África

Tras los pasos del ansiado búfalo en tierras de Mozambique

20120606-Moises-AperturaPor Moisés Camarero

En 24 horas tomamos una cerveza en Madrid, otra en París, otra en Johannesburgo y otra en Beira. Partíamos hacia la Coutada 11 de Marromeu, en el río Zambeze, con la cabeza llena de viejas historias. Durante varios meses no había dejado de rememorar las palabras que Robert Ruark dedicó al búfalo: «He looks at you like you owe him money…», y ya estábamos allí, la avioneta había tomado tierra después de sobrevolar un bello paisaje de bosques y claros, meandros gigantescos y pantanos sin fin.

El viaje fue largo, pero sin retrasos. Decidimos viajar sin armas para evitar problemas, ya que hacíamos varias escalas y cambiábamos de compañía en Sudáfrica, para luego volar hasta el camp en una avioneta de la organización.
Pepe, uno de los tres cazadores españoles que viajamos, sufrió una pérdida de equipaje en la ida, mientras que a la vuelta la sufrimos todos. Parece que Air France es especialista. Afortunadamente, en este camp tienen preparado equipo extra, incluso botas de caza y cepillos de dientes, previendo las dificultades que puedan tener sus invitados.
 
Mozambique se encuentra en el sureste de África, a orillas del Índico. Limita al norte con Tanzania, Malawi y Zambia, al oeste con Zimbabue y al sur con Suazilandia y Sudáfrica, destacando por su fauna salvaje y sus posibilidades turísticas.

La historia reciente de Mozambique se divide en el período colonial portugués (1505-1975) y el pos-colonial, marcado por una guerra civil casi inmediata que duró 25 años y dejó dos millones de minas terrestres sin desactivar. En ella se enfrentaron el FRELIMO (Frente de Liberación Mozambiqueño) apoyado por la URSS y Cuba, y el RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña) apoyado por Sudáfrica. El enfrentamiento terminó con el Acuerdo de Naciones Unidas de 1992, en el que el FRELIMO renunció a su definición marxista-leninista para tener acceso a los recursos del Banco Mundial y, en general, a la inversión extranjera.
Desde el fin de la guerra civil, la calidad de vida ha mejorado sensiblemente y se han registrado avances económicos significativos. La gestión de los recursos turísticos y cinegéticos es ortodoxa, considerando la región en que está, con un apoyo decidido del gobierno, necesitado de las divisas extranjeras.

Toma de contacto
Al llegar al camp nos presentamos debidamente con los profesionales, pisteros y personal del campamento y a continuación nos dimos el pequeño placer de una larga ducha, en mi caso mirando de reojo la ‘fauna’ que habitaba el lugar, principalmente orondas arañas y lagartijas.

La primera tarde la pasamos probando los rifles, todos de buena factura, algunos incluso con visores Zeiss V y Swarosky Z6. Elegí un .416 para el búfalo y mi PH eligió para mí un .300 WM para antílopes, ambos con culata sintética, lo cual resultó muy acertado, como ya se verá. La munición para el búfalo era Federal Bearclaw y Sledge Hammer, una elección excelente de total garantía. El PH eligió también un .223 con munición de camisa metálica para abatir pequeños animales sin dañar la piel. Así que con tres rifles, como se hacía en los viejos tiempos, empezamos el safari.

Me correspondió Craig, el PH más serio y malhumorado que se haya conocido, aunque también es justo decir que su trabajo lo conocía a la perfección. El mejor de los PH, Pumm, le correspondió a Pepe, aunque no le dimos mucho crédito al principio por sus 24 años. Todos eran sudafricanos boer de tradición.

El primer día, mi PH, también gerente del camp –quizá de ahí su mal humor, ahora que lo pienso–, me pidió abatir un redunca para carne, dos babuínos grandes para reconstruir unos trofeos algo maltrechos por un calibre muy excesivo, y una hembra de niala herida por unos tramperos. Me mostré dispuesto a hacer el trabajo, lo que me agradeció con una flema muy británica.

Además de este esfuerzo extra hicimos varias entradas a manadas de antílopes sables, sin encontrar por el momento un buen trofeo que él conocía. Son animales fuertes, bellos y majestuosos y constituye un raro privilegio observar sus evoluciones en campo abierto. Los recechos los hacíamos por el interior de bosques húmedos bastante tupidos, con miles de mosquitos asesinos que sólo obedecían la ley del Relec Extrafuerte, renovado cada hora. A decir de los PH, es el único repelente que funciona de verdad. También deshace la pintura y los plásticos al contacto, aunque, de momento, su uso no se requiere licencia de armas para su manejo.

