Internacional

Los trece cazadores de los mil elefantes (IV), por Tony Sánchez-Ariño

John Hunter con su mejor elefante (de Kenia), de 160 y 150 libras.

El conocido como White Hunter, John Hunter, está considerado como el mejor cazador blanco de todo el África Oriental en la época anterior a la Segunda Guerra Mundial, toda una leyenda que viene a nuestras páginas gracias a esta historia de la caza del maestro Sánchez-Ariño.

 

JOHN HUNTER

John A. Hunter en 1930.

Mi viejo, querido y admirado cazador John Alexander Hunter, sin duda el más famoso cazador de África Oriental, nació en Shearington en 1887, en el sur de Escocia, y falleció en Makindu, Kenya, en 1963 a la edad de 76 años. Escribo estas notas sobre John Hunter, o JH, como le llamaba todo el mundo con gran afecto, pues él, junto con George Rushby, otro de los grandes cazadores de marfil, me honraron con su amistad y me ayudaron mucho con sus consejos al principio de mis andanzas por África Oriental y Central.

Gracias a ellos pude encaminar correctamente mis entonces jóvenes pasos, evitándome muchos problemas, desengaños y errores, a los cuales están expuestos la mala combinación de entusiasmo excesivo y experiencia limitada… dándome cuenta del gran privilegio que tuve de que John Hunter y George Rushby le tendieran la mano y amistad a un jovencito español, lleno de admiración y timidez, hace más de cincuenta años, lazos que continuaron hasta el mismo día de sus muertes.

La familia de Hunter era de granjeros acomodados, propietarios de magníficas tierras, donde el joven John cazaba toda clase de aves con una vieja escopeta Purdey. Los años fueron pasando y cuando John tenía 18 se enamoró de una mujer mucho mayor que él, decidiendo casarse con ella, ante la negativa familiar al ver que aquello sería un disparate. Por fin el padre pudo convencerlo de que se fuera al África Oriental Británica a la granja de un lejano pariente, donde podría cazar lo que quisiera, oferta que hizo se enfriara de golpe aquel amor tormentoso y sólo pensara en marchar lo antes posible a África, soñando con los elefantes, leones y toda clase de animales cazables.

Después de un largo viaje por barco desde Inglaterra llegó a Mombasa, continuando luego por ferrocarril a Nairobi, donde le esperaba el pariente, que resultó un energúmeno, hasta tal punto que John abandonó la granja después de tres meses, regresando a Nairobi, donde tuvo la suerte de encontrar trabajo en el ferrocarril llamado de Uganda, que conectaba este país con Mombasa en la costa del Indico, cruzando toda África Oriental de este a oeste. Su labor era la de revisor del tren y esta actividad le dio la ocasión de atravesar territorios poblados por miles y miles de animales salvajes, siendo cosa normal ver leones, incluso leopardos, desde el ferrocarril, a los cuales John les disparaba desde las ventanillas de los vagones con un rifle del calibre .275 (similar al 5×57 Mauser) que su padre le regaló cuando se marchó a África.

Cuando caía la pieza tiraba de la señal de alarma, según había convenido con el maquinista, para recoger el trofeo, el cual también le avisaba con dos silbidos de la presencia de un león y con tres de la de un leopardo. Un día apareció un rebaño de elefantes muy cerca de cerca de la vía y, sin pensarlo dos veces, con los pasajeros mirando la escena, John, acompañado del maquinista, se acercaron al rebaño sin haber tenido nunca la menor experiencia con estos animales, armado tan sólo con el .275, con el que le hizo un disparo al codillo del mayor elefante, organizándose una desbandada de la que salieron con vida de milagro, regresando al tren como pudieron mientras los elefantes desaparecían junto con el herido. El susto fue de ‘clase récord’, pero, al día siguiente, de regreso a Nairobi, encontraron al elefante muerto muy cerca de la vía, lo que permitió recuperar los colmillos, que luego vendió a un comerciante hindú de marfil, quien le pagó una cantidad similar a la que él ganaba en dos meses como revisor del tren, lo que le abrió los ojos al ver que uno se podía ganar muy bien la vida como cazador. Sus comienzos como profesional fueron centrarse en la caza de los leones y leopardos, muy abundantes entonces, vendiendo las pieles al equivalente a una libra esterlina cada una, ya que, entonces, la moneda oficial era la rupia, hasta 1920 que se impuso definitivamente la libra esterlina mencionada.

