Safari, expedición, excursión, viaje, todos son sinónimos de desplazamiento. Lo habitual es emprender los viajes con alegría y una pequeña incertidumbre sobre si, al final, nuestras expectativas se cumplirán, ya que está en juego nuestro tiempo libre, nuestro dinero y muchas de las ilusiones que nos hemos forjado durante, acaso, años.
Por José García Escorial / [email protected]
Bajo mi punto de vista esta trilogía –tiempo, dinero e ilusión– es la que más se conjuga cuando salimos a cazar fuera de nuestro entorno geográfico, casi siempre a varios miles de kilometros de nuestra residencia cotidiana.
Pero, a riesgo de perder nuestro tiempo, dinero e ilusión no debemos estar a la defensiva desde que llegamos a nuestro destino. Para bien o para mal, las cartas están echadas y, si no nos gusta nuestro gordinflón y mal aseado cazador, si el alojamiento ni siquiera se parece al pretendido y si el frío intenso o el calor tórrido no estaba en nuestro planes previos… lo que que creo que no se debe hacer es poner una cara de vinagre descompuesto ante todos y ante todo. Mejor es renunciar desde el principio, no deshacer ni siquiera la maleta y volverse al día siguiente al domicilio de cada uno.
La actividad cinegética es una actividad felicitaria –ya la definió Ortega– y, para muchos autores –como el entretenido y prolífico Covarsí– es una manifestación de alegría vital. «Estar siempre alegres, para hacer felices a los demás» era una máxima religiosa de los años sesenta que debería ser una divisa en la caza, me da igual que sea en Montes de Toledo, en el Selous, que en la cordillera del Himalaya.
Es muy común, para definir una jornada de caza, manifestar que lo has pasado muy bien, sin entrar a detallar los logros venatorios de ese día. Pasarlo bien, actividad felcitaria orteguiana, por tanto, sin referirse a lo cazado, oído, fallado o visto.
De siempre he procurado crear un ambiente agradable y festivo en los muchos safaris que he tenido la oportunidad de compartir. Crear una atmósfera divertida con los que nos rodean, da igual que sean pisteros, conductores o guardas de caza del estado. Desde el primer día, intentar recordar su nombre, dirigirse a ellos, darles importancia, bromear si llega el caso, lleva casi siempre a un mejor resultado; el equipo se compenetra, empuja en una misma dirección y lo lógico es que de sus frutos.
Por supuesto, el campo sólo da lo que tiene; lo de pedir peras al olmo es factible, pero nada práctico. A poca experiencia que uno tenga en dirigir safaris africanos, en un par de días, a lo sumo tres, en una zona de caza desconocida, se tiene una idea aproximada a la realidad sobre lo que pueda dar de sí. Los grandes mamíferos no vuelan y, por fuerza, tienen que dejar constancia de su presencia; si no hay rastros impresos en el suelo ni cacas a la vista, difícilmente habrá abundancia de una especie.
Luego está el componente de fortuna, la del ruso de turno que consiguió un elefante de cien libras después de 14 días de caza monográfica de elefantes en los que no vieron nada, ni siquiera huellas. Chapeau por el tovarich, por aguantar 14 días sin ver nada… eso es tener fe y paciencia. Pero apenas me creo que un batueco aguante esas condiciones impertérrito durante dos semanas; yo todavía no conozco a ninguno que lo haya hecho.
Recuerdo un amigo mío que acudió en dos ocasiones, no a través nuestro, a cazar elefantes grandes a un sitio en el que la media apenas superaba las 35 libras. El precio pagado por su ‘no elefante’, en dos ocasiones, le hubiera sobrado para cazar un elefante grande en la más renombrada zona de caza africana. Aunque también se produce el efecto contrario, que de casualidad se mate un trofeo fuera de serie, por ejemplo, un elefante de 80 o 90 libras, que desate el ansia del resto de cazadores y que se nieguen a cazar muy buenos elefantes de 60 o 70, esperando que a todo el mundo le toque el premio gordo de la lotería a la vez, y jugando con distintos números, un puro dislate que he tenido que sufrir en más de una ocasión, que ha creado un mal ambiente y, al final, un fracaso, a pesar de mi insistencia.
Levantarse por la mañana, sonreír, interesarte por el resto de personas, comentar lo cerca que estuvo el león rondando, y decir, en voz alta, que va ser un día fantástico, lleno de esperanza en un gran resultado, es una optimista receta.
Trofeos
Todo lo que tenemos en nuestra sala de trofeos tiene su historia y su importancia. Muchas veces no son los mejores trofeos los que nos traen mejores recuerdos. Mi amigo Antonio cazó un elefante de 80 libras en su primer día de caza. Por la mañana, antes de salir, le dije que hiciera buenas fotos… estaba seguro de que conseguiría su elefante en esa primera mañana; años después, cazó un elefante de más de 50 libras conmigo, tras andar 24 kilometros. Estoy seguro de que a este elefante le da más importancia que al grande de 80.
