África

100 Elefantes 100: Colocación del tiro (III)


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Por José García Escorial / Safari Haedlands

Fotografías por gentileza de Editorial Solitario, del libro El tiro perfecto (Perfect Shoot) de Catherine Phillips.

En este aspecto, el de la correcta ubicación de los disparos en los elefantes, hay un mayor acuerdo general que en el tema de juzgar el peso de los colmillos. Pero el mayor problema es definirlo de modo adecuado y que todo cazador de elefantes sin experiencia lo pueda entender. A mi los libros de Kevin Robertson –el del Tiro perfecto– me parecen magníficos, y sus diagramas, expuestos en un disco, se los pongo, al inicio de cada safari de elefantes junto con otros videos, a los cazadores. Coincidí con Kevin en una cacería de locales en Sudáfrica y, mientras todo el mundo echaba una larga cabezada al mediodía después de comer, estuvimos mano a mano charlando un par de horas. Yo le alababa su trabajo, pero le criticaba su falta de definición en los tiros frontales al cerebro de los elefantes. Él estuvo de acuerdo conmigo, ya que el asunto es de difícil definición, y cuasi inútil precisión, en el modo y manera infalible.

Tiros al cuerpo
Después de todo lo anterior, voy a poner mi granito de arena en este tema tan escabroso empezando por lo fácil, como lo son los tiros al cuerpo. La dispersión corazón, pulmones, hígado de un elefante es enorme, y muy difícil de no acertar con los disparos habituales, como mucho a 20 metros. Es una elección más que aconsejable para ejemplares solitarios en sabana de escasa vegetación, donde, además, repetir un segundo disparo es factible (por favor, dejad los apoyos en estos tiros, los palos, bípodes o trípodes. Serán un incordio para los segundos tiros, y además no son necesarios para tirar a un blanco de tres metros cuadrados a 20 metros de distancia). La mejor definición es la que da Tony Sánchez Ariño en su veterano libro Marfil: «Con el elefante en reposo seguir apuntando por el centro de la pata hasta el cruce de una línea con el extremo de la oreja, también en reposo. Este disparo, o incluso un poco más alto, nos permitirá cobrar rápidamente nuestro trofeo sin mayores angustias. Hasta la fecha todos los elefantes cazados en mi presencia se han cobrado. Que hayan superado los 300 metros de donde se efectuó el disparo apenas media docena, jamás se me fue un elefante herido al parque o a la concesión cercana; éste es un dato del que muy pocas personas que hayan cazado muchos elefantes pueden presumir, de verdad que para mi significaría un baldón en mi historial la perdida de un elefante herido y en alguna ocasión he estado muy cerca, por error, de que ocurriera, pero al final no ha pasado. Casi todos los cazadores tirando a la dispersión corazón, pulmones, hígado han sido eficaces, tan sólo hubo uno que, con toda seguridad, se puso muy nervioso, no lo tocó, lo falló limpiamente por arriba. Por supuesto que el autor desconoce esto y está más que orgulloso del lance de ese elefante y como lo resolvió. La Omertá, la ley del silencio de la mafia siciliana, es necesaria aplicarla de vez en cuando en la caza».
El resto de disparos al cuerpo suelen ser salvas de huida para hacer ruido y de poca efectividad, pero nunca primeros tiros. El elefante cojo no puede andar por lo que,  si le quebramos el hueso de la cadera, le partimos el fémur o la rodilla, se queda anclado, sin poder avanzar. Claro que he visto elefantes paralizados por estos tiros y también a la columna, pero han sido en muy pocas ocasiones. He tenido un cazador que ha anclado a dos elefantes con segundos tiros dirigidos, a propósito, a las rodillas con acierto. A mí me parece malgastar oportunidades, pero a ver quien le quita la razón a mi amigo después de acertar dos veces. Espero convencerle para que no continúe con estos segundos tiros tan especiales. He visto en los libros  dibujado un tiro a la nuca, por detrás, en elefante vivo de pie. He utilizado este tiro en repetidas veces, pero siempre como tiro de gracia nunca como primer tiro. Para poder hacerlo habría que ponerse en una posición elevada que dominara la nuca, y  el blanco es pequeño, por lo que me parece en suma arriesgado. Conozco historias de un cazador profesional que recomendaba tiros de frente, al pecho, a sus clientes. Tenía muy mala fama porque cada año al menos un par de clientes, que seguían sus consejos, se quedaban sin cobrar sus elefantes heridos con tiros al pecho. Tirar al pecho a cualquier animal comporta un riesgo de herida no mortal a poco que se nos desvíe el tiro y no alcance a las grandes vísceras.

