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Gran kudu. El fantasma de la sabana arbustiva (y II)

Las modalidades para la caza pueden ser, en primer lugar, el rececho en buena lid, su modalidad de caza por antonomasia. Se trata de ir prospectando querencias hasta encontrar el animal buscado para hacerle una entrada hasta llegar los más próximos a su situación.

En este caso es importante la forma de actuar de nuestro profesional. En la mayoría de los casos y condicionado por el tema económico, nos incitará a tirar en cuanto tenga confianza de que vamos a impactar al animal en un lugar vital, no dejando lugar a la duda y riesgo que representa el acercamiento a escasos metros de nuestro objetivo. Es aconsejable que, si queremos buscar una aproximación lo más cercana al animal, se lo comentemos al profesional.

Es aconsejable que, si queremos buscar una aproximación lo más cercana al animal, se lo comentemos al profesional.

Hace ya dos años cazaba en El Cabo junto a un gran profesional como es Owen acostumbrado a la aproximación por ser cazador de arco. Prospectábamos una ladera amplia a primera hora de la mañana en la que, a simple vista, contábamos seis kudus que habían pasado la noche alimentándose en aquellas hondonadas y barrancos, y en aquellos momentos se encontraban tranquilos recibiendo los primeros rayos del sol.

Mi guía me comentaba que el que se encontraba más lejos era un vetusto macho con los días contados por el aspecto famélico que ofrecía.

Aunque en un principio no tenía la intención de cazar ningún kudu en aquel safari centrado en otras especies, el ver un animal de esas características calentó mi vulnerable corazón.

Le dije a Owen que me encantaría hacerle una entrada, pero él se mostraba reacio por la distancia y la orografía. Yo no veía el momento de intentar acercarnos y le razonaba que no era complejo el rececho. Tal fue su negativa que me instó a tirar desde la posición privilegiada en la que nos encontrábamos. Mi telémetro marcaba 382 metros hasta el animal, ubicado en las cercanías a la cuerda de aquel boscoso hábitat.

Siempre he dicho que no me siento nada satisfecho cuando tengo que resolver un lance con un disparo a distancias extremas como ésa. Soy más feliz cuando llego a las inmediaciones sin ser descubierto, aunque el instante final no revista demasiada dificultad.

Apoyado en la horquilla en una posición nada ortodoxa por la inclinación de aquellos andurriales, tomé tiempo y, con el visor en los máximos aumentos, envíe una bala del .270 a aquel conglomerado de piel y huesos. El animal pareció encajar el tiro y comenzó una bajada, ladera abajo, a trompicones que hizo que le tuviera que repetir el disparo otras dos veces con el mismo nefasto resultado. La situación se nos estaba yendo de las manos… Al parar el viejo kudu entre un tupido bosquete de aloes, tomé unos segundos de relajación y realicé un disparo bueno, pese a los 300 metros que nos separaban, acabando con aquel estresado ungulado.

Los calibres adecuados son los de velocidad inicial moderada, el .30-06 o el .308.

A pesar de ser un lance bien logrado, no paraba de sacar conclusiones insatisfactorias. Teníamos que haber intentado llegar al animal aprovechando la frondosidad del hábitat, que permite aproximarte sin delatar tu presencia. En el peor de los casos, hubiera sido un lance fallido de los que se suceden varios a lo largo de cualquier jornada.

Seguimiento de huellas frescas

También conocida como tracking, es una modalidad que nos llenará de recuerdos imborrables trasladándonos a tiempos míticos de la caza en África. Ver trabajar a un pistero o tracker tras unas huellas de un buen kudu es pura magia.

Bien es verdad que, en la mayoría de los casos, no es nada fácil poder aproximarse sin ser visto por el grupo, y aunque han sido muy pocas las veces que he tenido éxito gracias a esta ancestral técnica, nunca olvidaré la primera vez que conseguí un macho de kudu.

