Internacional

Regreso a África. Un safari en colores

El doctor Marcial Gómez Sequeira es un de los cazadores internacionales más reconocidos. En su impresionante pabellón de caza, con vocación de museo (http://cazawonke.com/videos-de-caza/80476-un-increible-pabellon-de-caza-con-vocacion-de-museo), están representadas prácticamente todas las especies cinegéticas, y otras que lo fueron en su día pero que actualmente ya no se pueden cazar.

Por eso, su intención en estos últimos viajes, no es otra que la de buscar trofeos diferentes, como lo son los antílopes con variación de color obtenidos por ‘breading’ o cría selectiva, aunque su auténtica ilusión, en esta cacería que relata a continuación, no es otra que la iniciación y consolidación de su nieto Martín en el mundo de la caza.

Pues sí, de nuevo a África y, en concreto, a Sudáfrica. Son curiosas, las sensaciones y los sentimientos, siempre los mismos, en el momento de la partida… como si fuera la primera vez. La más que famosa ‘llamada de África’, siempre se repite, las percepciones de los sentidos que, incluso antes de comenzar el viaje, ya sientes… los olores, los sabores, esos colores incomparables que se quedan en el alma desde el primer viaje y que, desde el primer momento en el que decides el regreso, no dejan de rondar por todos tus sueños. África… siempre África.

Podría parecer que poco original al regresar de nuevo a este país en el que ya había estado 18 veces antes –desde la primera vez que acudí, acompañado por Maite, mi mujer en, si no me equivoco, el año 1974, a lo que ahora es África meridional, en concreto a Namibia–. Nunca podré olvidar aquel primer safari, entre otras cosas por el hecho poco frecuente de contar con tan digna acompañante, ya que Maite me ha acompañado tan sólo cinco o seis veces en mis ya 71 safaris africanos, que son los que hasta la fecha he llevado a cabo.

El autor con su nieto Martín en su primer safari, julio de 2016.

Sin embargo, todo tiene su explicación, porque en realidad este regreso lo hacía sobre todo para acompañar a mi nieto Martín en el que iba a ser su segundo safari. La verdad es que no sé si seguiré acompañándole en muchos más, pero por el momento y mientras el cuerpo aguante, quiero dejarle posicionado en la misma carrera que yo inicié el año 1970, cuando ya contaba con unas maravillosas treinta primaveras. Él, que empezó tan sólo hace dos años cuando tenía trece, podría llegar a alcanzar un gran número de especies diferentes de todo el mundo, sobre todo si, al menos en sus principios, pudiese acompañarle unos cuantos años más. Luego, cuando yo ya no esté aquí, todo dependerá de sus ganas de seguir cazando y de las posibilidades económicas que pueda tener.

¿Qué paraíso existe en el mundo en el que se pueda encontrar más variedad de especies que el africano? África. ¿Y dentro de África…? Sudáfrica, justo hacia donde encaminamos nuestros pasos, al mismísimo Johannesburgo.

Antes de pasar a contar cómo organizamos esta nueva cacería, no puedo evitar dar unos apuntes sobre el porqué del subtítulo de esta nueva aventura, Un safari en colores. Con ella, quería que mi querido nieto siguiera aumentando su incipiente colección y mi intención no era otra que la de conseguir una serie de animales que ya había cazado con anterioridad, eso sí, en sus variedades atípicas de color, ya que por breading, o cría selectiva, en estas tierras han conseguido ejemplares con capas de color diferentes a las habituales.

Me estoy refiriendo a especies harto conocidas, como el órix o el ñu, ambos en su variedad de color golden; el impala de color negro y, finalmente, el más común de los animales sudafricanos, el springbok, en la variación de color copper, o cobre, del que ya tengo las variedades común, blanco y negro, e incluso también el cobre, pero que quería conseguir un ejemplar con mejor trofeo, ya que el Safari Club Internacional lo reconoce en su Record Book y el que tengo con anterioridad sólo es medalla de bronce.

El siempre difícil grysbok del Cabo.

