África

¡Nos vamos a Zimbabwe a cazar un león a la huella!

2Por Josep Giné i Gomà

Más allá del safari

Es esta la descripción de un safari que se gestó por la existencia de un hecho luctuoso. Empezó como un safari games de animales peligrosos, con aquella dudosa sensación de riesgo que siempre existe en este tipo de caza.

Siguió con unas situaciones de extremo peligro, tanto para los cazadores, como para los profesionales y acompañantes, incluida una estampida de búfalos contra uno de los grupos y la carga de más de veinte leonas contra las personas. Posteriormente y tras un ataque de los leones a un poblado que produjo heridas gravísimas a dos personas y una distocia social muy importante, evidenciamos una situación de riesgo vital para una sociedad que vive anclada 4.000 años atrás, y que nos produjo un severo impacto personal, vital.
Joan y yo somos cazadores. De toda la vida. De críos, arreábamos con el morral del padre. En aquella época de posguerra (entonces no entendíamos de depresiones sociales) la caza estaba quizás, bien vista socialmente. Los domingos, cuando la veda estaba abierta, cazábamos desde las primeras luces hasta la hora de comer. En El Catllar. Donde hoy hay un sembrado inacabable de urbanizaciones. Había perdices entonces. Padre era un aficionado empedernido a la perdiz. Tenía mucha picardía y había pisado muchos terrones con sus botas. Frases como: «De un palo de escoba, salieron siete balas», para tener respeto a las armas de fuego, hasta: «La perdiz muere allá donde nació», las conocíamos todas.
No sabemos como pero han pasado los años. Muchos. Ya contamos más de sesenta los dos. De la caza de la perdiz, pasamos a la del guarro, en la década de los setenta. Las perdices habían desaparecido del mapa y el coste de la perdiz brava, en épocas de gasto familiar exagerado, era impensable. Después hemos vuelto y, con mayor o menor esfuerzo físico, lo seguimos haciendo. Siempre, siempre con ‘perdiz salvaje’.
Pero, de aquella época del cerdo, nos ha quedado el gusano de ‘la mayor’. Y también lo hemos seguido haciendo. De los Montes de Toledo a Bulgaria, de Namibia a Turquía, hemos recorrido una buena cantidad de destinos. Joan centrado en el jabalí, parientes y búfalos y yo, con todo tipo de trofeos. El búfalo de El Cabo y el suido, además de la perdiz de la Segarra y la codorniz del Urgell, nos une. De hecho, llevamos toda una vida cazando juntos.
Hace un par de meses, un relámpago ‘atravesó las ventanas’ de casa de Joan. Nos hemos ‘quemado’ todos.
En caliente, Joan dijo: «me voy a cazar un león a la huella y un gran búfalo, al lugar más salvaje que exista». A mí, que me cuesta poco entrar al trapo, y sólo falta que me jaleen… le dije: «Yo te acompaño. Cazaré además, un gran búfalo, dos facocheros de más de 30 centímetros y, si se me presenta un gran ejemplar, cazaré un sable…».
Encorajinados enviamos a las orgánicas correos electrónicos y llamadas telefónicas. Pienso que algún teléfono se fundió por exceso de uso… Con la tantas veces cacareada ‘crisis’, no ha habido problemas para montarlo casi de urgencia. Finalmente hemos contratado con la empresa nacional más prestigiosa, Safari Headlands, el safari games en el noreste de Zimbabwe, en la cuenca del río Zambeze.
Ambos, ya hemos cazado en Zimbabwe con distinta suerte. Joan y familia, en el 94, estuvo en el Matetsi. Cazó un gran búfalo y algún facochero. Hizo turismo en el Hwange, la isla Fathergil y las cataratas Victoria. Yo cacé en 2008 (véase Trofeo Caza Catalunya, números de junio y julio de 2009) un búfalo joven y un bushpig en el oeste. Visité Victoria Falls y me encontré con una situación políticamente crispada y con una crisis social importante.
Tengo la sensación de que cada vez las cosas se ponen más complicadas para viajar al África austral. Vacunas, profilaxis, lociones antisépticas, Malarones, repelentes de mosquitos, potabilizadores de agua, alertas por las aguas de ríos y estanques, llenas de filariasis. Papeles para las armas, tipos de munición que nos hemos de llevar. Donde carajo ponemos el cuchillo… ¡Ufff!
De golpe, empieza el baile de informaciones de los amigos cazadores y no cazadores. La recepción y visualización de grabaciones del dichoso YouTube. Consejos de expertos y neófitos de aquellos que-lo-saben-todo. «Alerta con las leonas que rodean a menudo a los grandes machos…», dicen personas a las que les estremece acercarse a un gato casero.
Pagos aquí y allá, con bancos extranjeros de por medio. El día de la verbena de Sant Joan nos vamos. La pasaremos en el avión, la verbena. Volamos con Air France desde Barcelona a París, y de París a Johannesburgo (¡Mundial de Fútbol!). Con la British, desde Johannesburgo hasta Harare. Y con una avioneta privada, desde Harare hasta el lodge.
Queda menos de una semana. Aún he de impregnar con Permetrina la ropa de caza… Que nervios.

Días -1 y 0. Viaje
Empieza la odisea del viaje. A media mañana, un taxi me recoge en Tarragona y me traslada a casa de Joan en Barcelona. Llevo una caja con el rifle como es preceptivo, una maleta y una mochila. También una caja metálica con la munición. Cuarenta balas. Esta caja la puse dentro de la maleta por que desde la orgánica me han contado que si consigo que la Guardia Civil me pueda precintar con el ‘ZZ’ la maleta entera, me ahorro un bulto y, de cosecha propia, el convencimiento de que el equipaje tiene muchos menos números de perderse.
Al poco rato de llegar a casa de Joan, ha llegado de Madrid con el AVE, Alfonso. Un cazador profesional de la orgánica de Madrid que nos acompañará todo el viaje.
Comimos en un restaurante de Sarriá y nos desplazamos al aeropuerto con tiempo suficiente para hacer la farragosa tramitación de las armas. Nos hemos salido bastante bien. Hemos conseguido que nos precintaran la maleta entera con la munición dentro.
El viaje, sin que haya habido ningún conflicto, ha sido pesado. Con Air France hemos viajado de Barcelona a París y de París a Johannesburgo. Días de fútbol. Un buen número de forofos españoles y de otros países, ponen ruido y color al viaje. Desde Johannesburgo, con British Airways, a Harare. Y desde Harare, con una avioneta Cessna de un motor (cada motor de más cuesta una pasta) hasta la puerta del campamento, al norte de Harare, en la cuenca del río Zambeze.
La región se llama Dande (Dundee) Sur, y está limitada al este con Mozambique, al oeste con otra área de caza llamada Chewore y al norte con Dande Norte que, a su vez, limita al norte con Zambia. Dicen que tiene una extensión de 400.000 hectáreas. Probablemente (y según reza la bibliografía consultada), ‘sólo’ son 250.000 hectáreas.
Mientras nos acercábamos con el adminículo aéreo, hemos observado que se trataba de un terreno ondulado alternando con la planicie del valle del río, inmensa. El campamento está en medio de una arboleda más que considerable. Es sencillo y confortable. Todavía no hemos descargado los bultos, ya nos han contado mil historias que nos han entusiasmado.
Plan para mañana: probar los rifles y luego salida para cazar un par de hembras de búfalo con idea de montar los cebaderos de león.
El anfitrión del campamento es el professional hunter (PH) que acompañará a Joan. Se llama Roy Ludick, tiene 36 años. Ya hablaremos de él.
El campamento se llama Murara. Es grande. Consta de una sala común con comedor y barra de bar. Anexo hay un fuego de campamento y una barbacoa.
Las viviendas de los clientes/cazadores son grandes y cómodas. Hay tres próximas y tres más lejanas. Las próximas –que utilizamos– son de obra y tienen por ventana un agujero con una mosquitera. Baño completo, telas mosquiteras retractiles en cada una de las dos camas. Por la noche hemos pasado mucho frío (es invierno aquí). Por dentro de la cabaña, se pasean alguna salamanquesa, algún dragón y unas cuantas arañas grandes como huevos fritos. Cuando los leones o los leopardos se pasean por las inmediaciones hasta rozar las paredes de la cabaña, la sensación es ‘de armas tomar’ y nunca mejor dicho. Los alojamientos más lejanos tienen de obra el baño y de lona la vivienda/dormitorio. La proximidad de los carnívoros debe de ser escalofriante. De buena nos hemos librado…
Hay una vivienda para los profesionales y los estudiantes de PH. Hay otra área con la cocina y un huerto. Hay unas tiendas de lona para los trackers. Un área para la preparación de los trofeos y frigoríficos y otra de talleres para, entre otras cosas, arreglar los coches.
A media tarde llegó Butch Croton, el PH que me acompañará. 45 años, adusto… Ya hablaremos de él.
Nos sorprendió la sofisticación alimentaria de la primera noche. Aperitivos anglosajones y cena con crema de verduras seguida de carnes de búfalo, kudu e impala. Verduras variadas y puddings. Un Merlot sudafricano excelente. Cafés y el GT.
Hicimos un fuego de campamento enervante. Nos contaron que había una hembra de leopardo con dos crías, que vivía en las cercanías del campamento y que sin duda veríamos.
Nos acompañaban en la conversación y en la cena, tres jóvenes en prácticas de PH. Había dos ‘senior’, Sean y Keith, y un ‘junior’, Tyrone. Contaron que aquella era una carrera dura, con cinco años de universidad y tres de prácticas en áreas de safari. El examen final (oímos varias versiones) consiste en cazar un elefante mientras te está cargando y montar un campamento completo con elementos esenciales muy escasos… Ciertamente más adelante se verá el protagonismo de estos personajes muy comprometidos y realmente especiales.

