Caza Mayor

Macho de la Sierra de Ronda con arco. El íbex español más escaso

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La espera llegó a su fin y con los nervios en la maleta y acompañado de Pablo Riera tomamos un AVE rumbo a Córdoba donde nos esperaría Joaquín, miembro de International Wild Hunting –empresa para la cual ambos trabajamos como guías de caza– y mejor amigo.

Tras cuatro horas de planes, comentarios y estrategias, nos presentamos, sin darnos cuenta, en esta preciosa ciudad del sur de España y, según lo previsto, Joaquín nos esperaba puntualmente. Tras ponerle al día de todo lo comentado en el tren,  trazamos el  plan de los próximos días mientras llegábamos al vehículo que nos iba a transportar hasta la zona de caza.

 

Esta vez el objetivo no fue otro que dar caza a dos ejemplares macho montés de Ronda, el más escaso de los cuatro íbices que, según el SCI, habitan en nuestra geografía. Pablo realizará el rececho con rifle y yo, en este caso, elegí la modalidad de arco, tipo de caza que me apasiona.

Sierra de Grazalema

Corría noviembre y los machos de esta zona, como habíamos calculado, se encontraban en celo. En condiciones normales el celo dura, para el rondeño, de finales de octubre a finales de noviembre. Este periodo se adelanta para los machos del sur de la península, Ronda y Sierra Nevada, a los de otras partes más al norte, Gredos y Beceite, que suele ser en diciembre.

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Después de unas horas en coche y, por supuesto, sin dejar de comentar lo que nos iba a deparar nuestra estancia, llegamos a la Sierra de Grazalema, provincia de Cádiz,  donde se iba a desarrollar la cacería.

A diferencia de otras zonas de caza, ésta es muy verde debido a que esta sierra, aunque pueda parecer lo contrario, es la zona con mayor pluviometría de la mitad sur de la península, con registros superiores a 2.200 mm, a pesar de la sequía estival de la zona.

Aunque la abundancia excesiva de vegetación no es lo más positivo para cazar con el rifle, sí lo es para la caza con arco, ya que permite más posibilidades de acercamiento sin ser descubiertos por el animal escogido y, en muchas ocasiones, por sus acompañantes.

Pero, vamos al grano, esa misma tarde repase y puse el material a punto. En ocasiones el visor del arco puede recibir algún golpe y conviene siempre hacer un par de tiros antes de entrar en acción. La elección para esta cacería fue el siguiente: arco de poleas, PSE DNA de 65 libras, flechas VForce (flechas más bien ligeras) y puntas mecánicas Grim Reaper Razor Tip. No voy a entrar en detalle del material en esta ocasión, pero se podría decir que es para cazar a rececho, es decir, un arco rápido y con flechas y puntas con buena rasante, con las que hay que hacer menor corrección que con un material más pesado.

Urdir un plan

Llega el ‘día D’. Sonó el despertador temprano porque queríamos estar en el monte antes del amanecer. Nos separamos en dos ‘equipos’: Pablo fue con Joaquín, que le hizo de guía, y yo, solo, cresteando la sierra, desde donde sabía iba a tener una muy buena perspectiva.

Nos separamos, me cargué el arco a la espalda y ascendí por la vereda poco a poco. Se trata de sorprender al animal y ver sin ser visto, tenía que intentar ponerme a unos 30-40 metros, por lo que no podía hacer nada de ruido y andar con pies de plomo.

cabras ronda

Llevaba un buen rato subiendo, habiendo ganado una buena altura. De repente vi un grupo de hembras por debajo de mí que iban van caminando tranquilas hacia una pedriza, intenté adelantarme y acercarme a ellas antes de que ellas pasasen, me situé en el borde del bosque y la pedriza, y esperé. La espera se hacía interminable, pero, finalmente, apareció una hembra, a unos 30 metros, abrí el arco y la apunté, hecho que le pasó desapercibido al animal, quizás sabiendo que la apertura no era para ella, sino, estando en época de celo, para un supuesto macho que nunca llegó.

Volví a la vereda y seguí escudriñando las montañas. Ahí estaban: un par de machos, uno de ellos en un barranco por debajo de mí, en un pequeño claro rodeando de espeso monte. Pensé que la entrada era imposible sin que el macho me oyese y eso suponía perder dos o tres horas entre bajar y subir con un resultado muy incierto, por lo que decidí buscar otro objetivo.

Pasé el día y no conseguí poner a ningún macho a tiro; no obstante, me pude hacer una pequeña idea de sus pasos y control de horas, y tenía ya definidos algunos puntos donde se soleaban y donde pasaban, por lo que pude urdir un plan para el día siguiente.

Dosis de suerte

De regreso a nuestra base me encontré  en el camino con Pablo y Joaquín, ambos con una amplia sonrisa y cómplices miradas… todo apuntaba a que habían tenido suerte. Y así fue, lograron abatir un buen macho de Ronda, y todo ello, acompañado, según su relato, de un maravilloso rececho y lance final.

El éxito de mi compañero me relajó, ya teníamos la mitad del objetivo cumplido. Comenté con Joaquín, que conoce mejor la zona, los puntos por donde se movían los machos y donde solían descansar y tomar el sol. Nos pusimos de acuerdo y decidimos que al día siguiente íbamos a empezar con una pequeña espera en un punto estratégico. No dejaba de ser arriesgado, pues no había ni comederos ni puntos de agua, y se trataba, por tanto, de una zona completamente libre, por lo que necesitaríamos una buena dosis de suerte.