Además, intentaría cazar un esquivo animalito, que también luce en el pabellón, pero del que hacía falta una nueva piel, ya que se había dañado hacía tiempo, el grysbok del Cabo, y que sólo se podía cazar de noche. Conseguir estos animales era el segundo aliciente que me traía de nuevo a este enorme y gran país.

Con García Escorial y Frontier Safaris

La verdad es que para esta nueva aventura africana eché mano de mi gran amigo y colaborador que se encarga, desde hace ya bastantes años, de todo lo relacionado con mi vida cinegética. Estoy hablando de Adolfo Sanz, que ha conseguido poner al día todos mis escritos, safaris y expediciones cinegéticas por todo el mundo.

En esta ocasión fue más allá y se ocupó de organizarme esta semanita de caza para mi nieto y para mí. Contactó con mi buen amigo José García Escorial, máximo responsable de Safari Headlands, que ha montado a la sombra de Frontier Safaris, una de la más importantes organizaciones de caza en Sudáfrica, una especie de sucursal para atender a la gran cantidad de clientes que José maneja de todo el mundo. Para ello, Barry Burchell, el dueño de Frontier y gran amigo de José, le ha facilitado unas estupendas instalaciones muy cerca del lodge principal de su organización donde puede alojar a varios cazadores o clientes al mismo tiempo.

Les ofrece todo tipo de animales de Frontier y sus 40.000 hectáreas de concesión, que puede utilizar como suyas siguiendo el patrón de utilización de las mismas facilitadas por el manager general de la concesión madre. Le asignan a su vez un profesional que se ocupa de la cacería de su cliente, arreglándoselas después entre ellos para cobrarles, prepararles la taxidermia y enviarles sus trofeos. Los clientes aceptan las condiciones de José y liquidan con él sus cacerías.

Así es como procedimos con él, concertando un paquete base para Martín y pagándole las tasas de abate que cazara fuera del paquete. La verdad es que no entré demasiado en el fondo de dichas condiciones, ya que si lo hubiese hecho lo primero que hubiese intentado es que su cupo mínimo no fuese de cinco animales sino por lo menos de diez, que es lo que esperaba que consiguiera cazar aquella semana en Sudáfrica.

El viaje

Volviendo al viaje, decir que nuestro punto de destino final era Port Elisabeth donde nos esperaría José o quienquiera que fuera a recogernos. Nuestra salida de Madrid iba a tener lugar el día 17 de julio de 2018, concretamente a las 00:15 horas, directos a Johannesburgo. La verdad es que Iberia rectificó su anterior error de cerrar la línea directa Madrid-Johannesburgo, reabriéndola pocos años después, facilitando el viaje directo a esta parte del continente africano para gran regocijo de los miles de cazadores, sobre todo españoles, que escogían como destino cinegético Sudáfrica o países cercanos.

El viaje, de unas 10 horas, de duración lo realizamos perfectamente mi nieto y yo. Llegamos a destino con tiempo suficiente para recoger nuestro equipaje, cambiar de terminal y sacar las tarjetas de embarque para Port Elisabeth donde acababan nuestros vuelos. Nos metimos en la sala Vip a esperar nuestro vuelo durante poco más de dos horas. Con cierta puntualidad, y después de un vuelo de hora y media, llegamos a nuestro destino donde, efectivamente, nos esperaba José García Escorial. A las 17:30 llegamos al que sería nuestro alojamiento para la próxima semana.

El campamento: Paoland

José, con su proverbial amabilidad, nos enseñó nuestra habitación. El edificio de los cazadores con alojamiento para tres y acompañantes, las instalaciones exteriores, otro edificio de los empleados y, finalmente, su casa donde podía alojar a otra media docena de clientes si fuera necesario. Todo parecía perfecto, salvo un pequeño inconveniente que, por cierto, no fui el único que le recriminé, y es que hacía frío al carecer de cualquier tipo de calefacción. José me insistió en que no existía calefacción en ninguna de las casa africanas, como ocurría incluso en la casa de Barry, el propietario de Frontier, donde vivía todo el año.