Día 1. Primer día de safari games
Tocan diana a las 05:15 horas. El desayuno fue pactado la noche anterior –brillante–, y al campo… Este inicio de día se repitió durante todo el safari.
Para quien no esté avezado, contaré cual es la unidad de safari 1 x 1. Consta de: el cazador, el PH que es el propietario/depositario del permiso de caza. El tiene la potestad de elegir la pieza a disparar. Te protege y te proporciona comodidad, comida y bebida. Dos pisteros (trackers) de color. Una pick-up, generalmente Toyota. Eventualmente, puede añadírsele: un guarda del gobierno (aquí sí), un aprendiz de PH (aquí también) y si llevas algún tipo de acompañante, se puede añadir o no al equipo.
Salimos hacia el campo de tiro para probar los rifles. Nos pusieron dianas a 50 metros. Yo fui el primero. Rifle Steyr Mannlicher .375 H&H. Munición Norma Swift A-Frame. Dos disparos ligeramente altos y a la derecha. Mi PH hizo la corrección mínima de la mira telescópica. Un tercer disparo a dos dedos a la izquierda del centro de la diana. Pequeña nueva corrección de la mira y… Ya está bien. No hace falta probar más.
Le toca a Joan. Rifle Blaser R93 .375 H&H. Munición Norma Swift A-Frame. Dos disparos en el centro. Correcto.
Le toca el turno a Alfonso. Con cierta parsimonia retira la mira telescópica, realiza dos disparos y no da en el blanco. Mira con cara de resignación y dice «Bueno, ya lo pondremos a tiro más adelante…». Montamos en los dos pick-up, y a cazar…

PEP
Salimos al norte, Butch conduce y yo voy en la cabina con él. Cruzamos media docena de frases cada uno y luego quedamos concentrados en la caza. Llegamos a una zona de pequeños poblados de dos o tres cabañas cada uno. Se trata de grupos unifamiliares o poco más. Las cabañas son de adobe con la cubierta de paja. Alguna más sofisticada, se observa que se construyó con ‘ladrillos’, aunque de ladrillo sólo tienen la forma. No están cocidos en horno, sólo secados al sol.
Estos pequeños poblados, de los que hay decenas, están en este momento rodeados de cultivo de algodón. Para protegerlos de búfalos y elefantes (en otra época del año, hay cultivos de maíz, preferidos de los paquidermos), hay un alambre de espinos que los búfalos ni ven. Cuando pasa la manada, arrasa con cultivo y todo tipo de alambradas. Con los búfalos, viajan sus acompañantes asiduos. Los leones. Más adelante hablaremos largo y tendido de ellos.
Francamente me sorprendió que anduviéramos por una zona tan poblada, con personas yendo de un lugar a otro, buscando animales tan peligrosos. Bueno, era el primer día. El objetivo se nos había dicho que era la caza de la hembra de búfalo para poner cebo al león… Yo al menos, esto creía.
A todo esto, desde un poblado, nos llaman para que veamos unas pisadas de león. Las primeras. Cuentan que se han paseado esta noche por allí. Seguimos. No entiendo nada.
Súbitamente, el PH detiene el coche. Pisadas de búfalo por todas partes. Junto a un campo hay una alambrada arrasada. Pie a tierra y a pistear. Por delante va un tracker, después el PH, detrás voy yo. Por caminos laterales van otros dos trackers y por detrás el guarda del gobierno. Pisadas y más pisadas. La manada se detiene de vez en cuando para comer. Entonces hacen deposiciones que leen perfectamente los pisteros. En función de la consistencia y la presencia de orina, determinan la ventaja que nos llevan. En un momento dado, el primer pistero señala hacia delante, y pasa a la tercera fila. El PH lleva un bote con polvos de talco que lanza de vez en cuando al aire, para ver la dirección del viento. De pronto se detiene. Los tenemos a 40-50 metros. Yo no los veo. Me obliga a hincar una rodilla al suelo y… a esperar. A los 15 minutos, me hace reptar detrás de él. Se para. Ya los veo. Me dice que son hembras (¿?). Parados más de veinte minutos. Los búfalos empiezan a moverse… y se van.
Vuelta a empezar con el pisteo. Vamos cogiendo experiencia en pisar las heces y en levantar los charcos de orina con una rama, para ver la consistencia y aventurar la ventaja que nos llevan. Vemos huellas de leones con las de los búfalos. El PH va llenando el cielo de pequeñas nubes de talco. Tuerce el gesto. Remolina el aire. «Mal asunto», comenta. Damos un rodeo y… ya los volvemos a tener aquí. Rodilla al suelo. Mucho rato –un daño…–. Los tenemos delante. A menos de cuarenta metros. Los prismáticos van que vuelan. A mí me coloca detrás de un baobab. Al menos puedo estar de pie. Rato y rato. Tanto, que se van. «Están agitados», me dice. Vuelta a pistear. El aire remolinando, nos hace dar vueltas y vueltas. Al final los búfalos ‘nos cogen el aire’ y se van. Butch atribuye la inquietud de la manada por la persecución a la que se ve sometida por los leones. «Hay muchos».
Vamos a la pick-up y me ofrecen bebida fría y un bocadillo de pan hecho en el mismo campamento –tipo brioche– con revuelto de huevos y panceta. Estos bocatas, con distinto contenido, nos han acompañado todo el safari. Butch me explica que, por la tarde, seguiremos otra vez a los búfalos. «Ahora hay que dejarlos tranquilos», dice. Me cuenta que, si se presenta la oportunidad de abatir un gran macho (un bull), no la vamos a dejar escapar. No se le ve intención de perder el tiempo con las hembras.
Hace mucho calor. Vamos por los caminos correteando, hasta que volvemos a la zona de los minipoblados. El PH detiene bruscamente el auto y me enseña una manada de babuinos que está robando el grano de un poblado en el que no hay nadie en este momento. «Esto es muy peligroso. Hay que darles un escarmiento». Saca el rifle de la funda, me invita a hacer lo mismo y antes de que me de cuenta, le ha soltado un pepino del calibre .458 al mayor de los simios. Nos acercamos y vemos sangre. Empieza el pisteo. Aquí una gota, aquí otra, otra más adelante… hasta que le ven. Sigue caminando y va soltando contenido gástrico de maíz. Finalmente, lo tenemos a no más de cinco metros. «Dispara, dispara», me dice.
Con más vergüenza que ánimo, le suelto un disparo a bocajarro. Seco. Lo recogen dos trackers y lo llevan al coche. En aquel momento, llega la otra pick-up con Joan y su equipo. Alfonso hace alguna foto. Yo miro las manos del mico. Negras. Con el lecho ungueal negro. Igual que las mías pero en negativo y miniatura. Siento un escalofrío… No quiero fotos. Vamos al coche y de allí al campamento.

JOAN
El equipo de Joan, es más numeroso que el mío. A los componentes habituales descritos antes, hay que añadirle un ayudante de PH con el exclusivo (¿?) propósito de filmar lances (petición que hicieron previamente), y Alfonso con rifle, cámara de fotos y filmadora.
A Joan le gustó mucho el área de caza. «Es preciosa, auténtica», dijo. Quizá por tratarse del primer día, dieron una gran vuelta y tuvieron la oportunidad de ver muchos animales. Les mostraron el río Angra, afluente del Zambeze, y pudieron observar a dos elefantes bañándose. En primera fila, dentro del río, una manada de inmensos hipopótamos y, en las orillas, grandes cocodrilos tomaban el sol. Por los caminos, tuvieron la oportunidad de ver cebras, impalas, waterbucks, kudus (uno de ellos excelente) y diversos facocheros.
Coincidieron con nosotros al final del episodio de los babuinos y posteriormente avistaron una manada de búfalos antes de ir a Murara a comer. Se les echó el tiempo encima y los dejaron para la tarde.  

COMIDA
El equipo de cocineros del campamento, tiene nivel. El tipo de comida que preparan es una mezcla de dieta anglosajona, con toques de exotismo. Las carnes, como dijimos, son de búfalo, kudu, impala, facochero… También de ternera y pollo. Acompañadas de verduras bien preparadas y salsas adecuadas. Purés, crepes y empanadas de entrada y puddings y frutas de postre. Durante la comida no hay vino ni cervezas. Sólo agua.

PEP
Por la tarde, nos desplazamos todo el equipo hacia el sur. Es una zona montañosa que limita la cuenca del Zambeze. Anduvimos por infinidad de pistas. Cada vez que unas ramas o unas piedras pueden entorpecer la marcha de la pick-up, el PH para el vehículo y los trackers, sin mediar palabra, bajan y la retiran. Todavía no hemos visto ningún elefante, pero sus excrementos invaden todos los caminos. Curiosamente, no vemos ningún animal. Únicamente unas pocas aves y… además de las paradas técnicas, nos ha mostrado Butch un mirador del valle. Espléndido.
En la zona que hemos recorrido esta tarde, no hay poblados. Aunque el PH que me acompaña es hombre de verbo corto (y mi inglés, de zapatilla), consigo enterarme de varias cosas.
La etnia que vive en esta área es la shona. Tienen idioma propio. Son agricultores y recolectores. Viven en núcleos familiares, no en poblados. Son gente muy poco agresiva, muy pacíficos. Viven anclados en un mundo que no ha variado en los últimos 4.000 años. Únicamente han cambiado el hábito de vestir. Utilizan jeans y camisetas de colores con grandes logotipos occidentales.
Parece que no se sienten cómodos con estos ‘avances culturales’ y quieren retrotraerse a épocas antiguas…
Con todo, tienen en la zona una escuela, una pequeña ‘clínica’ y un área que denominan templo y que se trata de dos chozas sin pared. Sólo tienen techo.
En Zimbabwe, clasifican las zonas de caza en dos categorías. Las Safari Areas, en las que no viven personas, y las Communal Lands, en las que obviamente existen comunidades humanas y que era nuestro caso.
Finalizamos la jornada a las 6:00 de la tarde.

JOAN
Salen por la tarde después de una breve siesta y se encaminan a la manada de búfalos que dejaron por la mañana. No les ha sido difícil de localizarlos. De hecho, entre pisteo y acercamiento, han pasado toda la tarde. Hasta cuatro acercamientos han hecho, sin poder poner la mira en ningún animal. El PH tiene en la agenda, tanto una hembra para cebo, como el bull. También han montado una expedición multitudinaria. Ciertamente los acercamientos se complican con el exceso de público…
La ducha vespertina (con agua calentada en horno de leña), seguida de la cerveza con aperitivos fríos y calientes, pegados al fuego de leña de mopane, son una delicia. El mopane, del que hay una cantidad infinita, pues la mayoría de la sabana está formada por este arbusto-árbol, produce un fuego muy calorífico, con una pequeña llama. El fondo de brasas, alguna noche ha alimentado el fogón donde preparan la BBQ.
La cena, ha comenzado con unas crepes de jamón y piña, seguida de carne de cerdo asada con vegetales, dos salsas y berenjena rellena. De postre, tarta de queso. Merlot sudafricano, cafés y agua de manantial… (Con mayor o menor cantidad de yodo dependiendo del celo del potabilizador de turno).
Primera jornada y suficiente peso en las botas para acortar la charla nocturna. La diana a las 05:15 horas, otra razón para no alargar la conversación. Un solo animal abatido, un baboon ladronzuelo de cabañas.

Día 2
La mañana no ha sido generosa. Cierto que hemos visto una mayor cantidad de animales que la tarde anterior. Concretamente, dos manadas de impalas, un bushbuck precioso, una piara de facos compuesta por una hembra y tres crías. Hemos cruzado unas decenas de cauces de ríos sin agua y, en uno que conservaba unos charcos pequeños, hemos visto las huellas de un cocodrilo grande. Tienen el tamaño de un pie de persona y, según el PH, pertenece a un ejemplar de unos tres metros.
De pronto, mientras circulábamos por las pistas, empieza un ‘baile’ que me pone los pelos de punta. El PH proporciona encendedores y cerillas a los pisteros, y los anima a que enciendan fuego a ambos lados de la pick-up. Ellos, con unos matojos de hierba seca encendidos, van propagando el fuego a la hierba seca de los lados del camino. El coche, cuando le llegan los calores del fuego, arranca y avanza unas decenas de metros. Allí, vuelta a empezar. Yo no doy crédito a lo que estoy viendo. «Encenderán las montañas», pienso. Le pregunto al PH que c… están haciendo. Me contesta que esto es práctica habitual en esta zona. Encienden fuegos que se autolimitan en unas horas, para que desaparezca la hierba seca y puedan ver a los animales, aparte de que provoca la aparición de una hierba nueva que alimenta a los antílopes y búfalos. Me cuenta que, en septiembre, cuando la hierba está menos húmeda, los fuegos se hacen más grandes y el beneficio es aún mayor. Lo que en nuestra tierra es un delito, aquí se convierte en un hecho intrascendente y aconsejable… «Cosas veredes amigo Sancho…», dice Don Quijote.