Nos encontrábamos en la gran llanura arbustiva de Omaruru, un lugar denso de acacias donde los animales podían pasar desapercibidos a escasos metros.

En una mañana de mayo, transitábamos con el coche un estrecho camino de arena rojiza localizando animales. En décimas de segundo observamos una silueta difuminándose en la espesura. Anton, mi tracker, tocó con suavidad el capó y se produjo un sepulcral silencio.

Un pequeño círculo más oscuro dibujado en la arena caprichosamente por la orina de nuestro macho nos puso en alerta.

En una mirada cómplice con Francois –maravilla de profesional de 24 años–, Antón le entregó el shooting stick y comenzamos a adentrarnos sigilosamente en aquel universo de espinos.

El viento era favorable y avanzamos en la dirección de las huellas que se marcaban en la arena, ya que el animal había recorrido unos cien metros a trote marcando sus pezuñas.

Un pequeño círculo más oscuro dibujado en la arena caprichosamente por la orina de nuestro macho nos puso en alerta máxima, acuclillándonos en busca de alguna señal que delatara su presencia. Estaba muy, pero que muy cerca, y no había margen de error.

Nos afanábamos en intentar descubrir su silueta hasta que, por fin, mi joven profesional me señaló una zona algo más clara en la que, tras un manchón de monte, conseguí ver las puntas color marfil de un gran kudu sobresaliendo de aquel intrincado hábitat. Posiblemente, el animal cometió el error de quedarse totalmente quieto mirándonos.

Con pasmosa serenidad, me colocó el trípode y mi Santa Bárbara en calibre .300 hizo su trabajo de forma magistral.

Al acercarnos, ante nosotros yacía un espectacular trofeo grueso y muy cerrado que puso fin a uno de los lances más apasionantes que he vivido.

Esperas en charcas o lugares querenciosos

He de reconocer que es, tal vez, la modalidad que menos me gusta practicar cuando ando tras los pasos de un gran kudu. Tal vez sea por mi falta de paciencia o, tal vez, debido a que tengo la sensación de que se encuentra más vulnerable que en otras modalidades.

Sobre todo, en el caso de esperar en puntos de agua, charcas o abrevaderos del ganado, nuestro objetivo se mostrará cauteloso en el acercamiento, pero relajado una vez ha llegado a probar el líquido elemento. Obviamente, teniendo en cuenta que tengamos el viento de cara, ya que, al menor cambio de dirección del mismo hacia su ubicación, veremos desaparecer su poderosa masa gris entre las acacias.

Las oportunidades únicas en la caza suelen sucederse muy de vez en cuando.

Es este tipo de modalidad es muy interesante a la hora de valorar la calidad del trofeo, al tener tiempo de poder observar sus curvadas defensas.

Me viene a la memoria un suceso que viví en el Limpopo hace ya algunos años, en el cual dejé pasar una oportunidad que no sé cuándo podré volver a vivir. A las once de la mañana de un mes de julio cualquiera, nos encontrábamos esperando facos con el sol en todo lo alto de nuestros sombreros. El calor reinante hacia que nuestra charca pareciera una playa de levante en temporada alta. Allí acudían todo tipo de antílopes y varias decenas de facos con un ir y venir constante. De buenas a primeras, entre la espesura que circundaba el acuífero, vimos aproximarse tres abultadas siluetas.

Dos de ellas salieron al claro tratándose, como era lógico, de dos machos de kudu jóvenes, aunque con prometedores trofeos. Su belleza me tenía totalmente absorto en su anatomía y no presté interés alguno en el tercer individuo oculto en el bush. Por otro lado, ni se me pasaba por la cabeza tirar, ya que, por aquel entonces, había cumplido sobradamente las expectativas de aquel safari por tierras sudafricanas. Así las cosas, yo seguía haciendo mi reportaje fotográfico hasta que aquel tímido macho salió al claro y me heló por completo la sangre. Su recia cornamenta parecía no tener fin. Mi acompañante, un tracker llamado Lucas, se echó las manos a la cabeza gesticulando de forma aparatosa. Me miraba con los ojos como platos y no paraba de incitarme al disparo.

