África Internacional

Cazando en Matetsi (Zimbabue), ¡el sable al fin!

 Toda mi vida me ha fascinado el antílope sable. El brillante color negro del jefe de la manada, la magnificencia de sus elegantes cuernos curvados hacia atrás, su andar ligero, arrogante y rápido por la sabana, su máscara… todo ello, desde hace muchos, muchos años me llevó a leer lo que caía en mis manos sobre este animal.

Poco a poco mi carpeta de campo referente a este antílope, fue cogiendo volumen al mismo tiempo que aumentaba mi interés. En mi segundo viaje de caza en South África, pude contemplar un ejemplar inmenso en una de las fincas que visité. Al parecer era el único que tenían y debían de haberlo traído para utilizarlo como semental en el futuro. Sabido es que en la mayoría de las fincas de caza sudafricanas, existe una especialización en especies cinegéticas. Una o varias por finca. Cuando en una de ellas no están en disposición de autorizar la caza, aducen que “no tienen licencia” para aquel trofeo.

Posteriormente acudí a diversos safaris africanos y, por una razón u otra, no los ofertaban. Probablemente porque no los había. Hay que decir que, en las propuestas de los orgánicos, cuando los hay, las tasas de abate suelen tener un alto coste.

En octubre pasado, realicé un safari en una finca adherida al parque natural del Matetsi, en Zimbabwe. Mi intención era doble: ir la caza de un elefante sin colmillos (un taskless) y cazar “otro” búfalo cafre, un dagaboy (se llama así, en el lenguaje local shona, al búfalo viejo, solitario o casi, con un boss “sin partir” y de un grueso considerable). Las razones de la caza del taskless las expondré en otro artículo dedicado a esta aventura.

El caso es que, al llegar, nos comentaron que la finca había un considerable número de “los famosos sables del Matetsi.” El costo de las tasas era parecido al del búfalo… No lo dudé, pedí cambio de objetivo, como cuando un niño cambia cromos y, con gran sorpresa y alegría por mi parte, lo autorizaron. Dejé el búfalo y opté por ir a la caza del sable, además del elefante sin colmillos.

La descripción clásica del sable que hacen en los libros, es la del sable del Matetsi. Éste, tiene un porte elegante. El color del pelo de prácticamente toda la manada, es avellana o entre rojo y pardo. Los machos y fundamentalmente, el jefe de la manada, tienen un color castaño-negro o negro brillante. Las partes interiores y las nalgas son blancas. Orejas externas y nuca entre pardo y canela. En la cara, una máscara espectacular que, con la salida en la parte alta del frontal de los cuernos largos, gruesos e inclinados hacia atrás, le dan un aspecto imponente. La longitud de cabeza y cuerpo es de entre 190 y 255 cm (75-100 pulgadas). La altura hasta la cruz es de unos 117 a 140 cm en los machos. Un poco menos en las hembras. El peso, 235 Kg para el macho y 220 para las hembras. Las manadas que pudimos observar durante nuestra estancia en la zona de caza, eran de unos cuarenta o cincuenta ejemplares. Se movían por entre los matorrales espesos, procurando no salir hacia las zonas poco densas. Nos contaron que en las épocas secas, se desplazaban muchos quilómetros. Allí, los encontramos merodeando más o menos por los mismos lugares. Los acuíferos eran frecuentes y no estaban alejados los unos de los otros. Se comportaron como bastante confiados cuando nos acercábamos con la pick up de camino en busca de los elefantes. Hay que decir que la inmensa mayoría de la caza del área en que nos movimos, es asimismo confiada. Supongo porqué la presión cinegética no es grande.

Además de la variedad de sable descrita, existen al menos otras cuatro en la literatura. La más llamativa, el gigantesco Giant Sable Antelope o sable de Angola. También llamado Hipotrachus niger Variani. Quedan únicamente una pequeña cantidad de ejemplares en unas pocas localidades de Angola. Está clasificado en peligro crítico (CR) en la lista roja de la UICN. Cotiza en el Apéndice I de la CITES.

Un ejemplar bastante más pequeño, el sable de Roosvelt, se desenvuelve por el sur de Kenia, por Tanzania y por el norte de Mozambique.

La variedad kirkii, está distribuida por una área más grande, pero su escasez ha hecho que se le considere clasificada como vulnerable.