JOAN
Jornada poco productiva para Joan y los suyos. Mucho viaje por las pistas, hecho que les permite avistar un número considerable de facocheros y un buen kudu. Una visita a un recodo del río Angra les da la oportunidad de ver un gran número de hipopótamos y grandes cocodrilos. Alfonso ha hecho fotos en cantidad y ha grabado varios vídeos, según cuenta.

PEP
Después de la comida y la corta siesta, hemos vuelto a circular por las montañas de detrás del campamento. Ha hecho calor y los animales no se han dejado ver. Polvo y excrementos de elefante.
A las 17:20, cuando está por caer la noche, avistamos una manada de búfalos. No parece ser grande. Estamos en las cercanías del río Angra, que separa la concesión que cazamos, Dande Sur, de la vecina, Dande Norte, a la que no tenemos acceso. Cuenta Butch que los búfalos, cuando se les somete a la mínima presión, después de ir al río a beber, cambian de área… Es mejor no molestarlos y dejarlos para poder pistearlos de nuevo mañana.
De vuelta al campamento, tenemos la oportunidad de ver una gran familia de babuinos, un faco que atraviesa la pista por delante de las ruedas de la pick-up y unas gallinas de Guinea. Hemos levantado con el coche, unos cuantos francolines.
Hemos vuelto a ver el valle del río Zambeze desde otro mirador. Espectacular como también lo ha sido la puesta de sol. Aquí se pasa del día a la noche en veinte minutos. Ya con la noche cerrada, una cúpula de estrellas te empequeñece y desorienta. Parecen dispuestas a hacerte compañía… No hay luz. No hay otra luz que la de los millones de luciérnagas que tapizan el cielo. El viaje en la caja de la pick-up, con sólo el run-run del coche y el ruido de la sabana, parece un concierto, un espectáculo de luz y sonido.

JOAN
Joan y su grupo, no han encontrado los búfalos. Han correteado por las inacabables pistas sin éxito en cuanto a este tipo de animales se refiere.
Cierto que han visto mucha fauna. Seis elefantes, un kudu, seis sables (uno de ellos bueno), una hiena –Joan quería abatirla y ha estado a punto de poderle disparar–, tres liebres y una civeta.
Aperitivo, cena y conversación alrededor del fuego del mopane. «Mañana todo irá mejor…». Este es un safari de zona libre, donde el número de animales avistados no tiene nada que ver con el que se puede ver en las fincas sudafricanas… Los pisteros han colgado el cuerpo del mico a lo alto de un árbol, a 35 metros del campamento. Hemos orientado allí nuestras linternas y hemos visto a la hembra del leopardo que, desde lo alto del árbol, da buena cuenta de la carne regalada.
No hemos visto serpientes y no hemos tenido ninguna ‘aventura’ especial. Buena comida, buen confort, excepto el frío. De noche hace frío y aquí las cabañas no tienen porticones. El hueco que hay en las cuatro paredes, sólo tiene una mosquitera… Dormimos con ropa, mantas, edredón, tela mosquitera… Y pasamos frío.

Día 3 / PEP
Nada más salir, al pasar por la pista de aterrizaje del campamento, he visto una manada grande de impalas. Han mirado al equipo sin ningún interés. Ni se han movido. Más adelante hemos visto una pareja de kudus jóvenes, macho y hembra.
Hemos ido directamente al lugar donde dejamos los búfalos. Butch ha dado la vuelta a las pistas que configuran la sabana en rectángulos. Su idea era la de evaluar si se han salido o no del gran espacio en que los dejamos ayer. Ciertamente, no sólo no habían salido del cuadrante sino que, además, se le había añadido otra manada. Hemos observado también las huellas de, al menos, dos leones que ‘acompañaban’ al grupo. Pie a tierra y pisteo.
Butch, debe tener 45 años. Tiene aspecto y comportamiento adustos. También las piernas largas. Impone su ritmo y se desentiende de la longitud de las piernas y estado de entrenamiento de este cirujano ortopédico. Mientras sospecha que el grueso de la manada está lejos, su velocidad es considerable. No así cuando hace el acercamiento. El ritmo de la vuelta al coche vuelve a ser endemoniado. Ya puedo proveerme de agua y aliento… Estas dos cosas irán escasas.
A poco de pistear, observamos que hay gotas de sangre. «El león ha herido a un búfalo», cuenta Butch. Pisteo y más pisteo. El talco vuela buscando la dirección del viento. Un bienaventurado guardia del gobierno, se ofrece para llevarme el rifle. Se lo cedo gustoso. «¿Le podré dar propina a un guardia?», pienso. No tengo respuesta.
Hemos hecho tres acercamientos. Los hemos tenido a no más de 15 metros. De rodillas, reptando, sentados en el suelo… En un momento dado, me pone delante de cinco búfalos gigantescos. «Son hembras», me dice. Cuando ya casi los podemos tocar de lo cerca que están, nos ponemos a esperar. No-sé-qué. Los animales se dan el piro. Y, ¡hala!, otra vez el botecito de talco y a corretear detrás de los búfalos. Cruzamos una gran serie de toboganes (lechos de ríos secos llenos de arena). Hemos tropezado con un avispero, del que hemos salido bien librados. Un susto, nada más.
Me llevo dos broncas del PH. La una por llevar una camisa de color demasiado claro. «Mañana llevarás otra más oscura», me dice. Y la otra por sacar el seguro del rifle sin que el hubiera dado la orden expresa. Se ha puesto ‘borde’. Ha insistido que sólo se tiraba si el daba la orden. «Of course, gilipollas. Cuando estabas en el limbo de los justos, yo ya manejaba todo tipo de armas…»
Cuando al PH le ha parecido, ha dicho que los búfalos estaban nerviosos. Se ha sacado un GPS y ha marcado las coordenadas en las que hemos dejado la manada. Dimos media vuelta y hala, a correr hasta el coche. Más de cuatro horas y media de pisteo. No sé que sentido tiene el correr de esta manera. Tengo la sensación de que me quiere demostrar su potencia…
Casi un litro de agua y otra vez con la pick-up. Hemos avistado dos manadas grandes de impalas. Tres impalas sueltos, uno de ellos, excelente ejemplar. Dos elefantes jóvenes han cruzado a escasos metros delante del coche. Imponentes.

JOAN
¡Ya tenemos carne! Joan ha cazado una hembra de búfalo para el tan cacareado cebo de los leones. Explica que han estado cazando al norte de la concesión. Han encontrado una manada que han conseguido partir. Han seguido las huellas de una de las partes, que se ha emboscado. Reptando, se han colocado a una decena de metros de unos búfalos que, sin esperarlo, se han levantado. Roy y Joan estaban, en aquel momento, de pie. El PH le dice a Joan «¡shot, shot!» a una mole que se encuentra a esta mínima distancia. Joan dispara –le queda el tiro un poco alto– e inmediatamente le dobla Roy. El disparo del PH queda muy atrás, en la tripa. La hembra se va. Empieza el baile de miedos y nervios. Roy empieza a sudar. «Hay que pistear… Los profesionales delante». Bueno, pues a pistear. A poco de seguirlo, lo ven aparecer y el PH le dispara por segunda vez, fallando el tiro. Se vuelve a ir. Roy, traspuesto, le pasa la responsabilidad del disparo al PH en prácticas que, después de seguirlo unos 800 metros, le endosa el tiro definitivo. Empieza luego el enredo de: fotos, arreo y subida a la pick-up, traslado a Murara y despiece. Esta tarde llevarán la carne a los cebaderos…

PEP
Después de la mínima siesta, hemos vuelto al lugar que hemos dejado los búfalos esta mañana. Hemos visto huellas de búfalo mezcladas con huellas de león, y hemos vuelto a caminar como locos siguiendo los rastros. Hemos pasado mucho calor y penalidades.
Cuando ya se estaba poniendo el sol, hemos visto seis elefantes. Uno de ellos, monumental. Con parsimonia, se han ido alejando… No nos han visto ni olido. Magnífica parsimonia.
Cuando ya desconfiábamos de encontrar los búfalos, nos los hemos encontrado de cara, cinco minutos después de haber visto los elefantes. Bush y yo hemos dado un gran rodeo a una colina y hemos hecho una entrada perfecta. Bush me ha preparado el trípode delante de un búfalo magnífico, buen boss, con los cuernos caídos, como a mí –y, supongo, a todo el mundo– me gustan. Yo pensé que aquello ya era la autorización de disparo, el búfalo estaba mayoritariamente de cara y yo le veía perfectamente el pecho. Como estaba un poco ladeado (yo veía un poco de su grupa izquierda), pensé en hacer un tiro de pecho, que entrara ligeramente a la izquierda, para que cruzara a la derecha. Yo había discutido con el PH el tipo de bala a usar. Mi experiencia no es la del Sr. Butch, pero ciertamente soy muy leidillo y con todo tipo de PH la opinión es que, al menos el primer disparo se haga con bala blindada. Bertus, de Sudáfrica, no deja poner en el cargador otras balas que no sean blindadas. También una exageración, pero ya se sabe que para gustos… los colores. Bien, ya estaba preparado, inspiración, media espiración, relax total, apunto y ¡zas!, suelto la bala. Qué hice! ¡Otra bronca del PH! Que no se había puesto de lado, que si no me había dado la orden, no sé que de fuck y otras lindezas… Era ya casi de noche, nos acercamos al lugar, y a pocos metros, observamos charcos de sangre en el suelo. A cada seis u ocho metros, un charco de 20 cm de diámetro. El PH iba rezando un rosario de jaculatorias. Se me volvía de vez en cuando, amenazante, para decirme que aquello era muy peligroso. Se hizo de noche, anduvimos unos 500 metros y nos volvimos. Un tracker, observó que una rama de mopane, de unos seis centímetros de diámetro, estaba tronchada por mi disparo. Mal augurio. «Mañana seguiremos la sangre y tenemos el 50% de probabilidades de encontrarlo», dijo el PH.

JOAN
Se ha quedado en el campamento. Ha decidido hacer reposo para reponerse de las palizas de la jornada de la mañana y del día anterior.
Ya todos en el campamento, dimos buena cuenta de una BBQ de carne de búfalo, impala, kudu y facochero… La charla del aperitivo/cena/fuego de campamento, y a dormir.

Día 4
¡Vaya día…! Desayunamos.