En mi foro interno, una auténtica lucha entre lo que me dictaba el corazón y lo que supuestamente era razonable. Como podrá imaginar, mi querido lector, ahora y con el paso del tiempo, me arrepiento de no haber tirado a aquel animal cada día que su magnánima imagen me viene a la cabeza. Las oportunidades únicas en la caza suelen sucederse muy de vez en cuando, por lo que, dentro de un orden, aconsejo no dudar y aprovechar un lance que será muy difícil que se vuelva a producir.

Caza a caballo

Esta idílica forma de caza practicada por Roosevelt y otros exploradores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, actualmente se encuentra en desuso, ya que en la mayoría de los lugares en los que se practica la caza nos encontramos con pistas que hacen posible la entrada con vehículos.

Bien es verdad que, todavía, en las estribaciones montañosas de Namibia y Sudáfrica, hay algunos lugares donde podemos practicar esta modalidad de caza.

Ubicación del disparo

* Mi experiencia con estos bellos animales me lleva a haberlos cazado con varios calibres con los que, por haber realizado buenos disparos, no tuve especiales problemas a la hora de recuperar el animal.

No obstante, hay una serie de conceptos que sí que creo que son de vital importancia a la hora de enfrentarse a su rececho.

* El primero tiene que ver con el binomio rifle y visor. Generalmente, para este tipo de rececho tendremos que adentrarnos, en no contadas ocasiones, en la espesura del monte o la sabana arbustiva, la cual, muchas veces se presenta ante el cazador como un complicado galimatías, ya que no está acostumbrado a acceder a través de ella y menos con su rifle. Por esto recomiendo el uso con un cañón relativamente corto, con un cerrojo de fácil manejo y rematados con un visor de pocos y variables aumentos, que cubra todo nuestro abanico de posibilidades a la hora de realizar el disparo.

* Los calibres que más me gustaron para la caza de este gran ungulado fueron aquellos con una velocidad inicial moderada, como el .30-06 o el .308, siempre utilizando balas blandas relativamente pesadas (entre los 180 y 220 grains).

* También he disfrutado su caza con calibres como el polivante .375 H&H. Con éste tienes una serie de ventajas que te ayudarán a conseguir tus objetivos en situaciones realmente límites.

El autor cuenta con una enorme experiencia en la caza de este gran antílope. En las fotografías del reportaje, algunos de sus muchos kudus abatidos en Sudáfrica y Namibia.

Tal es el caso de animales completamente emboscados, en los que tendremos que realizar disparos a través de la vegetación, con el inconveniente de que se produzca un fraccionamiento de la punta de nuestra munición metálica. Utilizando pesos entre los .270 y .300 grains, obtendremos un poder de penetración importante sin perder prestaciones cuando tenemos que realizar tiros que pasen holgadamente de los 150 metros.

* En el caso concreto del 9,3×74, tendremos los mismos beneficios que en el caso del calibre anterior para tiros a corta distancia, perdiendo cualidades en el caso de realizar tiros ‘lejanos’ para lo que suele sucederse en cualquier safari.

* En algunas ocasiones, tendremos que realizar tiros de testero que sobrepasen con creces los 200 metros. Para éstos, podremos utilizar el fabuloso .270 Winchester o cualquier calibre mágnum, como el 7 mm Remington Magnum. Personalmente, prefiero el primero de ellos, ya que lo considero mucho más versátil. Es un calibre que se muestra contundente con munición de 150 grains, a la vez que muy cómodo a la hora de utilizarlo siendo muy preciso en el disparo.

* Por otro lado, con el 7 mm se pueden hacer auténticas ‘locuras’ a la hora de tiro a distancia, pero, independientemente de su retroceso, creo que no es nada recomendable para distancias cortas, ya que, en varias ocasiones cazando en el continente negro, hemos tenido que pistear animales de la talla de un órix con tiros mortales ubicados en la zona torácica por traspasar nuestra punta, aun siendo la más blanda del mercado, a nuestro objetivo.

