Caza Mayor

Rececho en Formentor. Soñando con un récord de boc balear

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Caminábamos despacio, prestando especial cuidado al sitio donde acomodar las botas a cada paso que dábamos entre las rocas calizas llenas de aristas, jalonadas por las matas de carrizo mallorquín y empapadas por los incesantes chaparrones de la mañana. Descendíamos a un ritmo casi indolente y aunque estábamos incómodos por tener la ropa mojada y por avanzar a través de un terreno tan resbaladizo y áspero, estábamos de un excelente humor por haber abatido un animal tan hermoso el primer día de caza de los tres que teníamos reservados.

Era una lluviosa mañana de abril de 2014 en el coto de caza de Formentor (Mallorca). Anette, la guapa cazadora holandesa que me seguía, había cumplido con su objetivo de cazar un boc balear homologable.

De hecho, estaba exultante dada la belleza del trofeo conseguido, que apuntaba hacia el oro, y de la piel que presentaba un pelo fuerte y brillante tanto en los flancos de rojo intenso, como en las otras partes de color negro profundo, casi azulado. La sesión de fotos fue bastante larga, como no podía ser de otra manera.

trofeo cazado el mismo dia que vimos el boc record por primera vez

Llevábamos media hora en nuestro camino de regreso hacia la casa forestal donde nos aguardaba un merecido almuerzo, cuando un movimiento a unos 150 metros, entre los lentiscos que se extendían bajo los altos pinos carrascos, nos llamó la atención. Rafa, el guía de caza que tan bien conoce el monte, había visto algo con su ‘ojo de halcón’. Nos quedamos clavados en el sitio y comenzamos a rastrear la zona con los prismáticos. Y así fue como le vimos por primera vez. Asomó detrás de un tupido arbusto y se quedó parado, mirándonos desafiante con su aparatoso trofeo.

—Madre mía, Rafa, ¡vaya aparato de boc! —las palabras me brotaron sin pensar ante la emoción que produce ver un animal realmente grande.

—¿Aparato? Lo que pasa es que es el animal más grande que he visto nunca. Pedro, ese bicho está por encima de un metro, ¡y fíjate que espirales…! —terció Rafael.

Nos miró unos pocos segundos más, giró sobre sí mismo y desapareció en la espesura de matorral y carrizo.

Evidentemente, nuestra cacería de trofeo había acabado ya, y no era cuestión de desmerecer el buen trofeo de Anette, con lo cual, nos ahorramos los comentarios sobre el potencial de lo que habíamos visto y disfrutamos del resto de esa jornada y de la siguiente combinando caza y turismo.

Una vez despedidos los clientes, y a la luz de la información detallada que Rafael le aportó a Tomeu, acordamos entre todos que había que hacer un seguimiento intensivo de semejante animal, pues podíamos estar hablando de un potencial récord.

Rafael aún lo vio fugazmente un par de veces más ese mismo mes, pero un animal así no llega a esa edad por casualidad, y en mayo, de igual forma a como apareció, desapareció sin dejar rastro. El coto de Formentor tiene muchos lugares de refugio para los animales: espesas manchas de garriga, bosques de pino carrasco, farallones y acantilados de piedras llenos de cuevas y rincones inaccesibles…

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Coincidió también que Rafael tuvo unos problemas de salud que le obligaron a estar unos meses convaleciente, y transcurrieron el verano y el otoño sin novedades, dejándolo todo en un agradable recuerdo enterrado entre nuestro apretado programa, donde unas cacerías se solapan con otras.No fue hasta que a primeros de 2015, cuando recibí una llamada de mis queridos amigos de Mallorca

—¡Pedro, lo  hemos visto! —espetó emocionado Luis, el hijo de Tomeu.

—¿A qué te refieres? —contesté un poco desubicado.

—¡Que lo hemos vuelto a ver, al superboc! Es impresionante, de verdad que no sé ni cómo se puede mover entre la maleza de la envergadura que tiene…

—¡Genial! Ahora lo importante es mantenerlo controlado, ver por dónde se mueve. Vamos a hablar con los clientes y preparamos la cacería lo antes posible.

Cuando vimos el animal la primera vez, y tras comentarlo en nuestro círculo más cercano, dos de nuestros clientes se habían interesado en cazar el gran boc. Uno de ellos era extranjero y otro español. Puesto que ya intuíamos que se podía tratar del nuevo récord del mundo, nuestra preferencia fue que el cazador español, nuestro querido amigo Guillermo Bargues fuera el elegido para acometer esta ilusionante empresa. Por supuesto, él aceptó encantado y tremendamente ilusionado de poder conseguir semejante animal.

Pasaron varias semanas y, finalmente, encontramos el hueco para celebrar la cacería el último fin de semana de febrero.

Los días transcurrían con una lentitud insoportable, pues aunque Rafael veía el animal prácticamente a diario, todos teníamos esa inquietud de que volviese a desaparecer como el año anterior, arruinando así nuestros planes.

Y, al fin, llegó el viernes 27 de febrero, y nos presentamos en el coto de Formentor emocionados y deseando salir al campo… Pero el día había amanecido encapotado y las nubes descargaban una copiosa lluvia que hacía imposible cualquier intento de recechar. Como dice el refrán, pusimos al mal tiempo, buena cara y aprovechamos la jornada para recorrer los caminos con el todoterreno, ultimar la estrategia para el día siguiente y pasar la tarde al amor de un buen fuego para digerir la exquisita paella montañesa que preparamos entre Luis y yo.

