Caza Menor Gestión y Medio ambiente

¿Se apaga definitivamente la perdiz roja silvestre?

Es posible que en las últimas temporadas no hayas visto a las perdices en tu coto. No las hay en los cazaderos habituales y algunos hablan de bandos ‘desperdigados’ aquí y allá. En los últimos años se han ido perdiendo poco a poco, pero al menos volaste varios bandos y conseguiste ‘bajar’ un par de patirrojas.

Has matado el gusanillo durante las últimas temporadas con alguna suelta, yendo a otros cotos a buscarlas o bien desviando la atención hacia el conejo, abundante en estos tiempos, junto con las pocas tórtolas y torcaces que te ofrece el verano.

“Casi todos sabemos que la perdiz se extingue porque ni puede criar ni puede sobrevivir y, salvo honrosas excepciones, no hemos sido capaces de gestionarla correctamente. Hemos ido a lo fácil y barato, intentando cubrir con pequeños parches un gran y profundo agujero en el que poco a poco han ido zozobrando nuestras patirrojas”.

De repente, te has sentido mal porque alguien en el bar del pueblo habló de «extinción de la perdiz roja silvestre» y tú pensaste que eso es imposible. Quizá haya un par de bandos en tu coto; quizá ninguno. No saboreas el café que tanto aprecias y te marchas contrariado a casa donde, al calor del fuego, recuerdas todos los buenos ratos que pasaste con tus familiares y amigos, detrás de las perdices silvestres, cuando eras un niño. De nuevo se te cierra el estómago porque te resulta difícil imaginar un domingo sin monte y un monte sin perdices. Tu hijo, que ahora es un mocoso, tal vez no pueda disfrutar de las ‘rojas’ como tú hiciste junto a tu padre y aquella perrita tan maja, décadas atrás.

“Las rapaces y otros predadores especialistas siempre convivieron con la roja y, muchas veces, hasta le benefician; pero también hay gatos, perros, mustélidos, ratas y, por supuesto, el propio ser humano que no siempre sabe controlarse”.

Te sientes culpable, muy culpable. Siempre respetaste los bandos, no fuiste ‘a por carne’, disfrutaste del trabajo de los perros y valoraste esas pequeñas cosas que hacen que la caza sea grande; el olor de la mañana, el color del amanecer, el sonido del monte y todas sus criaturas, el latido de tu corazón mientras intentabas trepar aquel risco.  Pero lo que parecía imposible, ha sucedido, la perdiz roja se apaga.

¿Por qué hemos llegado a esta situación límite?

Se ha escrito y dicho mucho sobre el tema. La ‘mierda’ (con perdón) ha circulado con facilidad entre las personas implicadas en el asunto. Unos han jugado limpio; otros, no tanto. Como siempre sucede en España, los que sí sabían gestionar perdices fueron rápidamente engullidos por los que optaban por la codicia y el dinero. Echémonos mutuamente la culpa, pero no propongamos nada; total, qué mas da.

Casi todos sabemos que la perdiz se extingue porque ni puede criar ni puede sobrevivir y, salvo honrosas excepciones, no hemos sido capaces de gestionarla correctamente. Hemos ido a lo fácil y barato, intentando cubrir con pequeños parches un gran y profundo agujero en el que poco a poco han ido zozobrando nuestras patirrojas. Ya pasó lo mismo con la perdiz pardilla y la codorniz, y hasta aquí hemos llegado.

Lo sentimos, pero el hábitat de la mayoría de los cotos no les vale a nuestras perdices; sería casi como pedirle a un pingüino que se desenvolviera en un desierto. No hay refugio, la comida es veneno y no hay tranquilidad. Y, claro, el agricultor tiene que sacar rendimiento al difícil campo español, acuciado por una rentabilidad que no llega y la cultura de la subvención que toca a su fin. ¡Imposible!

El mayor problema que tiene hoy en día la perdiz roja silvestre es la falta de un hábitar adecuado donde poder completar su
ciclo vital.

Son tantos los predadores que rodean a la galliforme que cuesta creer que aún haya perdices silvestres en algunos lugares; el listado es tan extenso que nos llevaría una página completa. Las rapaces y otros predadores especialistas siempre convivieron con la roja y, muchas veces, hasta le benefician; pero también hay gatos, perros, mustélidos, ratas y, por supuesto, el propio ser humano que no siempre sabe controlarse. Hemos sido nosotros los que con nuestra mano, no siempre acertada, también hemos causado problemas y gordos. Véase el caso de las sueltas indiscriminadas de perdices de granja sin un adecuado control genético, sanitario y de comportamiento, entre otros.