Pero lo importante es que esos trofeos sean nuestros. Unas de las mayores decepciones que me llevé fue hace muchos años, con menor experiencia en el trato con cazadores. Un cazador me trajo sus fotos alabando hasta el éxtasis a su profesional y el abultado resultado de la cacería. Cuando llegaron sus trofeos, uno en particular dio menor puntuación de la que le dieron en origen; en su nueva visita se dedicó a despotricar de su profesional.
Cuando decidimos apretar el gatillo, para bien o para mal, ése será nuestro trofeo. Si el guía de caza nos aconsejó de modo eficaz, hemos sido nosotros los que hemos tomado la determinación de abatir a ese animal en concreto. Y es mejor para nuestra salud mental y cinegética que nos hagamos responsables de nuestros actos, y no actuar como el niño maligno que siempre dice que desde el colegio hasta su entorno familiar le tienen manía, y esa es la causa de su corto desarrollo intelectual, nunca la culpa es suya.
No se debe despreciar un trofeo, todos tienen su explicación. Era la última oportunidad, no vimos nunca otro, me permitió avanzar en el resultado, fue un rececho magnífico, era un animal con una tara, herida o circunstancia que le hacía imposible la existencia, o fue producto de un error… Recuerdo una batida en Sudáfrica. Me pusieron en mi sitio y el granjero me dijo que podía disparar a todo menos a los bonteboks porque tenía pocos. Se empezó a mover la caza y, a una enorme distancia, veo a un bleshbuck; me apoyo en un aloe, le subo el tiro por encima de la cruz y disparo. Para mi sorpresa me quedo con él, aunque poco duró la alegría: llegó el granjero, me echó una bronca y me dijo el precio que tenía que pagar por mi bontebok, el único que he cazado de esa especie.
Las propinas
Tema vidrioso, poco agradable e imposible de regular con exactitud. Muchas personas me preguntan antes de emprender su viaje y yo se lo digo. En todos los programas de caza en el mundo, en el capítulo de conceptos no incluidos en el precio figuran las propinas al guía o profesional de caza, su equipo y servicio, en su caso.
Estamos de acuerdo que la propina es un acto voluntario, en España siempre se la dejamos al camarero, con la excepción de que nos arruine nuestro mejor traje al derramarnos todo el contenido de la sopera. A no ser que algo grave ocurra, todos esperan que, al final, se tenga un detalle. No hace falta irnos muy lejos. El guarda de la finca o el oficial de fauna de cualquier autonomía, esperan, al final, una retribución por nuestra parte. Es una costumbre tan arraigada que, en nuestra escuela de caza en África, les indico a los padres que den una pequeña cantidad a sus hijos para que éstos personalmente se la entreguen a sus guías o al servicio. Muchos padres me dicen que prefieren que el precio sea superior e incluya la propina, pero yo considero que, dentro de las enseñanzas que se imparten en nuestro campus de caza, es mejor que los estudiantes tomen conciencia de que en la caza se debe dejar siempre una propina. Es un error garrafal preguntar al interesado cuánto quiere de propina; si se lo preguntamos al camarero, seguro que nos diría que cuando estuvo el Onassis de turno le dejó mil euros y sólo le sirvió un café.
En África, una propina tipo en un safari de antílopes sería del orden, en total, de 500 dólares/euros. Para un safari con algún grande, el doble, y para un safari grande, de gatos o de elefantes, tres veces más que la primera cantidad. No es una propina extraordinaria, simplemente está bien. Al equipo o al servicio se le da antes de abandonar el campamento. En algunas partes tienen un libro de propinas, en el que se escribe el total de personas del campamento y a cada uno se le pone la cantidad que se desea dar; es más cómodo que tener billetes sueltos y dárselos a cada uno, y así se evita que un profesional se aproveche de la situación –también sirve para cotillear lo que dan otros cazadores y ser una fuente de información–.
Al profesional hay que dársela en el último momento; si nos acompaña al aeropuerto, antes de pasar por el escáner de entrada a la zona reservada a pasajeros, y si se hace la entrega en un sobre, pues más confidencial aún. Todo menos que, estentóreo, compruebe la cantidad y haga un mohín de disgusto si la cantidad le parece inferior a sus méritos; todos nos queremos mucho a nosotros mismos y siempre pensamos que nuestra actividad está mal remunerada. Pero lo que es de coña es comentarle al profesional sobre su parecer: al 99 % nos dirá lo que le dio el Onassis y sólo por un día de cacería.