Tengo que decir que esto no lo compartía con él, pero no era cuestión de empezar discutiendo. Quiero añadir que, por el contrario, lo mejor de todo es que las camas tenían unas sábanas y mantas térmicas estupendas por lo que, lo mejor, era el momento de acostarse.

Íbamos a compartir nuestra estancia en este lodge con Alfonso Toledo y su hijo Raúl, que había llegado hacía unos días para iniciarse en la caza con José. Un poco después llegó su padre, Alfonso, con la intención también de cazar, acompañado por Lourdes, su mujer, y su hija de nueve años que se encontraban por el momento instaladas en un ‘safari park’ a pocos kilómetros de distancia de nuestras instalaciones.

Esta primera noche prepararon un fuego de campo y cenamos, bien abrigaditos, al aire libre, acabando con una buena sesión de mus, ya que José había enseñado a Raúl y éste estaba loco por jugar. Por fin a la cama para levantarnos a las seis de la mañana y comenzar nuestro mini safari.

Primer día de caza

Creo que ha llegado el momento de adentrarme en realidad en la caza ya que a eso es a lo que hemos ido. Cualquiera que haya llegado por los motivos que sean a interesarse por este nuevo relato de caza, esperará impaciente que por fin deje los preámbulos y entre en la misma. Sin embargo, no hay que olvidar que, para muchos, también son importantes los prolegómenos que lleva consigo toda nueva aventura por light que ésta sea.

Para empezar, decir que nos habían asignado como guía y cazador profesional a un espigado y veinteañero sudafricano que no se separaría de nosotros durante todos los días de caza, Andrew. José sería también parte de la expedición todo el tiempo. Él opinaba que nuestro guía estaba aún un poco bisoño, pero que veía muy bien. Ya veríamos cuál será la opinión después de unos días de nuevas vivencias.

Recordar, simplemente, los animales que Martín iba a cazar, blesbok común, blesbok blanco, springbok común, springbok negro y ñu negro.

Lo lógico, es empezar la aventura con él y con el primer animal de su lista que aparezca.

Aclarar también que, según el animal que buscásemos, a nuestro guía le asignaban un cuadrante de los 20 en que está dividida la zona de caza, según las necesidades de cada uno.

Lo primero que cazó Martín, un blesbok.

Efectivamente, en donde nos encontrábamos apareció como primer animal un precioso blesbok común que destacaba sobre el resto. Sin duda, como iríamos descubriendo a medida que transcurriese nuestra cacería, no iba a ser tarea fácil la aproximación al mismo ya que estaban –y se vio enseguida– muy tiroteados. El primer intento fue fallido, pero Martín enseguida cogió confianza y al segundo intento dio, a más de 120 metros, con el animal en el suelo. Al acercarnos pudimos ver que se trataba de un magnífico animal con el que conseguía aumentar su incipiente colección. resaltar que había tirado con un potente .300 Win Mag que José nos había proporcionado.

Por más que intentamos descubrir alguno de los otros animales que podrían interesarnos para Martín, no dimos con ninguno, por lo que nos dirigimos al lodge principal de Frontier donde, por lo visto, acudían a comer todos  los que por allí andaban sobre esta hora. La concurrencia era importante y nos reunimos cerca de 20 personas alrededor de un bufet preparado de donde se servía todo el mundo. Yo me proveí de una cerveza para acompañar la comida, ya que José me advirtió que en el comedor no se servían bebidas alcohólicas. La comida no me gustó demasiado pero mis acompañantes, en especial Martín, se ‘pusieron las botas’. Una vez acabada la misma nos dejaron libre un par de horas hasta que caía un poco la tarde para después salir de nuevo a cazar, sin resultado alguno. Cuando ya atardecía regresamos a nuestro lodge para cenar con un fuego de campamento, tomar unas copas y, los más jóvenes, pasar poco más de una hora jugando de nuevo al mus. Cuando llegamos a la cama agradecimos lo confortable de la misma. En mi caso aproveché para leer cerca de una hora antes de apagar la luz.

