en el ambiente de la caza, olvidándonos por un momento de los normales, que estarían en el centro, he podido ver que en este mundo cinegético hay algunas especies más de las que todos damos por sabidas. Dos destacan como farolillos: unos, aparentemente humildes, y los otros, aparentemente ricos, pero ambos introducidos en la caza por el aburrimiento y por aquello de «¿dónde va Vicente…?».

Si en una página de anuncios buscas armas de menos de 500 euros, compruebas que hay miles de ofertas de modelos y marcas innombrables, enjendros que se compraron porque había que ir a cazar, con visores para escopetas de aire comprimido… Si, por el contrario, te vas al tramo opuesto y buscas los de los ‘michubichi con todos los cachivaches’ solamente ves Blaser, Luxus, express y trofeos africanos; es decir, joyas que se compraron porque ‘había que ir a cazar’. Pero, cuando buscas un arma normal, de un precio medio, de un calibre medio, de una calidad buena, esto es, algo útil, práctico, eficaz y usable, un rifle para toda la vida, casi no encuentras. ¿Por qué?, me pregunto yo. Y ahora aquí es donde toca meterse con unos y con otros y decir que los hijos de la crisis nos han hecho tal o cual cosa, etcétera…

Pero no, de los que hay que hablar y a los que hay que cuidar es al tramo central, el de las personas normales, a las que yo he dado en llamar ‘aspirantes a cazadores’ o ‘aficionados a la caza’ (porque ‘cazadores’ sólo hay doce o catorce en España). Ésos que siguen cazando, con mayor o menor esfuerzo, con mayor y menor fortuna, pero con devoción, son los que han mantenido y mantienen la afición, los que mantienen el negocio de armerías, cotos y fincas y, sobre todo, los que exigen cazar con ilusión y no con la certeza de traer el zurrón lleno. En fin, los marineros que intentan salvar el barco del naufragio y no las ratas que son las primeras en abandonarlo. A ellos… ¡gracias!

 

Por Juan Pedro Juárez.

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