Otra modalidad es que te dejen en la mesilla de noche una sugerencia de propinas. Suele ser como un ‘impuesto revolucionario’; si se suma el importe, es superior al precio del safari e incluye, no sólo al personal de oficina, sino a una abuela lejana que de vez en cuando pasa por allí para hacer un pastel que no hemos tenido opción de catar.
Se podía llegar a establecer hasta un tanto por ciento en el importe de la propina, pero nunca tendría sentido que nos quisieran cargar la propina sobre licencia, IVA y las abultadas tasas de abate. Porque, ¿qué mérito puede tener la cocinera para que se lleve la parte alícuota del 10% del coste de licencia y tasa de abate del gobierno, que suman 15.000 dólares y que serían 1.500 de propina a repartir?
Lo más esperpéntico que puedo recordar son las sugeridas en un papel que me quisieron entregar. Por un descuido, malicioso e intencionado, dejaron el documento a mi alcance y el total de la propina, por siete días, sobrepasaba los 10.000 dólares, y el profesional local se había adjudicado la bonita cifra de 6.000, que, además, no es que no fuera un lumbrera, sino que pasaba un poco de todo aquello. En Tanzania con los grandes grupos de búfalo recojo una propina de cantidad fija de cada cazador y el último día la reparto junto con todos los regalos que he ido recogiendo de todos los cazadores asistentes, para el campamento al completo. Es como el día de Reyes Magos. Todos, hasta el más humilde, se lleva algo y una gratificación en metálico.
El personal del campamento tiene su categoría y de acuerdo con ella va acorde su propina. El cocinero está en primer lugar, luego camarero, pisteros, jefe de skinners, conductores… En un escalón más bajo el tent boy, los de la lavandería, los ayudantes de skinners, los mecánicos, los que hacen el fuego y, en último lugar, los leñadores y los aguadores. Igual que hago distinciones en la cantidad por las categorías del personal auxiliar, también lo hago con los profesionales.
Hogson, desaparecido por una carga de elefantes, se me enfrentó un día diciendo que todos los profesionales tenían la misma categoría. Puede ser que laboral sí, pero no por la dedicación y consecuentes resultados. Le contesté, poniendo fin a la discusión, que he pagado en ocasiones hasta cuatro veces más de propina a los profesionales que se parten el pecho y, además, con resultados evidentes, que a los cuasi funcionarios, indolentes, que dejan pasar los días sin bajarse del coche, excepto para hacer sus necesidades.
Los guardas de caza oficiales del gobierno, game scouts, son policías impuestos por las autoridades de fauna para cumplir con la legislación del pais. No les incluyo en el apartado de propinas, aunque en muchas ocasiones se llevan cantidades astronómicas cuando hacen la vista gorda. En otras ocasiones, si trabajan como uno más del equipo y se lo curran, los pongo en el capítulo de personal a gratificar, pero por excepción, no por norma.
Recuerdo game scouts que me las han hecho pasar canutas por su inflexibilidad en la aplicación de la ley. El extremo lo tuve con uno que tuve la desgracia de tenerlo durante un mes entero. No sólo aplicaba dicha ley en stricto sensu, sino que intentaba poner sus propias normas aún más restrictivas que las legales. No tenía éxito, pero era una batalla diaria. El día de las propinas se llevó un regalo como todos, pero de dinero nada; en plan dramático se derrumbó como con un ataque cardiaco; no le hice ni caso.
Tuve un caso desagradable cuando, en público, un cazador dijo que yo entraba en el reparto que se entregaba a algunos game scouts por ser permisivos en el cumplimiento de la ley. Como la ofensa fue en público, también ante la misma concurrencia le recordé la pésima reputación de su ascendiente materno; quizá me pasé, lo reconozco, pero me salió del alma.
Un caso curioso fue el de un game scout que permitió que se recogiera una punta rota de un colmillo de marfil. El cazador le dio una propina, pero el último día me llamó a capítulo y me exigió que le pidiera más dinero. Hay que ser, en muchos casos, inflexible y poner el tope alto; en caso contrario, la ambición no tiene límites.
Sobre los profesionales, su forma física, su indumentaria…
A un profesional le dejaron herido un elefante. Al tercer día volvió con el rabo, después de dos días sin tener noticias suyas. Yo seguí las incidencias a través de la radio y el jefe de la compañía no estaba preocupado por su profesional, porque conocía su forma física fuera de serie. Por desgracia, hay mucho profesional en África, no sólo pasado de peso, sino con obesidad mórbida, que nos hace sentirnos a los demás como si fuéramos Nadal.