Su Mauser del .275 era de un calibre insuficiente como para dejar a un león herido, pero, como era un tirador realmente excepcional, nunca tuvo problemas después de hacer cobrado un número muy elevado de leones y leopardos, mejorando muchísimo su situación económica, cosa que le permitió, un poco tiempo después, casarse en Nairobi con Hilda Banbury.

Al ser padre, quiso abandonar la caza, por considerarla una ocupación de gran riesgo, pero metido en diversos negocios las cosas se le dieron mal, llegando casi al borde de la quiebra económica. Entonces, aconsejado por su esposa, volvió a la caza profesional, lo que fue gran acierto de su vida al alcanzar una fama al más alto nivel internacional.

John A. Hunter y Roy Home con dos parejas de colmillos que superan las 130 libras cada uno, cazados en los años 30.

Entre 1912 y 1922, antes de que las nuevas reglamentaciones hicieran inviable continuar con la caza comercial de marfil, John se dedicó de lleno a los elefantes. Muchas veces me comentó que aquella había sido la época más feliz de su vida, con grandes rebaños de elefantes al alcance de la mano. No recordaba exactamente cuantos cobró en su vida, pero aproximadamente entre 1.300 y 1.500, muchos superando las cien libras, siendo su mejor trofeo una pareja de colmillos de 160 y 150 libras (72,5 y 68 kilos) conseguida en Kenia. Una vez pasada el ‘estado primario’ de aprendizaje, siempre utilizó grandes calibres para la caza peligrosa, alegando que “no se le puede dar a un niño el trabajo de un hombre”.

Aparte de su actividad personal también realizó expediciones de control para el Departamento de Caza de Kenia, como fue, hacia principios de 1920, reducir el número de leones devoradores de ganado en el territorio massai, cobrando algo más de ochenta ejemplares en tres meses, con el récord de 18 en una sola noche. También por cuenta del Departamento de Caza tuvo que eliminar 944 rinocerontes negros en la zona Makueni, de un total de unos 1.500 en su vida, para que la tribu Wakamba tuviera mayores extensiones de tierra para sus cultivos.

John Hunter fue utilizando a lo largo de su vida todo tipo de armas y calibres, dándole su preferencia a los rifles de dos cañones o express, siempre con expulsores. Durante muchos años, su calibre favorito fue el express .475 nº2 Nitro, pero al hacerse más viejo se pasó al .500 Nitro, que era algo más potente. También utilizó por poco tiempo un .577 Nitro, pero lo abandonó pronto al encontrarlo muy pesado y que, según él, no mataba más que otros calibres menores si la bala no iba al sitio justo, cosa en la que, modestamente, estoy al cien por cien con él, pues yo también tuve un .577 Nitro con el que no encontré diferencia de efectividad mortal comparado con el .416 Rigby, .500 /.465 Nitro, .475 nº2 Nitro y .500 Jeffery, con los que principalmente cacé toda mi vida. Independientemente de su preferencia por los rifles de dos cañones, también usó los de repetición sistema Mauser, como el .416 Rigby, que fue su calibre favorito para cazar leones, y el .505 Gibbs para realizar batidas contra los elefantes.

En cierta ocasión se encontró en medio de una desbandada de estos animales pudiendo sobrevivir gracias a la gran potencia del referido .505 Gibbs, derribando doce elefantes que quedaron muertos a su alrededor. Como arma ligera siempre empleó el .30-06 para todo el resto de la caza.