Conocer el cráneo del elefante
A mí me gustaría que cada cazador, antes de salir de caza para su primer safari, tuviera la oportunidad de contemplar un cráneo de elefante y pudiera apreciar su estructura, sus laminas interiores, los conductos que, lateralmente a través del agujero del oído o frontalmente debajo del hueso de la nariz, llegan al cerebro, que son los caminos de penetración de una bala que se desea que sea mortal. Podrían apreciar la gran dificultad para que esto ocurra. Muchos cazadores no desean realizarlos, por la dificultad que conllevan los tiros a la cabeza de los elefantes, pero las circunstancias mandan y en muchas veces son obligados. Por eso deberían saber antes de salir de caza como se efectúan. En mis sesiones previas a la cacería, con videos que llevo en el ordenador portátil, intento dar una lección magistral, pero o soy mal maestro o los estudiantes no me hacen caso (es el mismo sentimiento que tengo cuando explico en Canadá a donde se debe disparar a un oso) dado el descorazonador resultado que obtengo, lo que no me impide repetir la lección una y otra vez. Pero existen alumnos aventajados. Recuerdo a uno que se estudió a la perfección el tiro lateral al cerebro, pretendía conseguir su elefante de un único disparo limpio a esta zona, sin intervención de nadie más. Una mañana descubrimos un elefante de tiro para el. Llamamos por radio y llegó con su equipo; alcanzamos al elefante, nos metimos en su terreno, y éste se dio la vuelta presentando su cabeza. Pretendía, el animal, avanzar hacia nosotros, pero no podía ya que se lo impedía un gran tronco de árbol derribado en el suelo. No disparaba, y la distancia era inferior a 10 metros. Al final, el profesional le movió el dedo que apretaba al guardamonte en vez de al gatillo, al fin disparó al elefante y éste salió corriendo a todo meter. Allí todos tiraron con sus armas del habitual modo inútil… menos yo que me fui corriendo al elefante con la fortuna de poder verle, disparar y que la bala le diera en la columna paralizándole. Llegó el grupo al elefante y se dispararon los tiros de gracia; al poco rato aparecí, el cazador estaba encantado con su elefante y hasta me dio las gracias ya que yo era el único que no había disparado a su trofeo. La realidad es que, sin mi tiro de fortuna, jamás se hubiera cobrado ese animal sin que llevara ningún tiro, ni mínimamente mortal, ya que el primero al cerebro estaba muy mal colocado y del resto, lo dicho, ‘Fallas de Valencia’ con mucho ruido y poco más.
El blanco del tiro lateral al cerebro es del tamaño y forma de la de un balón de rugby, se llega al cerebro a través del conducto auditivo de modo limpio, pero las balas que usamos de gran penetración también se abren paso por los huesos más débiles que rodean este agujero del oído, llegando también a impactar en el cerebro. Hay que reseñar que los tiros al cerebro son o todo o nada, es decir, le das al cerebro y provocas la muerte instantánea o no pasa nada, no hay premio de aproximación como en la lotería, o números vecinos como en la ruleta, en este juego sólo se gana o se pierde. Hay muchos elefantes con balas alojadas en el cráneo sin que su portador tenga ni siquiera una pequeña cefalea. He encontrado algunos y también he cobrado elefantes con balas en los colmillos. En alguna ocasión los colmillos estaban podridos, faltándole grandes planchas de marfil. Supongo que estos elefantes habrían sufrido una barbaridad durante muchos años, hasta que tuvimos la fortuna de encontrarlos y poner fin a sus penas. Encontré una bala alojada en un colmillo de un calibre 30, de todos modos insuficiente para elefantes aunque hubiera estado bien apuntado, creímos que se debía más a la irresponsable acción de un guarda del estado que a una actuación furtiva. A veces, estos funcionarios disparan a donde sea a los animales –’PAC’,Problem Animal Control– acuciados por los indígenas para que hagan algo que les evite las molestias de los paquidermos en sus cosechas y en sus bienes; tal vez la bala fuera del popular .30/06.
Los elefantes, en estado de reposo, no tienen los ojos al mismo nivel paralelo al suelo que el oído, como lo tienen los humanos que vamos en posición erguida, se pueden decir que miran hacia abajo. Aunque en esos inútiles, ‘consejos inútiles’, que me empeño en recomendar, hago hincapié en esta circunstancia, sigue habiendo cazadores que hacen un tiro limpio a la mandíbula, con el resultado de llevarse la desgastada muela del pobre animal, pero sin nada más. Recuerdo a un amigo mío, buen tirador y además dentista, que tiró un enorme elefante a este punto, a la mandíbula. Como bien se ve en el video, un afortunado disparo le caló un pulmón y lo cobramos sin problema. En una reciente ocasión, tanto el cazador como el profesional se empeñaron en realizar este singular tiro. Cuando cobramos el elefante, un poco enfadado, les mostré el indecente impacto de sus dos tiros. La razón, con seguridad debida a los nervios, es que en vez de subir el punto de mira hacia el agujero del oído, mueven el rifle en paralelo al terreno desde el ojo, y tiran bajo, tal vez un metro por debajo. El correcto tiro a ese hipotético balón de rugby, por la forma y tamaño del cerebro, repetimos, es trazando en el cráneo una línea hacia arriba, partiendo del ojo, que vaya a la visible glándula que supura, y desde esta cinco dedos arriba y un palmo a la derecha o a la izquierda dependiendo del flanco desde donde se apunte. Es mejor fallar siendo generoso en el palmo, ya que podríamos hasta llegar a realizar un disparo al cuello que también paralizará al animal. Si alcanzamos el cerebro, el animal levantará la trompa, como despidiéndose del mundo, y se derrumbará, quedando inmóvil; si se mueve será necesario realizar un rápido disparo en dirección al corazón o por detrás, a la nuca, si es accesible. Pase lo que pase, es mejor quedar en prevengan hasta que el profesional, nos manifieste la muerte de nuestra presa. Sabido es que el rabo es el símbolo de posesión de un elefante. Históricamente ha habido unos pocos elefantes deambulando por África sin rabo. Sus confiados captores se llevaron un gran chasco cuando volvieron al lugar en el que había caído su trofeo encontrando que este se había evaporado para siempre. Muchos de los calibres que utilizamos tienen la posibilidad de dejar KO a un elefante, pero pasado el sock del impacto, se levantan como si se tratara de un calentón de agujas para perderse para siempre jamás. En la caza deportiva actual no conozco ningún caso de elefante al que se haya cortado el rabo y se haya perdido, los cazadores no necesitan hacer esa economía de balas de los gloriosos tiempos de los legendarios cazadores de marfil. 
 