Segundo día de caza

Nos despertamos antes de las seis, ya que la salida después de desayunar estaba prevista para las seis y media. Tengo que reconocer que mi fuerte durante esta excursión iba a ser el desayuno. Tenía que coger fuerzas para la mañana que, al parecer, la íbamos a dedicar a uno de los ejemplares que yo venía a buscar. De Martín no tenía que preocuparme ya que él se cuidaba perfectamente solo.

La primera meta que íbamos a intentar conseguir tenía de nombre: ñu dorado. Durante los últimos años estos ejemplares, que son variaciones de color, se habían ido consiguiendo mediante selección y cría selectiva, no provienen de cruces antinatura ni son animales genéticamente alterados, presentan unas capas distintas al color de antílopes de capa estándar. Fue José quien me convenció para cazar tanto este animal como el órix dorado, que también intentaría más adelante, eran especies encontradas por Barry en Namibia y traídas a esta parte de Sudáfrica para ser cazadas por coleccionistas. Al principio les ponían un precio excesivo, pero con el tiempo éste fue bajando hasta ofrecerse a precios más asequibles. De ahí que finalmente hubiese decidido intentar su caza.

El ñu dorado, un animal precioso.

El lugar al que nos dirigíamos estaba algo retirado de las zonas de caza y cuando llegamos no nos fue difícil dar con el deseado animal. Busqué una posición cómoda para los pies y el mejor ángulo par intentar alcanzar al antílope que se encontraba tendido detrás de un termitero. Tuve la suficiente paciencia de esperar a que se levantase y me ofreciese todo su cuerpo, ya que no quería tirarle sin la seguridad de que no me iba a llevar por delante uno de sus cuernos. Por fin creí llegado el momento y le disparé intentando alcanzar su codillo. El ñu acusó el impacto, pero no debí de alcanzar el sitio idóneo porque inició una huida desenfrenada. Tuve que esperar una mejor ocasión y después de seguirle unos minutos se paró de nuevo y sin dudarlo repetí el disparo, consiguiendo abatirlo.

Destacar que enseguida me di cuenta de que se trataba de un animal precioso, mucho más impresionante de lo que me imaginaba. Estaba seguro que con una taxidermia perfecta sería uno de los que destacaría más en el pabellón… si es que encontraba hueco en el que colocarlo.

De nuevo un gran desplazamiento hacia otra zona donde esperábamos encontrar el impala negro, otro de los antílopes con variación de color que estaban en mi lista.

El segundo objetivo del autor: el impala negro.

Nos habían designado una zona lejana algo apartada de las demás en la que nos dedicaríamos a buscar este hermoso animal. No nos costó demasiado dar con un grupo de 20 animales entre los que se encontraban dos ejemplares de capa negra. Otra cosa fue intentar acercarnos a ellos, ya que en cuanto barruntaban la primera señal de peligro ponían patas en polvorosa. Por más que lo intentamos no había manera, por lo que se nos ocurrió prepararles una emboscada. Como quiera que siempre tenían la misma huida, nos apostamos José, Martín y yo, mientras el resto del equipo harían de ojeadores. No tenía miedo a equivocarme en la elección del que tenía que tirar, ya que entre los dos machos de color negro había una gran diferencia. Los animales no se pusieron a tiro tan fácilmente como creíamos, y hasta la segunda pasada no vi ocasión para tirar. Cuando lo hice, a poco más de 100 metros, conseguí alcanzar al animal del primer disparo.

Otro antílope precioso: el impala negro. Marcial, Andrew y Martín.

Tengo que reconocer que me lo esperaba más pequeño, no sé si influenciado por otros antílopes con variaciones de color que suelen ser más pequeños que los típicos. En este caso estaba totalmente equivocado ya que el impala tenía un gran cuerpo y su cornamenta no desmerecía nada. Nos hicimos un gran número de fotos, como es habitual.