A John Hunter siempre lo encontré con una pipa en la mano y un vaso de whisky al lado, como formando parte de su persona. Cuando tenían ocasión, le hacía visitas en su hotel The Hunter’s Lodge para verle y escuchar su conversación, que era amenísima, sobre todo cuando se refería a los muy viejos tiempos de ‘anteayer’. Recuerdo que después de comer nos metíamos en su despacho sentándonos en unas destartaladas butacas charlando hasta el infinito, especialmente de armas de gran calibre, sus municiones y todo lo relacionado con ellas. Le gustaba preguntarme por zonas del Congo Belga, donde él cazó antes de que yo naciera, y de las que acababa de regresar después de perseguir a los habituales elefantes. De vez en cuando entraba su esposa Hilda para ver si queríamos más té o café, junto con unas galletas, dejándonos luego tranquilos con nuestras conversaciones.

Recuerdo como si fuera ayer que en 1960 me ofreció su último rifle express del calibre .500 Nitro, fabricado en Londres por Evans, en sistema Anson & Deley, por 300 libras esterlinas junto con doscientos cartuchos, una cifra ridícula hoy día, pero inalcanzable para mí hace 56 años, lo que representó una frustración que siempre recordaré a lo largo de los años.

El tiempo fue pasando y John Hunter falleció en 1963, terminando con él una leyenda viviente en el mundo de la caza africana, con dos récords absolutos, como fue cobrar algo más de 600 leones y alrededor de 1.500 rinocerontes negros, además de los elefantes…

Mientras escribo estas notas el pensamiento se me escapa hacia Makindu, el Hunter’s Lodge y el eternamente polvoriento despacho de John Hunter, donde tantas horas inolvidables pasé en su compañía charlando, escuchando y aceptando consejos cuando se dirigía a mí llamándome “Tony, my boy…”.

 

DEAF BANKS

Frederick Grant Banks nació en Londres en 1875, falleciendo en el mismo Londres el 31 de mayo de 1954, a la edad de 79 años, con una carrera que le consagró como uno de los más grandes cazadores de elefantes de la historia africana.

Los nativos con los colmillos conseguidos por Deaf Banks en el Enclave de Lado, en 1905.

Fue conocido por todo el mundo por el mote Deaf Banks, o sea el Sordo Banks, ya que padeció una profunda sordera toda su vida debido a una gripe mal curada cuando era niño, emigrando entonces sus padres a Nueva Zelanda, donde creció y se educó, y allí pasó años dedicado a diversas actividades, decidiendo marcharse a Uganda cuando contaba veinte años de edad, desembarcando en Mombasa en 1895, llegando a Uganda en las caravanas que se internaban andando hasta allí en África Centro Oriental, pues todavía no existía el ferrocarril que más tarde uniría Mombasa con Kampala. Banks permaneció los siguientes 46 años en Uganda, salvo excepcionales visitas a Inglaterra donde residían dos hermanas.

Después de tres años trabajando para el gobierno se dedicó al cultivo del café en Munobo, cerca de Fort Portal. Como no tenía suficiente dinero para invertir en los cafetales decidió cazar elefantes, sin la menor experiencia previa, esperando conseguir los fondos suficientes para su plantación con la venta del marfil, contando con que el gobierno concedía entonces la llamada Planter’s Licence que autorizaba a 20 elefantes al año para proteger las plantaciones. Entre 1898 y 1903 cobró un total de 120 elefantes machos, buscando ejemplares con grandes colmillos, en lugar de tirar a lo que fuera, como hacían otros plantadores de café, los que le proporcionaron grandes ingresos. Al principio de esta actividad utilizó un rifle militar .303 Lee Enfield, disparando siempre al corazón. Años más tarde adquirió un express del calibre .577 Nitro, con cañón de 24 pulgadas (60 centímetros) y expulsores automáticos, con el que continuó toda su vida, junto con un pequeño .256 Mannlicher para los antílopes…

Hacia finales de 1903 Banks conoció en Entebbe, la entonces capital de Uganda, siendo la actual Kampala, a Bill Buckley que desde hacía unos meses abatía elefantes furtivamente en el Enclave de Lado bajo bandera del Estado Independiente del Congo, quien le habló entusiasmado de los incontables elefantes que poblaban el territorio y los grandes beneficios que estaba consiguiendo con el marfil, pues había muchos y muy buenos ejemplares. El único punto negativo eran las patrullas belgas que solían tener la mano muy dura con los furtivos, pero como eran pocas y el territorio muy grande, era fácil esquivarlas, más si se estaba en buenas relaciones con las tribus locales que les avisaban de sus movimientos.

