Internacional

Tur de Dagestán: Una cacería de mucha altura

358 - SCI Catalunya Chapter (3)

Transcurría el mes de julio y se acercaban las fechas en las que, en compañía de mis amigos Jaume, Abel, Manel y, cómo no, mi sobrino Pablo, debíamos partir hacia el este en busca del difícil tur de Dagestán.
Azerbaiyán, con una superficie de 86.600 km2 (aproximadamente Andalucía), es la mayor de las repúblicas caucásicas. Obtuvo su independencia de la ex URSS el 19 de noviembre de 1990 y tiene una población aproximada de nueve millones de habitantes. La mayoría de sus pobladores son musulmanes, si bien, debemos considerarlos tolerantes con el resto de religiones. La lengua de este estado turquino es el azerí, manteniendo como segunda lengua el ruso, si bien tiene trece idiomas distintos entre los que destaca el kashgai. Es difícil encontrar a alguien que hable inglés, aunque su carácter afable te permite comunicarte.

Esta vez, mi sobrino Pablo venía como representante de la compañía International Wild Hunting, con quien habíamos contratado, y se encargó de los pormenores. Llegó el día de partida no pudiendo imaginar cómo iba a transcurrir, pero, para que os hagáis una idea, después le denominamos día horribilis… Estaba cerrando las maletas y mi amigo Jaume me llamó para informarme que no podía venir: su madre, persona de mucha edad, había enfermado con mal pronóstico. En Estambul nos enteramos de su fallecimiento.

El difícil camino hacia la cumbre

En la intervención de armas fueron, como siempre, muy eficaces. La Guardia Civil completó los trámites pertinentes para poder embarcar armas y munición.

358 - SCI Catalunya Chapter (2)
El autor con la última tecnología, en el más rústico de los alojamientos, un refugio de los pastores locales.

Al llegar a Bakú fuimos retenidos por la policía de aduanas por más de dos horas y donde, a pesar de nuestros esfuerzos, retuvieron hasta nuestra vuelta el teléfono vía satélite, manifestando la policía que esa ‘alta tecnología’ no podía introducirse en el país. Dimos por finalizado el ‘capítulo teléfono’ y partimos hacia el hotel dejando allí la única posibilidad de comunicación desde la montaña. De lo único que sirvió este episodio es para recomendar a la gente que decida este viaje, que introduzca ese teléfono en la maleta y no en el equipaje. Después supimos que a nuestros amigos polacos les pasó exactamente lo mismo.

No acabaron ahí los contratiempos, ya que llegamos tarde al hotel, donde nos recibió la organización local, fuimos a cenar encontrando el peor servicio con el que jamás me había topado y que hizo que el director del hotel nos invitase a tan opípara cena: ¡pedimos cuatro hamburguesas y después de dos horas nos trajeron cuatro sándwiches de pollo!

Quedamos a desayunar y nos reunimos con el resto de cazadores que componían la expedición, dos polacos, un inglés y un canadiense, si bien este último tuvo que quedarse en Bakú, ya que no le llegó el equipaje. Salimos hacia Ismailly atravesando un paisaje realmente árido que posteriormente fue cambiando hasta llegar a las montañas. Paramos a medio camino para comer y degustamos los sabrosos tomates y sandías de la zona, partiendo de nuevo hacia Istasi, que da nombre al pueblo y al río, que significa ‘agua salada’, por existir en una zona cercana un manantial salobre. Allí nos esperaban los guías locales.

Tras las respectivas presentaciones, nos subimos todos al camión, un monstruo del ejército ruso, emprendiendo el peor camino que he pasado en mi vida. Subíamos por el cauce de un río donde tardamos tres horas en hacer 20 kilómetros.

Unos guardianes ‘especiales’

Por fin llegamos al campamento base a una altura de 2.200 m. Sorteamos camas y nos tocó una habitáculo que ocupamos Manel, Abel, Pablo y yo. El otro fue para los otros tres cazadores y el intérprete Sharafat, ya que el canadiense seguía sin llegar. Nos prepararon una magnífica cena y, agotados, nos fuimos a dormir esperando el primer día de caza.

