África

El safari más deseado llegó: en familia y con el nyala rojo como objetivo

Por Marcial Gómez Sequeira
La realidad es que nunca se me pasó por la imaginación, después de haber realizado tantas cacerías importantes, con sus relatos, el atreverme a publicar este ‘mini safari’ que acabo de realizar con toda mi familia. Sin embargo, para mí, acudir en mi safari número 56 a África, por muy pequeño que éste sea, con toda mi familia –hijas, nietos e hijo político y, claro está, mi esposa– era algo con lo que soñaba desde mucho tiempo atrás.

Se trataba tan sólo de pasar todos juntos unos días de cacería; conseguir, por mi parte, un nuevo trofeo para mi colección y dar el bautismo de fuego, en este increíble continente africano, a mis nietos y a mi hija mayor Mónica, ya que tanto Maite, mi compañera de toda la vida –46 años casados y tres safaris juntos–, mi hija Marta, que me acompañó también en tres ocasiones, y Marcos –que sustituye al hijo que no tuve, y con el que cacé no hace mucho en Camerún–, ya habían sentido la llamada de África con más o menos intensidad.

La verdad es que este viaje era uno de los que más había deseado desde hacía mucho tiempo. Por eso elegí un país de máxima seguridad, y con bastante confort, para que nadie se sintiese incómodo; ésta es la razón por la que dirigimos nuestros  pasos a África del Sur, y dentro de este gran país a una pequeña y seria organización con la que ya había cazado con anterioridad, Matlabas Safaris, aunque, ésta vez, su principal cazador, con el que ya había cazado antes, Ben Verwey, no acudiese a la cita con gran sorpresa por mi parte. En su lugar aparecieron sus dos socios Dolfs y Pat con otros dos cazadores acompañantes. En realidad, y para mis pretensiones de cazar sólo tres o cuatro días con mi familia, e intentar una cacería en solitario, un día, no muy lejos del campamento que nos habían preparado, con dos cazadores y dos conductores, además de algún que otro pisteiro, tracker o como se le quiera llamar, teníamos más que suficiente.

Comentar que el mismo día de nuestra llegada ya nos estaban esperando para llevarnos directamente a un campamento diferente al que en principio yo me esperaba ya que, pensando en la comodidad de todos, nos iban a alojar en un nuevo campamento diferente al que yo había conocido en viajes anteriores.

Después de un trayecto, que se nos hizo algo largo, con parada a comer, llegamos al campamento –que resultó ser, como estaba previsto, bastante confortable– sólo con el tiempo suficiente de dar una vuelta por los alrededores y ver unos pocos animales. Tras deshacer las maletas y una buena cena precedida de un aperitivo a la luz de un acogedor fuego, comenzamos nuestro primer fareo en tierras africanas.

Aclaremos, para que nadie se asuste, que en Sudáfrica está permitido farear y, tengo que confesarlo, a mí siempre me ha gustado, y mucho más si lo hacía, como era el caso, acompañado de Marcos padre y Marcos hijo, mi nieto mayor, cada uno con su rifle a punto. No teníamos demasiado tiempo, pero fue suficiente para que Marcos hijo, que ya había obtenido algunos buenos trofeos en España, abatiese de un certero disparo un precioso red hartebeest… su bautismo de fuego en África. No quisimos alargar demasiado esta primera salida, por el cansancio acumulado, que empezaba a notarse, y decidimos regresar al lodge.

Primer día de caza real
Lo cierto es que no pensábamos quedarnos más de tres días cazando en esta finca y sus alrededores, con discretos desplazamientos a otros lugares cercanos en los que los organizadores tenían otras concesiones, algunas suyas y otras de otros propietarios, y donde, con una simple llamada, se podía entrar para cazar algún animal en especial que, o bien no tenían, o era más fácil de ver y conseguir en la casa del vecino. (Los sudafricanos, en general, tienen una serie de listas de animales que te ofrecen y en la que tú escoges aquellos que querrías cazar, con el tiempo suficiente para localizarlos y llevarte a los lugares en los que, casi con toda seguridad, los podrás abatir, aunque no sea dentro de sus propiedades).