Ante el radiante panorama Banks decidió tentar también a la suerte en el famoso Enclave de Lado, actividad que comenzó en 1904, siendo el cuarto cazador en actuar en ese territorio después de Buckley, Norton y Pearson, siempre en solitario, pues nunca se asoció con nadie. Continuando así hasta 1910 que puso punto final a aquel estado de cosas, pasando el Enclave de Lado a manos británicas que lo dividieron entre el Sudán y Uganda para su mejor administración.

Otra exitosa cacería en el Congo Belga realizada por Banks, en 1912, donde abatió numerosos elefantes en el Enclave de Lado.

Durante los seis años que Banks furtiveó en el Enclave de Lado fue uno de los cazadores más destacados, consiguiendo varios elefantes con colmillos superando las 140 libras (63,5 kilos). Su récord fue un monopunta que pesó 185 libras (83,9 kilos) y, numéricamente cobró trece elefantes en un día con trece disparos de su rifle express .577 Nitro, una hazaña realmente excepcional.

Manteniendo sus plantaciones de café en Munobo al cuidado de un encargado y terminada la posibilidad de seguir cazando en el ‘extinto’ Enclave de Lado, Banks buscó nuevas zonas donde poder continuar con esta actividad, seleccionando el Congo Belga que hacía frontera con Uganda, donde también abundaban enormemente los elefantes.

Acostumbrado a la caza ilimitada de los elefantes furtiveados en el Enclave de Lado, parece que no respetó demasiado las leyes de la nueva colonia belga, como colonia de la corona. En noviembre de 1908 le concedieron un permiso para cazar veinte ejemplares, cantidad que sobrepasó enormemente, hasta el punto que el gobierno envió una patrulla para detenerlo. Gracias a sus buenas relaciones con los nativos, que se beneficiaban de la carne de los elefantes, éstos le advirtieron de lo que ocurría, pudiendo escapar con más de tres toneladas de marfil cruzando el río Semliki en canoas y regresando a Uganda.

Las autoridades del Congo Belga lo denunciaron a las británicas, pero pudo escapar de la ley sin serios problemas, si bien ya nunca pudo regresar a aquella ‘mina de marfil’ que era el Congo Belga. Volvió a sus plantaciones de café, cobrando los veinte elefantes anuales autorizados por el gobierno, quedando reducido a los tres de la licencia normal.

Cuando en 1924 el gobierno de Uganda, a la vista de los grandes destrozos producidos por los elefantes en la agricultura y bosques, creó un servicio especial para controlar a los elefantes llamado Elephant Control Section of the Uganda Game Departament, quedando empleado junto con Samaki Salmon, que era el director, y Pete Pearson. Banks utilizó siempre, en preferencia a cualquier otro, un express del calibre .577 Nitro, que manejaba como si fuese un arma ligera después de tantos años de uso, junto con un pequeño .256 Mannlicher para conseguir carne. El total de los elefantes cobrados por Banks a lo largo de su vida, entre el Enclave de Lado, el Congo Belga y Uganda se calcula, aproximadamente, en unos tres mil ejemplares, sin haber sufrido nunca un accidente.

Deaf Banks era persona de gran humor y un amigo suyo, que le visitaba normalmente durante las vacaciones de este en Londres, contaba que una tarde Banks le dijo, cuando tenía 60 años, que temía se estaba haciendo viejo, pues ya no podía tomarse más de trece whiskies cada tarde sin notar los elefactos

 

GEORGE RUSHBY

George Rushby en los años 30.

Nació en Nottingham, Inglaterra, el 28 de febrero de 1900, falleciendo el 28 de abril de 1969 en Simonstown, África del Sur, cerca del Cabo de Buena Esperanza.

Tuve el gran honor de conocer a George Rushby en Arusha, cuando la actual Tanzania aún se llamaba Tanganyika, en 1958, marcando esto el principio de una amistad que perduró hasta el día de su muerte. Personalmente le estuve, le estoy, muy agradecido por la gran ayuda que siempre me prestó, junto con John Hunter, dándome consejos prácticos sobre la caza de los elefantes, que valían cien veces más que la lectura teórica de mil libros sobre el tema.