Al levantarnos se confeccionaron los grupos de caza y zonas; el nuestro, Pablo y yo junto con nuestros dos guías locales, Rahil y Eyvaz, y tres caballos. Uno era más grande que los demás y me fue fácil adivinar para quién iba destinado. Si hubiera sido posible… ¡le hubiese dado la mayor de las propinas!
Salimos río abajo con el camión y, tras llegar al valle correspondiente, montamos a caballo para volver a ascender hasta donde teníamos que montar nuestro campamento flotante. Tuvimos que bajar de los caballos un par de veces, por el riesgo que suponía pasar montado, y tres horas después llegamos a la zona donde acampamos. Inmediatamente nos pusimos a observar las montañas de alrededor para ver si encontrábamos la presencia de algún tur. No tuvimos que montar las tiendas, ya que ocupamos un refugio hecho de plásticos y madera construido por unos pastores de ovejas utilizado en sus pastoreos.

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El autor desplazándose al cazadero a caballo, la forma más cómoda y rápida de moverse en este terreno.

Cogimos lo indispensable y subimos por el cauce del río. Allí empecé a darme cuenta de lo dura que iba a ser la cacería. Dado el tipo de terreno (un pedregal) horrible para mis tobillos y rodillas, agravado por mi sobrepeso, lentamente y no sin cierta cara de paciencia de los locales, llegamos a las primeras zonas de observación y no conseguimos ver absolutamente nada.

El tiempo se nos echaba encima y se adelantaron Pablo y Eyvaz, consiguiendo ver al final cinco tur adultos machos (dag keli) y varias hembras (kechi) con crías. Decidimos dejar para el día siguiente la cacería esperando que, a primera hora, estuviesen en una zona más baja.

Volvimos al campamento y, por si fuéramos pocos, aparecen dos pastores, Hasrat y Sabuhi, que venían a ocupar su morada, con un rebaño de unas quinientas ovejas que nos dieron ‘ambiente’. Además, con cinco perros, tamaño mastín, que mordían a todo desconocido, por lo que cada salida de la cabaña se convertía en una arriesgada aventura en la que los pastores hacían de guardaespaldas. Todo ello resultaba un tanto incómodo para ellos y para nosotros. Para cenar, Sabuhi nos preparó una especie de sofrito buenísimo y que con el pollo del día anterior parecía un guiso. Tomamos una vez más el té de rigor y dividimos el espacio. A Pablo le tocó dormir, a pesar de no tenerlo muy claro, entre los dos pastores…

Una tensa espera…

Diana a las 05:00 horas, todavía de noche, preparamos los bártulos para salir hacia el nacimiento del valle en busca de los cinco machos que habían avistado. Llegamos sobre las 07:00, y los divisamos. Estaban en una ladera pedregosa y muy inclinada y un grupo de hembras y alguna cría encima de ellos. Observamos uno que parecía más grueso que los demás y, después de un intercambio de pareceres, decidimos tirarle. El corazón me empezó a palpitar.

La distancia era más que considerable, 565 metros, no había otra forma de entrarle y tenía que probarlo. Era muy consciente de que si fallaba, pocas probabilidades tendría de conseguirlo, porque no me veía capaz de subir a la cumbre. Las pendientes eran terroríficas y otra vez mi peso me lastraba en las oportunidades de conseguir el objetivo por el que habíamos venido.

358 - SCI Catalunya Chapter (5)Apunté y me pareció estar muy lejos, pero tenía que darme prisa, tenía miedo de que se fuera. Tiré y me di cuenta que había quedado bajo, aproximadamente medio metro. El animal no sabía de dónde había venido el tiro, dio dos pasos y se paró, corregí y tiré. Esta vez el animal acusó el impacto, pero no cayó, dio unos pasos más y se echó en un recodo donde los perdimos de vista. Nos mirábamos intentando confirmar que el animal estaba muerto, pero los tres lo perdimos de vista, aunque el guía por sus aspavientos aseguraba que el animal había caído.

Era imposible llegar desde donde estábamos y el guía, con signos, porque de inglés ni palabra, me dijo que teníamos que volver al campamento, y por allí rodear la cumbre para cobrar el animal. Bajamos hasta el campamento y me pareció imposible ir a cobrarlo. Mi sobrino, Pablo, también organizador, ‘no tuvo más remedio que ir’, ¡sólo eran ocho horas con un desnivel de 1.000 metros, llegando a 3.400 m!

Mientras Pablo iba a buscarlo, me quedé en la base con los dos pastores y con Rahil. Acababan de irse y vi aparecer por la colina de enfrente al canadiense que subía a cazar su tur, por lo que imaginé que había recuperado su equipaje (craso error, como supe después).