Elefantes dormidos…
Uno de las anécdotas más curiosas que he tenido el privilegio de ser protagonista, y de la que me acuerdo con especial deleitación fue cuando, en compañía de mi hijo, disparé con éxito a un elefante durmiendo en el suelo, y que en más de una ocasión he relatado. Cazábamos en Mozambique, en la provincia de Tete, con el campamento sobre el lago Cabora Basa. Era mi tercer safari allí, la zona daba grandes elefantes pero no era fácil cazarlos, dada su escasez, y su timidez por la asfixiante presencia y presión humana. En esa ocasión disponía de dos licencias, me acompañaba mi hijo, que también conocía el área de caza, y el manager del campamento, un gran chico, buen cazador, pero que no había estado  cazando elefantes en su vida, de todos modos el equipo de pisteros era muy bueno, y ya había estado conmigo tanto en Mozambique como en otros países. Una mañana temprano seguimos una buena y desgastada huella de un elefante solitario. Tal vez en un par de horas después  llegamos al elefante, que estaba durmiendo apoyado en un árbol. Era un ejemplar viejo, cuerpo grande, sin pelos en la cola, pero consideré que andaría por las 50 libras y dije de retirarnos pasando mi express a uno de los ayudantes. Pero, al dar la espalda al elefante, éste se movió y, para mi enorme sorpresa, se echó a dormir en el suelo. He visto en mi vida muchas camas de elefantes vacías. Una vez, en Chirisa (Zimbabwe), chequeando elefantes para cazadores, llegué a un grupo de cinco elefantes durmiendo en el suelo; roncaban de una manera ruidosa y apenas pudimos contener las ganas de reír ante el concierto elefantil. Los dejamos tan ricamente durmiendo sin que se despertaran para llamar por radio, ya que había un ejemplar muy bueno para esa zona. Cuando vi a ese elefante en Mozambique, durmiendo en la tierra sin roncar, acostado sobre su lado derecho y con la trompa extendida sobre el suelo en toda su longitud, paré la marcha, mi hijo que me conocía sobresaltado me dijo: «No creo que estés pensando en dispararle, acabas de decir que no te interesaba». Le expliqué que jamás ni había leído ni oído que nadie hubiera tirado un elefante durmiendo en el suelo. Además, teníamos dos licencias, y 50 libras es un elefante aparente. Mi hijo protestó todo lo que quiso y más, ya que era muy critico conmigo en todo lo referente a la caza a pesar de tener poco más de 20 años, fue mi mejor compañero de caza y nunca será superado. Le dije lo que quería hacer y le coloqué en un costado del elefante, para que si éste se levantaba a mi tiro, le disparara al corazón. Me acerqué de frente a la cabeza, calculando con las miras abiertas del express .416 Rigby la correcta colocación del inédito tiro, me puse a unos 15 metros, para poder apuntar a donde yo quería para que la bala fuera recta al cerebro. Tenía que doblar la cabeza y alinear las miras, bueno, un lío, pero ya estaba metido en el jaleo, y encima mi critico hijo de malhumorado testigo. Ante mi sorpresa, el animal, cuando disparé, no se movió en absoluto, ni emitió sonido alguno, pasó del sueño a la muerte sin paréntesis de conciencia. Escribiendo esto levanto la vista y contemplo con nostalgia sus colmillos de 50 libras y exactamente gemelos, reconociendo que tuve mucha fortuna por realizar un innovador tiro inaudito con éxito, pero ya dije con anterioridad que me ha gustado, a lo largo de mi vida de cazador, realizar esas ‘proezas’ con tiros de fantasía y me han salido, más de alguno, portentosos, combinando una gran parte de suerte, con un poco de audacia y un menos de habilidad y, sobre todo, sin intentar repetirlos por no poner de nuevo a mi baraka en un compromiso.

