Allá por el año 2010, en lo que se llamaba FICAAR, conocí a mi amigo Lionel Paul Berthault, –que es director y propietario de la compañía Le Chasseur Mauricien– e, inmediatamente, me animó a organizar un viaje en el que el ocio fuese lo principal y la caza el complemento, ya que habitualmente los viajes que programo son todo lo contrario: mucha caza y, si queda algo de tiempo, un poquito de ocio. Esta vez se lo debía a mi familia.
Por diversos motivos el viaje se iba retrasando, pero, finalmente, el año pasado, en la primera cena de Cinegética, me adjudiqué la donación que Lionel le hizo al SCI. Estuve hablando con un par de amigos con los que habitualmente comparto mis aventuras cinegéticas y con semejantes obligaciones familiares, y en la feria de 2014 cerramos el viaje para disfrutarlo a finales de septiembre.
Nuevamente, las maletas en la puerta, y esta vez se multiplicaban por cuatro. Toda la familia partía hacia Mauricio en busca de unas merecidas vacaciones y, cómo no, también del ciervo rusa y del Feral boar que completaríamos con una salida a la menor y un poco de pesca. Todos, contentos y entusiasmados, teníamos nuestra parcela vacacional a la medida.
Isla Mauricio
Salíamos de Barcelona a las 16:15 horas sin tener que pasar trámites de armas, ya que nos las iban a dejar allí, y tras una escala en Dubai, llegamos a Plaisence, donde se encuentra el Aeropuerto Internacional Sir Seewosagur Ramgoolam, en el que nos esperaba Lionel para alojarnos en el Heritage Le Telfair, un magnífico resort en la costa suroeste de la isla, a escasos metros del océano.
Isla Mauricio, con capital en Port Luis, está ubicada al este de Madagascar con una superficie de 2040 m2. Es una isla volcánica que se mantuvo deshabitada hasta 1638 pasando por varias colonizaciones: holandesa, francesa y, finalmente, inglesa. Tras su independencia en 1968 se convirtió en república, dentro de la Commonwealth, desde 1992. A pesar de que el idioma para negocios y actividades económicas es el inglés, los idiomas predominante son el francés y el criollo.
Pisar la isla es darte cuenta de la diversidad de culturas que existen, predominando la hindú; sin embargo, se pueden apreciar otras, como la africana, la francesa o la china.
No se puede pasar por Mauricio sin hablar de su pájaro emblemático, el dodo (Raphus cucullatus) denominado así por su torpe (en portugués «dodo» es torpe) y lenta huida de los animales introducidos en la isla (cerdos, perros, gatos, ratas, etcétera) y que predaban de forma continua los nidos de estos pájaros, lo que le llevó a su extinción en 1662 –por supuesto, hay quien culpa a los cazadores–, acabando con ellas los marineros que pasaban por la isla por su fácil captura y buen sabor.
Allá por 1639 se introdujo el ciervo rusa, por los holandeses, y los cerdos por piratas y marineros que los soltaban para que les sirvieran de sustento fresco cuando volvían a pasar por la isla. La existencia del ciervo es tan apegada al país que incluso en su escudo constan un dodo en la derecha y un ciervo rusa en la izquierda. Sin embargo, su proliferación está controlada por el peligro que supone que una especie no endémica, sin depredadores que la controlen, puedan afectar a un ecosistema de forma alarmante, de ahí que los ciervos en la actualidad se encuentren en zonas controladas, pero de extensión suficientemente grande para que la caza sea muy entretenida.
Una mano de caza chica
El día de llegada lo dedicamos al descanso y a estudiar las posibilidades del magnífico resort, dejando la caza para la mañana siguiente. Nos levantamos, un café y llegada a la zona de caza donde, tras escoger las escopetas, empezamos a batir en mano faisanes, francolines, liebres y alguna especie más. Dos setters y un drahthaar nos ayudarían a levantar las piezas. Fuimos cazando por la mañana y cayeron faisanes, una perdiz roja, un francolín y varias liebres, para acabar con un tiroteo de palomas y tórtolas que abundan, no en la proporción argentina, pero sí para poder tirar cien cartuchos durante un par de horas. Nos sorprendieron durante la caza de la menor varios cochinos que levantábamos de la caña de azúcar y que, como alma que lleva el diablo, desaparecían de nuestra vista a toda carrera. Éstos sí campan a su aire por toda la isla y tiene un comportamiento semejante a nuestro jabalí.
