Caza Mayor

Las hembras ‘de cuerna’, apuntes para una necesaria gestión

Hembras ‘de cuerna’, apuntes para una necesaria gestión

Podríamos diferenciar a nuestros ungulados cinegéticos, dejando de lado al jabalí, en dos grandes grupos: aquellos que tienen “cuernos” y, por tanto, no los pierden en ningún momento de su vida, presentando un crecimiento continuo a lo largo de ésta, con una velocidad y calidad que dependerá entre otros asuntos de la disponibilidad de alimento, de la meteorología o del propio hábitat, y otro grupo en el que incluiríamos a los ungulados con “cuernas”, esto es, aquellos que anualmente renuevan sus trofeos.

En el primer grupo se encuentran la cabra montesa, el rebeco y el muflón, mientras que en el segundo estarían el ciervo, gamo y corzo.

Además de aspectos morfológicos y biológicos, ambos grupos difieren también en que, en el primer caso las hembras portan cuernos, como los machos, a pesar de contar con un menor desarrollo, mientras que, en los segundos, las cuernas son atributo exclusivo de éstos.

Desde antiguo el aprovechamiento cinegético de estos ungulados, cuando se superó la etapa en la que la prioridad era obtener alimento con el que abastecer a la familia para buena parte del año, se llevó a cabo sobre los machos, puesto que eran éstos los que, además de la carne, aportaban un trofeo que podía diferenciar a unos pocos elegidos del resto.

Mejora de la gestión

Este hecho ha sido así hasta épocas recientes, si bien, en los últimos años hemos sufrido un importante cambio social en nuestro país que ha dado lugar no sólo a flujos demográficos, sino que también hemos ido adquiriendo nuevos conocimientos que mejoran la gestión de las poblaciones silvestres y, por ende, su aprovechamiento cinegético.

Posturas encontradas

Desde siempre ha existido un debate entre cazadores con posturas encontradas entre aquellos que opinan que es mejor cazar hembras y otros que piensan que no es así.

Esas posturas, alejadas hace algún tiempo, se han ido encontrando en los últimos años con criterios técnicos y científicos que avalan que una gestión y aprovechamiento sostenible de las poblaciones, orientados a alcanzar el equilibrio, lograr mejores trofeos y prevenir enfermedades entre otras cosas, debe pasar indudablemente por ejercer también un control racional sobre otros miembros de las poblaciones y no solo sobre los grandes machos portadores de los mejores trofeos.

En el caso que nos ocupa, ciervas, corzas o gamas, forman parte de poblaciones que deben contar con un equilibrio en cuanto a razón de sexos, edades y densidades, en función entre otros aspectos de la propia biología de la especie, pero también del hábitat en el que se encuentra o de la propia presión cinegética a la que están sometidas.

No resulta sencillo analizar en general aspectos biológicos de tres especies distintas, sin poder concretar sobre una sola o, incluso, sobre una población concreta, puesto que el hábitat o la gestión realizada durante los años precedentes pueden ser determinantes en este sentido.

En  todo caso, podemos señalar que el sex ratio de ciervos, corzos o gamos, debe mantenerse próximo al equilibrio entre ambos sexos, con una ligera desviación hacia las hembras a razón de 1:2 o 1:3 como máximo. Sin embargo, cualquier cazador de mayor, habrá tenido ocasión de conocer poblaciones en las que ese sesgo está desviado hasta alcanzar incluso razones superiores al 1:5 a favor de las hembras.

Algunos datos biológicos

Las ciervas presentan una gestación de unos 235-240 días, con un celo que aparece en términos generales durante el mes de septiembre para concentrar los partos en torno al mes de mayo, con uno o dos cervatos nacidos por hembra.

Las corzas cuentan con una gestación de, en torno a 290 días, si bien, presentan un fenómeno denominado diapausa embrionaria, de modo que los celos se producen en torno al mes de julio, momento en el que las hembras quedan gestantes, aunque esta gestación queda latente hasta retomar el desarrollo embrionario en torno al mes de diciembre y así hacer coincidir el parto con la primavera, como en el resto de ungulados. Los partos suelen ser de uno o dos corcinos.

En el caso de las gamas la gestación dura unos 230 días y como las ciervas, los celos se producen a principios de otoño para concentrar los partos durante los meses de mayo o principios de junio. Los partos son normalmente de un solo gabato aunque en ocasiones pueden ser dobles o incluso triples.

En los tres casos se trata de especies polígamas, donde los machos dominantes cubren a varias hembras y defienden un territorio frente a otros.

¿Qué ocurre en la naturaleza?

Está descrito en la bibliografía que, de forma natural, ciervas, corzas o gamas tienden a parir los mismos machos que hembras, si bien, no son pocos los matices que pueden interferir en esta relación.

