África Internacional

Evocando viejas sensaciones… Un gran cheetah en Namibia

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Aunque sea un tópico recurrir a la famosa llamada de África, no deja de ser cierto que es una de las sensaciones más hermosas que se pueden sentir en el momento de tener que elegir un destino… Evocar otros momentos ya vividos, nuevas experiencias que te acercan a la memoria de otros tiempos, otros momentos y otros lances en los que el aroma, el sabor, la visión de África se encuentra anclada a lo más profundo de tu alma. Desde que preparamos el viaje a Isla Mauricio (publicado en el número 369 de esta revista), lo hicimos pensando en que tendría una continuación en Namibia, el lugar en el que podría intentar abatir algunas de las especies que aún faltaban en el pabellón.

Era muy importante poder conseguir un cheetah, del que sólo tenía la piel, y algunos de los felinos pequeños que tampoco había logrado cazar… o bien no tenía suficientemente documentados de forma gráfica. Fernando Blázquez, que también continuaba el viaje conmigo desde Mauricio, en esta cacería había tenido la suerte de contactar con un cazador de Namibia –con el que se encontró en la última convención del Safari Club Internacional en Dallas–. Habían llegado a un acuerdo que consistía en intercambiar una cabra montés por un cheetah, que al parecer había en abundancia en su zona de caza, y al que le daban el valor de ocho mil euros.

Es muy importante que  se entienda que el precio de ocho mil euros no es excesivo, ya que lo que suelen pedir, si vas a cazar este animal solo, está cercano a los doce mil y con muy pocas garantías… Y, hasta ese momento, sólo teníamos las que nos han dicho de palabra. Por supuesto que, en ese precio, estaba incluida nuestra estancia mientras que durase la cacería.

Los viejos sueños de África

Iniciamos el viaje desde Isla Mauricio a Johannesburgo, donde hicimos una corta escala para saltar hasta Windhoek, capital de Namibia, y donde nos debería estar esperando nuestro cazador. Todo fue sobre ruedas salvo que, como tantas veces, a nuestra llegada, el cazador, o quien nos tuviese que recoger, no aparecía. La cosa se solucionó enseguida, ya que se encontraba tranquilamente esperando, sentado en otra parte, creyendo que nuestro vuelo llegaba más tarde.

4-leopardo-namibia-marcial-gsAsí nos encontramos por primera vez con Bertus Pretorius, nuestro cazador, un hombre muy joven, de tan sólo 27 años, que, como nos enteramos después, se había emancipado de su padre, cazador como él, y cuya propiedad se encontraba a poco más de una hora de la suya, a la que nos dirigíamos. Cuando le dije a Bertus que la primera vez que acudí a Namibia fue en el año 1974, acompañado de mi mujer, Maite, y con la organización de Bassie Martens, no se lo podía creer. Además, ésta era la sexta vez que cazaba en Namibia. Durante nuestro viaje en coche, de apenas tres horas, nos contó que su casa la había edificado recientemente, en su propiedad de unas 2.000 hectáreas, y que tenía una concesión de caza con todo tipo de animales de la fauna namibia en una extensión de 45.000 hectáreas.

Cuando llegamos nos recibió su mujer, Bárbara, muy guapa, con un pequeño niño en brazos de apenas dos años. Las instalaciones eran perfectas y muy agradables, y nuestras habitaciones, en bungalows separados, a los que nos condujeron enseguida, muy acogedoras. Tomamos posesión de las mismas y regresamos al lodge central, adherido a su casa, para tomar unas copas y esperar la hora de la cena, que transcurrió en un ambiente muy agradable con los viejos recuerdos y las historias sobre las cacerías en África, en general, y en Namibia, en particular, mostrando, con el Ipad, fotos y vídeos de las muchas especies cazadas y del pabellón. No se podían creer que ésta fuera la sexta vez que venía a Namibia, como Adolfo Sanz había documentado recientemente para la biografía cinegética que estamos preparando. No me sorprendió, pero lo que sí llamó más mi atención, incluso para los que estábamos comentando todas estas cosas durante la cena, es el dato –que también me había confirmado Adolfo en su trabajo– sobre que se trataba del viaje ¡númerno 63! que realizaba a África… para cazar.

Recuerdo –evocando algunas escenas de esta maravillosa afición que nos corroe, cuando acudí por primera vez, en 1970– que escribí uno de los primeros artículos, que nunca olvidaré, La llamada de África. Y qué razón tenía: desde entonces siempre que había que decidir entre un viaje de caza a cualquier rincón del mundo, acababa eligiendo África por el poder de atracción que este viejo continente tiene (en mí y en tantos cazadores), sean cuales sean las condiciones con las que te vas a encontrar, y que durante tantos años no han sido las mismas, ni parecidas muchas veces, a las que las que nos acabábamos de encontrar en este nuevo campamento al que nos habíamos incorporado.

