Caza Menor

Perdiz con reclamo, ¡comienza el espectáculo!

Cuando pasa diciembre, los adormilados círculos de tertulia de perdigoneros, pajariteros, aguardistas, cuquilleros, jauleros, y demás seres que suspiran para que llegue enero, comienzan su despertar.

Los perdigoneros se reconocen por la calle, en el bar o en el trabajo. Hasta entonces, los del gremio cinegético te han preguntado cómo va la temporada, si funciona el perrillo que estás criando o has tirado algún buen venado.

Pero llegado diciembre la pregunta cambia, muta de una forma casi mágica: ¿ya has recortado los pájaros? Y cuando oyes eso piensas con regocijo: «¡Coño, ya está aquí la caza del perdigón!».

“Año tras año, las historias se repiten, se magnifican y se escenifican con gestos y ademanes, como si de una obra teatral se tratase formando parte también de la función. También, como consecuencia inmediata, se abandonan otras modalidades de caza”.

Un año más hemos sobrevivido y, con un poco de suerte, y con el permiso o sin él de los anti, que también los hay entre el colectivo cinegético, podremos disfrutar un año más de lo que en un principio mucha gente piensa que es una afición, pero que realmente es un vicio, confesable, pero vicio. Y no es de extrañar, pues parece que desde el Paleolítico superior los cromañones ya utilizaban a los reclamos para hacerse con piezas de caza, entre ellas perdices, aunque luego, probablemente, también se los comieran, a los reclamos, claro…

Caminos prohibidos de la historia

Y es que la caza del reclamo tiene una historia muy larga, y en algún caso curiosa, como su prohibición en el año 1552 cuando, el también cazador Felipe II, en su Real Pragmática de 11 de mayo, prohibió la caza del reclamo, según parece bajo multa de seis mil maravedíes, ¡un pastón!, y medio año de destierro.

Hasta 1970 no se aprueba la nueva Ley de Caza 1/1970, de 4 de abril, que ¡por fin! legaliza la ancestral modalidad del reclamo.

Luego, más recientemente, otro rey, éste apellidado Borbón y Habsburgo, consiguió que desde 1902 a 1971, ¡nada menos que sesenta y nueve años!, no se cazase el perdigón, y a lo que no me resisto a poner voz…, en este caso, texto:

Corría el 18 de mayo de 1902 cuando la Gaceta de Madrid, en su número 138, páginas 787-789, publicaba la Ley de Caza, «sancionada por DON ALFONSO XIII, por la gracia de Dios y de la Constitución REY de España, y en su nombre y durante su menor edad la REINA Regente del Reino». Que venía a regular la acción de cazar y que, explícitamente, decía lo siguiente referido al tema que nos ocupa: «Art. 18º.- Los dueños particulares de las tierras destinadas a vedados de caza que están realmente cercadas, amojonadas o acotadas podrán cazar en ellas libremente en cualquier época del año, menos con reclamo de perdiz, macho o hembra, el cual solo podrá utilizar en tiempo que no sea de veda, pero no podrá usar reclamo ni otros engaños a menor distancia de 1.000 metros de las tierras colindantes».

«Art. 19º.- La caza de la perdiz con reclamo queda absolutamente prohibida en todo tiempo, salvo lo dispuesto en el artículo anterior. Para cazar con reclamo de perdiz necesita el dueño o arrendatario de la finca proveerse de una licencia especial de 25 pesetas por cada reclamo. Dicha licencia se extenderá precisamente a nombre del cazador que vaya a usar el reclamo, y deberá inscribirse en la Secretaría del Ayuntamiento respectivo. La Guardia civil y los guardas jurados se incautarán de los reclamos de perdiz cuyos conductores no exhiban en el acto la indicada licencia, y en este caso los reclamos serán muertos inmediatamente. Además de las resultas del juicio, los infractores de este artículo pagarán una multa de 25 pesetas por la primera denuncia, 50 por la segunda y 75 en las sucesivas. El importe de estas multas será entregado necesariamente a la Guardia civil o guardas jurados o a ambos, según de quien procediere la denuncia, dentro de los ocho días siguientes a la presentación de ésta».

Resumiendo, que solo en terrenos considerados como vedados, debidamente señalizados y cumpliendo las condiciones vigentes de la época, podía cazarse la perdiz con reclamo, lo que excluía evidentemente todos los demás terrenos, donde se encuadraban los libres, que en aquel momento eran abrumadora mayoría bajo pena pecuniaria y, lo que era más doloroso, ajusticiamiento inmediato de los reclamos, que ninguna culpa tenían, los pobres…

Volviendo a la legalidad

No fue hasta 1970 cuando se aprueba la nueva Ley de Caza 1/1970 de 4 de abril, que venía a legalizar la ancestral modalidad del reclamo: «Título Cuarto. Artículo veintitrés. Cinco a) Por el Ministerio de Agricultura, oídos los consejos provinciales de caza, se regulará la práctica de la caza de la perdiz con reclamo, en tiempo adecuado de celo, de forma que para cada zona el periodo hábil no exceda de seis semanas. b) Los puestos para cazar con reclamo de perdiz deberán establecerse a más de 500 metros de la linde cinegética más próxima, cualquiera que sea la condición de los terrenos. c) Queda prohibido cazar con reclamo de perdiz hembra o con artificio que los sustituya».