Tras los búfalos
El segundo día nos levantaron con café humeante a las 3:00 AM y salimos hacia los swams en busca de búfalos. El trayecto era de 90 minutos por pista difícil y 30 minutos más en Argos (vehículo anfibio) con cadenas, hasta un campamento permanente que la organización mantiene en los pantanos. Llegamos con la bruma y las primeras luces del alba. Nos equipamos con sobretodo, rastrojeras, gorra con redecilla para la cabeza y litros de repelente… y de esta guisa nos lanzamos contra los papiros y las aguas pantanosas.

La cantidad de insectos de todas clases, tamaños y colores era sorprendente, la hierba, altísima, nos arrojaba todo lo imaginable al pasar por encima, había garrapatas por doquier y hasta sanguijuelas… Resumiendo, un swam africano en toda regla.

El primer día le había dicho al PH que prefería un viejo dagga maduro y curtido en cien batallas antes que un búfalo joven, aunque diera más puntos. Me contestó que él también los prefería así, pero que muchos otros cazadores venían buscando altas puntuaciones. Es una cuestión de gustos.

En las primeras horas encontramos el rastro de un grupo de cinco daggas en el que el PH estaba muy interesado porque llevaban dos años intentando cazar alguno, sin éxito por el momento. El rececho fue a pie, muy duro. El rastro de los daggas nos llevó durante varias horas a través de hierbas altísimas y pantanos malolientes en los que nos teníamos que sumergir hasta el cuello. No sé por qué, pero en esos momentos me preocupaba más una sanguijuela en mis calzones que una carga o encontrarnos con cocodrilos o hipopótamos. Procuré no pensar mucho en ello, aunque a ratos me preguntaba qué extraña lógica me impulsaba a meterme voluntariamente en la situación en la que estaba.

Al cabo de varias horas de vueltas y revueltas por el peor terreno posible, lo cual decía mucho de la astucia de estos cinco daggas, llegamos a las cercanías de uno de ellos. No podíamos verle por la altísima hierba que lo cubría todo, pero podíamos oír su respiración. El corazón me latía fuerte, pero no tenía miedo, cosa que me extrañó. Quizá era la falsa seguridad que da una sólida del .416 en la recámara. Nos acercamos un poco más intentando ver algo cuando, súbitamente, cambió el viento y el dagga se despidió de nosotros con un bufido. El PH estaba muy molesto, pero yo, de algún modo, sentía que ese trofeo no debía ser para un casi-principiante como yo, así que le deseé suerte y que nos volvamos a encontrar algún día. 
Decidimos hacer un descanso, tomar agua y volver a un claro en el que había rastros de una manada de búfalos. Seguimos el rastro durante unas cuantas horas, por terreno bastante duro, atravesando zonas de papiros y aguas profundas hasta llegar a una zona seca en la que se habían agrupado. La hierba tenía unos 60 centímetros de alta, así que hicimos el último medio kilómetro arrastrándonos cuerpo a tierra. Tremendo.

Recechamos hasta unos 40 metros. El viento era firme y nos favorecía. Empezamos a buscar los machos, sentados en el suelo y sin movernos. Había cargado tres expansivas. Algún búfalo nos miraba, pero no parecían preocupados. No movíamos ni un músculo. El corazón me latía tan fuerte que pensé que lo iban a escuchar. Lo que más me preocupaba era que la mayoría de la manada quedaba fuera de mi vista y no podía saber qué ocurriría en caso de estampida. Para incrementar un poco más la tensión, una hembra se acercó a investigar. Debió acercarse a 20 metros, aunque a mí me parecieron cinco. Después de mirarnos fijamente durante un buen rato volvió a la manada con estruendo. Creí que todos saldrían en estampida, pero se quedaron. Súbitamente, como una especie de premio a la paciencia, se asomó un buen búfalo entre la manada. Nos miraba fijamente. El PH me dio el ok, le apunté al codillo y disparé. Inmediatamente, se levantó un tremendo estruendo, recargué y me levanté rápidamente para que los búfalos me vieran y no pasaran por encima y para hacer un segundo disparo, aunque no pude ver cuál era el mío. Viví unos momentos de gran angustia.
Un minuto después oímos un tremendo mugido, seguido de otros dos más. El PH se giró con mirada cómplice… pero estaba ya mucho más tranquilo. A 50 metros estaba tendido mi búfalo.