Como quiera que me encontraba en este caso, decidieron que debería hacer dos desplazamientos para cazar los animales que, en principio, había venido a buscar aprovechando el bautismo africano de parte de mi familia. Quiero precisar que en Sudáfrica están consiguiéndo, para chiflados como yo que siempre buscan cosas nuevas, una serie de animales, de especies ya conocidas y cazadas, que pueden considerarse subespecies, ya que, después de múltiples cambios genéticos, han conseguido obtener nuevos  animales con diferentes colores de piel. Algunos de ellos había pensado conseguirlos en principio, pero cuando me enteré sobre la marcha, que debería recorrer una cuantas horas de coche y dejar solos a mis noveles cazadores, sin disfrutar de su compañía, decidí dejarlo para mejor ocasión.

Yo tenía apalabrada la caza, sobre todo, de un nyala (*), el maravilloso antílope oscuro de mediana alzada y cuernos en espiral, que ya había cazado con anterioridad aquí y en otros países africanos. En realidad solo hay dos especies de nyalas, el ya citado y el de montaña, que cacé, tras enormes esfuerzos, en las montañas etíopes. Pues bien aquí, en Sudáfrica, habían conseguido uno de piel rojiza y con mucho menos pelo que el primero. Como quiera que no se encontraba muy lejos el lugar en el que podía cazarlo, allí dirigí mis pasos esta primera mañana, mientras el resto de los cazadores iniciaba su periplo.

Quizá sea el momento de decir que los otros animales que, insisto que en un principio tenía pensado intentar conseguir, como el yellow blesbuck, el copper blesbuck, y el copper springbuck, al enterarme de que tendría que desplazarme más de seis horas, y pernoctar en un nuevo lodge por lo menos una noche, decidí desistir y dejarlos para una mejor ocasión en la que volviese sólo a cazar esas nuevas subespecies y otras, como el black impala y el golden wildebeest, que, por el momento, tienen un precio prohibitivo por su escasez. Estamos hablando de animales que actualmente se pueden comparar en precio a lo que piden por un rinoceronte o un elefante, como ejemplo de animales africanos, o de un markhor, o el más caro de los carneros, si hablamos de otros carísimos animales de cualquier parte del mundo. El motivo de estos precios no es otro que el hecho de encontrarse, los citados animales, en la época del breading, o sea, en periodo de creación de esas nuevas especies, por lo que sólo se podían encontrar sementales, que son los que se vendían entre granjas para iniciar el proceso y conseguir animales con nuevos colores. Estaba seguro, en ese momento, de que, esperando dos o tres años, se podrán encontrar los mismos animales a precios mucho más asequibles de los que tiene en la actualidad –40.000 euros y más–, y, en lo que a mí concierne… ¡locuras, las justas! Por lo tanto, abandonaba esa idea, sólo me desplazaría esa mañana a intentar localizar el red nyala.

El red nyala
En realidad no sabía con lo que me iba a encontrar. Parece ser que la ocasión de cazar este animal se me presentaba porque, dentro de ser uno de los sementales que había utilizado para crear esta nueva subespecie de nyala, se dieron cuenta de que, por alguna enfermedad, no cubría a las hembras que le habían puesto. Para eso, y dentro de las fincas de este complejo, habían conseguido apartarlo en una zona en la que no había más nyalas machos; a éste y a algunas de las hembras que, efectivamente, comprobaron que no había cubierto, por lo que, a un precio razonable, tenía la posibilidad de abatirlo. Por las preocupaciones que se tomaban, en cuanto al tiempo para cazarlo, que me aconsejaron adelantar su caza en un día, acerté en lo que suponía. Sabían, seguro, que se encontraba en una zona cercada y que era el único animal macho de su especie, aunque luego pude apreciar otros durante todo el día que me llevó la cacería.

Paso, para no extenderme demasiado, al momento en el que conseguí, por fin, encontrar al huidizo animal, ya que, por más que lo buscábamos, se había metido en una zona intrincada, de bosque más espeso, y no dio la cara durante bastante tiempo. Cuando lo hizo, pude comprobar que no solamente tenía ese color rojizo más propio de las hembras, si no que, además, su cuerna podía considerarse más que importante, con cerca de 30 pulgadas, si no daba más.