Cuando terminamos, nos dirigimos al lodge donde pudimos disfrutar de las enormes tortugas que, si bien no son endémicas de esta isla, sí lo son de una isla cercana llamanda Rodrigues y que se denominan tortugas gigantes de Aldabra, similares a las que habitan en Galápagos y que nunca había oído nombrar a pesar de mi afición por la herpetología.
Descansamos durante la comida y nos preparamos para empezar con la mayor. Íbamos a cambiar de zona y cazar en un área de 4.000 hectáreas, formada principalmente por pequeñas colinas que terminaban en lo que son las montañas más altas de la isla. La caza se iba a llevar en estas laderas de la montaña y dividimos la zona entre nosotros.
A la caza del rusa
En mi grupo venían mis dos hijas, María y Natalia, y la hija de mi amigo Manel, Tania. Mi guía sería Lionel. Empezamos a escudriñar las montañas y no tardamos en ver pequeños grupos aislados formados por machos y hembras. Nos dirigimos, pues, al primer grupo que, nos pareció, tenía un macho mayor que los demás; sin embargo, a medida que nos íbamos acercando pudimos observar que, efectivamente, era bueno, pero sólo de un cuerno, ya que el otro era deforme, y no estaba yo, siendo el primero, para teratológicos.
Mientras, Manel iba guiado por Thierry, su grupo, compuesto por Abel, su hijo, Raúl, y su mujer, Montse. Y Jaume, que iba acompañado de mi mujer y la suya, era guiado por David.
Entramos nuevamente a otro grupo a sabiendas de que el aire no era muy propicio, ya que, si bien no se lo íbamos a dar directamente, por la orografía del terreno temíamos que llegarán, aunque fuera indirectamente, nuestros efluvios. Teníamos que arriesgarnos, puesto que no había otra forma de entrar y parecía que había un macho, al menos, interesante en el grupo. Ladeamos al máximo nuestra presencia para evitar el tan temido aire, cuando una cierva ladró e hizo que saliera todo el grupo a la carrera.
Al haber tomado altura para poder entrar a este grupo nos permitió ver otro a nuestras espaldas que, sin lugar a dudas, tenía un macho sobresaliente. Qué verdad es ésa que afirma que cuando tienes un buen trofeo delante, de cualquier especie, sabes que es bueno desde el primer momento. Volvimos sobre nuestros pasos y nos quedamos bajos para subir la siguiente ladera que escondía el trofeo que pensábamos era excepcional. Con sumo cuidado subimos los últimos doscientos metros y llegamos a la asomada donde, a rastras, salimos hasta poder apreciar todo el grupo.
Mis hijas y Tania se habían quedado atrás para evitar hacer excesivo ruido, pero el que había sido nuestro enemigo, el viento, se convirtió de repente en nuestro mejor aliado. La brisa en la cara mientras observaba detenidamente el grupo me tranquilizaba en cuanto a la atención de los animales, sólo teníamos que guardarnos de su vista. Efectivamente, allí estaba el rusa, majestuoso, echado en medio de su grupo y protegido en todos los flancos por hembras y machos más jóvenes.
Intenté prepararme para tirar, pero, por un momento, sólo un momento, me olvidé de la caza y observé el privilegiado paisaje que tenía delante: los ciervos a 150 metros, un lago a mi izquierda, la montaña más alta a mi derecha y, al fondo, el océano Índico con el arrecife de coral que rompía las olas para amansarlas hasta entrar en la laguna de la playa. Un sueño.
Uno para cada uno
Un pequeño movimiento de las reses me devolvió a lo que estaba haciendo inmediatamente y me aposté para tirar. Por el visor lo veía perfecto, era mío, pero la cantidad de vegetación que había hacía que el cañón del rifle estuviera apuntando al ciervo a través de unas matas y todo sabemos lo que eso supone.