Un ‘coche escoba’1-leopardo-namibia-marcial-gs

Bertus nos citó para desayunar a la mañana siguiente a las 06:00 horas, para salir a las 06:30. Un desayuno estupendo y todos al Toyota para comenzar la caza.

Había llegado el gran momento. El mero hecho de ir en el asiento superior de un vehículo de caza por los caminos de África es superior a todo…

Me sentía demasiado bien y, desde luego, mejor que en cualquier otro lugar de caza del mundo… Lo único que íbamos a hacer, a partir de ese momento, era buscar huellas, para lo que Bertus situó a sus dos pisteiros –como siempre me ha gustado llamarles desde mis andanzas por el África portuguesa, Mozambique y Angola–, uno sentado sobre el capó y el otro en el asiento trasero, donde yo me había situado, con Fernando a mi diestra. Hicimos kilómetros y kilómetros buscando huellas de cheetah. Y pudimos comprobar que había muchas, pero que la mayoría de las que aparecían eran viejas, de más de un día.

De vez en cuando aparecía alguna más reciente que nos daban alguna esperanza, pero acabábamos desechándolas. Al final, idea genial, cortaron una gran rama frondosa y la adaptaron a la bola del coche para que hiciese de escoba por todos los caminos por los que pasábamos. Lo que pretendían, estaba claro, era borrar las huellas viejas y, con cualquier huella que registrásemos a partir del barrido de las anteriores, tener la certeza de que era nueva y con posibilidades de ser investigada a partir de su hallazgo. Transcurrió así casi todo el día, caluroso durante las horas diurnas y bastante frío cuando caía el sol. Nos alimentamos de unos sándwiches y alguna fruta y, por supuesto, agua, cervezas y cocacolas, que no faltaban, hasta regresar para la cena. Por la noche salimos de nuevo, bastante abrigados, aunque no lo suficiente, ya que hacía un frío importante subidos en el asiento trasero, intentando conseguir los citados pequeños carnívoros, pero sin ningún resultado… al menos, en esta primera salida nocturna. Regresamos a nuestro hogar, charlamos un poco y ¡a los catres!, ya que al día siguiente nos esperaba más trabajo de búsqueda.

Una pequeña y reseñable curiosidad sobre el sistema que utilizaban en el campamento para conseguir la tan necesaria electricidad. No tenían el clásico grupo electrógeno, que apagaban a una hora determinada, sino que utilizaban paneles solares para producirla, por lo que siempre que querías luz, en cualquier parte del campamento, sólo tenías que apretar el interruptor que fuese y ¡se encendía la bombilla pertinente! Acumulaban energía durante las horas de sol, por lo que te aconsejaban que te duchases, a ser posible, cuando volvías de la caza, por la tarde, cuando, con toda seguridad, tendrías agua caliente.

En 48 horas…

No he comentado todavía que, durante todas las horas que permanecimos buscando huellas, sentado en el asiento trasero del Toyota, me encontraba como en un sueño sintiendo lo mismo que había sentido en miles de ocasiones durante las 63 veces mencionadas que había cazado con anterioridad en este maravilloso continente. Sentía una paz de espíritu completa, me encontraba… como en otro mundo.

Bertus dejó el volante en manos de uno de sus hombres. Así transcurrieron un par de horas hasta que vimos una huella reciente que atravesaba el camino. Echamos pie a tierra y nos dispusimos a seguirla. Los pisteiros y Bertus conducían el grupo siguiendo el rastro fresco hasta que llegamos a los restos de una cría, seguramente de steenbok, de la que había dado buena cuenta un guepardo de tamaño aceptable.8-leopardo-namibia-marcial-gs

Seguimos más de una hora a pie, todos los componentes de la expedición, hasta que Bertus consideró que, Fernando y yo, acompañados de uno de los pisteiros, regresásemos al coche con un walkie en la mano por si daban con el animal antes de llegar y avisarnos. Fue unos treinta minutos después cuando la radio del coche, al que ya habíamos llegado, dio señales de vida. Por ella, Bertus nos dijo hacia donde debíamos dirigirnos. Cuando llegamos, coincidiendo con la llegada de ellos, teníamos a la vista un precioso cheetah encaramado en una alta rama de un árbol y, sin dudarlo, nos aprestamos al lance.

Antes de poder hacerlo, el animal se lanzó al suelo, corrió unos cincuenta metros y se encaramó de nuevo a otra rama de otro árbol. Le seguía todo el tiempo, dispuesto a disparar y, cuando se mantuvo quieto, sólo tuve que apuntar y disparar a su codillo, que recibió el impacto haciéndole caer para saltar de nuevo a otro árbol del que ya no se movió. Nos dimos enseguida cuenta de que había muerto al llegar a una rama, en la que se quedó enganchada por una de sus manos. No hubo necesidad de un segundo tiro. Uno de los pisteiros subió al árbol y desenganchó al animal, que cayó como un pesado fardo al suelo.