Parecía a punto de morir, pero le di dos tiros de gracia para evitar problemas. No era todo lo viejo que me hubiera gustado, pero tenía un tremendo boss muy cerrado de más de 12 pulgadas y una bonita y profunda curva, con las puntas al nivel del boss y un poco hacia atrás. El disparo había dado en su sitio y la bala había expandido perfectamente, acabando con su vida rápidamente. Le hicimos allí mismo el arreglo y cargamos trofeo, carne y rabo para estofarlo después. Para los más interesados en la balística adjunto pueden ver algunas fotos y la bala recuperada.
La vuelta fue accidentada. Con el peso extra casi nos hundimos en el pantano con el Argo. Desgraciadamente tuvimos que dejar toda la carne allí flotando y apañar una achique de emergencia con lo que tuvimos a mano. Después se salió una de las ruedas del eje, y, para terminar, ya de noche, tuvimos que abandonar el remolque y el Argo al quedar encallados con el Land Cruiser en el barro.
Esa noche dormí como nunca y corrió el whisky 18 años que llevaba para la ocasión. No todos los días matas tu primer búfalo. Jesús había cobrado su cocodrilo y ahora se disponía a cazar su hipopótamo con una genuina london gun, un fusil Cogswell & Harrison del .375 H&H fabricado en Londres en tiempos mejores.

Un redunca a la carrera
El día siguiente amaneció lluvioso y gris. Nos dirigimos a una gran llanura que preludiaba los swams y la atravesamos hasta sus límites buscando hipos fuera del agua. No tuvimos suerte, pero localizamos un redunca de tremenda cornamenta tumbado en la hierba. De hecho, su gran trofeo de 12 pulgadas y muy abierto fue lo que le perdió porque sobresalía claramente de la hierba en la que se escondía. Recechamos hasta unos 70 metros. El PH me pidió que tirara al cuerpo, pero sólo se le veían los cuernos, completamente tapado por la hierba como estaba. Arriesgué un disparo que pasó por encima. El animal salió corriendo y saltando con agilidad, pero tan cerca como estaba, tenía pocas posibilidades y le abatí con un heart-texas-shoot que terminó bajo la piel del pecho. Cayó muerto de su último salto. El PH dijo «Hey Moses, you like difficult shoots». Los tracker suelen asombrarse con estos disparos en movimiento. Los cazadores americanos y alemanes esperan a que el animal esté completamente quieto, pero parece que los españoles arriesgamos con frecuencia tiros de este tipo. Si supieran cómo corren los jabalíes en lo sucio, no se sorprenderían tanto…

Terminamos la mañana buscando el gran sable del primer día, y de hecho nos lo topamos con el coche mientras patrullábamos, pero desapareció en el interior del bosque tan rápido como había aparecido.

A la vuelta al camp supe que Jesús había cazado su cocodrilo y que unos 20 minutos después una mujer había sido devorada por otro, muy cerca del lugar. Es increíble como acuden una y otra vez al mismo sitio a lavar la ropa, con sus niños pequeños además. Cada semana hay una muerte, pero esto no las detiene ni las motiva a dejar a los niños a salvo, ni a llevar el agua a otro sitio para lavar, siquiera a clavar unas estacas en la orilla para evitar que los cocodrilos se acerquen. Quizá lo aceptan como una fatalidad del destino. Yo no lo puedo entender.

Furtivos pillados in fraganti
El día siguiente fue interesante. De camino al territorio del sable, el tracker descubrió un furtivo escondido en unos árboles. Iba armado con una lanza de remate con restos de sangre reciente, y un cuchillo de desollar. Le tomamos preso y le obligamos a descubrirnos su campamento, cosa que hizo después de unas cuantas revueltas y otras tantas amenazas. De camino, pudimos detener a otro furtivo que iba cargado con un animal recién muerto. En el campamento había otros seis furtivos más. Lo supimos por los pares de zapatillas que encontramos. Habían escapado tan rápido que ni se habían calzado.
 
El panorama del campamento furtivo era desolador. Más de 20 animales muertos, frescos o ahumándose. Confiscamos todo y quemamos el campamento, entregando después a los furtivos al régulo local, una especie de autoridad delegada del gobierno. Al parecer les juzgaron en tribunal popular, les azotaron y luego les obligaron a trabajar para la comunidad unos cuantos días.

La tarde la empleamos en intentar localizar el sable, que estaba desaparecido sin dejar rastro. Lo que sí cacé por la noche fue una araña tremenda y peluda en la habitación. Incluso pensé en dispararle, tal era su tamaño.