Corrijo mi posición y me asomo más para poder aprovechar la bajada del terreno y que el rifle quede más suspendido en el aire. Esta vez sí, por el visor perfecto,el cañón libre, ya sólo falta que se levante para poder tirar. Pasan 20 minutos y ni un movimiento, es más , apoya la cabeza en el suelo como si realmente hubiese decidido pasar allí un buen rato. Las ciervas empiezan a moverse y me van a tapar al animal con lo que tras un intercambio breve de palabras con Lionel decido tirarle al cuello. Un momento de tensión, aguanto la respiración y lentamente dejo que el tiro me sorprenda. No se ha enterado, yace casi en la misma posición en la que estaba, saliendo los demás componentes al galope sin saber qué había pasado.
Descendimos la montaña en dirección al animal y a medida que íbamos llegando nos convencíamos de la excepcionalidad del trofeo, largo, grueso, perlado, viejo y lleno de cicatrices de las batallas de su época de celo. Por la cara que tenía, Lionel sabía que era bueno. Nos dimos prisa para hacer unas fotos que al menos en parte recogiesen esas vistas que yo había tenido en el momento de tirar, aunque no lo conseguimos al estar más bajos.
Aún estábamos con las fotos cuando oímos en la lejanía un disparo. Otro de mis compañeros había tirado. Resultó ser Manel que llegaba casi al mismo tiempo que nosotros al punto de encuentro. Su cara lo decía todo: se había hecho con un buen trofeo. Se les había complicado un poco más la cacería al tener que subir por una ladera de bosque húmedo, que les hacia resbalar continuamente hasta llegar a su asomada. Nos hicimos unas fotos juntos y allí discutíamos cuál podía ser mejor, uno un poco más grueso, el otro más largo y en lo que no había duda es en que el de Manel era más viejo, pues no le quedaba dentadura, lo que me hizo pensar, por la falta de perlado y lo grueso, que quizá podía haber sido un trofeo mayor que en este momento estaba en regresión.
Final con nostalgia
Se midieron y, por el sistema de SCI, serán, dentro de un par de meses, el tercero y cuarto del mundo, el mío dos octavos de punto mayor que el de Manel. Se nos hizo de noche y no oíamos ningún disparo. Después supimos que había tirado Jaume, casi a oscuras. Su trofeo, también muy grande, adolecía de un candil partido no por ello dejando de ser magnífico. Llegamos al hotel muy cansados…
Cenamos en uno de sus restaurantes y nos retiramos. Al día siguiente, playa y por la tarde a la espera de los cochinos.
A las 15:30 nos esperaban Lionel y Thierry para trasladarnos a las torretas que iban a ser nuestros apostaderos para intentar abatir uno de esos cochinos asilvestrados y, aunque todos los que vi eran negros, el que abatí tenía una raya blanca en el hocico que me recordó al Nyassa wildebeest, con la misma identificación en la frente.
Una vez en la torreta me olvidaba continuamente a qué había ido. La visita de los gekos de los cocoteros, de colorida librea, me entretenía, saltaban a mis pantalones y me miraban como sabiendo que no era de allí. Pude hacer fotos que recogen el intenso colorido de estos reptiles. Para más inri, las puestas de sol eran increíbles y los murciélagos frugívoros, de 1,20 metros de envergadura atravesaban, lentamente, por delante de mí.
Así me fue, fallé los dos primeros cochinos que tiré, mientras mis compañeros, sin vista y sin gekos, se hacían cada uno de ellos con uno. Cuando vimos su tamaño nos quedamos sorprendidos.
Volvimos sin haber abatido mi cochino, con lo que otra tarde la deberemos dedicar a su caza . Me vuelven a poner en el mismo puesto y otra vez los gekos, la puesta de sol, el océano y los murciélagos distraían mi atención, y vuelvo a fallar. Ya, a última hora, apareció un cochino y, tras un certero disparo, acabamos con nuestra aventura cinegética.
Unas cervezas y un par de rones dieron por concluida la cacería, dedicando a nuestras familias el resto del tiempo que íbamos a pasar en la isla.
Llegó el día de partida y poco rato después de despegar me sentía ya con añoranza.
Llegamos a Barcelona y nos despedimos de nuestros amigos, no sin dirigirnos una mirada maliciosa que arrancó una cómplice sonrisa acreditativa de los planes que habíamos ya empezado a urdir en la isla…
Por José María Losa / SCI Catalunya Chapter.