PEP
Salimos escopeteados a rastrear el búfalo de ayer. Nos llevamos a Keith, uno de los PH en prácticas. Empezó el rastreo. Era muy fácil al comienzo pero, ciertamente, cada vez iba dejando menos sangre. Finalmente interpretamos que aquel búfalo se había vuelto a integrar con su manada. Fuimos entonces tras la manada, a toda pastilla, durante más de dos horas y media. La manada se ha ido dirigiendo al río Angua. Hemos llegado a este río, ya muy cerca de la manada, y hemos podido comprobar que ha traspasado a la otra orilla, orilla que pertenece a otro cuartel de caza, Dande Norte, que, aunque pertenece al mismo concesionario, no tenemos acceso.
Justo estábamos en el lecho del río, cuando oímos tres disparos. «Ya lo han pillado», pensamos… El PH habló por el walkie con su vecino del norte y confirmó que habían disparado a impalas y que no habían visto los búfalos.
Vuelta a la pick-up y a pasear. El PH me lleva a un recodo del río Angua y, desde un mirador privilegiado que tiene una perspectiva de unos dos kilómetros, podemos observar y aprender más cosas de África. En uno de los recodos del río, hay una mujer y un niño pescando y, a escasos seis metros, dos cocodrilos de más de cuatro metros. En otro meandro del cauce del mismo río, había un hombre pescando y a sus espaldas otros tres observándole, y una compañía de diez o doce hipopótamos quietos en el agua a menos de cinco metros del pescador. Aquella historia de que el animal que más personas mata en África, es el hipopótamo, que a todos cuesta de entender, aquí se hace muy fácil. Asimismo, la proximidad y tolerancia con los cocodrilos… ¡Conté dieciocho cocodrilos y vi dos aves grandes, llamadas ground hornbill, espectaculares!
Hemos seguido dando vueltas con la pick-up. Hemos visto un elefante mediano y, avistado por el PH en prácticas, hemos visto un facochero enorme. Le hemos hecho una entrada corta que ha resultado infructuosa. Finalmente hemos vuelto al campamento…

JOAN
Vaya HISTORIA con mayúsculas la del grupo de Joan. En un momento dado de la mañana, mi PH me informa que Joan ha cazado un gran bull. Sin más adjetivos. Esta información la recibió por el walkie, aparato con el que todo el día se cambian información los PH’s. Al llegar mi grupo al campamento, hemos ido al lugar de despiece para ver el bull. Es un búfalo grande con una cornamenta grande, con boss medio y los cuernos desplazados en horizontal, más bien rectilíneos, no caídos, uno acabado con un ángulo de 90º y el otro un poco curvo. Es un poco bizco. Ha dado 39 pulgadas. Un gran búfalo.
Cuando iba a mi cabaña, me encuentro con Joan. Le felicito y le pregunto por el lance. Un poco borde, Joan me contesta que ya me lo explicarían los demás. He insistido y me ha dado una primera versión –que después se ha ido ampliando hasta adquirir dimensiones de descripción homérica–.
El caso es que se han plantificado delante del jefe de la manada, Joan, su PH, Alfonso con cámara en la mano (y rifle colgado al hombro), un PH en prácticas, también con cámara en la mano (y rifle colgado en el hombro) y los tres pisteros con el policía/pistero añadido. El búfalo estaba a unos 50 metros. De frente. El PH le la dicho que disparara por debajo de la barbilla. Trípode y… «¡shot!». Desaparece el búfalo y empieza la historia de siempre. Todo el mundo opina, que si no le has dado, que si bajo, que si por encima… De pronto, los 40 búfalos, empiezan a moverse hacia la derecha… y bruscamente cambian de opinión, se encaran al grupo, y arrancan en estampida de cara a la gente. Vuelan las cámaras, todo el mundo se pone el rifle a la cara, todo el mundo empieza a gritar y, a un metro, se abre una pequeña brecha en la manada y les pasan la gran mayoría por la derecha y unos ocho por la izquierda. A menos de 90 cm y casi corneándoles. No dejan de gritar hasta que pasa el último de los monstruos… El PH, a gritos, agradece a Dios que le hubiera salvado la vida, nuestro acompañante madrileño, asegurando que aquello había sido un milagro, palabra que fue repitiendo todo el santo día. Dos de los pisteros,  ¿dónde se fueron y cómo?, reaparecieron… después de unos minutos, recuperan las cámaras que habían volado por los aires, pues las habían cambiado por los rifles. Nadie entendía como no salió ningún disparo, de los cuatro rifles. Aunque fuera para ahuyentarlos. (Posteriormente, revisada la bibliografía, Sánchez Ariño insiste en que, en esta situación, no se debe disparar nunca. Gritar a todo pulmón y esperar la misericordia de los dioses…). Todos aseguraron que fue la situación más peligrosa con la que nunca se habían encontrado antes.
Una vez recompuestos, fueron a buscar al búfalo y lo encontraron allí. Seco.
Mientras escribo esto, que no se transmitir de mejor manera, con lo que me queda la duda de poder plasmar lo que allí se vivió, todavía no he podido aclarar de si se hicieron o no, fotos. Alfonso, nuestro colega de Madrid, dice que lo filmó todo hasta el inicio de la estampida. Cambió cámara por rifle.
Durante la comida, no se habló de ninguna otra cosa. Al final, mi PH me cuenta que ha obtenido permiso para ir a cazar mi búfalo a la otra concesión, sin mi presencia. Para ello me pide permiso que obviamente concedo. Supongo que, para él, librarse de un pesado y cazar por su cuenta, representa más un alivio que otra cosa. Al terminar la comida, se ha ido.
Joan y yo mismo, hemos decidido tomar una tarde de fiesta. Alfonso, también se ha acogido a esta licencia. Y los tres hemos ido a echar la siesta.
Son las 17:15 horas, (yo me levanté a las 16:20 horas), y Joan y Alfonso todavía no han aparecido. Dirán que no han podido dormir ni un minuto.
El sol está cayendo por un rincón. Hace una temperatura espléndida. Por la noche, frío. Ahora estoy en manga corta delante del fuego de leña de mopane. Alejado porque da calor.
Solo cuatro nubes y el leve rugido de un generador. Algún babuino que se pasea por delante del campamento. Dentro de un rato empezaremos a oír los rugidos de ‘nuestro’ leopardo hembra.
Los pájaros despiden el día. Parece que el mundo se haya detenido. No sé cómo está hoy el cambio del dólar US, no sé si España se ha clasificado o no para la siguiente ronda en el mundial de fútbol de South Africa. No sé nada de Zapatero… ni de Montilla, ni del Estatut. Y el mundo sigue rodando.
Cada cuarto de hora, alguien me ofrece bebida. Dentro de nada, traerán aperitivos (billtog, palomitas de maíz, trozos de pastel salado o baby pizzas, quiche lorraine…).
A las 19:30 cenaremos y… ¡al sobre! Mañana nos levantan un cuarto de hora más tarde. Programa: ir a repasar los cebos del león.
Mi rodilla izquierda agradece esta tarde de reposo. También mi cuerpo. Estoy planchado…

Día 5
Finalmente ayer noche también pudimos ver a la hembra de leopardo y, ahora mismo, cuando empiezo a escribir la jornada (son las 19:45 horas), volvemos a ver a este magnífico ejemplar, ¡con dos crías!, a su vera. Observamos que la madre va haciendo viajes al babuino colgado del árbol, y baja a darle la carne a las crías.
Bien, vamos al día de hoy. Yo, al no disponer de PH porque se desplazó a la reserva contigua a intentar cobrar mi búfalo, voy de comparsa en el grupo de Joan. Hemos ido al primer cebo y hemos observado huellas de un león hembra con crías. Los del séquito han rehecho el montaje.
Hemos ido al segundo cebo. Nadie lo tocó.. Después le toca el turno al tercer cebo, en el que había huellas de un macho pequeño y quizás de un leopardo. Lo hemos rehecho y han cambiado la altura de la carne. El montaje se hace de manera que la carne esté alejada del suelo lo suficiente para que no puedan acceder a él las hembras y sí los machos, y hay que cubrir la periferia para que no lo ataquen los buitres y demás aves carroñeras.
A todo esto se han hecho las 11:30 horas. Hemos seguido pisteando con la pick-up hasta encontrar huellas claras de un gran león. Roy, el PH de Joan, nos ha dado una clase para enfrentarnos al león. Nos ha contado que este animal, en cuanto uno se da la vuelta y echa a correr, ya se puede dar por muerto. En el 100% de los casos, el león lo ataca. Nos ha contado, asimismo, que «El león es noble», antes de atacar, ruge. Después echa una carrera y, antes de saltar sobre la pieza, se suele parar. Si le plantas cara y le gritas, tienes probabilidades de que no ataque y, si lo hace, «Te agachas, le disparas una bala al corazón y se queda tieso». ¡Vamos, una chiquillada…! Hemos seguido las huellas más de una hora. Al parecer era más de un león y, por lo que han deducido el PH y los pisteros, los hemos levantado dos veces y la segunda lo han hecho corriendo… Los hemos dejado.
Tanto Joan como yo, habíamos adivinado el final de la aventura de la huella del león, y así lo comentamos cuando iniciamos el pisteo… Ciertamente a los profesionales, les produce mucho desasosiego el intentar abatir un león a campo abierto. Les produce verdadero miedo. En cambio el abatirlo en una zona donde previamente se ceba y se dispara desde un blind, seguro que entraña un riesgo menor. Luego lo comentamos con nuestro acompañante madrileño y no estuvo de acuerdo con nuestra apreciación. Mínima ventaja es, la que te da el ser viejo.
Hemos ido al campamento y hemos comido. Roy y su aprendiz, han ido a escudriñar el cuarto cebo mientras descabezábamos una siesta. Han vuelto a las 16:30 horas. Ciertamente era ya muy tarde para salir toda la expedición, pero «¡Rápido, rápido!» hemos montado toda la parafernalia y nos hemos ido todos a explorar el primer cebo. Sólo han entrado Joan, Roy, Alfonso y el aprendiz, por decisión del PH. El resto de la tropa, pisteros incluidos, nos hemos quedado apartados en las cercanías de la pick-up. Al poco rato, han vuelto excitadísimos, contándonos que al llegar al otro lado del riachuelo donde estaba el cebo, han podido ver claramente una leona con dos crías grandes. No los han podido filmar porque el aprendiz de PH se dejó la cámara en el campamento y el amigo Alfonso se quedó como el del anuncio, sin pilas. Vistos los leones, se han dado el piro. Nos cuenta el PH que «Esta hembra llamará al macho y en un par de días acudirá…». Nosotros hemos asentido con la cabeza y una cierta sonrisa de duda.
Dicho y hecho, han decidido montar un blind. Todos, menos los cazadores (Joan y yo) y Alfonso, han colaborado en esta empresa. Impecable organización. Han recogido muchas maderas de mopane de todos los tamaños. En la ‘otra’ orilla del riachuelo, delante obviamente del cebo, han montado un catafalco excelente. Tamaño para cuatro personas, protegido por maderas y hierba, con rendijas para mirar y apoyos para el rifle. Suelo de tierra fina. Y, lo más curioso, han hecho un caminito de tierra para llegar allí, de más de 200 metros, donde han retirado todas las hierbas y los pinchos, para poder acceder al blind descalzos y sin hacer ruido. Hemos quedado más que sorprendidos de la destreza del equipo.
Luego, ya un poco tarde y cayendo las brumas de la noche, hemos vuelto al coche a pistear de nuevo. En un momento dado, alguien dio la alarma. ¡Facocheros! Hemos visto cuatro ejemplares. Juan, con su sombra, el PH y su trípode, has salido tras de ellos. Han hecho una entrada que ha resultado infructuosa.
Otra vez al auto, nos hemos desplazado al tercer cebo. No lo habían tocado ni se veían huellas cerca.
Hemos llegado de noche al campamento, donde ya había llegado Butch. Nos ha contado que había fracasado en su intento de encontrar mi búfalo. Prácticamente lo daba por perdido, aunque al día siguiente volvería, si a mí no me parecía mal, otra vez a la concesión vecina a hacer el último intento.
Roy, el PH de Joan y, a la vez, hombre de confianza de la orgánica, me preguntó si estaba dispuesto a disparar a un segundo búfalo. Le dije que obviamente sí, y le pregunté las condiciones económicas. Me contestó que, del búfalo disparado, tenía que pagar el 100% de las tasas de abate (2.750 US$), y que del búfalo siguiente, había conseguido del director de la orgánica, Mr. Daryl, un gran descuento, un gran precio, 5.500 US$.
Le contesté lo siguiente: el búfalo herido se había juntado con la manada, era lógico que posiblemente se curara de las heridas, con lo que era posible que alguien lo cazara más tarde. Que me hubiera parecido razonable que me cobraran el 50% de las tasas de abate. Con todo, yo estaba dispuesto a pagar el 100% de estas tasas. Pero en lo que no estaba de ningún modo de acuerdo, era en tener que pagar 5.500 US$ por un segundo búfalo, aprovechándose de la desgracia de haber perdido el primero (2.800 US$ por encima del precio del listado de las tasa de abate que me mandó la orgánica de Madrid, para esta concesión). Le insistí que esto, no era un gran precio, era un atraco. Si me hubiera argumentado que tenían todos los búfalos vendidos, lo hubiera entendido y me habría callado, pero que su planteamiento era, desde el punto de vista estético, inaceptable. Desde el punto de vista ético, insoportable. Le dije que no le seguiría el juego.
No estuvo afortunado nuestro acompañante, Alfonso, asegurando que era el gobierno, el que cobraba toda esta cantidad que Roy me decía. Es decir, el doble de las tasas de abate y que, cuando realizamos el contrato del safari, esta segunda mitad de la cantidad global, la extraían del precio de ‘gastos/día’… Le conté que, por contrato, pagábamos dos tasas gubernamentales y que aquella razón, no era creíble. Siguió con su discurso y yo con el mío hasta que me pareció ridículo seguir discutiendo.

