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Recuerdos de Guinea, una evocación diferente del Tío Luna

Recuerdos de Guinea
Retrato de Alfredo Martín González que realizó su tío Victorio Rodríguez Gómez.

Va camino de cumplirse un lustro. El tiempo pasa. Recuerdos de Guinea

Aquel 1 de julio de 2015, con luna llena, Alfredo Martín González se sentó en el catrecillo, a lo suyo, buscarle las vueltas a un cochino al que seguro que ya había puesto nombre.

Alfredo, que era muy grande, se fue sin hacer ruido. Solo una cosa es segura, se marchó a un lugar reservado para la gente buena.

Lo primero para él era su familia, su esposa, Julia del Monte, sus hijos Alfredo, Pablo y Carlos, su hermano mellizo, Antonio, sus hermanas… después su legión de amigos…

Un inmenso legado cinegético

Pero sin menoscabo de ello, el Tío Luna dejó un legado cinegético inmenso.

Cientos de artículos, cuatro libros, a cada cual mejor:

Con el aire a favor (Edición del autor -Diseño Gráfico-, primera edición, 1995 ⁄ Al-Andalus Ediciones, segunda edición, 2006).

Con la luna por testigo (Al-Andalus Ediciones, 2002).

Monteseros (Gran Duque Editorial, 2011).

Fábulas de monte y luna (Peñalobo Media, 2013).

En 2002 creó un referente en el mundo de las esperas: Webtioluna (merece la pena ver su apertura aún visible: https://webtioluna.com/).

Organizando encuentros de esperistas de mucho renombre, especialmente relevante fue el del X Aniversario: Encuentros de esperitas en el X Aniversario de la Webtioluna.

Además de colaborar como guionista y director técnico en distintos espacios dedicados a la caza en Castilla-La Mancha Televisión desde 2004.

Cazador enorme, polifacético, era de esperar que le recordáramos con algo de esperas, de su Luna, de cabra montés, de teckel, quizá algún gancho o incluso caza menor…

El artículo ‘Recuerdos de Guinea’ se publicó en el nº 309 de ‘Caza y Safaris’ de septiembre de 2010.

Sin embargo, hemos escogido un artículo publicado en el nº 309 de ‘Caza y Safaris’ en septiembre de 2010: ‘Recuerdos de Guinea’.

En el que nos relata, de manera maravillosa, las vacaciones veraniegas de juventud en Guinea. Y donde demuestra que, además, era un gran escritor.

Otro gran cazador y escritor, su amigo Raúl Guzmán, le dedicó en esta misma web un emotivo y sincero in memorian.

Recuerdos de Guinea

Por Alfredo Martín González

Dedicado a Guillermo Nsué Mangué, a Salvador Echochomo y a todos nuestros amigos nativos de aquella época en Ebebiyín, con la esperanza de que la difícil vida africana les haya tratado lo mejor posible.

Recuerdos de Guinea
Cuando no se conoce exactamente al animal se le añade «de bosque». Esta es un «águila de bosque» abatida con la escopeta yuxtapuesta del 12.

Todo empezó cuando nuestro padre, allá por los años cincuenta del pasado siglo, ingresó como médico en el Servicio Sanitario Colonial que España tenía establecido en las colonias del Golfo de Guinea.

Un buen día, con mi madre y el resto de nuestras hermanas, cogió en Cádiz el Villa de Madrid, buque de la Compañía Trasmediterránea, para emprender la larga travesía hacia aquellas ignotas tierras africanas.

Mi hermano Antonio y yo, entonces con sólo nueve años, quedamos internos en el colegio del pueblo de nuestros abuelos y al cuidado de ellos.

Viendo por los cristales de las ventanas del internado las nieves de Gredos, soñábamos con el día en el que pondríamos pie en la maravillosa tierra guineana, de la que nos hacíamos una remota idea por los libros y las películas de temas africanos.

Imaginábamos intrépidas aventuras en la colonia y cobrábamos en nuestro juvenil delirio, grandes piezas de caza que, suponíamos, pululaban por sus selvas.

Mono «cara azul» también cobrado con una escopeta de un cañón del 12. Yo soy el de la gorra, por supuesto.

Por fin a Guinea Recuerdos de Guinea

Cuando acabó el curso, a propósito con bastantes mejores notas que en otros anteriores, pudimos ver cumplidos nuestros deseos al recibir el oportuno permiso de nuestro padre, junto con dos pasajes de avión para reunirnos con nuestra familia en Santa Isabel, capital de la isla de Fernando Poo.

En aquel primer verano, nuestras presas se limitaron a los pájaros de mil formas y colores que poblaban los alrededores de la ciudad.

Debo añadir que una jornada de caza, en el sur de la isla, se vio aderezada con la pérdida en pleno bosque –que es como llaman los nativos a la selva virgen– de los dos bisoños cazadores y de… ¡su guía aborigen!