Había conseguido, en 48 horas, mi preciado animal. Me enteré después que, normalmente, emplean un promedio de diez días para cazarlo, junto a los otros animales de un safari normal.

Llovieron las felicitaciones y, como es lógico, la sesión de fotos fue épica. Regresamos al campamento en busca de la tan ansiada ducha y el merecido descanso, hasta que llegase la hora de la cena. Mientras tanto, nos preparamos, a su vez, para la segunda salida nocturna.

Un oricteropo

Mi meta no era sólo conseguir el cheetah, debía intentar conseguir esos animalitos pequeños, los felinos, y posiblemente un ardwark, cerdo hormiguero u oricteropo, (Orycteropus afer), como el que había cazado la última vez que había estado en Namibia y que se introdujo, herido, en un agujero.

Debido al frío intenso apenas estuvimos recechando un par de horas, encontrando tan sólo un ejemplar al que alcancé a no gran distancia, pero que, al no caer fulminado, se metió como pudo en uno de las numerosas madrigueras y desapareció. Por desgracia, no hubo manera de recuperarlo, por lo que regresamos al campamento.

Pareja de facos

Antes de cambiar de escenario, para acudir a un segundo campamento en el que Bertus había pensado para los felinos más pequeños y una posible cebra de montaña, que Fernando deseaba por su piel, pensamos que teníamos una ocasión única para viajar hasta la Costa de los Esqueletos, que no conocía todavía a pesar de los anteriores viajes. Bertus, que intentaba por todos los medios que disfrutáramos al máximo el viaje, cambió de destino. Viajaríamos hacia una zona intermedia donde nos alojaríamos en un hotel, una noche, para luego seguir hacia el mar. Al parecer en esa zona había grandes posibilidades, no sólo de cazar la cebra de montaña, sino también de conseguir alguno de los ansiados animalitos.

Partimos pronto por la mañana, a la misma hora de los dos días anteriores, para llegar a esa zona en tres horas de viaje. El sitio no dejaba de ser pintoresco, ya que se trataba de una casa que aparentaba un viejo castillo, muy feo, que habían rehabilitado como hotel. Nos alojaron en las que serían nuestras habitaciones, comimos algo y, de nuevo, salimos a la búsqueda de nuestros objetivos.

Al parecer, en esa zona había facocheros muy grandes y, dado que las tasas de abate eran asequibles, no dudamos en plantearnos intentar cazar alguno. Antes de media hora encontramos el primero de ellos digno de ser abatido. Dimos una gran vuelta para buscarle el aire, echamos pie a tierra y, en unos quince minutos, llegamos a una distancia prudencial desde la que poder intentar el disparo.6-leopardo-namibia-marcial-gs

Cuando estaba convencido de que no debía fallar, lo intenté, disparando entre la paja, y alcancé el animal, que no cayó fulminado como hubiese sido nuestro deseo. Bertus llamó al coche para que se aproximase y, cuando estaba cerca, llamó a su precioso perro de rastro que, en apenas tres minutos, dio con el animal herido. Llegamos hasta él y le dimos el tiro de gracia. Se trataba de un magnífico ejemplar, muy viejo, y con unas defensas magníficas. Nos hicimos las consiguientes fotos y les pedí que lo preparasen para hacer la taxidermia de pecho.

Seguimos con nuestra tarea hasta que encontramos un nuevo animal tan viejo y tan grande como el anterior, al que de nuevo recechamos consiguiendo ponerlo a tiro en menos de veinte minutos. Esta vez cayó fulminado y, cuando nos acercamos, pudimos comprobar que se trataba de otro gran trofeo, muy parecido al anterior. Era también muy viejo, por lo que decidimos, Fernando y yo, que sería precioso una pareja de ambos mirándose y puestos en la pared en la que están los de su misma especie, si encontrábamos sitio en la misma lo que ya va siendo difícil… Lo que más nos llamó la atención es que ambos tenían unas verrugas enormes que los diferenciaban de todos aquellos abatidos a lo largo de los años. Por ese día ya estábamos bien servidos.

Regresamos al ‘castillito’ para cenar e intentar algún pequeño carnívoro por la noche.

Por fin los ‘pequeños felinos’

Si las cosas seguían como hasta ahora, podríamos seguir al día siguiente por la mañana nuestro viaje a la ciudad de Swakopmund, apenas a unos kilómetros de Walbis Bay, donde empiezan las famosas dunas del desierto de Namibia en la Costa de los Esqueletos.