Día 6
Hoy, finalmente, Butch se ha ido de nuevo a cazar el búfalo pinchado a la concesión vecina. Ha advertido nuevamente que era «como buscar una aguja en un pajar». Ha vuelto al mediodía sin encontrar la aguja (quizá, ni el pajar).
La tropa multitudinaria, se ha desplegado de buena mañana a recorrer tres de los cuatro puntos donde habían colocado cebo para los leones. En el primer acercamiento, han visto dos leonas con dos cachorros grandes. Han sido vistos y no vistos porque han huido de inmediato. Alfonso intentó filmarlos pero una hierba le robó el enfoque y han quedado borrosas las imágenes.
Pick-up y pisteo. Han avistado huellas de búfalo, y Roy decidió seguirlas para conseguir más carne para los cebos. Un par de horas y han hecho una entrada sin éxito.
Hemos comido en el campamento y Joan se ha quedado a leer y reposar.
Yo he salido con todo mi equipo, a intentar hacer carne para los cebaderos. (Una verdadera obsesión este objetivo para todos los profesionales). Mi PH esta vez escogió los terrenos montañosos que quedan al sur y suroeste del campamento. Hemos visto muy pocos animales. Una pareja de kudus jóvenes, unos cuantos impalas y un par de ground hornbill’s.
Luego hemos encontrado huellas de búfalos que, pie a tierra, hemos seguido, encontrándolos muy pronto. Muy, muy lentamente, hemos hecho el acercamiento. Los animales ciertamente, estaban muy inquietos. Al segundo intento, han huido sin remedio.
Hoy hemos visto gran cantidad de huellas de león. Algunas de ellas, en la montaña, inmensas. Como cada día, hemos visto cantidades considerables de ardillas minúsculas, francolines y unas aves que parecen francolines pequeños y que Joan llama grouses, como las aves escocesas que han sido capaces de dar nombre a un scotch.
Ya estamos tomando el aperitivo delante del fuego. Tenemos otra vez la compañía del leopardo hembra y su prole. Ayer noche, mientras tomábamos el último café, un puercoespín se paseaba a escasos diez metros de nuestra tertulia.
Roy nos ha informado que, mientras nosotros estemos durmiendo, irá a las cercanías de un cebo para escuchar los rugidos de los leones… Bien.
Ahora, los aprendices tocan unos tambores para llamar al personal de mesa, que traiga la cena. Vamos a cenar.

Día 7 / PEP
Hoy para mí, ha sido una jornada de vacaciones. A primera hora, hemos salido todo el equipo con el pick-up. Nos acompañó Alfonso. Dimos un paseo por el río Angra, y lo hemos seguido por la orilla, a la búsqueda de huellas de búfalo para cebo. Ha sido una tarea infructuosa. El paraje, sensacional. El lecho de este río es muy ancho y, en época seca como la actual, baja poco agua, haciendo meandros dentro del lecho. Hemos llegado a un punto en el que había unos pescadores y a escasos veinte metros, cinco hipopótamos. Muy cerca de los hipopótamos, se observan seis pares de ojos pertenecientes a seis cocodrilos, cuyos cuerpos transparentaban en el agua. He sacado fotos. La distancia entre los reptiles y mi cámara, no supera los 20 metros.
Más cerca, hay dos pescadores. Esto no se puede creer si no se ve. No se inmutan ni los unos ni los otros.
A última hora (a las 17:10 horas), hemos ido ‘de facocheros’. La confianza que yo tengo de cazar facocheros es mínima. Con la cantidad de huellas de león y de hembras de esta misma especie que hemos visto, las poblaciones de antílopes y suidos, tiene que estar a la fuerza diezmada. De hecho, los mismos profesionales lo corroboran. En otros safaris que hemos asistido, la cantidad de facos que se ven diariamente, es muchísimo más elevada. Pero… he visto uno grande. Me ha dicho Butch que disparara pero no me dio tiempo. Posteriormente todo el equipo ha visto otro menor, del que yo no he visto más que moverse las plantas y, un momento, el trasero. No le he disparado. Me parecía inútil. Alfonso dice que el primero, era el mayor facochero que había visto en su vida.

JOAN
Ha tenido el día mucho más movido que el mío. Ha visto un elefante, cuatro hembras de facochero (en Zimbabwe, multan al cazador que abate una hembra de facochero. Es por esto que, antes de disparar a uno de ellos, el PH se asegura de que se trata de un macho).
A última hora han acudido a un blind que habían construido por la mañana. Allí han visto dos leonas y han oído un rugido muy potente debajo del refugio, que presuntamente corresponde a un león macho. Cuentan los profesionales que, en aquella área, en este momento, hay seis manadas de leones. Habitualmente se desplazan detrás de los búfalos. El colocar tantos cebos, se hace con la idea de centrar el máximo número de leones en una zona… Doctores dixit…
Ahora estamos tomando el aperitivo de antes de la cena. No hace frío por primera vez.
Para arreglar unos asuntos con los habitantes de una de las comunidades de la finca, ha venido el dueño de la orgánica de Zimbabwe, Mr. Daryl, con su esposa e hijos. Se ha quedado a cenar y, mientras tomábamos el GT, se ha dirigido a mí, aparte, para comentar la posibilidad de reparar lo menguado de mis trofeos en este safari. Con el deseo explícito de que: «No me gusta que mis clientes salgan descontentos», se ofreció a rebajar la cifra ‘excelente’ que me habían propuesto para abatir un segundo búfalo, de 5.500 US $, a 4.200 US$, con lo que él, ‘ponía de su bolsillo’ 1.300 US $ para que yo me decidiera a disparar a un segundo bull. Le volví a contar lo de la estética y la ética. Mr. Daryl, posteriormente a esta conversación, nos ofreció abatir búfalos hembra a precio del listado de tasas de abate (como si fuera un privilegio). Estoy con mi hermano Joan cuando dice: «En 41 años de oficio, operando con personas de distintas razas, religiones y monedas, no había visto nunca una situación tan absurda».

Día 8 / PEP
¡Hoy sí! Hoy he conseguido cazar dos facocheros. Uno de ellos, bien grande.
Vayamos por partes. Hoy, al salir, hemos pasado por las zonas habitadas de la finca. No hemos encontrado huellas de búfalo. Después nos hemos desplazado a una zona donde hay dos grandes charcos. Se supone que son de la época en que los granjeros tenían las fincas valladas y coexistía la caza con las ganaderías locales. Hemos avistado un grupo de suidos entre los que estaba el que no pude disparar ayer, y que también lo tuvo Joan, unos días antes, en el punto de mira. Con la técnica habitual de Butch, hemos hecho un acercamiento desesperantemente lento. El faco grandón lo íbamos avistando entre la vegetación que, en aquella zona, es muy espesa. Me ha plantado el trípode y me ha autorizado el disparo. El guarro estaba de nalgas, con el trasero ligeramente a mi izquierda y la cabeza ligeramente a mi derecha. Apunto bien a la nalga derecha con idea de que la bala salga por la paletilla izquierda y ¡zas!, suelto el disparo de mi Mannlicher. El animal sale disparado en dirección opuesta. ¡Fuck!, contesta Butch, «No le has dado, he visto el polvo de la bala en el suelo…». El resto de acompañantes, como en un coro de vírgenes suelta, «¡No lo has tocado!». Yo no tenía ninguna duda de que lo había atravesado. Vencí las ganas de soltar un taco y pensé resarcirme si podía. Hemos ido al lugar del disparo y… vaya… había sangre. «¿Dónde le has tirado?», me pregunta el PH. «¿Dónde le has tirado?», van preguntándome, en el ya citado coro de vírgenes. Ya hasta por encima de los adminículos de la masculinidad, lo fui repitiendo a demanda. Respuesta de los enteraos: 1. «En la barriga». 2. «En la barriga». Caminamos media docena de metros y los tracker’s encuentran un trozo de músculo. El coro de vírgenes: «Una lamida en el culo». Yo tragando bilis. Los pisteros empiezan a trabajar, y van encontrando sangre. Las vírgenes callan. Nos cruzan por delante, tres facos que les falta poco para pisarnos. A unos trescientos cincuenta metros, se adelanta el PH, no sé si por intuición o porque así se lo han indicado los tracker’s, y me llama para que acuda. En el suelo hay una mancha negra, a diez metros. «¡Shot, shot!», me dice. Yo le disparo a un cadáver de facochero una bala por encima de la cola que, después vimos que se había paseado por todo el raquis hasta quedarse alojada en la base del cráneo. Allí estaba el ‘facochero más grande del mundo’. Dio 28,5 cm. Un buen faco.
Empieza aquel lío de las fotos. Fotos por todas partes. Mil felicitaciones… Y yo con aquella cara de medio cabreo, respuesta de la verborrea de tanto científico. Cargado en el coche, seguimos por las pistas buscando huellas de búfalo, y las hemos encontrado.
Pie a tierra y… a perseguirlos y yo a perseguir al PH. Después de más de dos horas de calvario y de atravesar las cuencas secas de dos ríos, el pistero más viejo señala un bulto negro a no más de 80 metros. ¡Quietos parados! Debajo de un árbol, en la sombra, un bulto negro que, me cuentan, es un facochero. Reflexión, prismáticos, plante del trípode, cambio del plante del trípode, minutos y más minutos. El PH se quiere cerciorar que se trata de un macho. Le ha visto ya un colmillo. «¡Muy grande!», dice. El gorrino sigue durmiendo. Butch quiere ver si el otro colmillo también es muy grande. Pasa el tiempo y el bicho no despierta. Cuando en la mente del PH se juntan los astros, dice: «¡Shot!». Yo afino a lo que me parece la paletilla derecha (piénsese que el animal está durmiendo acostado sobre la barriga), y le suelto un disparo seco. Se levanta el faco y, como loco, se dirige a nosotros en zigzag, luciendo unos blancos colmillos amenazadores. El publico recita a coro «¡Repite, repite!». Yo doy un cerrojazo al rifle y espero al bicho que tiene que aparecer a escasos siete metros delante de mí. Cuando ya casi asoma, se le acaban las pilas, cae fulminado y me quita la gloria de soltarle un segundo zapatazo a mis pies. Alfonso filmó este envite y es digno de mostrar en YouTube.
El suido dio 34,5 cm de colmillo, es muy superior al anterior y mis suspicacias de las posibilidades de abatir dos facos, que suponía, eran teóricas, se desvanecieron en dos envites. Montamos luego el enredo de las fotos, tuvimos que trasladarlo al coche con un madero y cargado a los hombros de los pisteros… el paraje era inaccesible para la pick-up.
Con todo, se ha hecho la hora de la comida. Hemos avistado doce facocheros esta mañana…

