Internacional

La necesidad de la caza de gestión en África

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Después de haber estado recechando durante toda la mañana sin éxito alguno, y con una temperatura de tres grados centígrados, decidimos, Kallie, Lloyd y yo, ir a tomarnos una merecida Cerveza al Bush bar, en la zona de Timbavati (Limpopo). 

Fuimos en el Toyota FJ 45 de Kallie (un clásico de más de treinta años) por aquellas pistas polvorientas que caracterizan al Limpopo. Una vez allí nos encontramos con los amigos de Kallie, todos cazadores profesionales de la zona, y, entre anécdotas de caza y risas, nos comentaron que en una reserva, que estaba a unos 60 kilómetros de nuestra localización, habían encontrado una jirafa muerta tras una pelea con otro macho. El dichoso macho era un ejemplar de unos veinte años que llevaba ya varias temporadas matando a otros individuos sin dejar proliferar la población de jirafas, dado que él era estéril debido a su avanzada edad. Kallie me animó a ir a por él alegando que no hacía mucho le habían llamado del Kruger pidiendo si sabía de alguien que pudiese donar carne. Ya teníamos cacería organizada y un propósito. El problema es que mi experiencia, como cazador de esta especie, era nula.

Un fallo increíble

A la mañana siguiente nos levantamos a las 04:30 horas para recorrer la distancia hasta la reserva. Una vez allí nos organizamos y comenzamos la búsqueda de la jirafa. Recorrimos en todoterreno las pistas que delimitaban los blocs de la reserva, fijando nuestra mirada en el camino en busca de huellas. Al cabo de más de una hora dando vueltas Lloyd divisó un cuello largo en la lejanía; me sorprendió porque, aunque parezca que son fáciles de ver, se camuflan de maravilla entre la maleza y los árboles. Bajamos del vehículo y comenzamos el rececho. Tras un rato detrás de las jirafas pudimos observar que el macho iba adelantado como si supiese que la cosa iba con él.

IMG_6702Di una patada al suelo polvoriento y pude observar que la brisa de la mañana llevaba nuestro rastro en su dirección, entonces le susurré a Kallie que si le parecía mejor bordear y esperarle más adelante. Me confirmó que era buena idea y, pasados unos larguísimos 20 minutos esperando, apareció a unos 80 metros, camuflado entre la maleza. Era de un color oscuro tirando a negro, en vez de ese color canela, amarillo que caracteriza a la especie.

En ese momento Kallie me insistió: «Shoot, shoot!». Con los nervios y la adrenalina que me fluían por el cuerpo, apunté al codillo y dispare con mi Mauser M03 África, calibre .375 H&H. Con el estruendo del disparo, todo lo que había alrededor salió huyendo, incluido el macho, ya que tenía toda la pinta de haberlo fallado. Salí corriendo detrás y, a unos 50 metros del primer disparo, efectué otro a la carrera en el codillo opuesto. ¡Nada!, ¡no me lo podía creer!, pero seguía corriendo. Volví a cargar y, ya a unos 150 metros, le disparé el último cartucho por la espalda hacia la columna vertebral, sin poder apreciar ni un mínimo movimiento o indicio de haber recibido el impacto de la bala. Entonces subió una loma y… desapareció.

Un error de bulto

Estaba anonadado, cansado, con el corazón que se me salía del pecho, y no daba crédito a lo que había sucedido: ¡tres disparos!, que por narices tenían que haber entrado, con 300 grains de punta –la primera Hornady DGS (punta sólida) y las dos siguientes también Hornady DGX (punta blanda)– ¡y a esa distancia ante tal animal! ¡Vamos, era inmenso!, y en el visor Schmidt & Bender 1.5-6×40, no veía otra cosa que no fueran las oscuras manchas de la jirafa. No daba crédito y no dejaba de preguntarme que podría haber pasado, ¿cuál era la explicación de lo sucedido…?