Regresamos al lodge principal. De nuevo me procuré una cerveza, comimos en el comedor con otros muchos cazadores y esperamos más de una hora a que nos dieran la señal de partir de nuevo a buscar algún otro animal. Nos encontrábamos en el municipio de Cacadou, pues así salía marcado en las fotos que obteníamos de los animales. La tarea de esa tarde consistía en buscar algún springbok, que, como todo el mundo sabe, es el animal elegido como símbolo de este país. La tarea no fue muy difícil y pronto localizamos a un numeroso grupo en el que había springboks comunes y blancos. Después de perseguirlos de nuevo durante un buen rato, decidimos al que Martín debía tirar. Cuando se decidió, apuntó y falló su primer disparo, aunque a mí, que estaba mirando con los prismáticos, me dio la sensación que la bala había rozado al animal ligeramente por encima. El bicho inició una corta huida hasta que se paró. Posiblemente no había sido tocado. Fue entonces cuando Martín se encaró de nuevo el pesado .300, disparó y abatió al animal. Era el segundo de su cupo y resultó ser un buen trofeo.

Continua la racha de Martín: un springbok común.

Recogimos el antílope y directamente lo llevamos a la sala de despiece del campamento principal donde llegaban todos los bichos abatidos para su primera preparación. Echamos un vistazo general y era una sala enorme con los trofeos de todos los clientes en las diferentes fases de preparación. Allí se encontraban los dos míos ya con la piel salándose.

Regresamos al campamento de José, en el que ya se encontraban Alfonso y Raúl, con Lourdes y su hija, Daniela, que resultó ser muy espabilada y también había aprendido a jugar al mus. Cenamos todos juntos, y mientras los jóvenes y José, su profesor, se ponían a jugar al mus, yo me serví un whisky, encendí un puro y en la terraza le di conversación Lourdes que no hizo sino quejarse todo el tiempo del frío y me contó que donde había pasado las noches anteriores estaba perfecto. La verdad es que también hay que explicar que los primeros días de su estancia en este campamento no había hecho sino llover, sin poder incluso cazar.

Tercer día de caza

Este tercer día lo íbamos a emplear, o por lo menos intentar, en conseguir otros dos springboks para Martín, el blanco y el negro, y si había suerte y encontrábamos uno cobre, el copper, intentar cazarlo yo, que, como ya he contado al principio, aunque ya lo había cazado con anterioridad, quería conseguir uno de mayor trofeo.

Marcial, José y Martín con el springbok blanco de este último.

Para ello nos tuvimos que desplazar bastante lejos dentro de la misma reserva, por lo que tardamos en llegar cerca de tres horas al sitio previsto. Como quiera que íbamos bastante cómodos aprovechamos para echar unas cabezadas. La verdad es que no se nos hizo muy largo y por fin dimos con nuestros springboks.

Sin solución de continuidad, el springbok negro.

Era un grupo de lo más variopinto ya que se veían prácticamente de todos los colores. Martín y el cazador profesional se pusieron a recechar para intentar cazar uno blanco y uno negro. En menos de media hora consiguieron los dos, muy bonitos y de cornamenta bastante buena. Era el momento de intentar ‘el cobre’, lo que también conseguí sin gran esfuerzo.

El Dr. Gómez Sequeira con el springbok cobre que cazó, un gran ejemplar.

No quiero dejar de mencionar que donde nos encontrábamos había varios grupos de avestruces, la verdad que con ejemplares preciosos con los que tuvimos que bregar más de una vez. Las avestruces son muy malas y poco sociables, e intentan atacar y perseguir a los coches que se adentran en sus zonas y les molestan. No fue tarea fácil separarlas e intentar introducirlas en corrales para dejarlas encerradas, una experiencia simpática y divertida que nos llevó un tiempo considerable. Por fin lo conseguimos y pudimos trabajar en paz.

La cacería de la mañana estaba acabada por lo que tomamos el camino del lodge principal, tan sólo para dejar los animales cazados y seguir a nuestro campamento para la cena. Cuando llegamos, nuestros amigos ya habían cenado, por lo que comimos algo ya que hoy nos habíamos saltado la comida y eso, sobre todo para Martín, era muy grave. El día concluyó con la partidita de mus habitual mientras que yo les dejé para encamarme y ponerme a leer.