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Una buena cena, un poco de tertulia y nos acostamos. Al día siguiente nos apostaríamos  a primerísima hora cerca de una pedriza donde un macho solía tomar el sol junto a un grupo de hembras.

Una hembra curiosa

Antes de que el astro rey apareciese, allí estábamos los dos. Nos escondimos con ropa de camuflaje y la cara pintada en un chaparro, cerca de unas piedras. Joaquín me comentó que cada mañana un macho se acostaba ahí, por lo que esperamos.

No tardaron mucho en aparecer las primeras hembras, entraban exactamente por donde me había dicho que irían y, tras ellas, un bonito macho de unos 70 cm de cuerna. Hay que recordar que se trata de la variedad de Ronda, con lo que un macho de ese porte ya es un animal de considerable tamaño. En cualquier caso, y a pesar de ello, el trofeo, en esta ocasión, no era mi prioridad, pero es innegable que cuanto mayor fuese, mejor.

El macho seguía a las hembras, pero esta vez decidieron tomar el sol en unas piedras a poco más de cien metros de distancia, y la impresión que daba era que de ahí no se iban a mover. A veces no sabes si es el azar, o ellos de alguna manera intuyen algo, pero esta vez se acostaron unos metros por encima de lo habitual, con lo que quedaron fuera del tiro con el arco.

Me recreé observando al macho con los prismáticos, era precioso, intenté hacerle una entrada con el arco desde abajo, pero para llegar a él tenía que cruzar una pedriza y llegar a las piedras donde se encontraba tumbado.

Decidí arriesgarme y todo iba bien hasta que, al cruzar un río de piedras, hice ruido y los animales se pusieron en tensión. Una hembra se asomó en una piedra y me miró, estaba a unos setenta metros, pero me tenía perfectamente localizado. No volvimos a ver al macho…

Sólo nos quedaba medio día de caza, y ya había pasado la mejor hora del día. El tema empezaba a parecer complicado, no obstante, estábamos viendo mucha caza y nos animamos mutuamente a seguir.

¡A rastrear!

Comentábamos el porte del macho que habíamos visto, ambos sabíamos que era un animal precioso, y Joaquín me recordó que con el rifle ya hubiésemos dado con él, pero sabía que mi ilusión era cazarlo con arco y, ante todo, lo estábamos  pasando genial.

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Nuevamente, en la vereda que cruza la zona de caza, caminamos lentamente, casi pisando huevos a pesar de que era la peor hora del día, sólo nos quedaba sorprender a un macho acostado, ¡ésa sería la oportunidad de poder hacerle una entrada!

Sin darnos cuenta nos vimos observados por uno que nos sorprendió desde arriba, se nos quedó mirando desde una piedra, lo justo para darme tiempo a medir distancia, pero, cuando fui a abrir el arco… desapareció.

Seguimos andando y antes de llegar a una pedriza en forma de lengua que cruza el camino y llega hasta abajo, Joaquín me comentó que ahí siempre solían estar. Nos acercamos nuevamente, casi a cámara lenta, y me llegaron algunos ruidos. Todo apuntaba a que, efectivamente, había un grupo cerca. A medida que ganábamos metros vimos que había un grupo ramoneando entre el bosque, dirección a la pedriza, que era el único lugar donde podía lanzarles una flecha, por lo que decidí asomarme a la pedriza con el arco abierto y, efectivamente, ahí estaban. Entre las hembras veo un macho, apunté y solté la cuerda.

Vi la flecha impactar en el animal, el ruido fue inconfundible, ¡había llegado a su destino! No obstante, el macho no se quedó en el sitio y el grupo cruzó y tomó las de Villadiego rumbo a la cresta. Seguimos la huida de las cabras a las que vimos aparecer, siguiéndolas con los prismáticos. En el grupo iban todas menos el macho, el corazón me iba a cien, era muy buena señal, pero no definitiva.

Esperamos una hora. En mi opinión el animal estaba herido de muerte y quería dejar tiempo a que se acostase y muriese. En muchas ocasiones, iniciar la persecución de inmediato hace que la pieza saque fuerzas de flaqueza y llegue a morir a algún lugar donde se pierde y eso era impensable para mí.

Por suerte, llevábamos con nosotros al perro de Joaquín, un bonito sabueso de Baviera, que nos iba a ayudar, seguro, a rastrearlo.

¡Misión cumplida!

Pasó una hora y media, aproximadamente, y fuimos con el perro atraillado en busca de la zona del disparo. No tardamos en encontrar la flecha, estaba cubierta de sangre y el perro comenzó a seguir el rastro llevándonos directos hasta el cuerpo sin vida del macho.

Esa sensación de emoción y alegría, que solamente los amantes de la caza conocemos, nos invadió, el momento es máximo…

Joaquín y yo nos fundimos en un abrazo, ¡lo logramos y prácticamente a última hora!, no se trató de un trofeo espectacular, pero es ‘mi’ macho montés de Ronda con arco.

No puedo estar más contento, !misión cumplida! CyS

Por Pablo Caroll. SCI Catalunya Chapter

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