Las vacaciones estivales de los años siguientes sí que fueron una auténtica aventura.

Los destinos de mi padre en la colonia fueron diversos.

Después de la isla estuvo en el continente, el fabuloso territorio del Río Muni, primero en Bata, la capital, después en Río Benito y por último en Ebebiyín, pequeña localidad fronteriza con los entonces territorios coloniales franceses de Gabón y Camerún, actualmente repúblicas independientes.

En esos escenarios, nuestras incipientes expediciones cinegéticas empezaron a tomar mayor envergadura.

Con la escopeta de un cañón del 12 y un rifle del .22 LR, cobramos pequeños antílopes llamados fritambos, ardillas voladoras y monos de diferentes especies.

Hormigas y leopardos Recuerdos de Guinea

Hicimos amistad a pesar de la diferencia de edad con Cruz, un maño noble y recio, cazando juntos con escopeta los mal llamados por los coloniales tucanes (calaos) y faisanes (curaos) e hicimos recorridos nocturnos por el bosque –llevando entonces en la escopeta una carga de postas– y una linterna eléctrica en la cabeza.

De aquellas expediciones, cuyos resultados eran normalmente los citados fritambos, recuerdo dos sucesos algo menos agradables.

Íbamos andando en plena oscuridad, sólo taladrada por el haz de la linterna de Cruz. Teníamos que apartar las numerosas lianas, hojas, ramas y todo lo impredecible. Mejor era no pensar en las dichosas serpientes que a veces cuelgan de los árboles. De pronto noté una picadura de un insecto en el cuello. Le di un manotazo y continué. Al momento otra picadura y otra más. Pedí a Cruz que me enchufara con la linterna y ¡vi todo mi cuerpo cubierto por una alfombra de hormigas rojas que me habían tomado como presa! Todavía me sonrío al recordar los saltos y carreras que dábamos los tres para desprendernos de aquellos demonios rojizos y diminutos. Al final acabamos tal y como nuestra madre nos trajo al mundo.

El segundo incidente fue en otra noche, cuando el haz de luz descubrió el brillo verde y amenazador de los ojos del leopardo cuando lo que la linterna buscaba entre la vegetación era el cuerpo del tímido antílope. Realmente, a esa distancia, un tiro de escopeta cargada con postas y bien colocado, hubiera podido matarlo, pero la prudencia aconsejó una ordenada retirada que fue efectuada en completo silencio.

Cruzando un río en pleno «bosque». El primero por la izquierda es el cabo Salvador. Se nos distingue bien a los dos mellizos. ¡A que sí!

Con el capitán Olaechea y su .475 Nitro nº 2 Recuerdos de Guinea

Pero lo que quedó grabado para siempre en nuestro corazón fue la aventura que nos proporcionó nuestro gran amigo Basilio Olaechea, a la sazón administrador de la demarcación de Ebebiyín.

Recuerdo que cuando íbamos a su casa, acariciábamos en el armero su potente rifle express en calibre .475 Nitro nº 2 –construido especialmente para él por Sarasqueta– y la sensación de ‘puros habanos’ que nos parecían los enormes cartuchos con los que se cargaba aquel arma.

Una tarde, poco antes de oscurecer, Basilio se presentó en nuestra casa para decirnos que acababa de abatir un elefante y que nos invitaba a presenciar, el día siguiente, el reparto de la carne del enorme animal entre los habitantes de los cercanos poblados.

Pasaron rápidas las pocas horas de sueño y, antes de amanecer, nos recogía el cabo Salvador, ayudante y pistero de Olaechea, en un Land Rover, camino de la aventura.

Debo señalar aquí que este valiente cabo Salvador, haciendo honor a su nombre, preservó la vida de Basilio al disparar con su mosquetón a un enfurecido elefante cuando Olaechea había tropezado con una raíz y se encontraba en el suelo a merced del proboscidio.

El poderoso ‘nsok’ ha sido abatido por el certero rifle del capitán Olaechea

Cuando descendemos del vehículo en una clara del bosque, un sonido seco de madera, como si fuera el de un mitológico pájaro carpintero, taladra la selva tropical, pareciendo estar en todo los sitios a la vez. Recuerdos de Guinea

Es el telégrafo del bosque, el ‘nku’ (tronco de árbol ahuecado, también llamado tumba) que anuncia a los poblados circundantes que el poderoso ‘nsok’ (elefante) ha sido abatido por el certero rifle del capitán Olaechea.

En poco tiempo, interminables filas de negros del grupo ntumo de la etnia ‘fang’ (mal llamados pámues por los europeos), seguidos por sus ‘miningas’ (mujeres), empiezan a caer como moscas junto a la pieza abatida.

