Internacional

Un trío para un doblete. Rebeco con arco en Picos de Europa

347 - SCI Rebeco (3)

Cuando empecé hace unos años a cazar con arco, nunca me podía imaginar la efectividad de esta arma y la afición que cogería. Desde aquellos inicios, y las primeras prácticas, ha pasado muy poco tiempo, pero lo suficiente para que la emoción de las flechas hayan superado con creces a la del rifle o la escopeta.

Es cierto que para cazar con arco hay que esperar el momento justo, ni antes ni después, pero sí saber seleccionar ese justo momento en el que la flecha debe impactar al animal en el lugar y sitio indicados y, para eso, la experiencia es la mejor consejera y, queramos o no, el haber cazado intensamente ayuda. De nada nos servirá tener el mejor equipo del mercado si en el último instante del lance la emoción y los nervios nos hacen equivocarnos.

Hace muchos años que con el rifle conseguí todos los animales, cinegéticamente hablando, de caza mayor en España y lo hubiese repetido muchas veces si no es por la astucia del lobo, del que sólo tengo un ejemplar cobrado. Por eso y a raíz de conseguir mis primeros trofeos con arco, decidí hacerme con lo que llamamos en nuestro argot el slam español o ibérico; esto es, cobrar con arco todas las especies cinegéticas de caza mayor que existen en España.

La oportunidad

Cuando hace unos meses surgió la posibilidad de asistir a una subasta de caza de la Junta de Castilla y León, no pude evitar pensar en hacerme con un rebeco con arco, especie que aún me falta para llegar a completar la colección en esta modalidad, y que ya había intentado sin éxito en el coto de un buen amigo mío en León. Antes de pujar en la subasta por uno de los permisos de rebeco que la Junta ofertaba, y conociendo la dificultad que este animal representaba, pensé en un vigilante de caza que no sólo conociese el terreno y los hábitos de los animales, sino que confiase en mí y en la efectividad de mi arco y, para ello, qué mejor que un amigo, y éste no podía ser otro que Enrique Mendoza, vigilante de caza del P. N. de Picos de Europa. Le comuniqué que tenía intención de quedarme con un permiso, pero que esta vez lo quería cazar con arco y que me tenía que ayudar él. No faltó repetirlo, simplemente me dijo que adelante y que lo único que podía pasar es que nos llevase tiempo y, en ese caso, yo debía de estar dispuesto a subir las veces que fuesen necesarias. Estas palabras me supieron a gloria, pues da gusto ver personas que, como Enrique y su hermano, Antonio, o Eliseo, con sus excelentes teckels, Miguel Ángel o Enrique Caldevillas, demuestran día a día que aman la naturaleza y su trabajo.

Estos personajes, con los que he pasado jornadas inolvidables, son verdaderos héroes cinegéticos de nuestro tiempo, que se desviven para que el cazador culmine con éxito su lance, disfrute y olvide las preocupaciones cotidianas, transportándolo a un verdadero paraíso de caza.

Tras haber cazado en muchas reservas de distintas comunidades, debo decir que estos vigilantes de caza marcan la diferencia: no sólo se involucran intentando que el cazador tenga el mayor porcentaje de éxito posible, sino que se lo toman como un reto, dando ejemplo a otros compañeros de su buen hacer y talante.

Buscando rebecos

Llegado el día de la subasta me fue fácil adjudicarme el permiso, quedándose varios lotes libres debido a la situación económica que vivimos. La fecha, el fin de semana del 8 al 9 de junio.

Así que, el viernes 7 subí acompañado de mi amigo José María Echevarría en dirección a Oseja de Sajambre. Durante el camino desde la capital nos llovió fuerte a ratos y, al llegar a Oseja, nos estaba esperando Quique con la mejor de las sonrisas. Buena cena, mejor vino y excelentes risas fueron las culpables de que nos fuéramos a la cama un poco tarde y, por qué no decirlo, un poco contentos también, quedando en la puerta de nuestro hostal a las siete de la mañana. Durante la noche llovió algo, pero el amanecer nos dio la bienvenida con una tromba de agua que hizo demorar nuestra salida.

Nos dirigimos hacia una zona donde tenían localizada una cabrada con algún macho bonito. Nos juntamos con Antonio y, tras prepararnos, decidimos rececharlos. Antonio y José María se quedaron abajo para ir dándonos instrucciones de los movimientos de la cabrada por el walkie, pues de esta manera sería mucho más fácil intentarlo. Enrique me comentó que tenían permiso para quitar algunas rebecas y que, si me interesaba, podíamos cazar alguna selectiva pagando la cuota complementaria, a lo que le dije que, si veíamos una idónea, lo intentaríamos.