JOAN
La tropa de Joan, ha dedicado la mañana a los leones. En el primer blind que han entrado, después de caminar descalzos para acceder a él, han visto dos leonas. Han dado media vuelta y se han ido.
Se han acercado a un segundo cebo sin blind, también descalzos, y han oído un ruido por encima de sus cabezas. Era un leopardo mediano que, al verles, ha huido dando un gran salto. En la misma zona, han encontrado una civeta muerta. Por las huellas han deducido que la habían matado los leones y no se la habían comido… Luego han buscado huellas de búfalo para poder recargar los cebaderos y se han encontrado con las huellas de tres leones machos que han seguido durante dos horas y media, hasta que los han perdido.

PEP
Por la tarde hemos vuelto a pistear las montañas. Por la mañana le dije al PH que si localizábamos un kudu fantástico, yo intentaría cazarlo. Supongo que por esta razón me ha llevado allí. Hemos visto una pareja de kudus jóvenes. El macho no era trofeo, y hemos intentado cazar la hembra para cebo, pero se nos fue antes de ponerle la mira encima.
A las 16:00 horas, hemos encontrado huellas del mismo grupo de búfalos al que pertenecía el que yo había disparado –obviamente según opinión del PH–. Hemos hecho una carrera salvaje contra los búfalos y la luz diurna. Cuando ya los teníamos a tocar, han cogido carrerilla y han huido. El PH tenía confianza en encontrar el búfalo herido. No fue posible. Cuando ya llegábamos al campamento, a menos de un kilómetro, hemos visto una cría de león y los ojos brillantes de lo que deducimos que era su madre, justo en el camino que cogen los niños de los poblados para ir a la escuela. ¡Qué peligro…!

JOAN
Después de la siesta, todo el grupo se ha desplazado al noroeste de la concesión. Han encontrado huellas de búfalo que han seguido un buen rato hasta que han descubierto que pertenecían al mismo grupo que nosotros ya seguíamos. Después han cambiado los cebos de un sitio a otro. Con la misma destreza que los ponen, a las pocas horas los cambian de sitio. Estamos tomando unas cervezas y aperitivos. Este safari está resultando muy tranquilo y plácido…

Día 9
¡Viva! ¡Joan ha cazado un búfalo hembra fantástico! Por fin nos hemos podido hacer una foto juntos detrás de un animal peligroso.
Bien, me explico. Joan con toda su tropa, han salido como siempre a las 6:00 horas y enseguida han encontrado huellas inequívocas de búfalos. Han estado siguiéndolas más de dos horas hasta que finalmente han hecho el acercamiento. Roy ha escogido una hembra que estaba parada a unos 80 metros. Trípode y… «¡shot!». El animal se cayó fulminado, pero con la cabeza levantada. Roy repitió «¡Dispara, dispara!» y Joan le envió dos .375 más. Con tres disparos en el codillo, dos de ellos juntos, el animal se derrumbó.
Mientras, nuestra tropa, después de avistar un kudu fantástico al que le faltaba un cuerno, vimos una manada de kudus entre los que no había ningún trofeo destacable. Finalmente hemos visto huellas de búfalo que, pie a tierra, hemos seguido por más de dos horas. En un momento dado, hemos cruzado huellas de la tropa de Joan, y hemos abandonado el proyecto, porque estábamos siguiendo a los mismos animales. Al momento, hemos recibido la llamada de Roy, que nos ha informado del abate de Joan, y nos ha contado que los búfalos de la manada que seguían, no se habían alejado demasiado. Dicho y hecho, hemos montado en la pick-up y, campo a través, hemos ido a buscar al otro grupo. Para acceder al lugar, hemos tenido que cruzar un riachuelo. Los pisteros y el PH, se han puesto a trabajar con los picos y las palas, y en un visto y no visto, han improvisado un camino suficiente. Un trabajo sensacional.
Hemos juntado nuestros dos equipos y hemos pasado un rato muy agradable haciendo fotos y comentando la jugada. Hemos tomado unos refrescos y mi grupo ha partido tras las huellas de los búfalos, nuevamente. La manada estaba muy inquieta y, después de los correspondientes acercamientos, los hemos tenido tres veces a menos de 20 metros. En el tercer acercamiento, he tenido una búfala en el punto de mira, más de dos minutos. El PH no dio orden de disparo. Posteriormente la manada se ha ido moviendo, y del lateral izquierdo, han ido pasando búfalos en fila india. Al trote lento. Como en una feria. El PH no se decidió a que disparase a ninguno y, de pronto, dejaron de pasar, pero estábamos oyendo ruido de pisadas en una pequeña arboleda detrás nuestro. Butch, ha hecho señales a los tracker’s para que tiraran unas piedras, intentando que los búfalos rezagados siguiesen el mismo camino que los anteriores. De pronto, entre los pisteros y yo mismo, nos aparece un elefante con la trompa en ristre. «¡Run, run!», grita Butch.  Mis piernas, rifle en suspendan, no habían corrido tanto en los últimos 40 años. El elefante siguió su curso sin inmutarse, y allí acabó la historia. Después de dos horas de pisteo, hemos quedado todos reventados en el cauce de un río seco. Yo no tenía fuerzas ni para cambiar de asiento cuando el sol me perseguía. El PH y dos pisteros, fueron a por el coche mientras el resto, intentábamos reponernos. El viaje de Butch a recoger el coche, ha durado 75 minutos.
Cuando hemos llegado al campamento a comer, Joan ya lo había hecho hacía horas. Nos tomamos la tarde de relax.
Después de cenar y, enterados que el equipo de fútbol de España, había pasado a cuartos en la copa del mundo, decidimos acudir a un poblado a ver el desenlace del partido.
¡Espectacular! Salimos del campamento con un generador de gasoil y unas sillas que llevamos cargadas en la pick-up. Noche negra, con una capota de millones de estrellas. En el viaje, al cruzar la pista de aterrizaje, además de una liebre, vimos un antílope muy chico, un grysbock. Llegamos al poblado que tiene dos cabañas y un granero. De una de las cabañas, sacan a la fresca, una mesita desvencijada, un televisor de unas 14 pulgadas y un aparato TDT. Con un alargador y el generador, después de varios intentos, conseguimos ver el partido. Ya llevaba veinte minutos disputándose. El televisor, saturado de color, en el entorno de negrura, se veía suficientemente bien. Nos sentamos en las sillas que transportábamos y, los del poblado (cinco o seis personas) también. Paulatinamente, se fue llenando de público que venía de poblados vecinos, hasta que se hicieron tres filas. De fondo, se oía una música africana de una fiesta en un poblado cercano que introducía, si cabe, una nota más de exotismo. En la segunda parte el depósito de gasoil, al acabarse, nos robó otros veinte minutos de partido. El final, apoteósico. Abrazos, vivas y… a dormir. Curiosa, muy curiosa la noche.

Día 10
Hoy es mi último día de caza. Al haber contratado un búfalo, se me asignó, y pagué, diez días de PH con todo su team. Hemos salido a las 6:00 horas con intención de buscar carne para los cebos. Enseguida hemos encontrado las huellas de los búfalos y de sus acompañantes, los leones. Hemos hecho un pisteo de más de cuatro horas. El calor era sofocante. Nos hemos topado con un avispero, afortunadamente sin consecuencias. A medio pisteo, nos hemos cruzado con una leona que no nos hizo ni caso. Posteriormente, el PH ha enviado a dos pisteros a por el coche. El terror se ha apoderado de ellos, al tener que pasar por la zona donde se suponía que había leones. El miedo genético de las personas de color a estos animales sigue siendo importante. Hasta hoy, no lo entendíamos. Hemos hecho hasta cinco acercamientos a los búfalos mientras estaban parados, pastando. He tenido el trípode plantado y el rifle apuntando, por espacio de más de media hora. El PH no dio la orden de disparo hasta que le pareció que estaba en lugar y posición adecuados. Disparé cuando me dijo, al búfalo hembra, y no hizo ningún amago de estar herida. Nos acercamos, no vimos gota de sangre y, cuando miramos la trayectoria, observamos que la bala había atravesado el tronco de un mopane de más de ocho centímetros. Ni el policía tuvo demasiado interés en buscar indicios de que estuviera herida… Con la sensación de un cierto fracaso de todo el equipo, hemos iniciado la retirada al campamento para comer.