La caza

El primer día de safari, el día de la puesta a tiro del rifle, esperaba que nos dieran el consabido paseo por la finca y, como suele ocurrir, no hay manera de vivir ningún lance. Fue un error.

La primera señal de la existencia de animales de caza, fueron las huellas de más de 200 búfalos. Búfalos que habían salido de la Reserva contigua para beber en un rio que atraviesa la finca de caza. Pasamos de largo y, al poco rato, encontramos huellas de elefantes… Los primeros animales vivos que vimos, fueron unos pocos facocheros, algunos preciosos waterbucks, un par de manadas de impalas y toda suerte de babounes y micos. A unos 80 metros, fuera de nuestra finca y dentro de la reserva del Matetsi, vimos una manada de unos 60 sables con un macho espectacular que dirigía al grupo. Obviamente, no le pude mostrar mi nueva mira telescópica Zeiss Victory 1,1-4 x 24, con punto rojo…

Seguimos pisteando con el Toyota, y poco tiempo después nos topamos con unos leones dándose un banquete, aventura ya relatada en otro artículo y publicado en esta misma revista.

Paseos y más paseos, llegamos a un alto donde la organización tiene montado un bonito fly camp accesorio, los profesionales nos contaron que divisaron “más de 300 elefantes…” Nos desplazamos rápidamente hacia allí con el vehículo, y andando, andando, nos metimos en medio de una manada de más de 200 elefantes… Cuando haya digerido aquel lance, intentaré explicarlo en un artículo. Espectacular.

Ya el segundo día, acudimos a una zona destrozada por los elefantes. Continuamente, mientras se viaja, los pisteros tienen que desbrozar el camino porque hay árboles, a veces tremendos, tirados por los elefantes poco antes o la noche anterior. Encontramos una manada (unos veinte) a los que seguimos durante una hora y media, y a los que no pudimos hacer ninguna entrada. El calor es sofocante. 38º centígrados y un aire caliente que seca la garganta. Afortunadamente las reservas de líquidos que llevamos en el coche, nos recuperan del esfuerzo. El líquido y una sombra que pillamos que nos permitió tumbarnos una hora para recuperar fuerzas.
Ya por la tarde, montados en la caja de la pick up, seguimos pisteando alrededor de un rio generoso y por la linde de la reserva. Andaba yo dando algún peligroso cabezazo con riesgo de golpearme el cráneo en cualquier barra de hierro del vehículo, cuando un codazo “de profesional” me recoloca con los ojos en la sabana. Tenemos delante una manada de sables espléndida. De un brinco, bajamos al suelo y observo como el macho conductor, de color negro zaíno, con las crines al viento, (probablemente el mismo macho que habíamos visto el día anterior), se desplaza a la derecha de la manada. Justo delante de mí. A unos 80 metros… Se pone de lado enseñándome el costado derecho, un poco derivado hacia su izquierda. Pido permiso para disparar, y al ser autorizado, le envío desde mi Blaser R93 con cañón .375 HH, una bala Norma Swift de 300 grains. Le coloqué el disparo un poco atrás para que, atravesando el corazón, le saliera por delante. La res acusó el disparo, y ni 100 metros fue capaz de correr.

Vivas, abrazos y fotos por decenas. De alguna parte surgieron unas cervezas heladas, fantásticas. El animal, espléndido. Los cuernos, muy largos, se hacen divergentes en la parte final. El lance, tremendamente corto y rápido… La caza tiene estas cosas. Parece que a un animal espléndido le deba corresponder un lance de tremendo peligro, esfuerzo y riesgo… Otras veces, como en este caso, en cuestión de minutos termina la fiesta… Cargamos al coche el trofeo y nos dirigimos al campamento.

En el campamento se montó la consabida fiesta con los gin & tonic de rigor, abrazos, felicitaciones por parte de todo el personal auxiliar (recuérdese que el cazar, supone propina. Y las propinas son una fuente importantísima de ingresos para toda esta vulnerable gente…).

Posteriormente en días sucesivos, vimos varias manadas de sables entre otros muchos animales. Pudimos contar más de media docena de manadas presuntamente distintas. Sin embargo, no vimos ningún ejemplar de la categoría del que conseguí abatir. Actualmente estoy a la espera de la recepción del trofeo que, si viene en condiciones adecuadas, lo haré montar de pecho.

El safari siguió. Mil vicisitudes ocurrieron. Otro día os las contaré, que merece la pena.

Por Pep Giné Gomà

 

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