Pero no es sólo su condición física, sino su aspecto exterior, tan descuidado que muchos van peor vestidos que sus pisteros, como nos muestran las fotos. No es que pretenda que se vistieran como Clark Gable en Mogambo, o como Stewart Gtranger en Las Minas del Rey Salomón, pero muchas compañías de safaris deberían tener una norma de régimen interior que cuidara de la adecuada indumentaria de sus profesionales. Una especie de uniforme, ojalá, y que dejaran de ir de beach boys dispuestos a coger su tabla de surf. Los futbolistas, los golfistas, los bomberos… todos los oficios, en general, van vestidos de una manera similar para practicar su actividad… Creo que se debiera exigir a los profesionales una indumentaria ad hoc con su trabajo.
Por supuesto, que yo voy vestido de una manera distinta si estoy cazando en África, en Canadá o monteando o de perdices en ojeo en España, todo es caza, pero guardar una mínima forma es importante y estético. Cuando un cazador sale por la mañana limpio y planchado, y mira a su profesional, modelo Obelix, con un pantalón corto hecho jirones, de color indefinido, y una camiseta del Pato Donald, calzado con unas sandalias de la época prerromana… no sé qué pensará, pero que no le gusta… seguro.
Transporte de armas: Iberia
Nos quedamos sin el vuelo de Iberia a Johanesburgo. Una pena por muy lógica que haya sido la decisión. Iberia había favorecido a la expansión de los cazadores españoles en África, pero, a su vez, se inventó una cosa que quedará en los anales de la aviación como una idea original de nuestra compañía de bandera, y casi seguida por la gran mayoría de los transportistas de viajeros aéreos, y es el ‘impuesto revolucionario’ que grava el movimiento de armas, independientemente de la clase de billete que el cazador haya adquirido. Pongan 150 euros por ida y vuelta, y multipliquen por varios miles de cazadores, y podrán comprobar cómo estuvo de ocurrente el despabilado de Iberia para reventarnos la cartera. Y, además, hizo escuela en muchas compañías del mundo (menos mal que no en todas), se aprendieron la lección y la han puesto en marcha. De momento, estoy en huelga de billetes con las compañías que carguen de modo específico por transportar armas. Los políticos se inventaron las 17 licencias de caza e Iberia el poner un cargo específico por transportar armas. Yo creo que han sido las grandes aportaciones de España al mundo de la caza, a caballo entre el final del siglo XX e inicios del XXI.
Munición de boca y cocina
Cuando estoy en África y me preguntan desde la oficina que si necesito algo para que lo traiga un nuevo grupo, les digo que ‘munición de boca’.Con esto me refiero a productos, como embutidos, jamón, lomo, un chorizo cular, o un buen y reseco queso manchego. No es que pase hambre, al contrario, me sobra la comida, aunque alguna vez es escaso el tentempié de algunos operadores para pasar todo el día por ahí; pero la norma es la abundancia y si, encima, cazamos algún antílope, la despensa estará muy bien surtida.
Pero lo que es imposible es tener alimentos que recuerden a nuestros sabores. Sólo recuerdo a un cazador que le pescaron su contrabando ibérico en Canadá; pero si los productos van al vacío pasan sin problema. ¡Jamás tuve problema y cada año desayunamos, todo el equipo, un buen Jabugo en el hotel donde nos alojemos en la Convención del SCI .
A pesar de haber sido amigo y paisano del famoso Cándido, no soy diestro en los fogones, pero hago unos huevos fritos con puntillas de colección, no tanto como el famoso Zuazo de Valladolid, que decía que en su restaurante se comían los mejores huevos fritos del mundo. Yo, más modesto, afirmo que hago los mejores huevos fritos de África, como un montón de cazadores podrán atestiguar… algunos me lo recuerdan como su mejor comida africana.
Suelo hacer los huevos fritos a la
Mafilimbi el último día antes de salir. Dispongo de buen aceite de oliva (que llevo), chorizo ibérico, con un punto picante, huevos de la zona, patatas y… manos a la obra. No los puede hacer el cocinero, porque no entiende cómo me puedo cargar así un par de huevos, aparte de que un día le dije a uno que hiciera unas tortillas de nuestro jamón y lo que hizo fue poner 250 gramos de jamón troceado en una tortilla de dos huevos, ¡valiente tortilla que salió!
La receta de los huevos a la Mafilimbi es un secreto tan bien guardado como la medición de los colmillos de elefantes en vivo que expliqué hace meses. Ponemos muy poco de aceite de oliva; cuando comprobemos que está hirviendo ponemos a la vez dos huevos, con cuidado de no romper las yemas; a éstas les echamos un poco de aceite para que queden jugosas y se pueda pringar pan; cubrimos la sartén con una tapa, con lo que conseguimos que el aceite chisporretee y se hagan las puntillas, churruscándose la base de los huevos… Para el chorizo, con el aceite sobrante y su grasa es más que suficiente. Se sirven con chorizo y una tonelada de patatas fritas, y con todo esto podremos aguantar el pesado viaje de vuelta… y nos llevaremos de África la última sonrisa y un gran abrazo de nuestro anfitrión.