JOAN
Nada más salir, el grupo se ha encontrado con dos leonas grandes, tumbadas en mitad del camino y, cerca de ellas, un león macho de considerable tamaño. Explica Joan que se ha montado un considerable sarao en el grupo. El PH, pistola en mano, no dejó salir a Joan de la cabina hasta que ha conseguido hacerse con el rifle que tenía en la caja de la pick-up.
El macho, que había quedado a tres metros del coche, se ha retirado hasta unos cuarenta metros. Empezó entonces el conflicto de la toma de decisiones. Que si los hay más grandes, también más pequeños, que si la melena, en donde hay mucho bosque, desaparece de los lados. Que si quieres dispararle le disparas, mejor que no lo hagas… Al final, el león se libró del disparo. Ni que decir tiene las lamentaciones que siguieron a esta decisión.
Otra vez al coche y a pistear. Han visto un bushpig a unos 190 metros. Aunque el PH ha insistido en que tirara, Joan no le ha querido disparar. A esta distancia, tirar a un animal a la carrera en África, es una estupidez.
Más pick-up y pistas. Han avistado una gran hembra de kudu a 150 metros. Parada. El PH ante la posibilidad de tener más carne para cebo, le ha indicado a Joan que disparara. Joan le ha disparado una bala, y el animal ha caído rodando. La posibilidad de disponer de esta carne, ha animado a los PH’s.
Después de la comida, el equipo de Joan ha cambiado los cebos de sitio, con aquella idea ya citada de centrar los leones en una determinada área. Luego, ya con Joan, han podido constatar que, el grupo de tres leones que habían visto ya algunas veces, va acompañado de un gran león de descomunales huellas.
Hoy hemos visto pocos antílopes y suidos, aparte de lo descrito, un par de bushbucks delante mismo del campamento y algún que otro facochero.
Todo estuvo tranquilo… hasta que dejó de estarlo. A media cena se oyó el rugido de un león hembra (ya somos expertos en discernir rugidos. El del macho, tiene un final repicado…). «¡África es África!», comentamos. «La belleza del rugido del león…», seguimos comentando todos. Alfonso presume de que el león, debe estar a unos tres o cuatro kilómetros. Butch, opina que está a menos de quinientos metros.
Aquí empieza el primer punto de inflexión. Estaba resultando ser un safari estándar y, como se verá, la dureza de las situaciones lo convierte en un safari peligroso para todos. Desde los cocineros hasta los cazadores, pasando por los profesionales, aprendices y pisteros. Esta situación de verdadero peligro para las vidas de las personas, obviamente la vivencia cada cual a su manera.
Pensando que los leones puedan rondar el cebadero más próximo, una pick-up con Roy, Alfonso y Sean, el ‘decano’ de los aprendices de PH, sale pitando para localizarlos y ver si hay un gran macho. Justo al salir del recinto del campamento se encuentra la pista de aterrizaje. Nada más llegar allí, con el coche corriendo, dos leonas, a destiempo, lanzan sendas cargas. Después de un rugido, se lanzan a la carrera contra la pick-up. Justo a un metro o dos, se paran y preparan el salto definitivo. Los gritos de las personas, a veces, como sucedió aquí, detienen al felino. Obviamente con la punta del rifle en la nariz de la hembra y el grito encallado en la garganta (y algo más, cerca del cuello). Siguieron hasta el blind, donde observaron un gran grupo de leonas. A una de ellas se le ocurrió, cuando tenían el coche parado, realizar una tercera carga. Gritos, sudor, piel de gallina… y vuelta al campamento.
Nos sentamos alrededor del fuego y… más rugidos de hembra. Encendemos el foco de ‘mirar al leopardo’ y, a menos de treinta metros, dos leonas impresionantes se pasean por delante nuestro. A todo esto, se van oyendo cada vez más rugidos y carreras a nuestro alrededor. Nadie se mueve de un radio de dos metros del fuego. Algunos conservando la entereza. Otros, sinceramente, no. En un momento crítico, se oye otro tipo de rugido. Más potente, cercano y con repique final. Tenemos la compañía de un león macho. Esto ya son palabras mayores.
Rugidos delante, por los lados, por detrás. Fareos en todas direcciones. Los rifles allí, cargados y con bala en la recámara. Nadie salía de las cercanías del fuego. Teníamos que hacer unas llamadas personales a través del satélite. El teléfono estaba en la cabaña de Alfonso, a treinta metros. No hubo voluntarios para desplazarse allí a por él.
Las cabañas que nos sirven de dormitorio, como hemos dicho, no tienen ventana. Una tela mosquitera separa la cama de campo campero… Y de los leones, los leopardos, los babuinos… Muy auténtico, pero cada cual valora el riesgo según sus miedos…
A las 22:00 horas, con los rugidos más calmados, nos desplazamos a las cabañas con la escolta de los aprendices armados hasta los dientes. Por la noche, más o menos a las 4:00 horas, al menos un macho y dos hembras, pasearon por las paredes de las cabañas. Alguno de nosotros descabezó algún sueño con el rifle a punto sobre las piernas… La comprobación de las huellas a la mañana siguiente, certificó estas presencias por las cercanías de las cabañas de Joan y la mía.

Día 11
Hoy ya no tengo PH. Me toca engancharme al equipo de Joan, como acompañante. Hemos salido a las 6.00 horas. Hemos esperado a que se hiciera de día para controlar las posibles cargas de los leones a la pick-up. Hemos llegado al primer cebo (de la tercera ronda de cebos), el de las leonas enfadadas, y hemos observado que se habían comido casi toda la carne. Hemos abierto una cámara que se dispara automáticamente, y hemos visto allí fotografiados dos leones machos, uno de ellos impresionante. Seguidamente, nos hemos ido por las cercanías a observar huellas. Ni que decir tiene que TODOS íbamos armados hasta las muelas. Busca que buscarás, hasta que, de pronto, un rugido espantoso, nos ha crispado a todos. Nos hemos puesto a gritar como posesos, y los rifles a la cara. Menos de veinte metros nos separaban de la leona de marras. Sin perderle la cara, y a grito pelado, hemos ido subiendo a la caja de la pick-up. Chino chano, hemos huido como alma que lleva el diablo.
Nos ha llamado mi ex PH para explicarnos que, de viaje a Harare, mientras todavía circulaba por el interior de la concesión, ha visto pisadas grandes de león, muy cerca de donde estábamos nosotros.
De golpe, nuestro trip ha sufrido un golpe de efecto que ha supuesto un cambio de escenario radical. Nos avisan por radio-teléfono, que en la concesión Dande Norte, concesión que como ya hemos dicho, pertenece al mismo orgánico, unas leonas han atacado a una pareja de personas de un poblado y han resultado gravemente heridas. Este poblado está a escasos seis kilómetros de nuestro campamento, y en la frontera de nuestra concesión.
Hemos completado posteriormente esta información, cuando han vuelto dos de nuestros aprendices de PH, que se han tenido que hacer cargo de la situación. El caso es que un grupo de tres leonas, ha dado toda la vuelta a uno de los minipoblados que forman la zona comunal, una de ellas ha atacado a una mujer que estaba junto al fuego, quizá durmiendo, la ha cogido por la cara y se la ha llevado en la misma dirección por la que habían venido. Ciertamente la estrategia de las leonas fue premeditada. El marido, al percatarse, ha cogido leños incandescentes y se ha liado a porrazos con la leona que se llevaba a su esposa. Ha conseguido que soltara a la mujer (hermana de uno de mis pisteros), pero ambos han salido malparados. Los dos, con pérdidas sanguíneas importantes, han permanecido tirados en una cabaña, desde medianoche que sucedieron los hechos, hasta las 10.00 horas que llegaron los muchachos. La llevaron al hospital más cercano, a unos 20 kilómetros y allí los han atendido.
Con todo esto… se nos ha quitado el miedo. Una sensación de rabia e injusticia se ha apoderado de todos. No es posible que en pleno siglo XXI, los problemas vitales y de subsistencia no hayan cambiado en los últimos 4.000 años. Seguiremos hablando de este tema.
Nosotros, ajenos al drama del poblado, hemos seguido dando vueltas por los cebos, sin que haya sucedido ningún otro encuentro más ,y a las 11:00, hemos llegado al campamento. El resto del equipo se ha ido a preparar un blind y han vuelto a las 14:00 horas.
Fue entonces cuando hemos completado la primera parte de la historia del ataque a las personas. Del león-devorador-de-hombres como les llaman. Mientras uno de los aprendices se llevó a las dos personas al hospital, el otro, Sean, junto con otro aprendiz de la otra concesión, han pasado por nuestro campamento, se han llevado a mis antiguos pisteros, uno de ellos, como he dicho, hermano de la mujer accidentada, y han ido a matar ‘al león’. Dicho y hecho, después de un pisteo de más de cinco horas, han encontrado un grupo de tres leonas. Han podido sacrificar a una de ellas y… ya han matado al ‘león-devorador-de-hombres’. Obviamente, han calmado a la población y han convencido a la policía (otro problema grave), de la existencia de este peligro inminente y de la necesidad de que les haga un visado especial para que sea posible realizar el abate de estos peligrosos felinos. Explican que, si no ha firmado la policía este permiso, y les cuesta tomar esta decisión, pueden detener al PH que haya sacrificado al león.
Después del sacrificio, la policía hace un detallado informe y posteriormente, pasea el león por los poblados. La gente hace una fiesta para celebrarlo.
Los aprendices de PH, con la boca pequeña, nos dan la siguiente información: en aquella área, en 2008 tuvieron que abatir un león de este tipo. En 2009, fueron siete los devoradores de hombres que sacrificaron. Y en lo que llevamos de año, ya llevan 11 leones abatidos. Interpretan que se han ido acumulando leones en esta área abierta. Que esto ha ido en decremento de la existencia de antílopes (por razones obvias). Y que, cuando un grupo de leones aprende que es más fácil depredar perros, cabras y personas que búfalos, no hay nada a hacer. Hay que abatirlos a todos. Y calculan que por aquella área, en seis grupos, hay más de cincuenta leones…
En el campamento, dos han sido las conversaciones recurrentes. Ésta y la de preparación del blind que, ‘para esta noche’, han preparado Roy y su equipo con Alfonso. Hemos visto las fotos de la nueva cabaña, a la que sólo le falta un baño… Está situada a dos metros de altura y la han tapizado con dos colchones de espuma y una manta por encima, para poder permanecer tumbadas cuatro personas.
A las 16:00 horas, Joan me ha preguntado si quería acompañarles a la espera. Me informa que, por razones de seguridad, mi lugar está en el coche. No en el blind. Le contesto que no. Que los espero en el campamento… También me comenta que, según Roy, voy a quedar sin protección, pues el segundo aprendiz, Keith, está en el hospital controlando el estado de los heridos (¿?).
A las 17:10 horas me ha parecido oír tres disparos, los dos primeros muy seguidos. Sigo escribiendo estas notas, con una calma tensa. Pendiente de la llegada del coche. Los cocineros me han traído un aperitivo que estoy dejando temblando. Escribo, escribo… A eso de las 19:00 se oye un guirigay de gritos «¡Simba, simba!» y aparece el coche con toda la algarabía de personas crispadas, chillonas, excitadas… Y el león. Un fornido macho que dio 202 kilos (la media de peso en los machos abatidos allí, está entre los 171 y 180 kilos) y 90,2 pies de longitud. Por ser un león de sabana (y no de ‘bote’), sólo conserva la melena del pescuezo y la de debajo de la mandíbula y pecho. El resto de la melena se pierde entre los matorrales. Un soberbio felino al que hemos fotografiado con la luz del coche y la de los flashes, unas quinientas veces. Ello ha permitido que la gente se fuera calmando… Al final he podido reconstruir el lance del que voy a intentar ser lo más objetivo, y fiel a mis notas, posible.
La cabaña, está en una ribera de un río seco, en lo alto, con unas escaleras de madera de mopane para acceder a ella. El cebo, está al otro lado del río (unos 40-45 metros) y esta vez no lo han dejado colgado. Está en el suelo, aún con el peligro de que lleguen antes las hienas. Alguna pieza ya está algo descompuesta, hecho que provoca emanaciones seguramente atractivas para los felinos.
Joan cuenta que los colchones, aunque amortiguan el ruido, mueven todo el suelo cuando alguien se mueve, hecho que dificulta en sobremanera el poder centrar la mira sobre un objetivo. Los cuatro recechadores: Joan, Roy, Alfonso y Sean, el último con cámara de vídeo y Alfonso fareando, se movían constantemente.
El coche lo han dejado al cuidado de los trackers a un kilómetro del blind. Por lo visto, con esta pobre gente aterrorizada.
A las 17:30 horas, han oído ruido a sus espaldas. Les ha visitado una hiena que, dando un brinco, ha desaparecido en la sabana.
A las 17:15 horas, se ha escondido el sol. A las 18:10 horas, prácticamente sin luz, ven acercarse frontalmente tres leonas. Desde la derecha, se acercan una leona y dos crías medianas que juguetean en la arena del lecho del río. Al cabo de un momento, sin que se sepa por donde, aparece en escena un gran león y otra leona. En este momento, sobre la carne del cebo, están un gran macho y siete leones más, entre hembras y crías. Con la presencia del macho, algunas de las leonas y las crías se han retirado para que el big one se alimente. A dos leonas, más remisas, se ha cuidado de ponerlas en su sitio, el rey. Cuatro hembras podían seguir comiendo, más cerca de la cabaña, por encontrarse la carne algo más separada de la escogida por el macho. Las leonas expectantes, no se atreven ni a mirarle. Ya situados, el macho empieza a comer. Cada mordisco, implica un movimiento hacia atrás de unos 60 centímetros para arrancar la carne. Joan, coloca la mira en la paleta del león. Escoge disparar cuando el animal hinca el diente en la carne. Cuando ya le parece que puede controlar incluso el movimiento de los colchones de espuma, ¡pam! El león da un brinco, y se desplaza hacia delante (izquierda-derecha de los observadores) 15 metros. Allí cae seco. Joan pensó que ya se había acabado todo… Pero no, no fue así. Las leonas seguían allí y celosas de ‘su’ carne. Roy indica a Joan que dispare un par de veces a la arena para intentar asustarlas. Dos disparos y las hembras, en vez de huir, se excitan y se ponen más agresivas. Desde la cabaña, llaman a los pisteros para que se acerquen con el coche. Pendientes en todo momento de los movimientos de las leonas. «Si se enteran que estamos aquí, estamos fritos», comentan. Llega la pick-up y, aterrorizados, descienden de la cabaña y entran en el coche. Seis personas van en la caja y dos en la cabina. Se acercan despacio al león para cargarlo y una leona reptando, les cierra el paso. Empiezan a gritar todos y a disparar a un palmo de las patas de las leonas, intentando controlar que no salte ninguna a la caja. Gritos, disparos de rifle, de revólver y kilos de osadía, consiguen colocar el coche a la vera del león. De un salto, los tres pisteros lo cargan y, como alma que lleva el diablo, salen huyendo hasta el campamento (a escasos 600 metros), momento que se recoge unos párrafos más atrás. Obviamente, los disparos que me pareció oír, no coincidían con los que hizo el grupo.
Ya entrada la noche cenamos y… a dormir.