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La península de Formentor es uno de los rincones más bonitos y con más encanto de Mallorca. Dos pequeñas cordilleras de empinados cerros, que constituyen la última estribación norte de la sierra de Tramontana, flanquean ambos lados de la península y, mientras que por un lado crean espectaculares acantilados batidos por el Mediterráneo, por los lados interiores delimitan un amplio valle cubierto de bosque de pino carrasco y encina con sotobosque de típica garriga mediterránea costera salpicada de roquedos y pastizales. Formentor está repleto de miradores desde los que se dominan paisajes de belleza indescriptible, creando sensaciones que se ven enriquecidas por los olores del pinar y la caricia de la brisa marina. Sin ningún género de dudas, se trata de un escenario cinegético increíblemente bello en el que disfrutar de la caza de un animal único.

El día siguiente despertó con un tiempo mucho mejor. Aunque aún existía la posibilidad de algún chubasco esporádico, el tiempo soleado dominaría la jornada. Nuestra estrategia estaba bastante bien meditada. Tras casi dos días de lluvias casi incesantes, esperábamos que los animales salieran a las zonas abiertas del coto para solearse. Nuestro boc solía pasar careando por los claros de un antiguo quemado todos los días antes de irse al sesteadero, entre las diez y las doce de la mañana. No podíamos arriesgarnos a esperarle allí directamente, pues el animal podría olerse la tostada y no dar la cara. Por esa razón habíamos decidido recechar toda la solana de la cordillera norte, de tal suerte que o bien le veríamos mientras careaba o bien llegaríamos a su zona de querencia a la hora señalada. Como ayuda extra, dejamos a un ayudante de Rafa en un punto estratégico donde se dominaba todo el antiguo quemado. De esta manera, podría avisarnos en caso de que el boc apareciese antes de tiempo.

Comenzamos poco después del amanecer y fuimos cubriendo el recorrido disfrutando enormemente del paisaje, del aire limpio y fragante tras la lluvia, y de varios animales que, ajenos a nuestra presencia, careaban por los acantilados y ramoneaban los brotes de la incipiente primavera. Las horas pasaban y el gran animal que aún retenía en mi memoria no daba señales de vida, tanto a lo largo de nuestro recorrido como en el punto donde habíamos dejado a nuestro vigilante. El cansancio que se acumulaba de las subidas y descensos pronunciados sólo servía para alimentar nuestra impaciencia.

Boc world record

Ya estábamos a unos 500 metros del borde del área abierta donde debíamos encontrarnos con el animal, y aún seguíamos sin noticias. Empezaba a subir la temperatura y empezábamos a temernos que habíamos hecho algo mal, cuando la radio por fin emitió los clásicos chasquidos y siseos previos a la comunicación:

—Rafa, Rafa… ¿me escuchas? Cambio…

—Te escucho, dime —contestó Rafael al momento.

—¡Ya lo he visto!, está aquí mismo… Se conoce que ha estado toda la mañana tapado en la canal del barranco, por eso no lo he visto hasta ahora que se ha movido. ¿Dónde estáis?

—Estamos a unos 500 metros de la vieja tapia, vamos para allá a toda leche, no lo pierdas de vista.

—Daos prisa, va careando canal arriba, como queriendo asomarse al pecho de enfrente.

Ok, Vamos para allá. Tú no te muevas del puesto, así sabremos dónde estás en caso de que tengamos que tirar desde lejos. Cambio —sentenció Rafael.

Nos tiramos ladera abajo todo lo rápido que pudimos para llegar a un pequeño balcón donde se domina el barranco y parte de la canal donde se encontraba el animal. Una vez allí, repasamos todo nuestro campo visual con los prismáticos, pero no se veía nada…¿Dónde está?, nos preguntábamos, cuando a Rafael se le ocurrió avanzar por el área abierta en dirección al canal del fondo del barranco, a unas rocas donde podríamos ver una parte que permanecía oculta desde nuestra posición actual. Avanzamos muy despacio mientras yo pensaba para mí mismo que la jugada era tremendamente arriesgada, ya que si el animal estaba en esa vaguada, apareceríamos a una distancia del boc no mayor de 30-40 metros, con lo que habría que hacer un tiro muy rápido, y todos sabemos que estas situaciones aumentan mucho el riesgo de cometer errores.

Tal y como había pronosticado en mi pensamiento, todo ocurrió muy rápido. Llegamos a las rocas, Guillermo buscó inmediatamente posición de tiro, nos asomamos a la vaguada y el animal asomó detrás de unos palmitos. El estampido del Blaser 7 mm precedió a la literal ‘desconexión’ del animal, que, con la bala alojada en el codillo, quedó en el sitio.

Cuando nos acercamos al boc nos dimos cuenta que la realidad superaba nuestras mejores previsiones. Se trataba, sin duda, del mejor animal que ninguno de nosotros habíamos visto nunca, y cuando los Agentes de Medio Ambiente del Consell de Mallorca certificaron las medidas e hicimos una homologación ‘en verde’, comprobamos que el animal estaba por encima de los 360 puntos CIC, que superaba ampliamente los 347 puntos del anterior récord.

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A partir de ese momento, las correspondientes felicitaciones, abrazos, y cómo no, la celebración in situ con una botella de cava bien frío que nos trajo nuestro querido amigo Tomeu.

Finalmente, las homologaciones oficiales han certificado que se trata del nuevo récord del mundo, tanto por el sistema de medición SCI, con 77” 7/8, como por el sistema CIC, con 366,2 puntos.

¡Enhorabuena, Guillermo! CyS

Por Pedro Pablo Alejandre, director internacional de CAYCAM (Caza y Cazadores)

 

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