Kallie organizó a los trackers y Lloyd y yo ya íbamos por delante pisteando huellas y buscando rastros de sangre. Llevábamos la mirada fijada en el suelo y caminamos y caminamos observando cada tronco, rama, etcétera… esperando ver sangre. Después de analizar la situación y la distancia recorrida, yo comencé a desmoralizarme. Estaba frustrado, no dejaba de autoculparme, de criticarme a mí mismo por el fracaso de ese lance.

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Analizándolo, Lloyd me dibujó en el suelo la forma de la jirafa y me pidió que le indicase dónde había apuntado y yo le insistí: «¡En el codillo, Lloyd, al corazón, aquí!». Todos se echaron las mano a la cabeza. «Arturo, el corazón de la jirafa está debajo del cuello, no lo tiene situado como los antílopes». Me quedé con cara de póker… ¡Ahora sí que teníamos un problema!

Una solución de circunstancias

De camino de vuelta al lodge de la reserva, Kallie me comentó que el Kruger disponía de helicóptero y que el conocía al piloto. No lo dudé ni un segundo y le dije que sí, que contactase con él.

A la hora estaba en la reserva. Ya eran las 15:30 horas y el tiempo corría en nuestra contra. En esta época del año oscurece a las 18:00 h. La verdad, ver el helicóptero en medio de una seca con el motor en marcha me impresionó, y más aun cuando el encargado de la reserva me trajo el rifle. Despegamos inmediatamente, el ya citado guarda, el piloto y yo. Detrás, en el Land Rover, circulando por las pistas, el resto de la expedición, todos conectados por radio.

Cuando estábamos ya volando el corazón se me encogió al ver que la reserva era enorme, no las tenía todas conmigo, pero a la media hora de buscar desde las alturas dimos con él, apoyado en un árbol, a unos ocho kilómetros de distancia de donde habíamos efectuado el lance. Estaba herido. El piloto me sugirió dejarme en una seca cercana, a unos 600 metros de donde se encontraba, y hacer otra entrada al animal, entonces le respondí: «¡Lleva horas sufriendo, por favor, baja y acabemos con este sufrimiento lo antes posible y terminemos bien lo que mal empezamos!».

El piloto descendió y nos colocó a escasos 30 metros del animal y, desde el helicóptero en vuelo, apunté donde lo tenía que haber hecho en un principio y disparé.

Se desplomó como lo hace un edificio y, en ese momento, se me escuchó por la radio decir en inglés: «Sorry, buddy! (¡Lo siento, compañero!)», y no negaré que me produjo tristeza, la misma que me produce dejar un animal herido sin importar el tamaño o la especie, éstas son las reglas del juego y debemos seguirlas a rajatabla, como debemos respetar todas las normas que conlleva la caza.

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Y una lección aprendida…

Aterrizamos en la seca sugerida antes por el piloto y esperamos a los demás, que tardaron un buen rato en aparecer. Después nos dirigimos hacia donde estaba la jirafa, ¡era enorme! Agarré su cabeza y se podían observar todas las calcificaciones que tenía de sus peleas con otros de su clase y en los cuartos traseros se podía apreciar que había sido atacada por leones, pues tenía las marcas de las garras bien definidas.

A la hora llegó otro vehículo con dos locales más y, entre todos, después de las obligadas fotos, nos pusimos manos a la obra.

Yo hice alarde de los cuchillos de mi amigo Rodrigo Mulero (2G Knives) –cuchillero artesanal de merecido renombre– y entre todos realizamos el trabajo en tres horas, por supuesto, ya de noche. Cabeza y pieles las colocamos en el Land Rover y la carne en una pick up, calculamos que habría unos 700 kilos de carne que se iban directos al Kruger. CyS

PD: Si me preguntáis a título personal qué opino de esta experiencia, os diré que no estoy orgulloso de ella, pero sí que me ha aportado mucho como cazador, he obtenido más humildad, más conciencia y saber que tomé la decisión acertada.

Por Arturo S. Lope / SCI Balearean Chapter 

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