¿Qué puedo hacer?

Tu hijo, inquieto por las historias que tantas veces le has contado, se pregunta cuándo veréis las rojas de una vez, pero su ilusión se va perdiendo al tiempo que su interés por la tablet crece cada vez más.

Hace años escuchaste y leíste varios proyectos para la recuperación de perdices en Andalucía y ambas Castillas. A través de un compañero de cuadrilla has conseguido visitar un coto en el que aún hay buenas densidades de perdiz roja silvestre. Pensabas que era una de estas grandes fincas que pertenece a un noble con dinero a raudales. Te equivocaste, se trata de un coto tradicional, pero bien gestionado desde hace tiempo, con un guarda y un gestor a la cabeza que os explican cómo se hacen las cosas.

La suelta de perdices de granja no controladas genética y sanitariamente favorece que las silvestres se contagien de diversas patologías, aumentando su mortalidad.

El coto cuenta con una buena red de linderos (alguno de ellos parcialmente vallado para evitar pastoreo) en los que crece la vegetación silvestre. También, en medio de las grandes parcelas de cultivo, el gestor te enseña un caballón, un tipo especial de lindero en el que las perdices encuentran cobijo y mucha comida en forma de insectos para los pollos. Tanto en los linderos como en los caballones no se usan productos químicos. Además de linderos y caballones, se llegó a un acuerdo con los propietarios de las tierras y monte para realizar una serie de desbroces en zonas de matorral y distribuir varias tiras de siembra en tierras que hace tiempo no se cultivan, quizá por no ser rentables.

Por supuesto, no se caza toda la temporada, hay cupos, y cuando los años vienen malos, como en todos los sitios, se cierra antes de tiempo. Por otra parte, si el invierno viene muy duro hay varios comederos en puntos estratégicos y las fuentes y manantiales se limpian anualmente para asegurar que el agua llegue a todas las criaturas, sin descartar la instalación de bebederos artificiales y pequeñas charcas. Pero, ¡cuidado!, nos dice el guarda, tampoco se trata de llenar el coto de comederos y bebederos, ¡qué esto no es un voladero!

Como estamos en la época de control de predadores, el guarda nos enseña cómo está llevando a cabo el control de zorros y córvidos, sin olvidar los dichosos gatos y perros asilvestrados que vagan por el monte causando algún destrozo. Hace poco adquirieron una cámara de fototrampeo para conocer un poco más ‘quién está por el coto’. Al final, no resultó ser el zorro, sino una piara de jabalíes la que causó más destrozo la temporada pasada.

Para rematar el día, acompañas a los socios para realizar un pequeño censo de las parejas que, ojalá, algún día den muchas polladas al coto. Ellos, con mucho orgullo, van contando las parejas y te enseñan su libro de caza donde todo está apuntado, sin olvidar las medidas que se han tomado en perdices capturadas. «¡El año pasado bajamos un macho de más de medio kilo!», exclama el guarda.

Durante el café, te preguntas: «Todo muy bonito, pero ¿cuánto cuesta poner en marcha todo esto? No creo que en mi coto sea posible». Gestor y guarda te dan cifras; el coto tiene 2.000 hectáreas y 50 socios, se pidió subir un poco la tarjeta para poder realizar un plan de recuperación de la roja, contratando un guarda a tiempo parcial, pagando al gestor para que diseñara el plan y dedicando el resto al pago de tasas y ‘alquiler’ de lindes, caballones y demás. Unos socios se marcharon, otros no estuvieron de acuerdo y a los nuevos socios se les advirtió que las cosas tardarían en ‘funcionar’ tres a cuatro años.  Al final del café, un niño que corretea inquieto desde hace rato por allí y que tiene la edad del tuyo, se acerca y le dice a su padre: «Papá, ¡qué bien lo pasamos con las perdices este año!».

Es verdad, la situación es mala, en muchos sitios, dramática, pero todavía estamos a tiempo de actuar para que los más pequeños puedan disfrutar, como nosotros lo hemos hecho tantas veces, de ese sonido inconfundible del aleteo de una perdiz roja que sale a la postura del perro y de tantos otros lances e historias pasadas en compañía de los nuestros. Para ello tenemos que ponernos a trabajar sin perder un momento, con sentido común para aprovechar ya la próxima temporada de cría y, a partir de ahí, poco a poco, iremos obteniendo los resultados deseados. CyS

Por Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)   Fotografías: Fotolia y redacción

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