* Me viene a la memoria un lance con un órix en las cercanías de un aguadero o water hole y que puede ser perfectamente extrapolable para el caso del kudu. En aquel instante, un macho representativo se encontraba a unos setenta metros de nosotros.

El cazador profesional me dio la orden de disparo y, cómodamente, apreté el gatillo confiado de la buena ubicación del disparo. El animal reaccionó con un pequeño tiritón y continuó quieto sin saber de dónde venía el peligro. Repetí, entonces, la operación con idéntico resultado. De nuevo, volvía disparar otra bala de 155 grains, ya con el órix andando lentamente hasta que desapareció en la espesura.

En aquel momento y con buen criterio, Rodney, mi joven y experimentado guía, decidió dejar enfriarse a nuestro adversario, por lo que dejamos pasar algo más de quince minutos mientras comentábamos como se había desarrollado el lance entre susurros. Nuestra sorpresa y susto llegó cuando, al acudir al lugar del disparo y pistear durante más de una centena de metros al animal, sufrimos una carga de éste que tuvo que ser parada por la efectividad de un buen disparo realizado con el .375 de mi profesional. El susto no fue pequeño, ya que aquel valeroso órix tuvo fuerzas para encararse con sus perseguidores hasta el último instante de su vida.

Incrédulos, pudimos observar como mis tres disparos no se encontraban distanciados más de cinco centímetros, impactando éstos en pleno centro de la zona pulmonar del animal. El problema fue que, al igual que había un orificio de entrada, existía otro de salida más o menos del mismo diámetro. La velocidad endiablada que lleva el proyectil había hecho finos ojales a la compacta masa cárnica del animal, ya que no había tocado hueso de ningún tipo.

Los problemas a los que se enfrenta la especie

* El kudu es un animal que se encuentra muy expuesto a las plagas y enfermedades. Tal es el caso del carbunco o los brotes de rabia y peste en el caso de países como Namibia. No es raro que, año tras año, el Gobierno namibio, con buen criterio, cierre la caza del kudu en algunas de sus provincias debido a estos brotes.

* Por otro lado, tenemos el azote del furtivismo, bastante controlado en países como Sudáfrica o Namibia, pero que sacude de forma atroz otros paraísos africanos, como es el caso de Zimbabue, Zambia o Kenia. Un triste recuerdo rememora mi primera aventura en las sabanas cercanas a Bulawayo, cuando, siguiendo los pasos de una manada de elands, descubrimos varios animales muertos cogidos por los lazos de los furtivos, entre los que destacaba un precioso macho de jirafa y otro joven macho de kudu podrido por el calor.

El comercio clandestino de su carne para producir biltong (esas tiras de carne seca y especiada similares a nuestra cecina) hace que muchas familias se dediquen, aun sabiendo que pueden perder sus vidas, al furtivismo como forma de vida.

Aquel día que he comentado viví otro episodio digno de recordar por su dureza. Bien entrada la tarde vimos un hombre viejo montado en una bicicleta (por llamarlo de alguna forma) que transitaba por un camino de tierra dentro de los territorios de caza por donde veníamos nosotros recechando.

Sin mediar palabra, mis acompañantes por aquel entonces golpearon al señor tirándolo de su maltrecho método de transporte. Una vez en el suelo continuaron los golpes y las reprimendas en voz alta hasta que, tal vez por mi presencia, tuvieron la ‘delicadeza’ de dejar marchar a aquel septuagenario abuelo.

Estaba claro que pensaban que era el furtivo que tenía lleno de lazos aquella bella sabana. También me quedó terminantemente claro que, si no llego a estar yo junto a ellos, aquel anciano habría acabado su azarosa vida en aquel preciso momento. CyS

Por Alfonso Mayoral. Fotografías: autor, A. Sanz y Fotolia    Ilustración: Iñaki Blanco

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