Una vez localizado, la entrada la efectué a favor del aire con grandes precauciones y con la sola compañía del local, pero detrás de mí, tan sólo para comprobar, si conseguía disparar, donde podía alcanzar al animal. Cuando por fin lo vislumbré, casi totalmente oculto y tapado por ramas, sólo tuve que esperar, en el mayor de los silencios, a que el animal me diese un poco una de sus partes vitales para intentar alcanzarlo. Cuando creí que era la oportunidad, y no me encontraba a más de 50 metros –por lo que puse la lente tan solo a 4 aumentos–, disparé al codillo, le alcancé, pero no cayó, por lo que supuse, como así ocurrió, que no sería difícil encontrarlo sin vida a poco más de 100 metros. Sin embargo… no fue fácil la búsqueda, ya que no dio ¡ni una gota de sangre! Cuando por fin apareció pudimos comprobar que lo que había ocurrido es que la bala debió tocar una rama y entró en el codillo del animal fragmentada, con efecto definitivo, pero sin dejar sangre. Cuando llegué al lodge ya estaban allí los demás con tres animales en su haber, dos blesbucks, uno blanco y otro normal, y un precioso oryx, cazado por mi nieto. Esa noche no íbamos a salir ya que nos íbamos a levantar muy temprano a la mañana siguiente, los dos Marcos y yo, mientras que el resto de la familia seguiría haciendo turismo.

Una jornada completa
Decidí, desde el primer momento, que yo ya no iba a cazar, por lo que la presencia de mi cazador y el conductor que nos había acompañado el día anterior me parecía innecesaria. Sin embargo, y aún suponiendo que lo que querían es que permaneciesen con nosotros para cobrar, preferí no decir nada y meterme en la parte delantera del coche, mientras que los asientos de los cazadores serían ocupados por Marcos padre e hijo. Como Marcos padre quería cazar un buen kudu, Dolfs, que era quien llevaba la batuta, se encaminó a otra finca, de otro propietario, en la que entró como Perico por su casa. Allí también se podría cazar, entre otros animales, unos estupendos waterbuck, que es el animal que quería cazar Marcos hijo, ya que por la misma pasaba un pequeño río.

Lo primero que apareció en esta preciosa finca, aunque bastante cerrada, fueron unos importantes grupos, tanto en cantidad como en calidad, de impalas. Como quiera que ambos cazadores querían cazar uno, nos decidimos a que fuera mi nieto Marcos el primero que se internase, con Dolfs, para rececharlo en un grupo en el que habíamos visto alguno importante. Esta vez les seguí a una prudente distancia y tras, más de diez minutos, vi como, por fin, hizo intención de disponerse a disparar. Me encontraba a más de 200 metros del grupo en el que, sin duda, se encontraba la pieza elegida; no sabía a ciencia cierta al que apuntaba, pero aún así, cuando oí el disparo y se inició la desbandada de los asustados animales, creí notar que uno de ellos había caído. Me apresuré a seguir al cazador y, efectivamente, cuando llegué, ya estaba allí mi nieto con su preciosa pieza que yacía con un tiro de codillo. Desde luego… estaba naciendo un buen cazador. Después de las consabidas fotos de turno recogimos al animal y continuamos la cacería.

No habían pasado ni quince minutos cuando, de nuevo, paramos el coche. Esta vez compruebo que va a ser Marcos, padre, de nuevo con Dolfs, quien va a intentar el rececho de su impala. Me quedo en el coche y en pocos minutos escucho un tiro que, por la lejanía, no sabría asegurar si el disparo había alcanzado al animal. Sin embargo, la llamada por radio de Dolfs, nos confirmó que el impala de Marcos también había caído. Nos dirigimos al encuentro de los cazadores y, de nuevo, comprobamos que también era muy bonito.

La granja de los nyalas
El nyala (Tragelaphus angasii) es un antílope africano al que, en parte de África, llaman inyala y que forma parte de ‘los espirales’ por la forma de su cuerna, como los kudus, sitatungas y otros. Es uno de los más bellos ejemplares dentro de esta gran familia, de un color marrón oscuro y con bastante pelo en los grandes adultos. Precisamente lo que se ha conseguido en algunos ranchos, al cruzarlos repetidamente es cambiar el color de la piel, que ha terminado pareciéndose al de las hembras, pero conservando su preciosa cuerna.

Viene todo esto a cuento porque, para descansar un par de horas y comer, habían elegido una granja de nyalas que se encontraba en esta propiedad, y en la que se podían hacer todo tipo de fotos o películas de los animales que en ella se estaban criando.
Más avanzada la tarde, proseguimos con la búsqueda de los otros animales que querían cazar. Pero, todavía no sé por qué, se cambiaron las tornas.