Cuarto día de caza

Ese día, y ante mi insistencia, íbamos a dedicarlo a incrementar el número de los animales que yo quería que Martín cazase. Se lo dijimos con antelación a José para que no se olvidase de mi intención y poder preparar las cosas y que pudiese conseguir el mayor número de nuevos trofeos. Lo íbamos a intentar con un hartebeest rojo, animal que se encontraba en un emplazamiento algo distante del lodge principal. En cuanto avistamos los primeros, Martín y el cazador profesional no perdieron el tiempo y comenzaron a recechar, mientras el resto los esperábamos. Al cabo de una hora oímos un disparo lejano, pero solo podíamos seguir esperando. Por fin aparecieron, relatándonos que después de muchos intentos consiguieron tirar a un buen ejemplar al que hirieron pero no consiguieron encontrarlo. Tendríamos que agenciarnos un perro para lo que acudimos de nuevo al lodge principal en busca de uno. Cuando lo encontramos regresamos a la zona de por la mañana y el animal apareció muerto. Era un hartebeest importante por lo que felicitamos a Martín y nos hicimos… muchas fotos.

Parecía que Martín cerraba su lista con el hartebeest rojo, pero…

Nos quedaba el caracal, que Adolfo había insistido, a pesar de tenerlo ya en mi colección y por partida doble, en que podía ser interesante cazarlo de nuevo. Entonces me asaltó la idea de que lo cazase Martín. Así se lo comunicamos a José y, claro está, también a Andrew, para que buscase los perros adecuados. Lo hizo sobre la marcha y cuando regresamos al lodge principal para dejar el hartebeest y el perro de rastro, cogimos a los perros que nos iban a ayudar en la caza del caracal.

Caracal ‘a traílla’

La cacería iba a consistir en dirigirnos a una zona donde sabían que había muchos, casi siempre, echar pie a tierra e intentar encontrar unas huellas frescas. Éstas no tardaron en aparecer y en ese momento bajamos los perros, los pusimos sobre las huellas y una vez que olfatearon el rastro y demostraron que estaban sobre unas huellas seguras, empezó la cacería. Los perros los llevaban atados con unas largas correas, a modo de traílla, y todos los seguíamos a grandes zancadas. Llego un momento en que los perros demostraron un gran nerviosismo lo que nos hizo pensar que el animal rastreado no se encontraba lejos. En ese momento los soltamos y empezó la carrera tras ellos. En menos de cinco minutos oímos que la ladra que se había formado se estabilizaba, y Andrew consideró que habían conseguido que el animal perseguido se hubiera encaramado a un árbol.

El abuelo cedió al nieto la posibilidad de cazar el caracal.

Entonces Andrew se hizo cargo de Martín, le dio el rifle preparado, en este caso un .22 que José había traído para la ocasión, y se adelantaron a los demás. Poco después llegamos todos a un claro alrededor de un árbol y el caracal apareció en una rama. Andrew se aseguró que Martín lo viera bien y le dijo que podía disparar, lo que hizo sin apenas pensárselo. El animal cayó fulminado al suelo y los perros se lanzaron a por él. Gracias a Dios se consiguió quitárselo a los perros antes de que lo destrozasen. Martín llegó enseguida para hacerse cargo de su precioso trofeo. El tiro, perfecto, acabó con él y cuando llegó a tierra ya estaba muerto. Felicitaciones y una enorme alegría por parte de todos.

Martín más que satisfecho en su segundo safari.

Y había llegado el momento de intentar conseguir un grysbok del Cabo. Para mí era una de mis metas más importantes, ya que aunque tenía la cabeza del animal, lograda hacía unos cuantos años quería conseguir un animal completo para naturalizarlo entero. Este animal es muy esquivo y de costumbres nocturnas. José sabía que se podía encontrar en un rancho en el que podríamos acudir sin ningún problema, el rancho Blaaukrantz, que se encontraba a una hora o algo más de distancia, y hacia el que nos dirigimos nada más acabar. No me voy a extender demasiado, ya que nos dedicamos a esta búsqueda durante dos noches, no apareciendo la primera, mientras que en la segunda conseguí ver algunos, e incluso tuve la oportunidad de disparar en condiciones muy difíciles, fallando. Desistimos del mismo y regresamos al campamento.