Existen teorías que describen como en años malos en cuanto a condiciones meteorológicas o de disponibilidad de alimento o en aquellos entornos que simulan estas condiciones de la mano de altas densidades por ejemplo, la tendencia natural de las hembras es a parir más hembras que machos, puesto que parece que en términos energéticos y fisiológicos es mucho más costoso para ellas el gestar un macho que una hembra.

Por otra parte, está descrito también que existe una mortalidad perinatal superior entre los machos que entre las hembras, de manera que, el equilibrio inicial quedaría ligeramente desviado hacia estas últimas como apuntábamos en el apartado anterior.

Este ligero sesgo, mantenido de forma ‘intencionada’ como podemos apreciar, no es más que un sistema que, de forma natural, trata de asegurar la supervivencia de las poblaciones a lo largo del tiempo, como una estrategia de conservación.

No debemos olvidar que por el carácter poligámico de estas especies un solo macho puede cubrir a numerosas hembras, garantizando así la perdurabilidad de la población, de ese modo, en términos biológicos, la prioridad siempre se orientará hacia las hembras.

Impacto de la actividad cinegética

Cuando en una población de ciervos, gamos o corzos se ejerce un aprovechamiento cinegético, éste actuará como un factor externo generador de una modificación en los equilibrios naturales de las poblaciones.

Por tanto, su efecto debe ser tenido en cuenta para lograr una gestión sostenible y un aprovechamiento que no contribuya al deterioro de las poblaciones, sino todo lo contrario, a su conservación en condiciones óptimas para garantizar la conservación del hábitat donde se encuentran y para conseguir mejores trofeos año tras año.

Si llevamos a cabo un aprovechamiento exclusivo sobre los machos y, sobre todo cuando lo ejercemos sólo sobre los mejores, estaremos contribuyendo sin duda a un desequilibrio poblacional que dará lugar a un deterioro progresivo de las poblaciones.

Por un lado, dependiendo de la época del año en la que ejerzamos la caza, normalmente en el caso que nos ocupa, antes del periodo de monta, una vez iniciado el celo, impediremos que esos animales, los mejores en cuanto a trofeo y condición, aporten su huella genética a la descendencia, dando oportunidad de que otros animales peores o más jóvenes si lo hagan.

Por otro lado, el número de hembras, de no ser cazadas, podrá crecer de forma indiscriminada, como ocurre en algunos lugares, pudiendo provocar diferentes efectos.

De ese modo, contribuiremos a que hembras de peor calidad tengan oportunidad de reproducirse y que, además, al haber más hembras disponibles, se incremente la probabilidad de que alguna de ellas pueda quedar cubierta por un macho peor.

Competencia directa

Por otra parte un mayor número de hembras supondrá una competencia directa por los recursos del entorno, refugio, alimento, etcétera… con aquellas de mejor calidad, que debieran estar sólo ocupadas en reproducirse y contribuir a las generaciones futuras con los mejores ejemplares, al igual que con los machos cuyas cuernas se desarrollarán mejor o peor en función, entre otros aspectos, de la disponibilidad de alimento de calidad en el entorno y por tanto estaremos comprometiendo la presencia de buenos trofeos.

No debemos olvidar tampoco que una mayor densidad puede conllevar otros riesgos como el incremento de conflictos por el aumento de daños en los cultivos, posibles accidentes de tráfico o, por supuesto, la aparición de brotes de enfermedades, algunas de las cuales pueden ser de enorme importancia como la sarna.

Una correcta planificación, la clave del éxito

Ante los argumentos expuestos en los párrafos anteriores, parece evidente la necesidad de contar con una adecuada planificación para mantener el equilibrio poblacional y lograr los mejores trofeos.

En ese sentido, en función del coto en el que vayamos a llevar a cabo la gestión, dispondremos en el plan cinegético aprobado de una serie de modalidades y periodos, establecidos por la legislación autonómica en vigor en cada caso, que nos permitirán llevar a cabo un aprovechamiento efectivo de las hembras hasta lograr mantener el equilibrio poblacional.

Es posible realizar el aprovechamiento en montería, al menos de ciervas y gamas, o realizar recechos en las tres especies.

Para lograr el éxito es imprescindible conocer bien las poblaciones y, de ese modo, establecer las cifras anuales a extraer para evitar una sobrecaza que también puede ser muy perjudicial para la población, puesto que estaremos impidiendo su crecimiento o, en su caso, su mantenimiento en cifras óptimas.

Sin duda la mano de un gestor experto será la clave para obtener los mejores trofeos que, de forma directa dependerán de saber a que animal abatir y en que momento para alcanzar su desarrollo máximo pero también, de forma indirecta, pasará indiscutiblemente por una óptima gestión integral del acotado en el que el aprovechamiento de hembras y, en ocasiones, machos jóvenes o selectivos, serán imprescindibles para lograrlo.

Por Carlos Díez y Carlos Sánchez. Equipo Técnico de www.cienciaycaza.org

 

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