Subimos por dentro del bosque hasta llegar a una pared de piedra. Reconozco que la subidita no fue dura, pero, de vez en cuando, el corazón mandaba parar y tomar algo de aire; vamos, que el chuletón estaba pasando factura. Llegado un punto, Enrique me dijo que ya nada de hablar, pues, lo malo de llevarse bien y ser casi de la misma quinta, es que siempre tienes algo que contar y risas no iban a faltar. Muy lentamente y siempre por dentro del bosque, nos fuimos acercando hasta la última raya de los arboles, donde vimos algunos jóvenes rebecos que, entre juegos alocados, corrían de acá para allá siempre bajo la atenta mirada de sus madres.

Sin movernos para no hacer ruido intentamos ver si había algún macho, pero o no lo había o no lo vimos; lo que sí vimos fue una rebeca que se nos paró justo enfrente. Vi como Quique tiró de telémetro y me comentó que se podía quitar, a la vez que, en bajo, me dijo: «Está a 55 metros». Me faltó tiempo para tensar, coger aire y situar la figura, dándome el costado entre el pin de los 50 y los 60 metros. Con la flecha disparada con el arco y empujada con mi mente, vi con desilusión como ésta se quedaba entre las patas de mi objetivo, mientras toda la cabrada huía ante el ruido que la flecha había producido contra una piedra.

¡No me lo podía creer!, había fallado y no me lo explicaba. Una y otra vez estuve dándole vueltas a la cabeza sobre el porqué del fallo: ¿habría apuntado con el pin equivocado?, ¿habría ajustado mal el arco?, ¿habría medido mal la distancia el medidor por la niebla?… No encontraba explicación. Quique me miró con un gesto de resignación, sin enfado, y me dijo: «No pasa nada, ¡a seguir intentándolo!» y eso hicimos. La niebla subía y nosotros nos situamos entre unas piedras, pues estábamos seguros de que algún macho, tarde o temprano, vendría por el paso que ocupábamos. Dada la espesa niebla, poco nos podían ayudar Antonio y José María, pues ni siquiera nos podían ver. Estábamos sentados cuando Quique vio venir en nuestra dirección un rebeco, pero entre la niebla no éramos capaces de saber qué tal era. Nos quedamos esperando entre una hondonada, pero parecía que al animal se le había comido la tierra. Pasaron varios minutos, lo que nos llevó a pensar que se había dado la vuelta o había subido demasiado y, por la niebla, se nos había pasado. En un instante, Quique lo vio por encima nuestra, comentándome que no era un macho, sino una hembra, pero que si se acercaba se podía intentar tirar, puesto que parecía vieja y no llevaba chivo. Nuevamente telémetro y 67 metros con una inclinación superior a 45 grados, así que, pese a la insistencia de Enrique de que estaba muy lejos y ante mi comentario de que sólo se pierde una flecha, me levanté, tensé el arco y coloqué el pin de 70 metros por encima del cuerpo de la rebeca, soltando la flecha que, lejos de impactar en su cuerpo, la pasó por encima… Así que, segundo fallo del día y segunda flecha perdida…

Continuamos la ascensión hasta los picos y, allí, varios cabritos, entre juegos y carreras, se nos metieron encima, a menos de 17 metros, junto al resto de la cabrada. Inmovilidad hasta que nos barruntaron y salieron corriendo.

Por la tarde no paró de llover y nos dirigimos a un prado donde tenían fichados a dos machos que podían cumplir nuestras expectativas.

Quique y José María se quedaron en el coche y yo me escondí en unos robles que se encontraban en mitad del prado. No veía nada y, entre el agua que caía y la niebla, decidí dar por terminada la jornada pues era imposible cazar, ¡parecía mentira que el verano se estuviera retrasando tanto! Cuando llegamos al hostal, miramos la previsión del tiempo para el domingo y ¡sorpresa!, más de lo mismo e incluso peor, así que decidimos volver a Madrid.

Camino de vuelta vimos en la campiña varias ciervas y venados que bajaban de los valles a pastar e incluso un cochino se nos cruzó con todo el descaro frente al coche, parándose en un prado y dejándonos babeando al verle las navajas. El domingo contacté con Enrique, quien me comentó que habíamos hecho bien, pues no paraba de llover y las nubes no nos hubieran permitido cazar.