Puse en la mesa un sobre de jamón y, al parecer, Sabuhi se picó y para no ser menos empezó a sacar lo increíble: galletas, caramelos, lavash (una especie de láminas de pan parecidas a las fajitas), tandiz (pan que cocinan en el suelo y que parece una torta) y alguna cosa más que le hizo ganarse el apodo de Supermarket.

Respeto por las cumbres

El tiempo fue empeorando y Rahil y Supermarket subieron a una ladera por si podían avistar algún rebeco (qarapachá) tardando casi cuatro horas en volver. Durante ese rato, que aproveché para tomar notas, me entró un apretón e intenté ir al campo, pero los perros me lo impidieron, ¡estaba sitiado! ¡Tiene narices que en medio del Cáucaso no puedas salir de la cabaña hasta la vuelta de los acompañantes!

Volvieron los dos y siguió empeorando el tiempo hasta que se montó una tormenta que me hizo pensar en los que estaban en las cumbres, esperando que se apartasen del rifle y de las tiendas, ya que el aparato eléctrico de la tormenta era impresionante.

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El grupo de cazadores, que compartió escenario de rececho, con los guías y los trofeos conseguidos.

Al anochecer seguíamos sin tener noticias de Pablo y Ayvez y, aunque sabíamos que iban a pasar la noche a 3.400 metros, no estaba tranquilo. Me acosté y me costó conciliar el sueño. Sabuhi se fue a buscar provisiones al pueblo más cercano, y de Istasi me despedí con un fuerte abrazo… Parece mentira lo que une estar ahí arriba durante tres días.

Rahil fué a buscar el hígado y corazón del tur cazado por el canadiense, que me ofrecí a cocinar. Un poco de aceite de girasol, unos ajos, unas cebollas, patatas, tomates y las vísceras del animal. Mientras estábamos disfrutando de la comida se oyeron unos gritos que provenían de la cumbre: ¡Pablo y Ayvez estaban bajando!

Pablo llevaba en la espalda un bulto extraño que, a medida que se iba acercando, acreditaba el éxito del cobro del tur.

Subí a su encuentro, le quité la mochila y me fundí en un abrazo con él. Se me saltaban las lágrimas… había hecho un esfuerzo descomunal para recuperar mi animal. ¡Qué injusto…!, la gloria para mí, me llevaba el animal a casa un magnífico tur y, sin embargo, en la placa pondré el nombre de los dos, su esfuerzo no debe ser olvidado.

La aventura que pasó Pablo, como he dicho antes, dejo que la relate él. Sólo comentar que los últimos cincuenta metros los culminó el guía local. Demasiado peligroso. Pablo tuvo que ver como le sacaban el pecho desde una distancia prudencial.

Nos hicimos las fotos y enseguida pertrechamos los caballos para volver a la base. Preferí bajar andando durante dos horas, pero las uñas, ya maltrechas, se empezaron a levantar y volví a subir a mi montura, durante tres horas más.

Un tur para cada uno…

¡Por fin veíamos el campamento base! Mientras bajábamos intentamos ver algún cochino o corzo (juyur o casulla), pero no tuvimos suerte, sólo nos topamos con algunos excrementos de oso (ayi). Llegamos al campamento y el canadiense, Aaron, y los dos polacos, Hubert y Lucas, ya habían llegado, todos habían cazado su tur, si bien el de Hubert y el mío destacaban por su tamaño.

Cenamos y bebimos unos cuantos vodkas, ellos se iban a la capital al día siguiente y nosotros nos negamos hasta que no llegasen Manel, Abel y Henry, aunque a este último lo conocía poco, me sentía obligado a esperarle. Subí con él a la montaña e iba a bajar con él. Obligaciones que se crea cada uno, pero que a mí siempre me han servido.

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Por estas cumbres el desplazamiento es obligado hacerlo a caballo.

Durante la espera jugué un par de partidas al dominó con los guías, las reglas, salvo que van de derecha a izquierda, son semejantes. Aprendí también a jugar a un juego similar al backgamon, denominado nard ¡y hasta gané una partida!

A media mañana llegaron Manel y Abel con su tur, precioso animal, y nos contaron sus peripecias. Era el grupo que había ido al sitio más complicado por ser los mejor preparados físicamente. Fue el único que consiguió llegar al tur abatido y hacerse la foto con el animal completo. Los demás no pudimos acceder al animal y eran los locales, que son como cabras, los que llegaban, sacaban pecho y carne y ascendían nuevamente.

