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Tenemos al enemigo en casa

 Quieren pasar por mártires de un sistema que les oprime, quieren ser testaferros morales de algo que verdaderamente sí es suyo… ¿En verdad? En verdad no son más que vulgares verdugos, doctorados en magia negra, crudos representantes de la muerte armados hasta los dientes con venenos vertidos al compás que marcan sus fumigadoras.

Llevamos años tomando medidas drásticas en muchos acotados de nuestra querida Península, nos recortamos días de caza, nos ponemos cupos, colocamos comederos y bebederos a diestro y siniestro… ¿Pero de verdad está sirviendo para algo? Me temo que en la mayoría de los casos, no. Está claro que tenemos al enemigo en casa, por más que intentamos que la perdiz remonte el vuelo, por más que luchamos por ver la imponente carrera de las liebres temporada tras temporada… ¿Qué conseguimos? Nada, amigos, no conseguimos nada.

Ante la coyuntura en la que nos encontramos, muchos cazadores, después de dejarse los cuernos intentado levantar esta situación han dejado paso, han tirado la toalla, han abandonado ante la inminente derrota.

Llevan años vertiendo su ira contra todo bicho viviente, untando la peor de sus miserias en una tostada que sostiene todo lo que aquellos que aman el campo sienten como un miembro más de su cuerpo. Están envenenando la tierra, el agua, las semillas, las plantas y por consiguiente… Por consiguiente, el día que toquemos fondo, de ahí no pasaremos.

Basta ya de echar la culpa a los tontos de siempre, basta ya de ser juzgados como los culpables antes de que el juez emita un dictamen. Plantemos cara. Sabemos que podríamos hacer una mejor gestión, que podríamos colaborar más… Pero sobre todo, sabemos, que sin un cambio en la política agraria, estamos jodidos.

 

 

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