Tiro frontal al cerebro, un problema
Bueno, ahora toca lo del tiro frontal al cerebro. Tal vez me gustaría relatar una nueva anécdota, y obviar este punto, para seguir criticando a Robertson y a otros autores por su falta de definición. Técnicamente el tiro frontal al cerebro se ha de realizar en el punto intermedio de una línea entre los ojos del elefante y apuntando a la segunda arruga de la trompa. Ya está dicho, pasemos de capitulo, no puede ser, me dicen mis colaboradores, que me moje. Pero, protesto, si esto es más complicado que la teoría de la relatividad, ya que depende del tamaño del elefante (al tremendo elefante del Museo de Bulawayo tal vez hubiera que apuntarle a la tercer arruga dada su enorme altura), de la distancia a la que nos encontremos –no es lo mismo 15 pasos que 40–, del plano relativo –no da igual que disparemos desde lo alto de un termitero o que el elefante esté por encima nuestro–, y si el tirador mide 1,60 m, no es comparable si es que tiene 1,90 m. Son muchas las variantes a considerar, tantas que considero que acertar de pleno es más una cuestión de fortuna que de habilidad. Por supuesto, Karamojo Bell, con su siete milímetros, subido a una escalera, tenía sistematizado su disparo lateral al agujero del oído. Y con ese calibre, casi de juguete para cazar elefantes, ha quedado para la historia como el más preciso cazador de elefantes que haya  existido. Pero yo estoy escribiendo para cazadores que no van a tener la fortuna de cazar docenas de elefantes, la mayoría de los que puedan uno, o acaso dos, en su vida. Tan sólo he visto dos cazadores que con tiro frontal acabaran con su pieza sin necesidad de tiros posteriores. Muchos han producido un derribo, pero más por la acción de un rifle parador que por la exactitud del impacto en el cerebro del animal. Me gustaría definir mejor este tiro, pero lo considero de imposible definición. Tal vez la mejor sentencia es la que hizo un veterano cazador profesional a otro profesional y a mí cazando elefantes de daños, afirmó que «Habíamos tirado como perros». Aún recuerdo como a la luz del foco se veía el polvo del impacto en las frentes de los elefantes repetidas veces antes de acertar en el cerebro. En muchas ocasiones te metes tanto en el terreno del elefante que, a pesar del silencio o del aire a favor, el animal se revuelve inquieto, has traspasado su zona de alerta, estás dentro de su perímetro de huida, se gira en redondo para mirarte con esos ojos miopes, ha pasado de estar a 20 metros a estar tan sólo a 10, y es la última oportunidad tienes de levantar tu arma y alojar entre los ojos un gran disparo que lo derribe y si no la mata que lo aturda lo suficiente para un último y definitivo tiro de remate.

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