Nuevo intento

Esa misma semana y ante mi asombro, fallé un cochino con arco en mi coto de forma inexplicable, así que, viendo los fallos, decidí probar el arco: se desviaba una barbaridad y comprobé que un golpe había movido todo. Ni que decir tiene que el cabreo que me entró fue monumental…

Contacté nuevamente con Quique para reservar otra fecha que le fuera bien para volver a intentarlo, eso si el tiempo nos dejaba y el verano definitivamente venía. Quedamos para el fin de semana del 29 al 30 de junio.


El viernes 28 nos fuimos todos de fin de semana, reservando en El Encanto de Valleval, una casa rural en Soto de Sajambre. Lugar idílico de buenas gentes, bien cuidado y bien escogido, sobre todo porque lo hago con la intención de que la familia, con la que he subido, no me ponga ‘morros’ mientras cazo. Si este lugar ya es un manifiesto de descanso, el hecho de que no haya cobertura lo hace para mí aún más atractivo. Cuando llegamos era un poco tarde, así que cenamos en un hostal próximo y pronto a la cama, quedando con Quique y su hermano Antonio a las 6:30 de la mañana .

El día amanece claro y, tras meter todo en el coche oficial de Antonio, nos encaminamos los tres hacia lo alto de unos prados donde tienen localizado un bonito macho, no trofeo, como correspondía a mi permiso. En la subida vimos un corzo alto y gordo de rosetas que, durante unos minutos y muy tranquilo, nos hizo soñar con su cuerna y porte.

Antonio nos dejó en una explanada para que subiéramos a unos prados que había en la cima, mientras él daba la vuelta, situándose al otro lado desde donde nos divisaría con el catalejo, dándonos indicaciones por el walkie. Ya en la cima vimos una cabrada a la que nos era imposible acercarnos y decidimos quedarnos en la parte de arriba, entre unas piedras, mientras contemplamos algunos chivos, hembras y un machete comiendo debajo nuestra.

Desde enfrente, por el walkie, Antonio nos indicó que los teníamos debajo y que nos quedáramos en la cima esperando por si subían. De repente, por encima de nuestros, vimos varios rebecos. Esperamos y observamos a uno que se asomaba e iniciaba una alocada carrera hacia el bosque que nos pillaba justo detrás. Esto pasó en segundos y, simplemente, no nos dio tiempo ni de reaccionar ni de valorar el trofeo. La única explicación razonable que se nos ocurría es que se hubiera asustado de los caballos que, haciendo sonar sus cencerros, llegaban andando por la pradera en nuestra dirección.

Antonio nos volvió a avisar de que otros tres rebecos se nos acercaban bajando hacia donde estábamos. Nos acercamos a una piedra y vimos como, muy despacio, dos rebecas adultas y sin chivo, estaban paciendo. Quique me dijo: «¡La segunda!, a 48 metros». Me levanté y tensé el arco bajando un poco el pin de los 50 metros. Liberé suavemente la flecha al tiempo que la rebeca se movió al oír la cuerda. Vi las plumas de la flecha en el costado de la rebeca al tiempo que oí un grito de: «¡Enganchada!, ¡enganchada!».


Mientras las dos rebecas se giraban y se tiraban por el precipicio, salimos corriendo para ver si las veíamos bajar. Comentamos el lance y pensé que si la flecha la llevaba cruzada de atrás hacia delante, como me había parecido, el animal caería de un momento a otro.

Por el walkie Antonio nos anunció que bajaba llena de sangre y que le parecía que la flecha la llevaba algo trasera. El animal se había echado debajo de nosotros y no se levantaba. Sin mediar palabra, siguiendo a Enrique, nos aproximamos hasta ver a la hembra echada. No se movía y decidí terminar el lance con otra flecha desde los 40 metros, donde estamos. No quería que al vernos se levantara y se perdiera, con el último aliento, en una loca carrera. Tensé el arco y la flecha la impactó por el lomo, terminando con su sufrimiento.

Ya tenía mi primer rebeco con arco, increíble. Un fuerte abrazo nos inundó a los dos de felicidad y, tras unas fotos, decidimos bajar al claro donde nos recogería Antonio. Mientras esperábamos a que apareciera el coche, dos ciervas se nos metieron a quince metros de donde estábamos y pudimos disfrutar del buen aspecto que la abundancia de comida ha proporcionado a los animales esta primavera.

¡A por el segundo!