A los 21 años llegó a África del Sur en busca de nuevos horizontes dominado por su gran pasión por la caza. Después de pasarlo bastante mal en África del Sur, teniendo que dormir en la playa y comer lo mínimo para sobrevivir, pudo marchar más tarde a Mozambique, partiendo de la entonces capital Lorenzo Marqués a Beira, donde pudo encontrar trabajo en la construcción del nuevo ferrocarril que uniría el Protectorado Británico de Nyasaland (presente Malawi), con el océano Índico a través del puerto de Beira. Este trabajo no era lo que él deseaba, pero, afortunadamente, conoció a dos personas que se dedicaban a la caza para suministrar carne para alimentar a los numerosos trabajadores del ferrocarril, superando la demanda a la oferta, quienes le informaron que esto era un gran negocio. Rápidamente el joven George adquirió un viejo .303 Lee Enfield y sus municiones, dedicándose de lleno a esta actividad, sin previa experiencia, que le proporcionó buenos beneficios. Al terminar la construcción del ferrocarril consiguió otro contrato con la Compañía Azucarera de Senna, que necesitaba grandes cantidades de carne para alimentar a los miles de empleados nativos que trabajaban en el cultivo de las cañas de azúcar. En esta parte del bajo Zambeze había incontables rebaños de animales salvajes, sobre todo búfalos.

Con la notable mejora de su situación económica George cambió también su equipo de armas, abandonando el .303 Lee Enfield por un 9,3×62 Mauser y un Express del .470 Nitro, y eso que tan sólo tenía 22 años de edad.

Tiempo después pudo cobrar su primer elefante a orillas del río Zambeze con su express .470 Nitro, lo que marcó desde ese momento la dedicación exclusiva a la persecución de estos animales. De Mozambique se fue al Nyasaland británico, donde, a la vista de los destrozos que estaban causando los elefantes en la agricultura, le dieron un permiso ilimitado en el distrito de Karonga; pero después de cobrar veinte de estos animales abandonó su caza a la vista de lo pequeños que eran los colmillos, por tanto, poco rentables, marchándose a Tanganyika a ver que tal se le daba la cosa allí, pero como la licencia general sólo concedía permiso para tres elefantes en todo el país, decidió irse al Congo Belga. Los desplazamientos en aquellos tiempos eran largos y lentos, por lo que Rusgby decidió tomar la ruta de Rhodesia del Norte hasta Mporokoso, continuando desde allí a Chiengi a orillas del Lago Moero, para llegar finalmente a Pweto, ya en territorio belga. La reglamentación vigente entonces autorizaba a cuatro elefantes en cada distrito administrativo, por lo que Rushby se encontró con un magnífico campo de operaciones, moviéndose de una zona a otra cazando elefantes y vendiendo el marfil a los comerciantes locales. Al llegar a Basongo tuvo un serio problema, pues apareció con veinte colmillos de elefante, en lugar de los ocho reglamentados por distrito, con el resultado de que le confiscaron el marfil y las armas, perdiéndolo todo sin remisión. Ante semejante panorama no tuvo más remedio que marchar a Leopoldville, que era entonces la capital del Congo Belga, con la idea de pasar al Enclave de Cabinda, perteneciente a Angola, pero situado como una cuña dentro del territorio del Congo Francés y donde había muchos elefantes forestales, pero por mucho que lo intentó no pudo conseguir las correspondientes autorizaciones, por lo que decidió volver a Inglaterra para ver a su familia y descansar un poco, continuando luego a Tanganyika para unirse a su amigo Lumg para buscar oro en el río Lupa, donde se habían descubierto grandes yacimientos.

George Rushby con marfil del Congo Belga.