Quinto y último día de caza

Todavía nos quedaban dos metas ya que el pequeño y escurridizo grysbok, lo dábamos por descartado.

Tenía un gran interés en conseguir el órix dorado y, quizá más aún, en que Martín cazara un ñu negro. Empezamos buscando este animal. Como quiera que no hubo manera, aunque Martín y Andrew lo intentaron durante horas, no tuve más remedio que pasar a la búsqueda del golden órix. Aclarar que durante unos años hubo una avalancha de cazadores de todo el mundo que, pese a sus precios demasiado elevados, querían obtener estos antílopes con variaciones de color, hasta que el Safari Club Internacional decidió incluirlos en el Record Book como si fueran ejemplares ‘comunes’, esto es, con la capa típica.. Esto desinfló a muchos, y como consecuencia, al disminuir la demanda bajaron los precios hasta los que hay en la actualidad. En este momento es cuando decidí dar el paso adelante, y por eso encontré la ocasión para acompañar a mi querido nieto y cazar estos animales. Me quedaba algo importante que no quiero dejar escapar, José García Escorial me informó que en el caso del golden órix, no es el típico de selección y cría selectiva con ejemplares que nacen con ese color, fue encontrado tal cual por Barry, el propietario de Frontier, en una región casi desconocida de Namibia, donde también tiene amplias y vastas zonas de caza. Esos animales fueron transportados a donde nos encontramos ahora y donde iba a intentar darle caza.

La zona donde tenía que encontrarlo estaba bastante alejada del lodge principal. Allí acudimos, aunque tengo que confesar que no aparecía por ningún lado. Por fin, y a pie, los encontramos, eligiendo enseguida el de mayor cornamenta. Tras unos momentos de tensión, finalmente conseguí tenerlo a tiro. Cuando llegó el momento de disparar desestimé la vara que siempre Andrew, cuando cazaba conmigo, intentaba colocar para que apoyase el rifle. No me había sido imprescindible nunca y menos esta vez que el tiro iba a ser de arriba a abajo. Preferí hacerlo a pulso y los hechos me dieron la razón, ya que al primer intento alcancé al animal que fue a caer pocos metros más abajo después de una breve carrera. Me pareció que lo había alcanzado en el corazón, aunque la carrera fue demasiado corta.

Espectacular el órix dorado, broche de oro al safari.

Cuando llegamos a donde yacía, pude comprobar su color y sobre todo que las manchas que, en el órix común del Cabo o gemsbok eran negras, en este  caso se habían convertido en color marrón claro. Por otro lado, se trataba de un gran trofeo que no desmerecía nada de los mejores comunes cazados con anterioridad. Fotos y más fotos hasta que consideramos que teníamos de sobra para elegir entre todas las que debería ser utilizadas en este relato. Recogimos el trofeo y regresamos al lodge para ponerlo en procesamiento lo antes posible.

El safari en colores había acabado.

Quedaba tan sólo recibir la visita del encargado de ultimar los detalles de los animales abatidos y concretar qué queríamos hacer con cada uno de ellos. Me dijo que su trabajo estaría terminado en dos meses para luego poder enviarlos a casa. Finalmente, si todo salía bien, los recibiríamos antes de final de año.

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Quiero agradecer a todas aquellas personas que hicieron posible este nuevo safari con mi nieto Martín, en especial a José y su organización de Safari Headlands, a Barry, a Andrew, a Adolfo… y cómo no, a mi mujer Maite, a mi hija Mónica y mi yerno Marcos por dejarme disfrutar de los primeros pasos cinegéticos de esa persona maravillosa que es Martín.

Un artículo del Dr. Marcial Gómez Sequeira

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