A las seis de la tarde nos subimos por un barranco hasta divisar unos prados donde vimos una cabrada sin ningún macho. Tras esperar por si se levantaba algún rebeco del barranco y no ver nada, los tres nos movimos hasta un chozo donde se quedó Antonio con el largavista y el walkie, mientras nosotros seguimos subiendo por la misma vertiente hasta la cima. Tras varias paradas divisamos una cabrada en el pecho de enfrente, únicamente hembras y jóvenes, pero Antonio, que era nuestro vigía desde abajo, nos indicó que subía un macho, que no podíamos ver por el ángulo en el que nos encontrábamos.

347 - SCI Rebeco (5)Eran las 19:30 y la niebla venía subiendo por el valle hasta cubrirnos por completo, anulando nuestra visibilidad. Enrique me indicó que íbamos a aprovechar la niebla para cruzar a la otra vertiente.Subimos por el collado de la cima, atravesamos por la nieve hasta situarnos en la cuerda de la montaña opuesta a donde estábamos y, supuestamente, nos situaríamos por encima de la cabrada. Cuando llegamos, siempre en la cima, nos íbamos moviendo muy despacio por debajo de la línea de visión para no ser descubiertos.

Antonio nos indicó que el macho estaba subiendo hacia nosotros y que prácticamente lo teníamos encima. Poco a poco, Enrique miró por encima de una piedra, se agachó y me hizo gestos, cabreado, de que lo tenía ahí y que creía que le había descubierto. Nos movimos un poco y volvió a asomarse, muy despacio, entre dos piedras, midió la distancia y me dijo que le podía tirar: «Está a 38 metros». Como pude y para que mi contorno no sobresaliera, fui agachado hasta donde estaba. Nos levantamos los dos, al tiempo que yo tensé el arco y vi al rebeco totalmente cruzado, quieto, mirándonos. Me quedé inmóvil, apuntando sin poder soltar la flecha, pues el rebeco estaba inerte, observándonos. Pensaba que, si soltaba el disparador, era posible que esquivara la flecha en un acto reflejo, dando al traste con la oportunidad. Los segundos pasaban y la tensión se empezaba a notar, hasta que, finalmente, el rebeco bajó la cabeza y solté la flecha, que voló para impactar en su muslo –creo que en el último segundo se movió–. Salió a la carrera y le perdimos, y Enrique avisó a Antonio por el walkie para que intentara verlo desde su posición. Relajé a Quique –parecía mentira que hubiera vivido el lance con más intensidad que yo mismo–, y le expliqué que no podía tirar al estar el rebeco mirándonos, que no se preocupara y que dejara actuar a la flecha.

Tras pasar unos minutos, Antonio nos dijo que estaba echado debajo de nosotros, con la flecha algo trasera, y que los chivos le estaban intentando mover. Bajamos por donde pudimos hasta que Antonio nos indicó que se había levantado y que iba a pasar por donde estábamos. Me preparé con el arco listo para tensar, pero los minutos pasaban y la niebla hizo acto de presencia, ¡lo que nos faltaba! Apareció el macho andando y, mientras tensé y, en voz baja, pregunté la distancia, no obtuve ninguna respuesta. Noté que el rebeco nos vio y arrancó de culo, tirándose por el precipicio. Apunté y solté como pude la flecha en la última milésima de segundo antes de perderlo de vista. No sabía dónde había ido la flecha, simplemente y ante la desesperación del último momento, la solté con el pin de 20 metros. Le pregunté a Enrique que por qué no me había dado los metros y me respondió que, por la niebla, le daba 480 metros y que no sabía qué decirme.

Todo pasó muy rápido, en segundos, y aún estaba en tensión. Oí a Antonio hablando con Enrique: «Ha caído como una pelota, dando mucha sangre».

No me lo podía creer, bajamos todo lo rápido que el sentido común nos dejaba, hasta ver un reguero de sangre, parte de una flecha y, por fin, el cuerpo inerte de mi rebeco. ¡Madre mía, qué lance! La última flecha le había entrado de culo, atravesándole el cuerpo y saliéndole por el pecho.

Hicimos fotos, más fotos y requetefotos, abriendo al animal para conocer la efectividad de las flechas: ¡era increíble el destrozo que habían causado!

Quiero dar las gracias a Enrique Mendoza y a su hermano, Antonio, por hacer que mi sueño esté cada día más próximo a cumplirse. Gracias por su amistad y buen hacer, pues sin ellos no hubiese sido posible esta aventura, de la que son los verdaderos protagonistas.

 

Por Short Magnum.

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