Aunque hubo que esperar hasta el Decreto 506/1971, de 25 de marzo, por el que se aprobó el Reglamento de la Ley de Caza de 1970 para que se comenzase a cazar el perdigón en todo tipo de terrenos considerados cinegéticos de una forma legal, aunque, a fuer de ser sincero, creo que el que más y el que menos, hasta ese momento, cazaba de una manera no legal, pero no considerándose a sí mismo como furtivo, de lo arraigada que estaba la modalidad.

Y así ocurrió, que por el ‘módico’ precio de 500 pesetas/licencia, no pudiendo matar más de cuatro ejemplares en cada puesto, no ponerse a 500 metros de la linde más cercana y a 1.000 metros de otro cazador, se podía salir al campo con garantías de que la Guardia Civil no te matase los reclamos, por otra parte, práctica bastante violenta y desagradable, con lo que cuesta tener un buen pájaro.

Pasados 46 años de aquella memorable fecha, la normativa continúa más menos igual.

Aunque hoy día, con la que está cayendo, si tienes ‘huevos’ sacas de la jaula al indefenso pajarito y le aplicas el tradicional, expeditivo y, por qué no reconocerlo, efectivo método de darle un mochazo contra una piedra, por muy Guardia Civil que seas, ¡anda…!

Momentos inolvidables

Y lo curioso es que, pasados 46 años de aquella memorable fecha, la normativa continúa más menos igual. Por ejemplo, en Extremadura, región con amplia tradición perdigonera, se continúan autorizando las seis semanas, sólo fines de semana en el caso de los cotos sociales y zonas de caza limitada. El cupo se ha reducido, eso sí, en 4 ejemplares/día, en cotos privados y sociales, y a 2 en zonas de caza limitada, y la distancia entre puestos y lindes es de 250 m –lo de un 1 km de un cazador a otro era incumplible porque te quedabas sin campo–.

En cualquier caso, con limitaciones o sin ellas, con detractores que, como decíamos, siempre hay, aunque es más doloroso si son cazadores, en llegando enero, toda la parroquia perdigonera se pone las pilas. Unos, la mayoría, no han dejado de hacerlo durante todo el año, cuidando y mimando a sus reclamos desde que termina la temporada anterior, metiéndoles en sus cajones con tierra, vigilándolos durante el desplume y viendo cómo van cogiendo color.

Año tras año, ¡las historias se repiten!

Otros, aficionados también pero menos sacrificados, quiero pensar que, por falta de tiempo, es ahora cuando visitan a sus pájaros que probablemente han sido cuidados por su padre, ése es mi caso, o por un amigo que generosamente se han prestado a ello para que, llegado el momento, tengamos del lujo de disponer de un magnífico reclamo que nos proporcionará momentos inolvidables.

¡Cámaras…! ¡Acción!

Y es rigurosamente cierto cuando decimos que, llegado el perdigón, comienza el espectáculo, ya que todas las conversaciones giran al mismo sitio, se rememoran las anécdotas, porque si alguna modalidad de caza tiene un extensísimo anecdotario es ésta. Que si la vez que al ir a disparar no tenía cartuchos; que si cuando se me subió el macho campero a la jaula y no se bajaba; el día que puso un huevo el perdigón que le tiré el año pasado varios tiros, «ya decía yo que era hembra»; o cuando se me escapó el reclamo de la jaula en mitad del puesto y le puse de nombre el Fugitivo; o el águila calzada que se abalanzó sobre el pollito recién sacado y no cantó nunca más, tampoco sería muy bueno…

Y así una tras otra, año tras año, las historias se repiten, se magnifican y se escenifican con gestos y ademanes, como si de una obra teatral se tratase formando parte también de la función. También, como consecuencia inmediata, se abandonan otras modalidades de caza –paloma, zorzal, becadas, monterías– y se centra toda la atención en la perdiz.

En muchos casos la caza del perdigón no se realiza en los cotos en los que habitualmente se acude los fines de semana, sino en otros dedicados exclusivamente a ella, o en los de caza mayor una vez dada la montería, previo pago del permiso, se entiende, y eso hace necesario recorrerlos antes de que comience el periodo hábil para ver la salud de la población perdicera, dónde están las querencias, dónde la dormida, la comida, el sesteo y hacer una planificación más o menos ordenada de la temporada, aunque luego, probablemente, todo se trastocará, por el clima, el ganado o ¡Dios sabe qué!

Por fin llega el día, todo ha sido metódicamente preparado; los pájaros fuertes y colorados, entrenados para salir al terreno de juego; el aguardo portátil, ya imprescindible; el hachilla o, lo que es mejor, la sierra de poda en verde; el postero, mampostero, repostero, tanto, tantillo, pulpitillo o farol, que también le llaman en algún sitio, también portátil, que ya nadie sube el pájaro en las piedras o fabrica el postero de monte.

Y, cómo no, la escopeta, que ahora sí es de calibre ligero porque hay que montar el puesto cerca del pájaro, que la agudeza auditiva ha disminuido y no lo oímos bien cuando recibe en ese tono bajo y suave y, claro, si usamos un trabuco del doce podemos dejar a la patirroja campera totalmente espatarrada del cimbombazo, lo que no es plan; y, por supuesto, un puñado de caramelos de eucalipto para esa tos que nos acuciará, seguro, en el momento más inoportuno.

Y con todos los preparos… ¡luces!, ¡cámara!, ¡acción! Ha llegado el espectáculo, de olores, de sonidos, de colores, de emociones y de pasiones. ¡Quién ha contraído la enfermedad del perdigoneo ya no tiene cura! CyS

Por Manuel Gallardo Casado / vicepresidente de Fedexcaza    Fotografías: Miguel Ángel Díaz y Petri López

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