Repito, ni siquiera Pablo, que realmente está preparado, pudo acceder al mío y tuvo que ser Ayvez quien bajó hasta el final, le quitó el pecho y subió nuevamente con el trofeo de tur, más un jamón y los lomos.

Decidimos esperar a Henry, que me estaba ya preocupando. Había salido a recuperar su tur a la misma hora que Manel y, a pesar de estar una hora más cerca, no llegaba. Anochecía y, finalmente, llegó Henry sin su tur: había caído en un sitio muy complicado y tuvo que ir mi guía a caballo para ayudar a sacarlo.

El tiempo me dio la razón, las muestras de alegría al vernos en el campamento y tener a alguien con quien comunicarse, se convertían en abrazos continuos.

Henry estaba ansioso por saber si habían podido recuperar su pieza. Nos llegaron buenas noticias, si bien tuvimos que esperar hasta las 24:00 horas para ver su trofeo, otro magnífico ejemplar.

La organización en el campamento fue perfecta, la cocina muy buena y la atención y hospitalidad inmejorable.

Ya podíamos ir a Bakú, estábamos todos, cien por cien de éxito. Volvíamos al río infernal con el camión, la vuelta se hizo más rápida, pero muy dura. Por fin, vimos las casas de Istasi donde esperamos nuestro transporte tomando unas cervezas frías. El tráfico era un caos, pero conseguimos llegar a la capital y a nuestro hotel. Una buena ducha, que nos hacia mucha falta, y a la carga, comimos un plato de pasta en el hotel y, al poco rato, llegó Rahman y nos llevó a dar una vuelta por la ciudad vieja. Cenamos comida típica de Azerbaijan y allí nos vino a conocer un afamado cazador local, Faik Bananly, que nos invitó a ver su showroom, como él le llama, al día siguiente. La cena, una atención del propietario del área de caza, fue magnífica.

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Pablo, al quien ‘le tocó’ ir a cobrar el tur y hacer noche al raso en las montañas de la zona.

Visitamos el showroom de Faik. Previamente pasamos por uno de los múltiples bazares que tiene la ciudad y compramos un poco de caviar para llevar a casa y algunos productos típicos de allí: un queso ahumado en forma de trenza, esturión ahumado y pistachos. Llegamos a un centro comercial y, sin más, allí mismo, como otra tienda más, vimos un grupo de composiciones de caza naturalizadas que eran una maravilla: leopardos cazando gacelas, águilas sobre liebres y avutardas y lo que más me impresionó, una colección de lobos que parecían dispuestos a saltar sobre nosotros. En mi opinión eran de los mejores trabajos de taxidermia que había visto nunca.

Visitamos las orillas del Caspio y, a pesar de intentar comer pescado, pues estábamos cansados de tanta carne, sólo conseguimos ahumados y pescado importado. Tras un baño en el mar, que resultó tener una baja densidad en sal, fuimos a hacer unas compras y de vuelta al hotel, ya que Henry partía de madrugada hacia Londres. Aguantamos hasta su marcha y fuimos a descansar. Al día siguiente partíamos nosotros y teníamos que pasar muchos trámites, entre ellos la recuperación del teléfono.

Los contrastes de la ciudad son increíbles, el parque automovilístico es o muy moderno o muy antiguo. La policía en BMW. De lo que pude observar, no creo que exista la clase media: o eres muy rico o no lo eres. El salario medio ronda los 400 euros y, para hacernos una idea, un profesor de escuela con el que estuve hablando cobra 300 euros.

Un consejo para los que visiten el país: llevar dinero en efectivo y cambiar algo de moneda local, marat, que está a un cambio de un euro por un 1,05 marat, con lo que el cálculo es fácil. Hay muchos problemas para pagar con tarjeta de crédito, sea del tipo que sea, restaurantes, compras e incluso el hotel pone pegas.

Llegó la hora de partida y Rahman, una vez más, demostró conocer todos los vericuetos para hacernos fácil el embarque de las armas y trofeos. Tras un retraso importante en nuestra escala en Estambul llegamos a Barcelona con todo nuestro equipaje. Agradecimos nuevamente la celeridad de la Guardia Civil para el trámite de armas, estábamos realmente cansados y mientras nos dirigíamos a mi casa, empezábamos a planear nuestra nueva aventura que, si Dios quiere, nos llevará a Pakistán en marzo del 2015.

 

Por José María Losa / SCI Catalunya Chapter.

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