Desde el pulpitillo

¡Si es que no paran!

Ahora vienen con que la carne de caza no es recomendable para que la consuman embarazadas y niños menores de seis años. ¿Qué me dices? Ahora dirán como el niño que exclama «¿Lo ves, pápa? ya se están metiendo conmigo. ¿Cómo no me voy a meter con ellos?, si es que me buscan». Haberse pegado un pico de años estudiando una carrera para terminar diciendo cosas que parece que las sueltan después de haberse metido un pico de los otros, tiene guasa.

Lo primero será buscar el origen del problema. ¿Qué fue lo que motivó tan magnífico y beneficioso estudio para la humanidad? ¿Qué causa llevó a don Antonio a meterse en jardines de tan difícil salida? ¿No hubo un alma sensata que le dijera: «¡Antonín, no te metas que hay barro!»  ¡Pues se ve que no! ¿Qué afán personal o lucrativo llevó al bueno de este hombre a elegir la caza como punto de mira, y aún más, con muchas posibilidades de hacer el ridículo? ¿Qué puesto pendiente de adjudicación en la Junta de Andalucía precisaba de estos méritos? El tiempo lo dirá, pero está claro que en la Junta el que no se mete con la caza o con la pesca no pasa el corte.

El problema de estas cosas es cuando el racionamiento se rebela contra la ciencia puesta al servicio de la intolerancia, y surgen preguntas. No seré yo el que se disponga a comerse una tortilla de perdigones todos los días como si fueran caviar. No, o por lo menos, no por si acaso. Pero ahora, ingenuamente pregunto: Hasta bien entrados los años ochenta todas las tuberías de nuestro país eran de plomo. ¿verdad?

El consumo de agua mineral no se instala en España como algo cotidiano hasta más allá de los noventa. A mi y a todos los de mi generación -y a otras pocas anteriores- nos prepararon los biberones y las papillas con ese agua, que había recorrido en ocasiones cientos de kilómetros de tuberías de plomo hasta llegar a nuestros hogares. Toda la comida que yo haya consumido hasta los cuarenta años se guisó con agua que venía por tuberías de plomo.

Durante muchos años, en esta bendita tierra andaluza en muchos hogares fue la caza la que salvó la viudedad de las patatas en los pucheros, y desde luego aquella caza no se mataba cantándole los éxitos de Julio Iglesias. ¿Cuántas preñadas andaluzas no habrán hecho la aportación necesaria de proteínas, minerales y vitaminas necesarios para su bebé a fuerza de comer carne de caza?

Ya los romanos utilizaron el llamado Sifón de Pérgamo, construido con plomo, para llevar el agua de un pueblo a otro con tuberías de plomo. Dos mil años de médicos, arquitectos, matronas, ingenieros, albañiles, costureras, y todo el resto posible de profesiones de la reciente historia ¡emplomados! ¿Es que no se nos nota el color gris en la piel? Mi abuelo, que fue minero en la mina de Los Guindos, en La Carolina, y maestro maderista en La Aquingrana, contribuyó con su vida a sacar ese plomo de las entrañas de la tierra, y alimentó a sus hijos con caza manchada del olor de la galena y agujereada por plomo de fabricación casera.

Así que ahora, cuando me entero de que con la cantidad de tórtolas que llevo comidas desde que me salieron los dientes, debería estar medio gilipollas y con los huesos hechos una mierda, y si a eso le añadimos las calderetas de jabalí y los guisos de venado, llego a la conclusión de que debería haber cagado ya un ataúd fundido para enterrarme yo solo. Y oiga, que yo no digo que el plomo sea bueno para la salud, ¿eh? Y pensar lo rica que estaba la cerveza generada en la fábrica de la Cruz del Campo de Sevilla con tuberías de plomo, y que vengan ahora a jodernos el recuerdo con que podía estar contaminada…. ¡Pues plomillos a la mar!

Oiga, y puestos así, ¿qué es más malo, los residuos de plomo que puedan llegar a nuestro organismo por comernos un buen solomillo de venado, abatido con un balazo del .30-06, o el colesterol que me aportan un par de chuletones de cerdo con esa grasita retostailla que tanto me gusta?. ¡Eso sí! El cochino muerto mediante descarga eléctrica en los sesos, criado con no se sabe qué piensos, y comido de parásitos en Dios sabe qué puñetera granja.

¡Ea!, y ahora dirán que me meto con ellos. ¡Si es que no paran!

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