Estando en esta posición de buscador de oro recibió la noticia de que el gobierno, a la vista de los destrozos realizados por los elefantes en la agricultura y bosques, habían decidido concederle a un número determinado de cazadores unos permisos, llamados Governor’s Licences, en los que se autorizaban abatir 25 elefantes, gratuitos y sin tasa por pieza cobrada, pero con la obligación de que el gobierno se quedara con el 50% del marfil conseguido. Rápidamente Rushby hizo la correspondiente solicitud y, tan pronto como le llegó la autorización, en septiembre de 1923, organizó la primera expedición por la zona del río Kilombero, consiguiendo los 25 elefantes machos en tan sólo algo más de un mes. Esta cacería la realizó con un rifle de repetición sistema Mauser del calibre .318 Westley Richards que le prestó un antiguo oficial del ejército indio, el coronel Masters, para ayudar al joven Rushby que había perdido sus armas en el Congo Belga y aún no había tenido tiempo de reponerlas. Una vez vendido el marfil de esta primera expedición se encontró con la agradable sorpresa de que le concedieron un segundo permiso para otros 25 elefantes, a los que añadió los tres de la licencia general de caza anual, teniendo un total de 28 elefantes a su disposición, que también fueron cazados rápidamente.

Entonces el gobierno decidió terminar con estos permisos especiales, por lo que Rushby decidió irse a cierto lugar remoto y muy poco conocido donde estaba situado el lago Mweru, a caballo entre dos países, la orilla occidental perteneciente al Congo Belga y la oriental a Rhodesia del Norte. La idea de Rushby era furtivear elefantes en Rodesia del Norte operando desde el Congo Belga, donde los controles eran mínimos, una zona muy raramente visitada por las autoridades rhodesianas y con escasa población local, pero con una gran cantidad de elefantes con una media del peso de los colmillos muy elevada.

Una vez establecidos en la zona y con el correspondiente permiso para cuatro elefantes, se puso en contacto con las personas que compraban todo el marfil, legal o ilegal, dos socios que no hacían preguntas, uno hindú y el otro árabe, quienes con gran entusiasmo le dijeron a Rushby que no se preocupara, que ellos se encargarían de todo sin que nadie se enterara, pagándole al contado. En esta ocasión Rushby ya vino debidamente armado, con un rifle del .577 Nitro y el .318 Westley Richards que terminó por comprarle al coronel Masters.

En aquella zona perdida del mundo los elefantes no habían escuchado nunca un disparo ni se habían visto perseguidos, por lo que su aproximación resultaba fácil. El primer día de caza de Rushby cobró 18 elefantes cuyo marfil le proporcionó unas dos mil libras esterlinas. En esta ocasión fue la que cazó más elefantes en un solo día, seguidos por otra con diez y, en dos ocasiones más, nueve ejemplares.

Todo continuó inmejorablemente para Rushby hasta que, por fin, las autoridades británicas se enteraron de sus actividades, pero no de su persona, pidiendo la colaboración a las autoridades belgas para su detención, pero el administrador del puesto de Molira le advirtió del peligro, aconsejándole que se fuera y se calmaran los ánimos, cosa que Rushby hizo rápidamente, y más contando con el beneficio neto de cinco mil libras esterlinas que había conseguido durante los siete meses que furtiveó en la orilla británica del lago Mweru. Finalmente decidió marcharse a Albertville (actualmente Kalemie) en el Congo Belga a orillas del lago Tanganyika, encontrándose allí con dos viejos amigos también cazadores de marfil. Con uno de ellos y la ayuda del dueño del hotel, llamado Spiros, previo pago de sesenta libras esterlinas, consiguió un permiso del administrador territorial para cazar un número ilimitado de elefantes en la demarcación. Como de costumbre la cosa se le dio muy bien, consiguiendo muchos elefantes entre 50 y 70 libras cada uno (22,5 y 37,5 kilos), además de un enorme monopunta de 165 libras (74,8 kilos), que fue el mayor conseguido en su vida.

