Campeando Opiniones Relatos

Una mañana de enero. A nuestro querido amigo Juan Galbis, por Ernesto Navarrete

Juan Galbis

El sábado 9 de enero nos dejó un buen amigo que sentía la tierra como se siente a un hijo, que cuidó a la familia como si fuera un tesoro y que entendía la caza como yo la entiendo. Murió con las botas puestas y oliendo a jaguarzo en una maldita mañana de enero. Juan

UNA MAÑANA DE ENERO

A nuestro querido amigo Juan Galbis.

La mañana se presentaba fría y traicionera del mismo modo que moría la tarde anterior. La ola de frío polar estremecía las almas de aquellos valientes que, a sabiendas del reto, huían de las ciudades buscando el temple del campo al abrigo de un hogar de leña y morillos.

Además, el sábado se monteaba ‘La Saucera’, la finca de los Sainz, cuya familia siempre le invitaba suponiendo una de esas fechas que en su calendario se marcaba ya desde el inicio de la temporada.

En casa todo estaba en su sitio, la lumbre crepitaba chispas de alegría mientras el calor del hogar deshacía las rigideces de las botas que mañana pisarán los hielos. Juan soñaba, al abrigo de las llamas, en qué estaría haciendo ahora el cochino con el que se verá mañana.

Entre brasas y ascuas Juan pasaba revista a sus pensamientos regocijándose del acierto al haber recalado en su finca del Pago de San Clemente. Pronto haría los veinte años desde que se aposentaron en ella y ningún día desde entonces su satisfacción menguó un ápice.

Arregló los accesos, guió sus olivos y adecentó a los madroños que antaño crecían sin orden. Cada día crecía su amor y pasión por esa tierra y a mayor esfuerzo más hondo crecía su amor por ella.

En las invernadas se asomaba temprano a sorprender y contar las carreras de los zorzales, mientras que al paso reordenaba nuevamente su olivar y los achiperres del jardín. Del mismo modo anotaba en su memoria las nuevas tareas por acometer en cuanto pasara el frío. Ese era Juan, puro amor a su familia y a su tierra.

Un frío pelón y malmirao

La mañana, como dije, amaneció fea. Hacía un frío pelón y malmirao que invitaba a taparse hasta las alegrías por un día de caza. Juan, mientras se preparaba, recordaba insistentemente sus pensamientos de ayer ante la lumbre pensando nuevamente donde se habría encamado hoy su navajero.

Amigos y más amigos en la junta. Saludos y abrazos capados por esto nuevo del Covid, pero Juan estaba en su salsa. El campo, la dehesa, los amigos y su caza.

El sorteo le condujo al 1 de la ‘Huida a La Saucera II’, un puesto cercano y de fácil acceso ya que el cuerpo le llevaba tiempo avisando de ser poco amigo de los esfuerzos del andar y estos detalles son los que no se olvidan, proveyendo la Propiedad una postura donde no se requiriesen dificultades.

Juan Galbis
Fotografía @ Paco Largo

El verraco ganó el duelo

La montería transitó emocionante como todas y Juan tuvo su ocasión con el marrano. Fue un lance rápido donde el cochino apareció de balcón y al toparse con el montero quebró su trayectoria metiendo más fuerzas a sus jamones, momento éste donde Juan disparó. El tiro le quedó trasero y allí se quedó Juan con media sonrisa en la boca y viendo como el verraco le ganaba el duelo.

Mil veces Juan volvería a vivir este lance y otras mil sentiría la plena felicidad del día que estaba viviendo. Juan era así con la caza.

Recogió el arma y tomo asiento de nuevo, pero esta vez sintió un frío algo distinto por sus adentros.

Acabó el resaque y comenzó la liturgia de la recogida. Llegó su postor que le preguntó por la suerte y Juan se volcó en detalles y en explicar su error, al mismo tiempo que gozaba por dentro la plenitud de la mañana vivida. Despachó al postor indicándole que ya recogía él más despacio y que se sabía el camino de vuelta.

Juan supo lo que pasaba y sabía que dejaba todo ordenado en casa

Juan se volvió a sentar queriendo grabar en su memoria el cuadro de su postura y la jugarreta de su navajero. En ese momento volvió a sentir el frío de dentro y notó que algo se le rompía en su pecho haciéndole perder sus fuerzas por momentos.

Se reclinó suavemente tocando el pasto frío de la dehesa. De su dehesa.

Abrió sus manos para seguir sintiéndola y ahora, casi sin querer, su vista apuntaba al cielo azul que tantas veces había oteado desde su olivar del Pago. Juan supo lo que pasaba y sabía que dejaba todo ordenado en casa.

Cerrando los ojos apretó sus manos queriendo abrazar el monte, éste que tanto amó.

Nosotros, aquí, nos hemos quedado desangelados y nuevamente huérfanos, pero haber conocido a Juan, una persona que destilaba tanto amor a los suyos y a su tierra extremeña, nos ha hecho crecer y entender que personas como Juan son las razones por las que hay que vivir y sentir.

Descansa en paz querido Juan.

Por Ernesto Navarrete de Cárcer

Últimos ‘Campeando’ de Ernesto Navarrete de Cárcer

El indulto

El cochino imposible

⇒ ¿Quién nos robó el Medio Ambiente?

→ Es la montería, es la caza

⇒ Ayer cacé con mi padre

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.