Con esa idea nos abrigamos bien y nos dirigimos hacia una gran llanura próxima a la zona en la que había conseguido los facocheros y donde, al parecer, eran frecuentes las alimañas.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAA pesar del frío aguantamos lo que pudimos hasta que, por fin, Bertus, que iba a mi lado en la primera banqueta de atrás, hizo señas a su conductor para que parase el vehículo. Descendimos. Yo también había visto los ojitos de un pequeño animal que nos miraba. Se trataba de un chacal y Bertus me pidió que no le tirase mientras caminaba, ya que la costumbre de estos bichos es andar unos metros y pararse de nuevo a mirar. Obediente, hice lo que me indicaba. El animalito recorrió unos diez metros para parase a mirarnos, momento que aproveché para disparar y abatirlo. Nos acercamos al mismo y, gracias a Dios, el disparo no le había destrozado demasiado. Hubiese sido mejor disparar con un calibre menor, pero el .243 no había destrozado demasiado su piel. Bajamos, hicimos las fotos y… a seguir mientras el frío lo permitiese.

Media hora después apareció, a unos 80 metros, el segundo de nuestros carnívoros. Esta vez lo apunté de inmediato. Pero, como quiera que no podía identificar bien de qué animal se trataba –Bertus me aclaró que era un gato montés, wild cat–, no me decidí a disparar. Aun así, sólo le veía la cabeza e intenté adivinar su cuerpo oculto entre unos matorrales antes de apretar el gatillo. Mi sensación era que podía haberlo alcanzado, por lo que nos dirigimos a buscarlo. Unos minutos después, Bertus, que se había ido hacia unos matorrales acompañado de uno de los pisteiros, regresó para decirnos que el animal posiblemente estaba herido, pero no lo encontraban. Me dio mucha rabia, pero, por lo menos, lo habíamos intentado. Sólo quedaba regresar al hotel y descansar para levantarnos pronto, ya que el viaje iba a ser largo.

Hacia la Costa de los Esqueletos

Nuestra intención era salir muy temprano para llegar a Swakopmund, centro neurálgico de la famosa costa namibia. Pronto me di cuenta, cuando Bertus se adentró por terrenos de caza, que su intención era que cazásemos la cebra de montaña.Teniendo en cuenta que era un animal difícil, deberíamos montar una estrategia para que nos resultase lo más fácil posible.

En cuanto vimos unas cebras, a lo lejos, paramos y echamos pie a tierra. Dimos un pequeño rodeo para coger el viento a favor y nos acercamos. Cuando nos encontrábamos a unos 120 metros decidí probar suerte. Acompañado de Bertus para que me dijese cuál era el mejor macho a abatir, me acerqué todo lo que pude, apunté al macho que me indicó y, suavemente, apreté el gatillo, alcanzando al animal en el cuello, ya que la paja alta me impedía apuntar al codillo. El animal acusó el impacto pero no cayó, como esperaba, iniciando una tímida huida. Iniciamos su persecución que no duró más de quinientos metros, ya que la cebra se paró, a punto de caer. Un tiro de gracia acabó con ella. Vimos que se trataba de un precioso ejemplar de cebra de montaña que no cazaba desde el viaje a Namibia con Juan Renedo, cuando me acompañó por varios países en el año 1993. Tras la sesión de fotos, y con la cebra en el coche, volvimos a la carretera. Tuvimos que pasar por la taxidermia a dejarla y rellenar todos los papeles para la expedición de los trofeos.OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Un encuentro inesperado

No llevábamos más de quince minutos de camino cuando Bertus recibió una llamada telefónica. Paró el coche y cambió de dirección. Como siempre, no nos dijo lo que pasaba, tuvimos que adivinarlo. En pocos minutos se juntó a nosotros el propietario de la zona en la que habíamos recechado los pequeños carnívoros la noche anterior, para indicarnos que le siguiésemos. Supuse que había visto algo que nos quería mostrar. Fue entonces cuando Bertus nos explicó que su amigo se había levantado muy temprano y se había ido con su perro a explorar la zona en la que había tirado el wild cat y lo había encontrado. Mi disparo, le había impedido huir. Esta vez habíamos tenido suerte y, por fin, tenía el ansiado gato salvaje.

Ya sólo nos quedaban otras cinco horas de viaje sin parar… no estábamos sobrados de tiempo.

Nuestro viaje a Namibia había concluido con casi todas la previsiones cumplidas y con muy buen sabor de noca. Bertus había resultado, a pesar de su juventud, un gran cazador y un mejor anfitrión. Le prometí que volvería con mi nieto para hacer un safari completo el próximo año. Quedamos en encontrarnos en Madrid, a donde acudiría a la convención de Cinegética y a cazar la cabra que Fernando le había intercambiado por el guepardo.

En conjunto, y eso es noticia, las dos cacerías –Mauricio y Namibia– habían sido perfectas.

Por Marcial Gómez Sequeira.

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