Día 12
Nos hemos levantado a las 9:00 horas. Hemos desayunado y después hemos valorado la posibilidad de cambiar los billetes y volver dos días antes. De hecho, el safari ya ha terminado y nos quedan todavía tres días de caza.
Hemos llamado a Madrid con el teléfono vía satélite. El mundial de fútbol de Sudáfrica ha copado todos los vuelos. Qué se le va a hacer… Aquí no hay ningún lugar para hacer turismo. Hemos intentado alquilar un barco para pasear por el río Zambeze, que está a cuatro horas de distancia por las pistas, y no es posible. No hay barcos de alquiler. Esta tarde iremos de nuevo a visitar a los hipos y a los cocodrilos…
A las 13:00 horas, ¡alarma! Avisan que en el poblado donde han herido los leones a las dos personas, esta noche han entrado de nuevo los leones y se han comido los cuatro perros que tenían. Otra vez hemos entrado en la vorágine del horror. Los dos aprendices, se han pertrechado y han ido a por los leones…  Era obvio que tenía que suceder.
Esta tarde, hemos ido al río Angua, en la zona que sirve de frontera con Chevore. Una decena de rinocerontes y una treintena de cocodrilos, han posado para nosotros. Les hemos hecho fotos desde todos los ángulos y posiciones. En el viaje de ida, hemos visto dos elefantes. Uno de ellos muy grande. Hemos visto, además, dos grandes facos, una manada de impalas, una hembra de kudu… Hemos tenido oportunidad de asistir al espectáculo de una relajante puesta de sol.
A la vuelta, ya bastante oscuro, hemos avistado una hembra de bushbuck, más impalas y una liebre.
Por la noche, ya en el campamento, nos encontramos con los aprendices que fueron a cazar leones. Desafortunadamente no tuvieron éxito.

Día 13
Cuando nos hemos levantado, el campamento andaba revuelto. Han informado por radioteléfono que el grupo de leonas, se ha comido dos perros más, precisamente del poblado donde estuvimos viendo el partido España-Paraguay.
Roy anda a la greña con los policías que tienen que autorizar la batida de leonas. De momento no han hecho la documentación y se resisten con la excusa de que sólo han comido perros… Los aprendices están preparados para salir en cuanto Roy se lo diga. Esta noche vuelve a jugar el equipo español, otra eliminatoria. No están las cosas para ir allí…
Nosotros, con Roy, hemos paseado por las montañas del sur de la concesión. Hemos hecho fotos del valle del Zambeze. A la vuelta hemos visto un gran kudu protegido por una pléyade de hembras.
Por la tarde hemos arreglado el rollo de los pagos pendientes y de las propinas. A la pregunta sobre las cantidades habituales de las propinas, el PH ha hecho unas propuestas delirantes… Sugiere que les demos una propina de 140 US$/día a cada uno de los pisteros, en un país en el que un médico cobra un salario de seis US$ ¡al mes! Obviamente hemos hecho lo que hemos creído oportuno. Pienso que con muchísima generosidad.
Cuando estaba por ponerse el sol, nos han citado para una salida. Hemos ido a un escaso kilómetro del campamento. Allí habían encendido una lumbre, habían preparado canapés e ingredientes para preparar GT’s y hemos disfrutado de una excelente puesta de sol. Ha sido una especie de despedida.
A las 19:00 horas hemos cenado. Mientras, ha empezado a sonar de nuevo el radioteléfono. Una gran manada de búfalos había entrado en la zona de poblados y, de nuevo, otro grupo de leones con ellos.
Después de discutir con las autoridades y haber puntualizado acuerdos, aún sin documentos, el PH ha decidido salir con los dos ayudantes, un solo coche, tres rifles y un faro, ‘a matar leones’.
Han llegado de madrugada. Nos han contado que han dejado el coche en el poblado del fútbol, han utilizado como reclamo un aparato que reproduce el gemido de un búfalo joven. Se les han plantificado delante cinco hembras de león. Han disparado todos, y sólo han abatido a una. Afortunadamente, las otras se fueron. La leona muerta, ha caído en el lugar que vimos el partido de fútbol.
Hemos comentado el estado anímico de estas pobres personas. Mientras el mundo entero se preocupa por los resultados de unos partidos de fútbol, allí se debate la nula seguridad de unas gentes que, además, ni se atreven a envenenar a los animales que les quitan la vida, por miedo a las represalias de la autoridad. Está claro que hay que erradicar estos animales. Por muy atractivos que sean para el turismo. La convivencia de personas con leones es una atrocidad.

Día 14 y último
Justo terminamos de desayunar y ya cantan por el radioteléfono, que un grupo de leones se está paseando por los poblados. La gente corre en todas direcciones. Ya es la hora de ir al colegio y, sin ningún sistema de alarma ni de comunicación, los niños van a venir de todas direcciones al cole. Cuentan que se han paseado los leones por el mercadillo (único que hay por estos contornos) y se han emboscado en unos matorrales un poco más densos, a escasos 200 metros de la escuela.
Roy, nuestro anfitrión, nos pidió ayer permiso para irse antes. Por lo visto tiene mañana un safari con otros clientes, a catorce horas de coche. Si no se iba hoy, tendría que conducir de noche.
Nuestros anfitriones ahora, los dos aprendices, no saben qué hacer. Han rehusado absolutamente nuestra ayuda y, con dos pisteros y un coche, han ido a por los leones. Nosotros nos hemos quedado compungidos y con aquella p… sensación de qué hay un gravísimo conflicto social y no puedes mover un dedo para solucionarlo.
Han llegado a las 13:50. Derrotados. Explican que los leones esta noche se han cargado dos perros más y dos cabras. Han acudido a la zona de matorrales que les ha indicado la gente, y una leona les ha cargado. No han podido disparar, porque por detrás había gente. Luego, tres leonas han salido de los matorrales despacio, y tampoco han podido disparar, porque veían detrás a la fila de niños que salían de la escuela. La desgracia está a punto de producirse.
Sean y Keith han cargado de carne y contenido gástrico de búfalo, para poner cebos. Dicen que, la más peligrosa, es la leona grande. Que va siempre acompañada de dos crías grandonas que, como la madre, hay que sacrificar. Estos leones ya han aprendido que es más fácil comer carne humana y de animales domésticos que carne de búfalo… 
Saldrán de nuevo en la madrugada.

Día del adiós
Nos hemos levantado pronto. A las 9:00 horas nos recoge una avioneta para llevarnos a Harare, y de aquí a Johannesburgo en Sudáfrica. Desde Johannesbourgo a París y de París a Barcelona Joan y yo, y a Madrid, Alfonso.
Son las 11:00 horas y no hay avioneta. Radioteléfono arriba y abajo. Nuestro acompañante, no pierde la calma (¿?). Nos cuentan que hay retrasos en los vuelos y que por esto aún no viene la avioneta. El motivo, cuentan, es que el espacio aéreo de Johannesburgo está ocupado por la afluencia de gente a la final del mundial de fútbol y derivan a Harare los vuelos. «¿A mil kilómetros? ¡Vaya tontería!», decimos.
A las 11:15 horas, llega la avioneta. Sin excusas. Nos despedimos de Sean y de Keith. África se va quedando cada vez más lejos… También los problemas. Por correo electrónico, nos contarán las desventuras de esta pobre gente. Insólito, ¿verdad?

 

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