Marcos padre fue el primero que decidió cazar un precioso waterbuck que se cruzó por delante del coche y al que alcanzó en plena carrera. Eso es lo que me pareció a mí, que había sido alcanzado. Pero echaron pie a tierra, Marcos, con Dolfs a su vera, e iniciaron una persecución tras el rastro del animal. Los demás componentes de la expedición nos quedamos en el coche y, minutos más tarde, escuchamos un segundo disparo que, sin duda, debería haber acabado con el animal en tierra. Efectivamente, al cabo de unos minutos apareció uno de los pisteiros para indicarnos cómo acceder hasta donde el animal había caído.

Vimos, cuando llegamos, que se trataba de un magnífico ejemplar de waterbuck, con su característica diana blanca alrededor de la cola. Nuevas fotos y… un poco de mala cara por parte de mi nieto ya que ese era uno de los animales que él quería cazar. Por ley, el próximo animal que era el que Marcos padre ansiaba, le tocaba a Marcos hijo.

El nuevo plan era desplazarnos otra vez a la finca del lodge, en la que había también buenos kudus, pero si perdíamos ese tiempo en nuestro desplazamiento… se haría de noche. Decidimos seguir en esta finca y continuar buscando algún kudu, que nos aseguraban que aquí los había, pero todavía no habíamos visto ninguno.

Así nos mantuvimos cerca de una hora, en la que aparecieron muchos animales sin que diese la cara uno como el que buscábamos; hasta que, cuando menos lo pensábamos, vimos que Dolfs hacía parar al coche. Todos miraban hacia la derecha, pero yo no veía nada, y parece que no todos los que se encontraban en la parte superior sabían que era lo que había visto Dolfs para hacer que el coche se detuviese. De pronto sonó un disparo y, esta vez sí, oigo, aunque muy leve, el característico ¡zap!, indicativo de que la bala había alcanzado su objetivo. Bajé del coche. Como todos pensaban que el disparo que Marcos, hijo, había hecho no había sido certero, porque al parecer nadie había escuchado el mencionado ¡zap!, yo también empecé a dudar, ¿será que mi sordera incipiente después de tantos tiros puede haber alterado esa percepción? El caso es que Marcos, con Dolfs, Marcos padre , y un par de pisteiros se dirigen inmediatamente hacia el lugar donde se podría encontrar el kudu, mientras que nosotros decidimos seguir por donde íbamos, con el coche, para intentar descubrir alguna posible huella o sangre que hubiese atravesado el camino. Tras unos minutos escuchamos la llamada de la radio y la voz de Dolfs que nos confirmaba que habían encontrado el kudu muerto de un impresionante y acertado disparo al codillo. Marcos hijo había conseguido algo difícil de igualar, abatir su primer kudu, de un solo tiro, con un calibre relativamente pequeño, ya que se trataba de un .270 Win y, además, acertar con un precioso animal de tres vueltas cumplidas. Después de todo tipo de felicitaciones e innumerables fotos, cargamos con el animal y pusimos rumbo al lodge. La jornada había sido completa.

El resto de la familia había regresado al campamento después de una larga jornada con la que no se encontraban demasiado satisfechos ya que sólo habían visto algunos animales y unos leones. Esperaríamos a nuestra siguiente escala africana, de la que hablaré más adelante.

Por la noche después de una agradable velada, y una estupenda cena, decidimos que, mientras todos ellos podían salir a media mañana hacia el hotel Palace, de Lost City, donde íbamos a pasar la segunda etapa de nuestro viaje, nosotros apuraríamos el último día de caza ya que, como no podía ser de otra forma… los cazadores querían más.

Tercer día de caza
No me voy a extender demasiado en esta tercera jornada porque, primero, me estoy alargando demasiado y, segundo, lo que más ilusión me hacía a estas alturas, era terminar aquí y salir hacia al hotel de la ciudad perdida con el resto de mi familia.
Decir tan solo que Marcos padre consiguió, en esta tercera jornada, un wildebeest muy bueno y una preciosa cebra, de pelaje bastante oscuro, mientras que Marcos hijo cazó un blesbuck blanco.