Después de acabar aquella temporada de caza decidió irse a Dar es Salaam, en Tanganyika, para tomarse unas vacaciones y hacer un poco de vida social, calculando haber ganado unas cuatro mil libras esterlinas durante esta última cacería en el Congo Belga. Más tarde se enteró de que en el Ubangui-Chari, actual República Centroafricana, el gobierno aún permitía la caza comercial de los elefantes de forma ilimitada, por lo que decidió ir allí, para lo cual tuvo que realizar un larguísimo viaje a través del Congo Belga para llegar a Conquilhatville a orillas del río Congo y tomar el barco fluvial que hacía el servicio de carga y pasaje entre Brazzaville, capital del Congo Medio, y Bangui, capital del Ubangui-Chari, llegando el 20 de noviembre de 1926, y donde consiguió la licencia comercial para cazar los elefantes en todo el territorio de la colonia, a un coste equivalente de 90 libras esterlinas. Después partió hacia el este del país, en los confines con el Sudán Angloegipcio y el Congo Belga, en el llamado ‘Triángulo perdido’ enclavado en el Alto M’Bomú, donde había otros cazadores de elefantes operando, entre ellos el famoso James Sutherland, a quien Rushby tenía gran interés en conocer después de haber leído el libro escrito por éste titulado The Adventures of an Elephant Hunter, publicado en 1912 en Inglaterra.

El autor del artículo, el mítico cazador profesional Tony Sánchez-Ariño, gracias a Rushby conoció muchas cosas sobre Sutherland que luego utilizó en su libro ‘Cazadores de Elefantes, Hombres de Leyenda’.

De esta forma, Rushby pasó los siguientes tres años cazando en el Ubangui-Chari, además de hacer alguna incursión furtiva en el Congo Belga que lo tenía a mano, tan sólo con cruzar el río M’Bomú. Conoció a James Sutherland, con quien trabó una buena amistad, y gracias a Rushby pude conocer muchas cosas sobre Sutherland que luego utilicé en mi libro Cazadores de Elefantes, Hombres de Leyenda.

En 1929 decidió tomarse unas vacaciones, contando con que había ahorrado nada menos que quince mil libras esterlinas en aquellos tres años. Sin que él lo pensara sus días de buscador de marfil se habían terminado, poniendo punto y final a los nueve años que pasó siguiendo la senda de los elefantes. Después de cierto tiempo en Inglaterra decidió volver a África del Sur, donde llegó a la Ciudad del Cabo el 16 de Junio de 1930, donde conoció a Eleonor Dumbar Leslie, casándose con ella a las 48 horas de conocerla, resultando un feliz matrimonio hasta la muerte de George Rushby, y teniendo cuatro hijos. Se fueron a Tanganyika en 1931 para cultivar café, pero se arruinó, y tras hacer múltiples trabajos para sacar a su familia adelante, aceptó un trabajo en el Departamento de Caza, encargado de eliminar elefantes nocivos para la agricultura y protección de vidas humanas, donde cobró unos 1.400 ejemplares, más los 400 que cazó anteriormente por el marfil, hicieron un total de 1.800.

Su batería predilecta cuando cazaba marfil fue el .318 Westley Richards de repetición, sistema Mauser, y el express .577 Nitro. Precisamente influenciado por Rushby, que siempre me decía que un cazador profesional de elefantes no estaba debidamente armado sin un .577 Nitro, es por lo que yo compré uno también, pero después de cobrar 124 elefantes machos con él comprobé que no mataba mejor que mi .416 Rigby y el express .500/.465 Nitro si la bala ‘iba a su sitio’, por lo que al final me deshice de él. Durante los tiempos del control de los elefantes también utilizó el .375 Magnum y el .416 Rigby, con excelentes resultados según me dijo.

Finalmente terminó como Deputy Game Warden of Tanganyika, retirándose en 1956 del servicio activo. Además de ser un gran cazador de elefantes se hizo famoso al terminar con una familia de leones devoradores de hombres que, entre 1932 y 1946, se calcula que mataron y se comieron unas 1.500 personas en el distrito de Njombe en el sur de Tanganyika.

En 1960 decidió volver a África del Sur, después de tantos años rodando por África Central y Oriental, estableciéndose en Simonstown, en el extremo meridional del país, a corta distancia del Cabo de Buena Esperanza. En marzo en 1969 le hice una visita en su casa, cuando había sufrido un ataque y casi no podía hablar, falleciendo un mes más tarde según la carta que me envió su esposa Eleonor comunicándome la mala noticia, la cual conservo con gran afecto como el último eslabón con mi querido y admirado amigo George Rushby. (Continuará).

Un artículo de Tony Sánchez-Ariño

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