Las mujeres llevan a las espaldas los ‘nkues’ (cestos de fibras), con la sana intención de llenarlos con la sabrosa carne del paquidermo.

Recuerdos de Guinea
Con mi hermano encima del ‘nsok’. Todavía no han empezado su labor los machetes. El cabo Salvador (a la izquierda) y las otras fuerzas del orden, vigilan al resto de los que vienen a por la carne.

Ellas son las ‘profesionales’ del trabajo en ese mundo machista Recuerdos de Guinea

Todos ellos –con bastante más entusiasmo ellas que son las ‘profesionales’ del trabajo en ese mundo machista– ‘chapean’ con sus machetes la hierba de alrededor y, en poco rato, queda una amplia clara entre los inmensos árboles, que deja pasar la luz suficiente para poder trabajar durante las próximas horas.

Mi hermano Antonio y yo, a conveniente distancia, observamos todo aquello como si se tratara de una película sobre África. Pero no es un film, ni siquiera un sueño, es una realidad a la que hemos estado deseando asistir desde hace mucho tiempo.

Vemos manejar con habilidad las afiladas herramientas de corte que separan grandes trozos de la carne de esta inmensa mole que, al caer en manos de los múltiples acompañantes, producen un curioso reparto adornado de gritos, amenazas y varazos de melongo por parte de la Guardia Colonial desplazada al evento.

Al final, después de un verdadero equilibrio entre mil manos, el trozo de carne rojiza acaba en el fondo del respectivo ‘nkué’.

Ha pasado un buen rato y el griterío es ensordecedor.

Un sonido gutural retumba en medio de aquella barahúnda Recuerdos de Guinea

Estamos algo más relajados cuando, de pronto, un sonido gutural retumba en medio de aquella barahúnda. Antonio y yo nos miramos completamente asustados.

Influenciado por las numerosas lecturas sobre la caza en África, pienso en décimas de segundo que es la hembra del elefante que, habiendo estado escondida hasta este momento, nos ataca para vengar la muerte de su compañero.

Miro desesperado para todos los sitios sin conseguir divisar el inminente peligro que, sin duda, viene hacia nosotros.

Pero… el origen del sonido que ha puesto hielo en nuestro corazón, es mucho más prosaico: simplemente se trata del aire contenido en las enormes tripas del proboscideo y que, desde el día anterior, dilatado por el calor y la fermentación de los alimentos, ha estado pugnando por encontrar una salida, hallándola en el corte producido por un fuerte machetazo.

Pasado el susto, vuelve la faena, mientras aumenta el calor y las miríadas de moscas, tábanos y demás insectos crean una verdadera nube alrededor de la ‘carnicería’.

Y así seguirá todo durante las próximas horas.

Se aprovechan, además de la carne, los huesos grandes y pequeños, los tendones y hasta los intestinos una vez vaciados de su verdoso y maloliente contenido.

Aquí todo vale y ello hace que continúen las escaramuzas, los gritos y los varazos que se reparten como pan bendito.

Al final, cuando empieza a caer la tarde, en la clara del ‘bosque’ solo quedan los huesos frontales del paquidermo, el contenido intestinal extendido como una repugnante alfombra y las pisadas y señales de la batalla campal que allí se ha dirimido.

Una aventura que recordaremos toda la vida Recuerdos de Guinea

Para nosotros, los dos únicos blancos entre cientos de negros y como ‘bocado especial’, se ha reservado la trompa que dicen que una vez cocinada –¿durante cuántas horas?–, recuerda en su sabor a la lengua estofada.

La vuelta al Land Rover, por los senderos de la selva tropical, es la estampa mil veces contemplada que hemos visto en el cine. Entre dos morenos, colgada de una rama, llevan la trompa que debe pesar un buen montón de kilos.

Cuando de noche cerrada nos dejan a la puerta de casa, pienso que acabamos de vivir una aventura que recordaremos toda la vida.

Tuve la suerte de cobrar esta ardilla voladora con el rifle del .22 LR. En la foto casi se palpa la humedad del bosque.

M´bolo Recuerdos de Guinea

No he vuelto a pisar en África ni, de momento, tengo previsto hacerlo, pero recuerdo con nitidez que al descender la primera vez por la escalerilla del avión en el aeropuerto de Santa Isabel, llegó a mi nariz un penetrante olor a humedad y vegetación que me dio la sensación de estar dentro de un inmenso tiesto. Nunca se me ha olvidado ese olor.

Ahora, desde la distancia, con muchos años de caza a nuestras espaldas y multitud de montes y paisajes recorridos, mi hermano Antonio y yo contemplamos con añoranza las fotos que, con el color sepia del tiempo, acompañan estas líneas. Son parte de nuestra pequeña y humilde historia.

Permitid que me despida con el saludo fang: M´bolo. (¡Ambolo!).

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