La ciudad perdida, Lost City
Uno de los alicientes de este mi primer viaje con toda mi familia a África no era otro que el de pasar unos días de completa actividad y al mismo tiempo descanso, en uno de los hoteles más emblemáticos que haya conocido a través de mi ya larga vida.
Cuando lo vi por primera vez, en junio del año 1993, tan sólo me pude alojar un día en mitad de un gran periplo africano, que relaté en uno de mis cuadernos de caza, me gustó tanto que no dudé en esta primera ocasión, con mi familia, animar a todos a que lo conociesen y disfrutasen de todo lo que este complejo podía depararnos.

Este impresionante ‘mundo hotelero’ está formado, en realidad, por cuatro hoteles y múltiples bungalows, que no carecen de nada. Seguro que me olvido de muchas cosas, pero voy a tratar, muy brevemente, de enumerar aquellas que pudimos ver y disfrutar. Antes de nuestra llegada, Maite, mi mujer, y todos los demás que se nos habían adelantado, pudieron disfrutar de muchos animales en un parque natural y una granja de preciosos leones, incluyendo ayudar a alimentar a los pequeños cachorros.

Durante los cuatro días que permanecimos en el mismo, pudimos disfrutar de un estupendo día de playa, dentro del complejo, con impresionantes olas incluidas, y unos increíbles toboganes que fueron el disfrute de los más jóvenes y los de los no tanto. Y el que quiso, pudo acudir a un spa fuera de lo común.

Por la mañana, playa y piscina, y por la tarde, del primer día, visita fotográfica a un parque natural, siempre dentro del complejo, que se me había olvidado decir que se encuentra en un cráter natural con una superficie de 58.000 hectáreas, y cuyo parque ocupa él solo 55.000. Vimos gran cantidad de animales incluidos leones y muchos elefantes. Los niños… disfrutaron de lo lindo.

Durante el segundo día, acudimos todos a hacer algo que, incluso para mí, era novedad: ver elefantes, pasear encima de ellos más de una hora y darles de comer al terminar el paseo. En total éramos ocho encima de cinco elefantes y de una cría que acompañaba a la madre a todos sitios. Tengo que decir que, aunque no tenía demasiada ilusión en esta jornada, salí francamente satisfecho de la misma.

Todavía nos quedaba ver el partido del Madrid-Barça, de liga, jugar en el casino, en el que, por cierto, gané dos veces y, finalmente, el último día, visitar una granja de cocodrilos que impresionó a los niños… y los mayores.

En cuanto al hotel… un impresionante casino y una gran sala de máquinas, con cines, teatro, restaurantes, buenísimos, a los que acudimos todas las noches, tiendas espectaculares, en la que las mujeres disfrutaron lo suyo, y multitud de juegos de los que los pequeños no querían salir el poco tiempo que les quedaba libre.

Y así, y ya acabo, dimos, al quinto día, por finalizada nuestra estancia en el hotel, ya que todavía nos quedaba nuestro traslado a Johannesburgo, donde pasaríamos nuestro último día de estancia en África del Sur y donde todavía había cosas que ver.

(*) Como el vocablo niala no está admitido por la RAE, respetamos el criterio de cada autor de nominarlo con ‘i’ latina o ‘y’ griega, nyala.

El campamento resultó ser muy acogedor y se pudo disfrutar de la familia y que ésta disfrutase, que era de lo que se trataba.

El kudu que abatió Marcos hijo, mi nieto mayor.

El pelo corto y rojizo de esta ‘nueva variedad’ de nyala es más típico de las hembras que de los nyalas machos adultos.

En esta foto, un nyala macho con su color normal en la granja que visitamos.

El waterbuck de Marcos padre.

Este red hartebeest lo cazó mi nieto en la primera noche.

Este ñu azul también es de Marcos padre.

Impresionante aspecto de Lost City: su entorno, sus instalaciones…

Lost City tiene espectaculares accesos con fuentes y esculturas como ésta ante la que posa parte de la familia.

La playa artificial con olas gigantes y toboganes de Lost City es el paraíso para el disfrute de los niños y de los no tan niños.

Las especies salvajes, como este impala, pasean a su antojo por el campo de golf de Lost City.

Foto tomada en Johannesburgo, donde a pesar de ser el último día todavía nos quedaban algunas cosas por ver.

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