Un porco bravo viejo y grande
El día siguiente amaneció lluvioso de nuevo. Salimos un poco tarde en busca de un bushpig, un trofeo que me interesa mucho. Me explicaron que atravesaríamos las hierbas altas con el vehículo y que podría salir en cualquier momento y en cualquier dirección a toda velocidad, por lo que habría que tirar muy rápido. Yo estaba bastante preocupado, porque los días anteriores no habíamos visto ninguno, pero al poco rato salió una mancha oscura disparada hacia un bosquecillo. Antes de que el PH me dijera algo yo ya había saltado del Land Cruiser. Entré al bosquecillo y me lo encontré a poca distancia. Pude apreciar su gran tamaño, sus defensas ya gastadas y su avanzada edad. Verlo y disparar fue todo uno. Le di otro tiro de remate aunque estaba patas arriba, pensando que son difíciles de rastrear y para evitarme el disgusto de perderlo. Lo celebré con mucha alegría porque había cazado un porco bravo muy grande y muy viejo, lo que llamaríamos en España un ‘macareno’, de esta especie que es difícil incluso de llegar a ver.

Empleamos la tarde en buscar el esquivo sable, pero definitivamente parecía que había cambiado de lugar, así que decidimos ir a buscar otro sable macho de gran envergadura que habían avistado en otro punto de la Coutada. Éste en particular tenía la peculiaridad de que era rojo y no negro. Le pregunté al PH si por ello me harían un precio especial, a lo que me contestó con su habitual flema «higher or lower?». No localizamos a éste, pero sí avistamos dos manadas de majestuosos sables, dos manadas de nialas, una con siete machos y otra con 11 y, por último, una manada de hartebeest de Liechtenstein con un macho muy bueno. Tuve a tiro uno de los sables durante cinco minutos en condiciones inmejorables, pero no quise tirar desde el coche, cosa que el PH comprendió. Allí vas a cazar, no a asesinar animales.

Sable al fin y un bushbuck de ‘regalo’
Al día siguiente hicimos otro intento de búsqueda del sable rojo, pero sin suerte. Sí localizamos en cambio una de las manadas de sables del día anterior, aunque no veíamos al macho. Decidimos entrarles de todos modos y después de un rececho por el interior del bosque de una hora y media, tropezándonos con dos piaras de facos que casi nos arruinan el trabajo, llegamos a 150 metros de la manada. El macho del día anterior, felizmente estaba allí. Esta vez sí me dispuse a tirar si había oportunidad y ésta se presentó tras un buen rato de paciencia y de disfrutar sus majestuosas evoluciones con su gran harén de 20 hembras. Finalmente se puso de través y le disparé al codillo a 152 metros con el .300 WM. Acusó el disparo, se dio la vuelta resoplando y dispuesto a luchar, y le volví a disparar al otro codillo a 161 metros. Cayó con el corazón atravesado por dos balas, una por cada lado. Al acercarnos todavía estaba vivo y dispuesto a luchar, aunque a punto de expirar. Qué tremenda fuerza tienen estos animales y qué bellos e impresionantes son. Recuperamos una de las balas, que a esa distancia había expandido perfectamente.
Por la tarde nos acercamos de nuevo a la gran llanura. Desgraciadamente no vimos hipos fuera del río, pero sí localizamos un buen bushbuck. Estábamos a 212 metros de telémetro y el bushbuck salió corriendo y dando pequeños saltos en perpendicular a nosotros. En este momento pensé que podía intentar cazarlo y decidí tirar desde allí. Cuando pedí el .300 WM el tracker tomó rápidamente los prismáticos para divertirse con el lance. Hice tres disparos, con dos impactos, aunque los dos algo traseros.
Al llegar al campamento supimos que Jesús había tirado su hipopótamo, después de varios días de intensa búsqueda. Su día fue para recordar porque volviendo al camp tuvieron un accidente con el Land Cruiser, o mejor dicho, lo tuvo el otro vehículo, que quedó casi destrozado. Por suerte, no hubo que lamentar heridos y todo quedó en un susto.
Pepe cazó un suni impresionante, o perna fina como los llaman allí. El PH Pumm consultó el libro SCI y comprobó que era mayor que el octavo del mundo. Pepe tiene la costumbre de no medir nunca sus trofeos, porque aprecia el lance por encima de todo. Y fiel a su filosofía, tampoco quiso hacerlo en esta memorable ocasión.

Despedida
El último día amaneció muy soleado. Como yo ya estaba satisfecho, decidí acompañar a Pepe, que cazó de forma brillante un bushpig de gran trofeo. Yo tiré algo desviado un gran babuíno muy viejo con el .223, así que tuvimos que perseguir unas decenas de metros por el bosque cerrado, entre los estridentes gritos de amenaza de todo el grupo. Pepe aprovechó la tarde cazando a la espera un duiker azul enorme.
Como todo lo bueno, se me estaba acabando el safari. Esa última tarde preparé el equipaje, hice unas fotos y me relajé recordando los lances vividos, intentando fijar en mi memoria los detalles de los árboles, del camp, del cielo de Mozambique… que tantos y tan buenos recuerdos me traerá a partir de ahora.

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